Esto les servirá de señal: hallarán a un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc 2:12).
No sabía lo que era envolver a un bebé en pañales hasta que me convertí en padre. Durante treinta años, escuché la historia de la Navidad año tras año, asumiendo que «envuelto en pañales» expresaba la pobreza en la que Jesús nació. Pensé que debía significar algo como «gastado». Nacido y criado en la década de los 80, los niños Mathis dormíamos boca abajo. Como el mayor de cuatro, observé el cuidado que mis hermanas menores recibieron en su infancia. Mi madre siguió el consejo del día y nos hacía dormir boca abajo. Nadie dormía envuelto en pañales en nuestra casa.
Sin embargo, aparentemente la sabiduría convencional cambió en la década de los 90, y retornó a lo que había sido practicado en la mayoría de las ocasiones y lugares a lo largo de la historia. La «nueva» recomendación para hacer dormir a los bebés, a fin de evitar el síndrome de muerte súbita del lactante, era «boca arriba», de espalda (y la práctica de envolver al bebé en pañales hizo su feroz regreso). En la última década, mi esposa y yo envolvimos en pañales a nuestros gemelos durante sus primeros meses de vida, y luego a nuestras dos hijas que llegaron después de ellos. En el proceso, la antigua frase «envuelto en pañales» que tanto escuché en la historia del nacimiento de Jesús comenzó a tener más sentido y a adquirir un serio significado.
Acostado en un pesebre
Lucas es el único Evangelio que menciona este específico detalle, y lo hace dos veces en un par de versos. Sabemos que María «dio a luz a su Hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lc 2:7, [énfasis del autor]). Lucas relata que los pastores le cuentan a María y a José los detalles que recibieron de los ángeles para ayudarlos a encontrar al Niño: «Esto les servirá de señal: hallarán a un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2:12, [énfasis del autor]).
Además de saber que había «nacido hoy, en la ciudad de David» (Lc 2:11) —es decir, el «pueblito» de Belén—, esto es todo lo que los pastores tenían para seguir el camino: ciudad, envuelto en pañales, pesebre. No hay mención de una estrella que guiara su camino hasta donde estaba el Niño Jesús, como ocurrió con los reyes magos. La principal coordenada era Belén, no era una gran ciudad, sino un pueblo cercano, de moderado tamaño. No tomaría mucho tiempo preguntar si alguien sabía de un recién nacido.
El detalle que confirmaría a quién buscaban sería que el bebé estaría acostado en un pesebre; algo inconfundible. Lucas reporta eso como un detalle clave que confirmaría que la búsqueda de los pastores había terminado: «hallaron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre» (Lc 2:16, [énfasis del autor]).
Envuelto en pañales
¿Por qué, entonces, menciona que estaría envuelto en pañales? A diferencia del pesebre, esto no era único ni confirmatorio en lo absoluto. Hasta lo que sabemos, todo recién nacido habría estado envuelto en pañales.
El cuidado de los judíos del primer siglo por los recién nacidos estaba en sintonía con la práctica típica a lo largo de las edades y alrededor del mundo. Envolver en pañales a los bebés era «la práctica normal de las madres judías», según el difunto comentarista de Lucas, Grant Osborne. «Estas eran largas tiras de tela envueltas alrededor del niño para mantener las extremidades derechas y quietas. El propósito era mantenerlos seguros y darles estabilidad» (67). «Envolver con ropa las frágiles extremidades de los bebés», escribe Darrell Bock, «era muy común en el mundo antiguo para protegerlos y propiciar un sano desarrollo». Una práctica que según James Edwards: «continúa aún hoy en aldeas en Siria y Palestina» y Estados Unidos.
Envolver en pañales no es solo una práctica «antigua» en la actualidad, también lo habría sido para María y José. Al menos seis siglos antes de Cristo, esta práctica era un cuidado común que se les daba a los bebés, y de este modo, una imagen profética poderosa respecto al estado lejano del pueblo de Dios a pesar de haber sido escogidos por Él:
En cuanto a tu nacimiento, el día que naciste no fue cortado tu cordón umbilical, ni fuiste lavada con agua para limpiarte; no fuiste frotada con sal, ni envuelta en pañales (Ez 16:4).
Ezequiel nos da este atisbo adicional sobre el cuidado antiguo de los recién nacidos: cortar el cordón, lavar con agua, frotar con sal y envolver en pañales. A diferencia de la imagen de Israel en su indefensión, los bebés que eran queridos y cuidados eran lavados y envueltos en pañales.
¿Por qué envuelto?
El propósito de envolver, como hemos visto, era proveer protección, seguridad y estabilidad a un débil recién nacido. Sin embargo, la principal importancia del reporte de detalles que nos da Lucas es lo común que era envolver a los bebés en pañales. Jesús era como cualquier otro bebé. Envolverlo era un cuidado estándar que se les daba. Y Jesús era, de esta manera, un estándar, muy típico de recién nacido bajo el cuidado de padres amorosos.
Los pañales con los que fue envuelto no eran una marca de pobreza (para esto, ver las dos tórtolas de Lucas 2:24, según la provisión de Levítico 12:8 para los pobres). En lugar de ello, los pañales son una marca de lo común de su humanidad recién nacida. Dios mismo encarna la misma fragilidad e indefensión que cada uno de nosotros experimentó al nacer.
Por fin, el Cristo tan esperado había llegado, y llegó así; así de dependiente de su madre humana y de su padre humano; así de débil y vulnerable; así de inseguro y frágil al momento de dejar el vientre de su madre. La plenitud de Dios en un bebé indefenso, no pudo siquiera controlar sus extremidades lo suficiente para mantenerse dormido. Él está así de necesitado de calor y protección; de ser calmado y tranquilizado. Él es así de humano, completamente humano, y así comenzó el viaje de la vida humana como el resto de nosotros (desde óvulo a cigoto, a embrión, a feto, a recién nacido) con toda la debilidad y fragilidad relacionada. Él es así de normal: envuelto en pañales.
Solo el comienzo de su humillación
Y sin embargo, Él no es normal. Este recién nacido estaba acostado en un pesebre. Mientras que estar envuelto en pañales enfatiza lo común que era, el pesebre señala lo extraordinario. Este Cristo Niño es inesperadamente típico, y sorpresivamente distinto. Él es normal y, sin embargo, no lo es. Él es completamente humano y, sin embargo, es más que otros meros humanos. Apartado antes de que comenzaran las edades, aquí estaba acostado: en un comedero de animales.
«La venida del Hijo de Dios encarnado», comenta Bock, «se presta a un estudio de contrastes entre cómo procede Dios y cómo lo hubiéramos hecho nosotros». Sin duda es así. Desde la concepción de la Vírgen, a padres de un estrato social bajo, a un pequeño pueblo, a visitas indignas y ahora el pesebre, Dios hace como ningún humano lo hubiera planeado.
El Niño nació para morir. Él «se despojó a sí mismo [no al quitar divinidad, sino que al añadir humanidad] tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo…» (Fil 2:7-8, [énfasis del autor]). Ya, acostado en un pesebre, de todos los lugares en lo que podría haber estado, está en el largo camino de tres décadas a la cruz. Él no aborrece el vientre de la Virgen, ni nuestra humanidad, ni el lugar donde se alimentan los animales, tampoco el camino del sufrimiento, sino que «[se hizo] obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2:8).
Envuelto una última vez
Envuelto en pañales en el pesebre no sería la última vez que este cuerpo humano sería atado. Cuando el día de su arresto llegara, sería atado (Jn 18:12), y lo llevarían así, atado, de un juicio injusto a otro (Mt 27:2; Mr 15:1; Jn 18:24). Aún más indefenso que un niño envuelto en pañales, estaría el Hombre Jesucristo con cadenas de hierro en sus manos y pies, aún más después: las ataduras, con clavos, de sus manos y pies en la cruz.
Ser envuelto en pañales al nacer no sería la última vez que leemos en los Evangelios sobre el Hijo encarnado siendo envuelto en telas. Después de su muerte, sería envuelto nuevamente, esta vez en lino. Entre los sinópticos, solo Lucas (que menciona que es envuelto) lleva la atención a las telas de la tumba: «Pero Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Inclinándose para mirar adentro, vio solo las envolturas de lino, y se fue a su casa maravillado de lo que había acontecido» (Lc 24:12) [énfasis del autor].
El bebé en el pesebre no se quedaría envuelto; su cuerpo crucificado no permanecería muerto. Él entró a la realidad envuelta en pañales, atada, débil y frágil de nuestra existencia humana y nos llevó junto con Él, incluso en nuestra finitud, a la infinitud de la eternidad y a la venida de un nuevo mundo. Él no está muerto; ha resucitado. Aquel que fue envuelto en pañales, como nosotros, ahora es el Rey humano del universo.
Y sin embargo, todo comenzó en Belén, en dulzura y mansedumbre. Aquel que vendría del cielo a salvarnos debe ser verdaderamente como nosotros. Aquel que abriría el camino a la misma presencia de Dios debe ser como nosotros en todo aspecto. Entonces nos maravillamos tanto de la normalidad de su humanidad envuelta en pañales como del susurro de su inusual pesebre en este singular Niño de Navidad.