John, mi vecino, tiene un maravilloso huerto. Cuando recién construimos nuestra casa, sentí que su gigantezco terreno cultivado frente a mi patio trasero era una especie de monstruosidad. Consideré seriamente plantar una fila de árboles que me taparan la vista. Sin embargo, también pensé que los árboles no sólo me taparían la vista sino su sol de las mañanas. ¿Se trataba de un hombre que cuidaba su patio, o lo que me esperaba era un santuario de maleza saliéndose de control? Abril era demasiado pronto para saberlo, así que decidí dejar que la situación se hiciera manifiesta durante el verano.
Resultó que John trabajó diligentemente en su huerto prácticamente todos los días. Al comienzo de la primavera se mantuvo ocupado limpiando este especial trozo de tierra de los daños causados por el invierno. Cuidó toda esa tierra en forma extraordinaria. Yo miraba por la ventana mientras John y su hijo cultivaban la tierra, sacaban las piedras, ponían fertilizante (más tarde me enteré del particular abono que usaba para obtener mejores resultados), trazaban hileras, y añadían postes, lazos, y otras extrañas cercas con algún fin que yo desconocía. Tras un mes de duro trabajo, aún lucía simplemente como un montón de tierra. Sin embargo, era tierra organizada —John tenía un plan—. Él me reveló, más tarde, cómo en realidad había hecho un trazado de todo su jardín en un papel (que cada año iba creciendo) antes de cada nueva estación. Y era una tierra alimenticia —así es; puesta a punto con todo lo necesario para las frutas y verduras que él quería cultivar—. John no usaba aspersores para regar su jardín como el resto de los vecinos lo hacíamos. Él regaba individualmente cada planta para no fomentar la proliferación de maleza. Además, mi vecino insiste en mantener todo orgánico. Puede que tenga algunos cuestionables métodos para librar su huerto de plagas, ¡pero certifica que todo está libre de químicos!
Y luego escuché que llamaban a mi puerta. Era John, ofreciéndome alegremente una bolsa llena de porotos verdes —los mejores porotos verdes que me haya llevado a la boca—. Después llegó una generosa cantidad de saludables espárragos. Y sí, adivinaste: recibí abundantes cantidades del codiciado tomate de huerto para la segunda mitad del verano. Su Edén al frente de mi patio trasero dejó en vergüenza a mi enclenque jardín circular con borde de piedras. Pero eso no es todo: ¡hubo melones, coliflores, zanahorias, cebollas, fresas, manzanas y maníes! Todo lo que ha traído a mi puerta ha estado fabulosamente delicioso.
Ahora trasladémonos rápidamente a mi servicio de adoración de esta semana. Nuestra lectura del Antiguo Testamento provino de Isaías 55. Los versos 8-11 llamaron particularmente mi atención:
«Porque mis pensamientos no son los de ustedes,
Ni sus caminos son los míos —afirma el Señor—.
Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes;
¡Más altos que los cielos sobre la tierra!
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo,
Y no vuelven allá
Sin regar antes la tierra
Y hacerla fecundar y germinar
Para que dé semilla al que siembra
Y pan al que come,
Así es también la palabra que sale de mi boca:
No volverá a mí vacía,
Sino que hará lo que yo deseo
Y cumplirá con mis propósitos».
Mientras mi pastor leía esta Escritura, me hizo recordar el huerto de John. Todo el cuidado del huerto es una estupenda metáfora de la manera en que trabaja nuestro buen Señor. Él tiene un plan. Usa todos sus recursos, y aun abono cuando lo necesitamos, para producir crecimiento en su pueblo. Yo estoy llena de piedras y maleza, pero mi Señor cultiva cuidadosamente el pedregoso suelo de mi corazón. Para muchos, la iglesia (el huerto de Dios) puede simplemente parecer un montón de tierra. A veces yo misma me pregunto cómo el Señor ha de producir fruto cuando las cosas se ven tan muertas y deprimentes. Pero la mejor herramienta de jardinería de Dios es su palabra. Su palabra realmente crea vida, y con seguridad cumple el propósito de su voluntad. Pienso en cómo la palabra de Dios nos alimenta y cómo Él llama a las personas a regar su huerto por medio de la predicación y la enseñanza. Jesucristo es el perfecto cuidador del huerto que ha pagado todo para que nosotros entremos y el malvado no lo haga. El poderoso Señor cuida especialmente de aquellos que ama, y puede hacer algo que no puede hacer mi buen vecino John. Sin importar cuánta pasión ponga John en su huerto, aún hay cosas que pueden frustrar sus planes. Sin embargo, el plan y la obra de Dios son perfectos. No dudemos de que el buen Señor está haciendo crecer su iglesia y no perderá parte alguna de su cosecha.
Para continuar meditando: Ezequiel 36:26; Juan 6:39-40; Romanos 10:14-15; Apocalipsis 12:10-11.