Durante todo este mes, compartiremos contigo una serie de devocionales llamada Treintaiún días de pureza. Treintaiún días de reflexión sobre la pureza sexual y de oración en esta área. Cada día, compartiremos un pequeño pasaje de la Escritura, una reflexión sobre ella y una breve oración. Este es el día dieciséis:
¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios (1 Corintios 6:19-20).
A lo largo de la batalla por la pureza, la sexualidad puede sentirse como una carga y una maldición. Podríamos incluso encontrarnos a nosotros mismos deseando que Dios nos hubiese hecho seres asexuados o que nos quite todos esos sentimientos y deseos. Sin embargo, sabemos que Dios es un Padre amoroso que mira a su pueblo con bondad. ¡Este Padre nunca nos dará algo que sea malo para nosotros!
En su primera carta a la iglesia en Corinto, Pablo aborda la inmoralidad sexual que se cometía entre las personas de ese lugar. El reprende a la iglesia por esta inmoralidad y les da esta orden: glorifiquen a Dios con sus cuerpos. Este es un mandamiento que le da a los casados y a los no casados. Nuestra sexualidad se nos ha confiado como un regalo de Dios. Servimos como administradores fieles cuando lo usamos solo en las maneras en las que Dios dispuso. Para aquellos que están casados, eso se traduce en disfrutar el sexo regular y alegremente con sus esposas; para aquellos que son solteros, en negarse constante y alegremente a esos deseos físicos. En cualquiera de esos casos, nuestros cuerpos le pertenecen a Dios, no a nosotros; nuestra sexualidad le pertenece a Dios, no a nosotros. Hermano mío, sé un fiel administrador de lo que Dios te ha confiado.
Padre, dices que puedo y debo glorificarte con mi cuerpo. Creo que me has dado la sexualidad como un regalo. Quizás no siempre entienda por qué lo hiciste, porque no siempre se siente como un regalo. Sin embargo, sí entiendo que tú eres bueno y amable y que me amas. Oro para que pueda ser un fiel administrador de este regalo, que en el día final veas cómo he administrado este regalo y me digas, «bien hecho, siervo bueno y fiel».