La mayoría de nosotros reconoce que la paciencia es una de las virtudes cardinales cristianas —solo que no tenemos ningún apuro en obtenerla—. Otros solo la definen como el tiempo que nos toma obtener lo que queremos. Como el célebre comentario que hizo una vez Margaret Thatcher: «yo soy extraordinariamente paciente, siempre y cuando, al final, todo salga según yo quiera». En la sociedad acelerada y en la cultura egocéntrica de hoy, la paciencia está desapareciendo rápidamente, incluso entre los cristianos.
La paciencia no es opcional para los cristianos. Repetidamente, el apóstol Pablo les mandaba a los cristianos que fueran pacientes los unos con los otros. Es más, esta es una prueba crucial de autenticidad cristiana, pues el verdadero carácter cristiano, la evidencia misma de la regeneración, se ve en la paciencia auténtica.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo les enseñó a los cristianos de Éfeso que «[…] vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados. Que vivan con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos a otros en amor, esforzándose por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef 4:1-3).
En un contexto similar, el apóstol llamó a los cristianos de Colosas a que se «revistieran» con estas virtudes: «tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia» (Col 3:12). Nuevamente, Pablo ilustra la necesidad que tenían de paciencia al señalar el conflicto dentro de la comunidad cristiana. Según Pablo, si un cristiano tiene una queja contra otra persona, debe responder con paciencia y con disposición a sufrir pérdidas en lugar de perjudicar la reputación de la iglesia.
La enseñanza a los cristianos de Tesalónica respecto a esto era absolutamente clara: «[…] Vivan en paz los unos con los otros» (1Ts 5:13). Para alcanzar esta paz, Pablo les enseñó a que «[…] sean pacientes con todos» (1Ts 5:14): un gran desafío.
Más importante aún, la paciencia debe ser una virtud que todo líder cristiano debe tener. Cuando Pablo le escribió a Timoteo, su joven ahijado en el ministerio, estableció un ejemplo: «El siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe reprender tiernamente a los que se oponen […]» (2Ti 2:24-25).
La paciencia en la Biblia se entiende como una virtud que se cimienta en la totalidad de la verdad cristiana. La paciencia comienza con la afirmación de que Dios es soberano y de que está en control de la historia del ser humano, obrando en las vidas humanas. Teniendo la eternidad como horizonte, el tiempo adquiere un significado completamente nuevo. El cristiano entiende que la satisfacción completa nunca podrá alcanzarse en esta vida; es por eso que mira hacia la consumación de todas las cosas en la era que está por venir. Además, sabemos que nuestra santificación no se completará en esta vida y, de este modo, los cristianos debemos vernos entre nosotros como pecadores salvos por gracia, en quienes el Espíritu Santo está obrando, al llamarnos para ser como Cristo.
Cuando consideramos el mandamiento bíblico de ser pacientes los unos con los otros, debemos recordar las muchas expresiones de paciencia reveladas en la Palabra de Dios que son vitales para la comprensión del cristiano. En primer lugar, debemos entender que la paciencia es tanto un mandato como un don de Dios. Como con todas las virtudes cristianas, estamos obligados por el mandato de Dios a mostrar el fruto del Espíritu, del cual la paciencia es una parte fundamental. La Biblia no describe la paciencia como un mero consentimiento o una espera fácil del tiempo adecuado. Al contrario, la paciencia es una virtud cristiana viva y enérgica, que está profundamente cimentada en una confianza absoluta en la soberanía de Dios y en la promesa de perfeccionar todas las cosas de una manera que demuestre su gloria de la forma más completa.
Puesto que es un mandato, la paciencia es una responsabilidad para los cristianos; al mismo tiempo, es un don divino. Los cristianos en sí mismos no son capaces de demostrar la verdadera paciencia como un fruto del Espíritu. Agustín de Hipona, el gran obispo del siglo cuarto, advirtió que los cristianos debemos evitar la «falsa paciencia que viene del orgullo». Agustín era duro con aquellos que atribuían la paciencia simplemente a «la fuerza de la voluntad humana». Ciertamente, debemos tener la voluntad de ser pacientes, pero la paciencia como una virtud genuina solo se desarrolla en aquellos que han sido redimidos por Cristo y en quienes el Espíritu Santo desarrolla su fruto.
En segundo lugar, la paciencia está cimentada en nuestra comprensión de que somos pecadores redimidos. Una vez que reconocemos nuestra debilidad y que adquirimos bastante conciencia de nuestras fallas, también debemos lidiar con otros cristianos orgullosos, faltos de humildad. El cristiano no tiene excusas para responder a otros creyentes con un espíritu de arrogancia, altivez o superioridad. Al contrario, debemos seguir el ejemplo de Cristo y responder con verdadera humildad tanto a Dios como a nuestros hermanos en la fe.
Como mencioné anteriormente, la paciencia es una prueba crucial del carácter del cristiano, basada en aceptar que podemos estar equivocados. Nuestro error puede estar en nuestro carácter más que en nuestra convicción. Cuando los cristianos se ven envueltos en conflictos, es posible que se equivoquen aun teniendo la razón. Este es un buen recordatorio mientras cumplimos nuestro deber de contender por la fe que fue dada a los santos una vez y para siempre.
En tercer lugar, la comprensión cristiana de la paciencia se basa en que sabemos que Dios está potencialmente obrando en las personas. Como Pablo le enseñó a Timoteo, el siervo de Dios debe ser amable con todos, mostrando paciencia incluso al corregir a quienes se nos oponen. «Debe reprender tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad, y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacer su voluntad» (2Ti 2:25-26).
El lenguaje extraordinariamente fuerte que Pablo usa indica la gravedad del desacuerdo entre cristianos. Cuando él habla de corregir a quienes han sido cautivados por el diablo para hacer su voluntad, podemos asegurar que está hablando de asuntos ciertamente muy graves.
Pablo basa la paciencia en la clara afirmación de que Dios puede estar obrando en aquellos con los que no estamos de acuerdo o con los que estamos en conflicto. Nuevamente, la doctrina bíblica de la santificación nos ayuda a comprender el proceso de maduración del cristiano. Este viene como un proceso, por medio del cual Dios moldea a un pecador redimido a la imagen de Cristo.
Teniendo esto en mente, debemos responderles a nuestros hermanos como a personas que, como nosotros, son pecadores salvos por gracia. Por lo tanto, debemos mostrarnos gracia los unos a los otros y debemos mostrar la integridad de nuestras vidas cristianas con paciencia verdadera. Incluso a medida que buscamos convencer, instruir e incluso corregir, debemos recordar que solo Dios puede alcanzar el corazón del ser humano y que debemos seguir confiando en que Dios está obrando en aquellos que son partícipes de su gracia.
En cuarto lugar, la paciencia está arraigada en nuestra comprensión del tiempo y de la eternidad. No esperamos alcanzar nuestras mayores satisfacciones en esta vida. En lo que respecta a nuestros hermanos en la fe, sabemos que, como nosotros, serán completamente santificados y glorificados solo cuando llegue el momento. Como Juan Calvino comentó, la inmortalidad es «la madre de la paciencia». Este es un recordatorio bueno y saludable, porque incluso como cristianos somos llamados a aceptar toda la verdad: alcanzar la unidad completa solo cuando Cristo venga a buscar a su iglesia y estemos reunidos ante el trono de Dios por la eternidad.
La paciencia debe ser uno de los sellos de los hogares cristianos a medida que cada miembro de la familia muestra paciencia al enfrentarse a otro. Esposos y esposas deben ser pacientes entre ellos, igualmente como los padres debemos ser pacientes con nuestros hijos. En la familia de la fe, la paciencia, comúnmente la virtud más escasa, se convierte en una prueba de autenticidad y en una necesidad para el orden correcto del hogar, de la iglesia y de la comunión cristiana.
Habiendo dicho esto, la iglesia debe obedecer el mandamiento de Dios de buscar y mostrar paciencia cristiana auténtica —y rápido—.