Cuando llegué a mi iglesia hace nueve años, comencé a dar vueltas de aquí para allá entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y entre los diversos los géneros literarios. Rápidamente, escogí predicar Jonás. Pensé, «¿a quién no le gusta Jonás? Es el cuento de la ballena, ¿no?». Eh, quizás no. Sin embargo, incluso siendo un predicador joven, mi congregación y yo, rápidamente descubrimos que el gran pez de Jonás en realidad era un objeto de utilería que se asemejaba a un submarino usado para alejar de Dios a este profeta que se ausenta sin permiso aún más de lo que pudo haber imaginado solo para descubrir que incluso en las profundidades del mar, Dios todavía estaba ahí, buscándolo, preparándolo y enviándolo.
Dios nunca perdió de vista a su profeta y Dios nunca perdió de vista a Nínive. Jonás es un gran libro para predicadores jóvenes que buscan predicar sobre un profeta menor. Casi podría volver a titular Jonás como El evangelismo y la soberanía de Dios, pero J. I. Packer ya tiene los derechos de ese título y no tengo el hábito de cambiar los nombres de los libros de la Biblia.
Resumen
Jesús mismo parece confirmar claramente a Jonás como una figura histórica (Mt 12 y Lc 11), un duro contemporáneo de Amós y Oseas, que parece representar al típico judío. De la misma manera, 2 Reyes 14:25 aboga en favor de la historicidad de Jonás al ubicar su profecía durante el reinado de Jeroboam II, rey de Israel, durante los años 793-753 a.C.
Dios lo envía en una misión para advertirles a los ninivitas: «Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada» (Jon 3:4). A primera luz, el mensaje suena simple y fresco, aunque sombrío. Sin embargo, Jonás huye a Tarsis (1:3), dirección opuesta a Nínive. Su desobediencia fue quizás tan teológica como geográfica. Nota que Jonás huyó «lejos de la presencia del Señor» (1:3). David Stronach de la Universidad de California en Berkeley da un ejemplo de por qué Jonás podría haber escapado: «en una columna de piedra, un gobernador asirio se jactó de los “nobles que despellejó”. Reportó: “quemé a tres mil cautivos con fuego. No dejé a ningún rehén con vida. Les corte las manos y los pies a algunos; las narices, las orejas y los dedos a otros. Les saqué los ojos a varios soldados. Quemé doncellas como holocausto”». No puedes culpar al predicador por no querer visitar un lugar como ese (en ese entonces o ahora).
En Jonás 2, Dios pone a Jonás dentro del estómago de un pez por tres días antes de que lo escupiera en tierra.
En Jonás 3, Jonás obedece el mandamiento de Dios, y finalmente le entrega el mensaje a Nínive. Maravillosamente, los ninivitas se arrepienten y Dios cede. No obstante, ¿cómo responde Jonás? Lo primero que podrías creer es que este profeta misionero se alegraría, pero no es así. En Jonás 4:1 se nos dice lo contrario: «Pero esto desagradó a Jonás en gran manera, y se enojó». ¿Por qué? Jonás 4:1 revela esto al agregar un detalle en retrospectiva que estuvo ausente intencionalmente desde el principio: «Por eso me anticipé a huir a Tarsis. Porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira y rico en misericordia, y que te arrepientes del mal anunciado». Jonás no huyó porque temía que los ninivitas lo mataran; temía que Dios los salvara. Para Jonás, Nínive no representaba peligro tanto como la voluntad del Señor.
Cuatro razones para predicar este libro
1. Jonás nos confronta a todos nosotros con la voluntad soberana de Dios
Dios dice, «ve»; Jonás dice, «no». Mucho antes de que Kevin DeYoung escribiera Just Do Something [Solo haz algo], las personas entusiastamente buscaban comprender la voluntad de Dios. Sin embargo, no es así con Jonás y él huye lejos de ella, no corre tras ella. Mientras que el mensaje y la misión de Jonás eran únicas, los altibajos de sus luchas con la voluntad claramente revelada de Dios son común para toda la humanidad. Uno de los impresionantes contrastes de este libro es la dicotomía entre la manera en que Jonás responde a la Palabra de Dios y la manera en que los paganos ninivitas responden. Jonás huye, pero Nínive se arrepiente. Adicionalmente, todos podemos identificarnos con ese sentimiento cuando la Palabra de Dios resuena en nuestras almas y comienza a sacar algunos pecados, deseos o prácticas. ¿Qué haces con ese sentimiento? ¿Tomas tus zapatillas deportivas y corres? Si es así, ¿hacia dónde corres?
2. Jonás nos muestra que no existe lugar para apartarte de la mirada de Dios
En el Salmo 139:7, David le pregunta a Dios: «¿Adónde huiré de tu presencia?». Jonás responde la pregunta de David de un modo vívido e interrumpido. Dios habla; Jonás huye. Mientras huye, Dios corre junto a él sin esforzarse, y provee un barco para ayudarlo a pensar que ha escapado. No obstante, solo para destacar que Dios no está impresionado por cuánto esfuerzo y cuán lejos Jonás corrió, Dios lo despierta de su siesta de aparente victoria solo para llevarlo a la completa profundidad del mar, más profunda que el Seol.
Ahí, Jonás descubre que su huida fue reservada por Dios; Dios lo llevó a las profundidades para que no solo aprendiera que él no puede escaparse de la presencia de Dios, sino que también que Dios podría levantar la mirada de Jonás de vuelta al Dios cuya mirada nunca lo dejó. No pierdas de vista esto: el pecado lleva al dolor y la santidad a la felicidad. A veces, es necesario que un gran pez te trague para rescatarte de la desobediencia. No sé tú, pero yo prefiero no ser el anzuelo de un pez para ser vomitado en la orilla de una costa para una segunda oportunidad de obediencia.
3. Jonás expone el corazón de Dios detrás de su voluntad
Este libro revela el «corazón» de Dios así como la «voluntad de Dios», y no hay desunión aquí. La Palabra de juicio de Dios contra el pecado palpita con el corazón de Dios para salvar pecadores.
Piensa cuán diferente es esto de Jonás mismo. Dios busca el bien de sus enemigos incluso mientras el corazón humano de su profeta demuestra ser más o menos lo opuesto. El libro de Jonás funciona un poco como Memento, una de esas películas que ocultan un detalle crucial desde la primera escena hasta que más adelante en la historia, en efecto, cambia completamente el significado de todo lo que lo precedió. Aquí, este detalle emerge al final de Jonás 4, donde se comprende la intención de Dios detrás de la advertencia. Jonás funciona al inverso a Isaías, el profeta que le dice a Dios: «Aquí estoy; envíame a mí» y con la posterior respuesta de Dios diciéndole que nadie responderá. Aquí Dios envía a su evangelista a aquellos que parecen estar más lejos de Dios. Él predica, ellos se arrepienten y Dios cede. Y Jonás está… ¿deprimido? Espera. ¿Qué?
La retrospectiva le da sentido a la respuesta de Jonás:
¡Ah Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis. Porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira y rico en misericordia, y que te arrepientes del mal anunciado. Y ahora, oh Señor, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida.
Jonás no huyó debido a que le temía a Nínive, sino que debido a su odio hacia ellos. Ellos eran crueles y malvados. Jonás los veía como menos que humanos, menos valiosos que la planta que le dio sombra a él.
En resumen, Jonás era un racista. Él no veía a otros con el corazón del Dios de Abraham que prometió que bendeciría a todas naciones por medio de él en Génesis 12.
El juicio de Dios no hizo huir a Jonás. La violencia de los ninivitas no hizo huir a Jonás. La misericordia de Dios hacia los odiados enemigos de Jonás fue lo que lo hizo huir. Jonás anticipó la misericordia de Dios y él la odió. El libro de Jonás nos pregunta si nuestros corazones laten con Dios de tal manera que esperemos felices que Dios salve personas bastante diferentes a nosotros, incluso a nuestros enemigos, para que lo glorifiquemos con una exposición abierta de su misericordia.
4. Jonás nos apunta hacia Jesús
Es difícil perder las conexiones con Cristo. Intentaré limitarme a las tres que son más claras.
En primer lugar, tanto Jonás como Jesús dieron sus vidas para salvar pecadores.
El eterno Hijo de Dios nunca se inmutó por venir a rescatar a rebeldes y enemigos para llevarlos a sí mismo a costa de su propia vida. En el Antiguo Testamento, el agua representa el caos que separa al hombre de Dios. Difícilmente uno puede pasar por alto el presagio de Cristo en los marinos que arrojaron a Jonás al mar para silenciar la tormenta que amenazaba con hundir el bote (Jon 2). Jonás argumentó que su muerte sustitutoria salvaría sus vidas, aun temporalmente. Por supuesto, la ironía de ironías es que la huida de Jonás de la voluntad de Dios para salvar a los pecadores ninivitas en realidad llevó a la salvación de incluso más gentiles: los marineros que él esperó que lo ayudaran a escapar de Dios.
En segundo lugar, Jesús sometió su voluntad a la de Dios en su humanidad, mientras que Jonás valoró su propia voluntad por sobre la de Dios.
Para estar claros, Jesús se sometió a Dios el Padre en su humanidad no en su deidad. Dios el Hijo y Dios el Padre nunca están en desacuerdo. El Dios trino tiene una voluntad; es así de simple. Sin embargo, al contrastar Jonás con Jesús nos ayuda a exaltar a Cristo. La muerte de Jonás parece casi suicida y nada nos lleva a pensar que su deseo de muerte ilustra una rendición a la voluntad de Dios de predicarle a los ninivitas. De hecho, su depresión en respuesta al arrepentimiento y a la salvación de los ninivitas confirma que mientras el corazón de Jonás hacia Dios podría haber cambiado en Jonás 2, él no aceptó la voluntad de Dios completamente desde su corazón.
Por supuesto, Jesús es mayor que Jonás. El mar que Jonás enfrentó parece pequeño mientras consideramos a Jesús frente a la orilla mirando hacia el mar aparentemente interminable de la ira de Dios, cuando lo vemos en el Huerto de Getsemaní en el momento que preguntó si la copa podría pasar de sus labios incluso mientras proclamaba: «Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22:42).
El Nuevo Testamento retoma a Jonás como un tipo de Cristo que ilustra a Jesús bajando y siendo tragado por la muerte antes de ser resucitado a la vida, demostrando victoria sobre el caos que separa al hombre de Dios. Ese pez fue como un carro fúnebre anfibio que bajaba a Jonás a la muerte por tres días. Por supuesto, la muerte que Jesús enfrentó era más que metafórica y su salvación perduró más de un día (Mt 12). El mundo también es un tipo de Nínive y Dios lo derrocará en el último día. Sin embargo, hoy es el día de salvación para todos los que escuchan la voz de Cristo, para todos los que se arrepienten y creen las buenas noticias de que hay perdón y redención con el Dios cuyo corazón late con misericordia y gracia. Alabado sea Dios por Jesús, ¡el gran Jonás!
Podemos hacer esto todo el día, pero hay una conexión final cuando comparamos a Jesús en Marcos 4 con Jonás 2.
En tercer lugar, Jesús es el Dios-Hombre.
Los marineros lanzaron a Jonás al agua porque temían la tormenta. No obstante, existe un detalle inesperado que podrías haber pasado por alto. Cuando la tormenta cesó, los marineros se asustaron mucho: «Y aquellos hombres temieron en gran manera al Señor; ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron votos» (1:16). En la versión griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta, la construcción gramatical para este miedo es esencialmente «súper asustados al cuadrado». Esa frase es usada casi exclusivamente en griego para describir una teofanía (cuando las personas se conectan con Dios).
Interesantemente, el Evangelio de Marcos probablemente es una recopilación de sermones de otro tipo familiarizado con Jope y los botes: el apóstol Pedro. Difícilmente puedes leer Marcos 4 sin sentir el impulso de volver a Jonás 2. Creo que Marcos y Pedro querían que pensáramos de esa manera. Y, sin embargo, las discontinuidades destacan cómo Jesús es mejor que Jonás. En Marcos 4, Jesús simplemente despierta de su sueño para unirse a los discípulos que le temen a la gran tormenta. Jesús despierta y calma la tormenta: «¡Cálmate, sosiégate!» (Mr 4:39).
Pocos han tomado nota de la sorprendente similitud entre la respuesta de los marineros de Jonás y los discípulos de Jesús en Marcos 4:41; los discípulos estaban «llenos de gran temor». Esa es la misma construcción que encontramos en Jonás 2:16: súper asustados al cuadrado. Ellos sintieron un encuentro con Dios. ¿Por qué esto importa? Los marineros de Jonás se maravillan ante el poder de Yahweh cuando la tormenta cesa; los discípulos de Jesús se maravillan de Jesús, preguntando: «¿Quién, pues, es este que aun el viento y el mar le obedecen?». ¿La respuesta? Este es el Dios-Hombre que calmará un caos más grande en la cruz. En otras palabras, el hombre Jesús es Dios mismo.