Jesús aparece en el Evangelio de Mateo como el Mesías tan esperado de Israel (Mt 1:1), el Maestro que es mayor a Moisés (Mt 5-7), el Hijo de David que gobernará y salvará a su pueblo (Mt 1:1, 21), el Hijo del Hombre que tiene la autoridad para perdonarnos los pecados (Mt 9:6) y el Hijo de Dios que da su vida por su pueblo escogido (Mt 26:63; 27:40, 43, 54).
El Evangelio de Mateo revela la sabiduría del mensaje del Evangelio y la nueva forma de vida que resulta a medida que los discípulos descubren la verdad por medio de encuentros con Jesús. Adicionalmente, el Evangelio de Mateo deja claro por medio de estos encuentros que el llamado del Evangelio es a la lealtad. La visión del Reino de Jesús nos vuelve a socializar al deconstruir nuestros valores y luego al reconstruirlos de maneras nuevas, orientadas al Reino y dirigidas a Dios que a menudo son contraculturales y muy poco naturales[1].
No obstante, Mateo hace más que simplemente compartir historias de la vida de Jesús. Y esa es la razón por la que debes predicarlo. A continuación, comparto cuatro razones más.
1) El poder y la importancia de la narrativa bíblica
Una de las claves para predicar bien los Evangelios es leerlos teniendo en mente las características literarias de una narración. Esto es especialmente cierto cuando predicamos el libro de Mateo cuidadosamente escrito. Estas son dos preguntas cruciales que los predicadores deben hacerse mientras intentan comprender las escenas individuales a lo largo del Evangelio: «¿dónde volveré a ver esto?» y «¿dónde he visto esto antes?».
Por ejemplo, tanto al comienzo como al final de este Evangelio, una de las preocupaciones principales de Mateo es clarificar la identidad de Jesús: ¿quién es este hombre? Observa la última línea del libro: «Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (LBLA). Es claro que los lectores vean que las promesas del primer capítulo —«¡He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios con nosotros»— ha sido cumplida en el último. Jesús es el «Emmanuel» (Mt 1:23, LBLA). Ahora Jesús declara que Él estará siempre con sus seguidores. La única reacción apropiada a esta declaración es adoración; adoración al único Dios verdadero que ahora se revela en el Evangelio de Mateo como Jesús mismo (Mt 28:17).
2) El retrato Cristológico
Mateo nos cuenta la razón por la que Jesús vino a morir: perdonar a su pueblo de sus pecados (Mt 1:21). No obstante, la pregunta interpretativa lógica persiste: «¿por qué?». En esta narración del Evangelio, ¿por qué Jesús, el Hijo de Dios, colgó de la cruz y murió?
Mateo enfatiza la divina filiación de Jesús. Él acentúa su identidad como el Hijo de Dios. Este hijo, nacido de la virgen María, es el Hijo de Dios (Mt 1:18, 20; cf. 27:54). Este Hijo que se convierte en hombre es levantado en una cruz romana; Él es el Cristo de Dios (Jn 3:14-15). La dignidad del título: «Hijo de Dios» no se le habría conferido en su muerte a menos que fuese el Hijo unigénito de Dios. Por esto, Calvino declara: «[Él] es tenido como Hijo, porque antes de todos los siglos, el Verbo fue engendrado del Padre, y ha tomado nuestra naturaleza humana una unión hipostática»[2].
El retrato cristológico de Mateo capacita a los predicadores a presentar dos aspectos específicos de la cristología diseñados para enfatizar tanto a la persona como a la obra de Jesús simultáneamente.
En primer lugar, la filiación divina está asociada con la obediencia humilde. Esto es evidente por el uso que Mateo hace de la oración: «Si tú eres el Hijo de Dios» en Mateo 27:40. Esta es una cita directa de las palabras que Satanás pronunció para tentar a Jesús durante su tiempo en el desierto (Mt 4:3, 6). Así como Satanás tentó a Jesús, ahora de la misma manera los líderes religiosos tientan a Jesús mientras cuelga de la cruz (Mt 27:40, 42). Sin embargo, Él no se rindió ante sus insistencias ni satisfizo sus exigencias. Al contrario, Él decide hacer la voluntad de Dios. El Hijo de Dios fue obediente hasta el punto de la muerte, y muerte de cruz (Fil 2:8; cf. Heb 5:8). Como un verdadero siervo, el Hijo de Dios escogió obedecer costándole su vida.
En segundo lugar, la filiación divina está directamente asociada con el perdón de pecados. El Hijo de Dios se hizo carne para poder redimir al pueblo escogido de Dios. Tres ejemplos a lo largo del Evangelio de Mateo clarifican este punto. Primero, el nombre de Jesús tiene una importancia redentora e indica las implicaciones salvíficas de su encarnación (Mt 1:21; cf. Hch 4:12). Segundo, aunque divino, tomó forma corporal con la intención de dar su vida como rescate por el pueblo escogido de Dios (Mt 20:28). Tercero, el sacrificio del Hijo de Dios actualizó la expiación (Mt 26:28). En otras palabras, Mateo no retrata la cruz como una oportunidad; al contrario, ¡hace de la redención una realidad! En la narrativa del Evangelio de Mateo, Jesús vino a salvar a su pueblo de sus pecados al dar su vida como rescate por sus pecados. En el Evangelio de Mateo, la cruz es el lugar donde el Hijo de Dios derrama su sangre para actualizar la redención de los elegidos de Dios (Mt 27:22-26). La crucifixión de Jesús es la culminación del propósito de la encarnación de Cristo: la redención. La única razón dada en la Escritura por la que el Hijo de Dios quiso hacerse carne y aceptar el mandamiento de su Padre, es que Él sería un sacrificio para aplacar al Padre en nuestro lugar.
3) La agenda misiológica
Jesús entró al mundo de manera diferente a cualquier otro hombre. Él murió como ninguna otra persona en la historia. Mateo nos enseña que su vida y su muerte exigen una respuesta. La confesión del centurión revela un resultado misiológico a medida que los santos judíos y los gentiles romanos testifican su identidad (Mt 27:53-54; cf. 3:17; 14:33; 17:5). Esto acentúa la misión que su muerte requiere: la muerte de Jesús da vida (Mt 27:54) y es salvífica para las personas de toda nación que profesan fe en su nombre (Mt 28:16-20).
El propósito central de la misión de Jesús es revelado en su pasión: el Hijo de Dios fue crucificado para salvar a su pueblo de sus pecados (Mt 1:21; cf. Lc 4:47; Hch 5:31; Ap 1:5). Él derramó su sangre por el perdón de sus pecados (Mt 26:28). El pueblo que vivía en la oscuridad (Mt 27:45) ha visto la luz del Evangelio en la gloria de Cristo en la muerte de cruz de Jesús (Mt 27:50; 2Co 4:4). La conversión de los gentiles en el Evangelio de Mateo (Mt 27:54; cf. 1:5; 2:1) es el cumplimiento de la proclamación profética que Jesús había hecho antes (Mt 4:15-16). La luz brilló en las tinieblas en el rostro de Jesús (2Co 4:6). Cuando la oscuridad de la muerte envolvió los cielos (Mt 27:45), una luz nació sobre un monte llamado Calvario.
4) La revelación de un nombre trino
Según Mateo 28:19, debemos bautizar discípulos en «el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», el nombre trino.
Puesto que se le dio el nombre de «Jesús», que expresa su real identidad y la tarea que tenía ante Él, ahora, con su obra de la cruz completa, descubrimos que «el nombre» que todos sus seguidores deben compartir es el nuevo «nombre» del Dios viviente: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo[3].
Cualquier lector del Evangelio de Mateo debe reconocer la singularidad de esta revelación en este Evangelio. Tres personas en un solo ser divino. Tres personas coeternas e iguales relacionadas por procesiones y ahora reveladas en misiones[4].
Mateo es claro, la Gran Comisión de la iglesia es dar a conocer a Dios como Trinidad porque no podemos bautizar personas en «el nombre» si nunca han escuchado del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto es lo que tus vecinos judíos, musulmanes, mormones y testigos de Jehová necesitan conocer: la verdadera enseñanza del «nombre», el nombre trino; ¡el Dios trino!
Quienes siguen a Jesús y se convierten en verdaderos discípulos son atrapados en esta vida divina si son identificados por su asociación con el nombre trino.
¿Por dónde comenzar? La pregunta natural entonces se convierte en: «¿por dónde comienzo?».
Mi sugerencia, especialmente para los predicadores jóvenes, es rotar por cada uno de los cinco discursos del Evangelio como cinco series separadas de sermones: Mateo 5-7 (el Sermón del Monte); Mateo 10 (el discurso misiológico); Mateo 13 (el discurso parabólico); Mateo 18 (el discurso eclesiológico); Mateo 23-25 (el discurso escatológico). Para Mateo, estos deben ser los fundamentos de lo que la iglesia debe enseñarle a los nuevos discípulos (Mt 28:20).
Encuentra aquí la serie completa “Predicando toda la Biblia”.
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.
[1] Aquí fui influenciado por las clases de Jonathan Pennington. Para saber más, ver sus obras publicadas sobre los Evangelios: Reading the Gospel’s Wisely: A Narrative and Theological Introduction [Cómo leer sabiamente los Evangelios: una introducción narrativa y teológica] (Grand Rapids: Baker, 2012) y The Sermon on the Mount and Human Flourishing: A Theological Commentary [El Sermón del Monte y el florecimiento humano: un comentario teológico] (Ada, MI: Baker Academic, 2017).
[2] Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, 2.14.5.
[3] N.T. Wright, Matthew for Everyone, Part 2: Chapters 16-28 [Mateo para todos, Parte 2: capítulos 16 al 28] (Louisville, KY: Westminster John Know Press, 2004), 2008.
[4] Fred Sanders, The Triune God [El Dios trino], NSD, ed. Michael Allen y Scott Swain (Grand Rapids: Zondervan, 2016), 156-159.