Desde la década de 1950, la cultura occidental ha creado una maquinaria de gestión industrial que ha navegado los cambios sísmicos en los negocios y la tecnología que llevaron al surgimiento de la era digital. Durante ese tiempo, los ministerios cristianos en los Estados Unidos también tomaron prestado el lenguaje y las tácticas de la administración de negocios, y las implementaron en sus iglesias locales. El resultado fue ministerios a gran escala que, si soy bastante franco, se verían muy extraños en la mayoría de las partes del mundo.
No estoy sugiriendo que las innovaciones modernas no hayan servido para el avance del Evangelio, pero junto a estas novedosas prácticas también ha surgido un flujo constante de escándalos en el liderazgo ministerial. En un esfuerzo por utilizar las mejores prácticas de las empresas de marketing, la misión de alcanzar a las personas por Cristo se transformó en ministerios a gran escala que permitieron que hombres y mujeres vivieran las vidas secretas de ricos y famosos hasta que se expuso el fraude.
El fracaso de los métodos ministeriales modernos
La exposición de los fracasos ministeriales modernos no es nada nuevo. Lee el libro de Hechos y las epístolas pastorales y obtendrás una impresión clara, para parafrasear a William Gurnall, de que un cristiano (particularmente, un ministro cristiano) se asemeja a un hombre que camina por un sendero donde sus enemigos se esconden en los arbustos listos para disparar flechas hacia él en cada giro. Con tales obstáculos y oposición contra los hombres que buscan liderar al pueblo de Dios, ¿es acaso sorprendente que los fracasos crónicos en el liderazgo de las iglesias y ministerios parezcan dispararse en la era de los ministerios mediáticos inducidos por el COVID?
En esta era de fracaso ministerial, Sé líder: 12 principios sobre el liderazgo en la iglesia, escrito por Paul Tripp, es un recurso bienvenido. Este no es otro libro de instrucciones sobre la autopista al cielo. Al contrario, clarifica una visión de liderazgo en la iglesia local en una era de crisis.
Sé líder nos recuerda que la gran necesidad de las iglesias son comunidades de liderazgo sanas (15). Tripp pregunta:
¿Podría ser que la forma en que hemos estructurado el liderazgo de la iglesia local, la forma en que los líderes se relacionan entre sí, la manera en que formamos la descripción del trabajo de un líder y el estilo de vida diario de la comunidad de liderazgo puedan ser factores que contribuyan al fracaso pastoral? ¿Podría ser que mientras los líderes estamos disciplinando al pastor, lidiando con el daño que ha dejado atrás y trabajando hacia la restauración, necesitamos mirar hacia adentro y examinar lo que su caída nos dice sobre nosotros mismos? ¿Podría ser que estemos mirando a los modelos equivocados para entender cómo liderar? ¿Podría ser que, al enamorarnos de los modelos corporativos de liderazgo, hayamos perdido de vista las ideas y valores más profundos del evangelio? ¿Podría ser que hayamos olvidado que el llamado a liderar la iglesia de Cristo no se resume en organizar, dirigir y financiar un catálogo semanal de reuniones y eventos religiosos? ¿Podría ser que muchas de nuestras comunidades de liderazgo no funcionan realmente como comunidades? ¿Y podría ser que muchos de nuestros líderes no quieren realmente ser liderados, y muchos en nuestra comunidad de liderazgo no valoran la verdadera comunidad bíblica? (15).
La respuesta obvia a estas preguntas es un estrepitoso: «¡sí!». El foco de Tripp comienza y permanece en la vida en comunidad de la iglesia local, no en un enorme imperio mediático. Las iglesias locales son el foco de la Biblia y, por lo tanto, deben ser el foco de los líderes cristianos. No obstante, mucho de lo que los magnates del liderazgo pastoral moderno discuten en sus libros y seminarios guarda poca o ninguna similitud con la enseñanza de la Biblia sobre quiénes deberían servir en la iglesia y cómo deberían hacerlo una vez en el cargo.
Los peligros del aislamiento en el liderazgo
Tripp es un antídoto bienvenido contra este virus. Las iglesias no necesitan meramente un líder, necesitan líderes: una pluralidad de líderes (cf. Tit 1:5). Por diseño bíblico esta comunidad de líderes no debe enfocarse únicamente en un líder individual porque eso lleva a la inevitable consecuencia del aislamiento en el ministerio. El aislamiento es peligroso y mortal (16-17). Un hombre aislado es un hombre vulnerable. Dicho de manera simple, los líderes cristianos necesitan amigos, amigos reales.
El problema es que las iglesias han divorciado la amistad del liderazgo, asumiendo que es subespiritual. Muchos creen que los líderes deben ser solitarios porque sus habilidades aparentemente se levantan por sobre las necesidades de los «meros» seres humanos. Se requiere una súper espiritualidad para el liderazgo. La amistad es un complemento opcional. Como resultado, las comunidades de liderazgo evalúan la salud espiritual de un líder simplemente por cuán bien (o no) toman decisiones de liderazgo o cuán bien se «desempeñan» en el escenario.
Las comunidades de liderazgo sanas, sin embargo, según Tripp, promoverán amistades que aman servirse mutuamente (23) como líderes que crecen en dependencia los unos de los otros (23-24) para que así puedan «interrumpir [las] conversaciones privadas [los unos de los otros] con conocimientos bíblicos que nos protejan y verdades restauradoras del Evangelio» (25) para proteger al líder, a la comunidad de liderazgo y, finalmente, a la iglesia (25-26).
No valores los dones por sobre la piedad
El carácter de un líder importa más que su teología, sus dones o su pasión. Tripp pregunta: «¿Hemos cerrado los ojos ante ciertas deficiencias de carácter en un líder debido a la eficacia de su desempeño en el liderazgo?» (107). Demasiado a menudo las comunidades de liderazgo confunden el don con la piedad o están dispuestas a sacrificar lo último por lo primero. Las cualidades de un anciano en 1 Timoteo 3:1-7, sin embargo, tienen sólo un «don de desempeño»; es decir: «apto para enseñar», todo lo demás es carácter (106). Cuando las comunidades de liderazgo confiesan el valor del carácter, pero premian y elogian el desempeño, funcionalmente no valoran lo que Dios ha considerado más importante. Cuando eso ocurre, ellas «no valorará[n] lo que [nuestro] Salvador valora o [se] comportará[n] de una manera que le agrade» (109). Por lo tanto, la comunidad de liderazgo acepta lo que no debe, evaluando el desempeño del líder en lugar de su carácter y «se queda en silencio cuando debe hablar, [o] es pasiva cuando debe actuar» (113). Eso deja al líder sin protección y sin pastoreo (114) y, por lo tanto, a la iglesia vulnerable.
Los pastores necesitan relaciones profundas con otros líderes debido a sus limitaciones naturales (73-87), a los puntos ciegos de su carácter (103-115) y al crecimiento en su santidad personal (131-145). Ningún líder está diseñado para conocer o hacer todo (76), porque ningún líder es Cristo. Una comunidad de liderazgo saludable es una «comunidad de dones que opera en cooperación con los demás» (77).
Ningún líder está diseñado para realizar su trabajo de manera solitaria (76), porque «simplemente fuimos creados para nada menos que una existencia mutua». «Una comunidad de liderazgo moldeada por el Evangelio será una comunidad que alentará y permitirá la confesión» (155), pero que requiere «una vulnerabilidad redentora».
El ministerio de líderes con el que me reúno regularmente a menudo comparte una experiencia personal, pero omiten cómo ellos mismos influyen en ella. Conversan sobre los acontecimientos, las acciones y las palabras de otras personas, pero no revelan mucho su propia lucha en el corazón durante esos momentos. Siento que debo indagar un poco para comprender la lucha espiritual detrás de la dificultad de la situación (153).
No confesar nuestros pecados evita que seamos conocidos y que nos pidan cuentas. Una comunidad de liderazgo saludable permite que otros se abran para ver exactamente cómo los pecadores pecan y, mediante esta honestidad, la comunidad florecerá.
Conclusión
Finalmente, Tripp nos ayuda a ver que el ministerio de la iglesia local está orientado a las personas porque la «iglesia nunca será una comunidad de personas espiritualmente maduras si los líderes están tan ocupados buscando el éxito sin tratar a las personas inmaduras con paciencia y gracia» (44). Sin embargo, trágicamente, muchas comunidades de liderazgo permiten «las preocupaciones [ministeriales] del mundo y el engaño de las riquezas [ministeriales] ahogan la Palabra, [haciendo que] resulte infructuosa» al no preocuparse por las personas incompletas en su entorno. Esto sólo se resolverá cuando Cristo sea el objetivo y la identidad del ministerio cristiano. Como nota Tripp: «si el liderazgo del ministerio es tu identidad, entonces Cristo no lo es» (159). El ministerio no puede hacer por los ministros lo que sólo el Mesías puede hacer por ellos. En la misericordia de Dios, Él nos da a sus amigos como si fueran nuestros. Al final, el amigo que necesitamos es Aquel que vive y es la Palabra eterna: el Señor Jesucristo, el amigo de los pecadores.