Las secciones de los saludos en las epístolas del Nuevo Testamento despierta mi curiosidad. Nos entregan trozos prometedores de información, pero apenas nos dan el trasfondo completo de la historia. Sin embargo, si miramos estos versículos como arqueólogos que van tras la búsqueda de evidencias, podemos descubrir una cantidad sorprendente de verdad para nuestra edificación y ánimo. Vayan a Romanos 16, por ejemplo. Pueden leer este pasaje sin apreciar el rol vital que las mujeres desempeñaban en el ministerio de la iglesia primitiva. Nueve de los veinticuatro saludos son para mujeres, cuyos esfuerzos eran casi secundarios o tangenciales. Estas mujeres están en el centro neurálgico del ministerio de la iglesia local, desempeñando un rol vital en su misión de predicar el Evangelio. Cuatro mujeres, particularmente interesantes, que Pablo saluda específicamente de la misma manera:
«Saluden a María, que tanto ha trabajado por ustedes» (v.6)
«Saluden a Trifena y a Trifosa, las cuales se esfuerzan trabajando por el Señor» (v.12)
«Saluden a mi querida hermana Pérsida, que ha trabajado muchísimo en el Señor» (v.12)
Imagínenselo: van a reunirse en la asamblea regular con el pueblo de Dios, se lee esta gran carta teológica frente a todos y en la conclusión, ¿Pablo te saluda a ti? Sí, a ti, que piensas que pasas desapercibida. Me pregunto qué sintieron esas mujeres cuando escucharon sus nombres leídos en voz alta. ¿Se habrán dado cuenta de que serían inmortalizadas en la Santa Escritura? A continuación, les comparto, al menos, dos lecciones que podemos aprender de lo que Pablo nos dice aquí y de lo que no nos dice sobre estas cuatro mujeres.
Nuestro trabajo importa más de lo que pensamos
La mayoría del tiempo, nuestro trabajo para el Señor parece insignificante y sin valor. En especial, cuando parece producir tan poco en términos de éxito medible. Nos llaman a organizar un evento de difusión, pero casi nadie asiste; invertimos muchas de nuestras horas para aconsejar a una mujer que decide que decide ser mentoreada por alguien más; preparamos otra cena para otra nueva mamá, pero es algo que todos esperan que hagamos. Y así medimos nuestros servicio de la manera en la que medimos todo lo demás: por los resultados, por cuán llenas nos hace sentir o por el agradecimiento que recibimos. Francamente, es desanimante.
No obstante, Pablo no alaba a estas mujeres por alcanzar un cierto número de objetivos, ni por la organización exitosa del evento más grande de la iglesia en la historia de la iglesia local, ni siquiera por la agradable sensación de satisfacción que provocan sus esfuerzos. Así no es la forma en que Pablo mide el éxito del Evangelio. Aquí, al final de su gran tratado teológico, él alaba a cuatro mujeres comunes y corrientes por una cosa: trabajar duro. El verbo aquí implica «trabajo arduo». Estas mujeres pusieron toda su energía para promover la misión del Evangelio. No sabemos si estas mujeres lograron mucho o poco en términos de resultados terrenales «medibles», pero sí sabemos que fueron extremadamente exitosas. Recibieron uno de los honores más grandes en la historia del ser humano: ser alabadas, por su nombre, en la eterna Palabra de Dios. ¡Por eso sí vale la pena trabajar duro!
Así que si se han sentido desanimadas recientemente; si comenzaron a preguntarse si su trabajo en la iglesia es una gran pérdida de tiempo y de talento, no se desanimen. Ya sea que otros reconozcan sus esfuerzos o no, Dios sí lo hace. Él llamó a estas cuatro mujeres y las llama a ustedes también hoy. Anímense y no se den por vencidas. Sigan trabajando duro para el Señor. O como el autor de Hebreos nos anima diciendo, «porque Dios no es injusto como para olvidarse de las obras y del amor que, para su gloria, ustedes han mostrado sirviendo a los santos, como lo siguen haciendo» (6:10).
Nuestro trabajo importa menos de lo que pensamos
A menudo, puede parecer que las personas sólo notan a las mujeres en la iglesia que muestran sus dones de manera pública. El resto de nosotras hacemos un trabajo en silencio tras bambalinas, con poca fanfarria. Sin embargo, aquí en Romanos 16, Pablo no sólo lleva la atención a Febe y Priscila que eran adineradas e influyentes, sino que también a las hermanas Trifena y Trifosa que habían sido esclavas y ahora eran mujeres libres. Una irónica nota al margen respecto a los nombres de estas mujeres es que sus nombres significan «Fina y Delicada». Quizás ustedes se pregunten si Pablo sonreía mientras escribía: «saluden a esas arduas trabajadoras en el Señor, Fina y Delicada». El punto es: nada de nuestro trasfondo, ni las debilidades físicas ni las espirituales, ni la falta de experiencia ni de dones obstaculiza el arduo trabajo para el Señor. Todas somos aptas para recibir la misma alabanza que estas mujeres recibieron. «Por la gracia de Dios soy lo que soy», dijo Pablo en otra de sus cartas, «la gracia que él me concedió no fue infructuosa» (1Co 15:10). Que lo mismo se pueda decir de nosotras.
Sin embargo, con demasiada frecuencia, nos vemos atrapadas en saber cuál es «nuestro rol» en la iglesia, ya sea que tengamos un título, una posición o, como nos gusta decir, «un lugar para servir» o no. Nos vemos encerradas en rivalidades insignificantes con otras mujeres, comparándonos y obsecionándonos con quién obtiene mayor reconocimiento o sirve más. Los saludos de Pablo vuelve a dirigir misericordiosamente nuestra mirada a las razones correctas para el ministerio. Como María, deberíamos trabajar duro «por ustedes» —nuestro trabajo debe venir del amor por el pueblo de Dios. Y como las hermanas Trifena y Trifosa y la «querida hermana Pérsida» nuestro trabajo debe ser «en el Señor»— para la gloria de nuestro Salvador. Estas mujeres no se esforzaron para obtener posición y honor, sino que daban sus corazones en servicio para una causa mayor en la historia humana: la proclamación del Evangelio de Jesucristo. Y también deberíamos hacerlo nosotras. Sigamos su ejemplo y recordemos que la causa por la que estamos trabajando es mucho más importante que el tipo de trabajo que hacemos por esa causa. Estemos dispuestas, de hecho, animadas, para trabajar arduamente en la posición más baja en la iglesia.
Quizás es fácil pasar por alto la conclusión del libro de Romanos, asumiendo que lo importante ya se cubrió en los primeros quince capítulos. Sin embargo, realmente, el libro de Romanos termina con una pregunta urgente para cada una de nosotras: ¿están trabajando duro para el Señor? Si Pablo enviara una carta a tu iglesia hoy, ¿son el tipo de mujer a la que él saludaría y agradecería? Que sea nuestro anhelo buscar sin vacilar la gloria y el honor de esas mujeres que se estaban esforzando para ser conocidas simplemente como trabajadoras para el Señor.
Publicado originalmente en GirlTalk. | Traducido por: María José Ojeda

