Necesitábamos pintar las paredes de la guardería de nuestra iglesia. Así que ahí estaba yo, en mi día libre con una brocha en mi mano. Una canción country que nunca había escuchado antes («The Dollar», de Jamey Johnson) sonaba en la habitación mientras yo salpicaba la primera capa de pintura de un color llamado «oso polar» sobre la puerta de entrada.
Debido a esta extraña confesión, podrías estarte preguntando cómo llegué a estar pintando con música country. Tampoco estoy seguro de cómo sucedió eso. Sin embargo, Dios usa todo para llamar nuestra atención. La canción trataba sobre un pequeño niño cuyo padre siempre parecía estar muy ocupado trabajando como para pasar tiempo con él. Así que el niño guarda sus centavos y al final de la canción le hace una oferta a su papi:
Mamá, ¿cuánto tiempo podré comprar con esto?
¿Es suficiente para solo una tarde, un día o toda una semana?
Si no me alcanza, entonces, ¿cuánto más necesitaría para que papá pase tiempo conmigo?
Parado ahí, medio golpeado, quedé paralizado. «¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Le he robado tiempo a mi esposa y a mis hijas para estar en esta vacía habitación?». Y de pronto, la amarga ironía de mi cruzada por servir a mi iglesia a expensas de mi familia se reveló, de la misma forma en que ese viejo feo azul se dejó entre ver luego de haber aplicado la primera capa de pintura blanca.
Entre los pastores y los plantadores de iglesia jóvenes, no hay nada menos que una gran presión por dar cada momento de nuestras vidas a las iglesias a costa de nuestras familias. Pero hermanos, esto no debe ser así.
A continuación, quisiera mostrar cuatro mentiras que pueden provocar que los pastores jóvenes descuiden a sus familias:
1. Puedo liderar mal a mi familia y poderosamente a la iglesia
Como pastores, nuestro liderazgo de la iglesia local nunca es más importante que nuestro liderazgo en el hogar. Piensen en este conocido versículo: «que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad; (pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?)» (1Ti 3:4-5).
En la puerta de entrada del ministerio pastoral, vemos que si un pastor no es un hombre de familia, tampoco es un hombre de iglesia. Ten en cuenta que para aquellos que tienen familias, cuidarlos bien es un prerrequisito para el ministerio. Los ancianos deben ser, antes de aceptar el cargo, ejemplares en invertir y dirigir bien a sus familias.
Los pastores, en especial los plantadores de iglesias y aquellos que llegan a una nueva iglesia, son fuertemente tentados a ceder a estos requisitos familiares por el bien de su nuevo rebaño. No obstante, para que Dios apruebe y bendiga nuestro pastoreo, debemos pastorear a aquellos que están más cerca de nosotros: nuestras familias.
2. Mi familia admirará mi adicción al trabajo porque es para Jesús
Si dedicamos todo nuestro tiempo a la iglesia a expensas de nuestras familias, eso no se traducirá en devoción a Cristo. Al contrario, nuestras familias lo verán por lo que es correctamente: una obsesión enfermiza por el ministerio. No huele a devoción, sino que a ambición egoísta.
Por otro lado, podemos estar seguros de que la demostración suprema de la devoción es la presencia. Podemos decirles a nuestras familias que las amamos, pero donde sea que esté tu mayor compromiso, allí vamos a estar. Aún un niño de cinco años entiende esto. No podemos bautizar al abandono. O estamos presentes y comprometidos con los que amamos o no lo estamos. Y si nuestro amor por Jesús significa que no podemos amar a nuestras familias, entonces estamos tentando a nuestras familias a que finalmente tengan resentimiento en contra nuestra, contra la iglesia local e incluso contra Jesús.
3. Después de que ordene a la iglesia, entonces invertiré en el hogar
Si estás liderando una plantación o la revitalización de una iglesia, es probable que existan algunas piezas grandes que deben ponerse en orden. Pero la verdad es que tu iglesia nunca podrá estar «en orden». Siempre hay otra montaña que escalar u otro incendio que apagar.
Haríamos bien en adoptar la vieja consigna: semper reformanda. Nuestras iglesias locales están siempre reformándose. Algunas iglesias son más saludables que otras. Sin embargo, si retrasamos completamente nuestro compromiso con el hogar para ordenar nuestras iglesias, nunca podremos darle a nuestras familias el tiempo y la atención que merecen.
4. Si no le doy todo a la iglesia, morirá
Esto no solo es un error de principiante; es un error teológico. Cristo es la cabeza de su iglesia; no nosotros. Y cuando lo damos todo, cuando abandonamos a nuestras familias, apuntamos a tomar el lugar de nuestro Señor Jesús resucitado, del Alfa y la Omega de Apocalipsis 1, de Aquel que tiene ojos como fuego.
Como pastores, debemos preocuparnos simplemente con ser fieles porque es Dios quien hace madurar a su novia. Sí, debemos esforzarnos y debemos hacerlo sabiamente. No obstante, también debemos confiar en Dios con nuestros esfuerzos dentro del cuerpo a medida que le damos primera prioridad a nuestras familias. Cristo es la cabeza de la iglesia; no nosotros y eso es algo bueno.
Aun cuando luchamos con aplicar todo esto a nuestras vidas, fallaremos. Pero Dios, en respuesta a la oración, derramará su gran gracia. Pídele a Dios que te dé la fe para confiarle tu iglesia local a Él.
No imitemos al hombre en Cantar de los Cantares: «me pusieron a guardar las viñas, pero mi propia viña no guardé» (Cnt 1:6).
Nuestras familias son las personas más cercanas a nosotros y por esa razón la responsabilidad de discipularlos y limpiarlos en la Palabra es suprema.
Pastores, confiemos en Dios y guardemos nuestras propias viñas.