Toma en cuenta cómo reaccionas frente a los siguientes eventos inesperados de la vida:
*Tu esposo pierde su trabajo y viene un bebé en camino.
*A tu hijo le han diagnosticado una enfermedad crónica que requiere medicamentos caros y atención de los síntomas.
*El ministerio que te has esforzado por construir aún no funciona como debiese.
*Debes cambiarte de casa porque cambiaste de trabajo, pero no puedes vender tu casa.
Si eres como yo, y si alguna de estas circunstancias se ha presentado en tu vida, estarías preocupada. Tu mente se llenaría de suposiciones; pasarías noches en vela pensando en todas las cosas que necesitas hacer y todas las que podrían salir mal. Tu estómago se retorcería y te darían punzadas en la cabeza. Te sentirías incapaz y abrumada.
Tal preocupación pareciera venir naturalmente a nosotras. Es algo que hacemos sin siquiera intentarlo, casi como respirar. Para muchas de nosotras, es una forma de vivir y no podemos imaginarnos un día sin preocupaciones.
La preocupación es un tipo de pecado “aceptable”. Un pecado aceptable es algo que consideramos normal porque todos lo hacen, como chismear o tomar un litro de helado compulsivamente al final de un día estresante. De muchas formas, la preocupación se vuelve “aceptable” porque es algo que hacemos con otros. A veces, pareciéramos tratar de hacer sentir a nuestras amigas que nuestras preocupaciones son mayores que las de ellas al comparar el estrés de nuestro día, la responsabilidad que tenemos en el trabajo y cuán llenas están nuestras agendas.
Como creyentes, sabemos que Jesús dijo, “no se preocupen…” (Mt 6:25-34); no obstante, ¿cómo podemos hacerlo? ¿Cómo podemos enfrentar la pérdida de un trabajo, la enfermedad, la inseguridad y el futuro desconocido sin preocuparnos?
OLVIDAR Y RECORDAR
Pienso que mientras más envejezco, más olvidadiza soy. Entro a una sala, paro y me digo a mí misma, “¿por qué vine para acá?”. Mientras más ocupada estoy, más olvidadiza me pongo. He olvidado citas con el médico, cumpleaños de familiares y cosas de mi lista del supermercado. Para refrescar mi memoria, he escrito notas y las he puesto en lugares importantes. Es más, les he encargado a mis hijos que me recuerden los lugares a los que tenemos que ir para no olvidar llevarlos.
La preocupación es fundamentalmente un asunto de falta de memoria. Nos vemos envueltas en lo que está sucediendo alrededor de nosotras y olvidamos quién gobierna y reina sobre las preocupaciones de nuestra vida. Olvidamos que no nos pertenecemos a nosotras, sino que a Dios; olvidamos la gracia inalterable de Dios para nosotras.
Cuando estamos preocupadas con los problemas de esta vida, necesitamos refrescar nuestra memoria; necesitamos recordarnos la verdad; necesitamos llevar nuestro corazón a nuestro Dios soberano, recordando quién es él y qué ha hecho.
CUATRO COSAS QUE DEBEMOS RECORDAR EN MEDIO DE LAS PREOCUPACIONES:
1. Esto no sorprende a Dios: Dios es soberano sobre todo. Él sabía antes que todo comenzara que tú serías su hija, salvada por la sangre de su Hijo. El que puso las estrellas en el cielo y usa las nubes como reposapiés sabe cuántos cabellos tienes en tu cabeza, la cantidad de días que vivirás y lo que dirás antes de que lo digas (Sal 139:4). En Mateo 6 se nos dice que Dios sabe lo que necesitamos. Por lo tanto, esta situación que te mantiene despierta en la noche no sorprende a tu Padre en el cielo. Él no se impacta por eso; no se confunde ni se come las uñas preguntándose qué hacer. Incluso esa situación está bajo su control. Él sabe exactamente cómo la usará para su gloria y para tu bien. “Esto no sorprende a Dios” es una frase que me digo a mí misma en medio de las circunstancias angustiantes.
2. Dios es bueno y fiel: unas de las características que definen a Dios son su bondad y su fidelidad. “Porque el Señor es bueno y su gran amor es eterno; su fidelidad permanece para siempre” (Sal 100:5). Dios es santo y justo; él sólo puede hacer lo que es bueno.
También es fiel: cumple su palabra. Las mismas palabras de Dios hacen que las cosas sucedan, “porque yo, el Señor, hablaré, y lo que diga se cumplirá sin retraso…” (Ez 12:25). “El Señor Todopoderoso ha jurado: ‘Tal como lo he planeado, se cumplirá; tal como lo he decidido, se realizará’” (Is 14:24). Hemos visto su fidelidad al cumplir las promesas del pacto, culminando con el sacrificio y muerte de su propio Hijo en nuestro lugar. Como Pablo nos anima en su carta a los romanos, “el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” (8:32). En medio de nuestras preocupaciones, necesitamos recordarnos a nosotras mismas que Dios es bueno y fiel.
3. Dios provee para sus hijos: La Escritura nos dice que somos hijas adoptadas del Padre. “Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad” (Ef 1:4-5). Cuando nos preocupamos y nos inquietamos con cosas, hemos olvidado quién es nuestro Padre; hemos olvidado quiénes somos como sus hijas. Vivimos como si fuéramos huérfanas sin hogar y sin un Padre que se preocupa por nosotras.
Cuando olvidamos esta verdad, vivimos como los israelitas que Dios llamó para que fueran su pueblo. Él los libró y rescató de la esclavitud; sin embargo, ellos lo olvidaban una y otra vez. Cuando tenían hambre, inmediatamente pensaban que Dios permitiría que murieran en el desierto. Cuando Moisés fue al monte y no volvió por un buen tiempo, ellos decidieron adorar ídolos. Cuando sus enemigos parecían ser demasiado fuertes, ellos asumían que serían vencidos.
No somos diferentes a ellos. También olvidamos que Dios es Jehová Jireh, nuestro proveedor. Olvidamos cómo él nos entregó salvación. Olvidamos que él nos da todo lo que necesitamos para completar cualquier tarea a la que nos ha llamado. Cuando nos consume la preocupación, necesitamos recordar que Dios es quien provee para nosotros.
4. La gracia de Dios es suficiente: Todo en nuestra vida viene por la gracia de Dios: nuestra vida, el aire que respiramos, la salvación, el crecimiento, nuestra perseverancia en la fe, todo. Su gracia es suficiente; es un pozo que nunca se seca. Podemos depender y confiar en su gracia porque él ha prometido nunca dejarnos ni abandonarnos. Él ha prometido completar la obra que comenzó en nosotras. Confiamos y creemos que él nos dará la gracia que necesitamos para sobrevivir cualquiera sea la circunstancia que nos preocupe.
En este mundo caído y quebrantado, tendremos suficientes oportunidades y razones para preocuparnos. Además, porque tendemos a ser olvidadizas, nos veremos tentadas a preocuparnos. Sin embargo, Dios, por medio de su Espíritu, nos dará gracia sobre gracia. Nos ayudará a recordar lo que él ha hecho.