Todo comenzó cuando un profesor del seminario le dijo a Carolyn Custis James que «nunca ha habido grandes teólogas». Esto podría haber detonado una comprensible explosión de orgullo femenino, pero en lugar de eso, lo que James inició fue una honda reflexión sobre las razones por las cuales no sólo su profesor creía esto sino también una abrumadora cantidad de mujeres.
Básicamente, comprobó que la palabra «teología» daba lugar a una enorme cantidad de malentendidos, pero lo mejor de todo fue que, en su deseo de contrarrestarlos, escribió un libro que recupera valientemente el sentido original de la palabra: practicar la teología es ir descubriendo a Dios, pero no como quien ejerce una disciplina académica sino en el encuentro de la Palabra con nuestra vida real (de ahí el título —Cuando la vida y las creencias chocan—). James, entonces, busca incentivar el desarrollo de las mujeres en esta área, pero es evidente que, al examinar tan agudamente la condición humana, traspasa los corazones de hombres y mujeres por igual.
Un pilar de su libro es María (hermana de Lázaro y Marta, de Betania), a la cual James considera una de las primeras grandes teólogas. En un principio esto puede parecer forzado, pero a medida que el argumento se desarrolla, James no sólo comienza a convencernos sino que nos cautiva y motiva con la evolución de la fe de esta mujer. En el libro se nos muestran tres escenas de su vida, pero lo que James hace es también sacar partido de ellas para estructurar su argumento:
- María escucha a Jesús pese a que Marta la espera en la cocina (Necesitamos conocer a Dios).
- María llora la muerte de Lázaro (Lo que conocemos de Dios se pone a prueba en los problemas).
- María unge a Jesús para la sepultura (Lo que conocemos de Dios determina nuestra capacidad de servir a otros).
En esencia, James quiere mostrarnos que, cuando se trata de conocer a Dios, hemos hecho una peligrosa división entre razón y acción —o entre María y Marta, a las cuales caricaturizamos para luego quedarnos con una—. Esto no sólo es artificial, sino que además estanca nuestro crecimiento, provoca decepción y, peor aun, nos incapacita para servir.
Cada sección incluye desafiantes reflexiones sobre su tema, pero es importante decir que la autora jamás recurre a un lenguaje complicado. Si algo la caracteriza es su cercanía, y en ese sentido, su propio libro es la prueba de que la teología no es dominio exclusivo de quienes hablan con tecnicismos.
Una característica evidente del texto es también su frecuente uso de historias reales.
James no habla en abstracto sino que, utilizando ejemplos, muestra cómo nuestra experiencia varía dependiendo de las ideas que tenemos sobre Dios.
En resumen, creo que, gracias a herramientas como estas —además de una teología muy bien fundada—, Carolyn C. James logra su objetivo en forma brillante. No sólo desafía conceptos sumamente arraigados (como por ejemplo, en relación con el rol de la mujer), sino que desnuda con una inusitada eficacia los abusos que aun las congregaciones más bíblicas pueden llegar a cometer.
Recomiendo, por tanto, que no sólo las mujeres lo lean, sino que también los hombres (incluidos los pastores) reflexionen seriamente sobre su mensaje. Conocerán a una autora sobresaliente, pero por sobre eso, recibirán aliento y guía para conocer y servir a ese Dios que aún tiene mucho por mostrarnos.