Desde que nacemos, nuestras vidas giran en torno a nuestras rutinas diarias. Nos levantamos cuando el sol sale y nos acostamos cuando el sol se pone. Trabajamos durante la semana y descansamos el fin de semana. A nuestros estómagos no les toma mucho tiempo avisarnos cuando nos saltamos una de nuestras tres comidas diarias. Vamos a la escuela durante el otoño, el invierno y la primavera, y jugamos todo el verano. Celebramos las mismas fiestas año tras año.
Dios creó las rutinas cuando puso el sol y la luna en el espacio. Organizó nuestra semana al darnos un día de descanso. Incluso a los israelitas les dio festividades, celebraciones y conmemoraciones anuales.
Los pediatras nos dicen que los niños se desarrollan mejor y se sienten más seguros cuando tienen rutinas y estructuras en su día. Estas le dan forma a nuestro día y evitan que nos distraigamos. Sin duda, las rutinas son buenas; no obstante, pueden convertirse en algo que no lo es: un ídolo en nuestro corazón.
El ídolo de la rutina
Juan Calvino dijo que nuestros corazones son fábricas de ídolos. Constantemente estamos buscando otras cosas que adorar en vez de a Dios. Incluso las cosas buenas que Él nos ha dado pueden convertirse en un ídolo, al que le damos el primer lugar de nuestros corazones. Como escribe Tim Keller, «Cuanto mejores sean [los bienes], más probable es que esperemos que puedan satisfacer nuestras necesidades y anhelos más profundos. Todo puede funcionar como un dios falso, en especial las mejores cosas de esta vida» [1].
Algunas de nosotras estamos tan amarradas y somos tan definidas por nuestras rutinas que no lo podemos soportar cuando estas son interrumpidas, cambiadas o alteradas en cualquier forma. Esto se debe a lo que nuestras rutinas representan para nosotras: comodidad, descanso, control, paz. Cuando confiamos en nuestras rutinas y nos aferramos a ellas, estamos confiando en ellas para que nos den comodidad. Cuando ponemos nuestra confianza en ellas para que nuestras vidas estén tranquilas y alegres, estamos buscando encontrar paz en algo fuera de Cristo.
Nuestras rutinas también pueden ser una ilusión de que tenemos el control de nuestra vida y, como hijas de Adán, solo queremos tener el control soberano de los detalles de ella. Al hacer esto, les damos a nuestras rutinas un estatus de «salvador», que es idolatría.
Cuando las rutinas son interrumpidas
¿Cómo sabemos si es que nuestras rutinas se han convertido en un ídolo para nosotras? Un buen indicador es la manera en que respondemos cuando nuestras rutinas se ven interrumpidas. Si nuestra reacción es emocional y fuerte o nos resistimos cuando esto sucede, debemos parar y considerar si es que nuestras rutinas se han transformado en algo bueno o en un dios falso.
Cuando las rutinas son ídolos, a menudo las ponemos por sobre las necesidades de otros. Si siempre hacemos los mandados los martes en la mañana y una amiga llama desesperada porque necesita hablar y no estamos dispuestas a dejar nuestros planes de lado para animarla, ese podría ser un indicador de que nuestras rutinas tienen el primer lugar en nuestras vidas.
Cuando nuestras rutinas son nuestros ídolos, también podemos responder con miedo, preocupación y enojo cuando alguien las interrumpe. Por ejemplo, digamos que nuestro hijo siempre toma una siesta a la misma hora cada día. Sin embargo, la cita con el médico está tomando más tiempo del esperado. Comenzamos a ponernos ansiosas porque el retraso en el horario podría arruinar todo nuestro día. Comenzamos a sentir que el enojo contra el médico se enciende dentro de nosotras por interferir con nuestro horario.
Quizás se nos ha dado una responsabilidad extra que no entra en nuestro horario. Si nuestra rutina es un ídolo, podríamos responder irritados o enojados y quizás incluso nos rehusemos a completar la tarea.
Las rutinas y la confianza en el plan de Dios
Aunque las rutinas son algo bueno, la vida no siempre va como uno lo planifica. La vida en un mundo caído es generalmente impredecible. Los accidentes ocurren, la gente se enferma, alguien dentro del cuerpo de Cristo nos necesita y, a veces, Dios simplemente tiene un mejor plan para nuestro día. En cuanto a nuestras rutinas, la sabiduría de la Palabra de Dios nos dice que, «el corazón de un hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor» (Pr 16:9). También, Santiago nos dice, «más bien, deberían decir: “si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”» (Stg 4:15).
Si crees que te aferras mucho a tus rutinas, busca a Dios en arrepentimiento. Ora por un corazón que lo desee a Él por sobre la comodidad, el descanso y la capacidad de predecir las cosas. Por eso Tim Keller escribió, «Jesús debe volverse más hermoso para su imaginación, más atractivo para su corazón, que su ídolo. Esto es lo que sustituirá a sus dioses falsos»[2].
Hagamos nuestros planes y establezcamos nuestras rutinas, pero seamos flexibles al respecto y, en lugar de eso, aferrémonos a nuestra única fuente de esperanza y paz, nuestro Salvador Jesucristo.
[1] Timothy Keller. Dioses que fallan (Barcelona: Andamio, 2015), p. 19.
[2] Íbid. p. 176.