Cualquier nación del mundo que tenga el propósito de crecer, de fortalecerse y de vivir muchos años pone como gran prioridad la educación de su jóvenes. No sólo necesitan conocimiento para su propio bien (prepararse para sobrevivir y para desarrollarse en el mundo), sino que también para el bien de la sociedad a la que servirán como adultos. ¿Qué aportarán a ella? ¿Cómo los equipan sus experiencias, su conocimiento, sus habilidades para construir el tipo de sociedad en la que se supone que deberían vivir?
Una cultura próspera y que sienta sus bases en la economía adoctrinará a sus niños en la importancia de la comodidad y de la riqueza personal. Por esta razón, los capacitará para trabajar duro, para buscar la excelencia y para esforzarse con el fin de obtener recompensas materiales por su trabajo.
Una nación dictatorial infundirá por medio de la educación de sus jóvenes la retórica de la lealtad a una causa mayor; les enseñará a ser sacrificialmente obedientes por esa causa.
Una cultura que valora mucho sus tradiciones y su origen protegerá a sus jóvenes de lo «nuevo» y hará grandes esfuerzos para enseñarles cómo se hacían las cosas en el pasado, con la esperanza de que ese pasado permanezca en la realidad del presente y en la del futuro.
El Reino de Cristo no es distinto en este sentido. Aunque el éxito de su Reino es inquebrantable, hay habilidades y actitudes que debemos traspasarles a nuestros niños, las cuales son esenciales para el avance y el fortalecimiento de su Reino. Éstas son las formas que Cristo mismo nos modeló mientras establecía su Reino en la tierra; éstos son los métodos y las prioridades que necesitamos aceptar a medida que nos unimos a él en la construcción de su Reino, porque así se formará el Reino que él quiere construir.
Es un Reino de la Palabra: enseñémosles a hablar, a escuchar y a pensar
El Reino de Cristo avanza por medio de la Palabra del Evangelio (Ef 6:17; 1P 1:23-25); los discípulos de Cristo, la Palabra viva, son por necesidad personas de palabra escrita. Nuestro caminar se articula, se entiende, se comparte y continúa por medio de las palabras. Nuestro mundo fue creado a través de ellas. Necesitamos ser entrenados para usar las palabras hábilmente con el propósito de llenar y de sojuzgar este mundo por el nombre de Cristo.
Nuestros niños necesitan amar a otros con palabras, porque ellas abren con facilidad el camino para tener conversaciones sobre el Evangelio. Necesitamos desarrollar esta habilidad de la palabra en las bellas artes del debate y del pensamiento lógico, para así ser elegantes en la contraargumentación, humildes en la disposición a escuchar y rigurosos en el compromiso a la verdad. Nuestros hijos necesitan amar las palabras, ver el poder en ellas y esforzarse en unificar sus palabras e ideas para que puedan ser precisos, valientes, hábiles y sabios en la forma de hacer su trabajo como embajadores de Cristo.
Es un Reino de la reconciliación: desarrollen sus habilidades como hacedores de paz
En nuestro correcto entusiasmo por ayudar a nuestros hijos a ser santificados, debemos recordar que tenemos que fortalecerlos para establecer vínculos con otros, para aprender de otros y para escuchar bien a otros—sí, incluso a no creyentes (Stg 3:17-18)—. Nuestros hijos necesitan aprender a mantenerse firmes en la Escritura, pero también necesitan aprender a ser flexibles y comprensivos a medida que interactúan con otras personas respecto a temas que son cuestiones de gustos o de preferencias (1Co 9:19-23). Compartir la vida y la cultura en formas que nuestras consciencias nos lo permitan les muestra a otros que ellos nos importan, que somos parte de la raza humana y que porque somos como ellos comprendemos sus necesidades (en especial su necesidad de Cristo).
No hagan poco uso de los buenos modales, pues nos permiten comunicarnos con respeto y amor sin importar cuán impenetrable sea la barrera cultural (o moral). Simplemente, al practicar la cortesía y los gestos comunes que facilitan la interacción con otras personas (sonreír, mirar a los ojos, preguntar cómo están, sostener una puerta abierta, elogiar genuinamente), los va a ayudar a que puedan establecer la confianza que podría formar o derribar su testimonio del Evangelio.
Establecer vínculos no se trata sólo de evangelismo. La iglesia tiene la constante necesidad del bálsamo de la amabilidad, de la confianza y del respeto. Cuando nuestros niños hayan dominado estas habilidades, estarán equipados para ser personas valiosas que pueden ayudar a resolver conflictos y desacuerdos en sus iglesias locales. La Biblia llama a estas personas hacedores de paz y son bendecidos por este importantísimo aspecto de la construcción del Reino (Mt 5:9;Stg 3:18).
Es un Reino de amor fraternal: enséñenles a permanecer en el mundo real
Nuestras palabras necesitan ser importantes en el mundo real, no sólo en un papel o en una pantalla. Toda la comunicación que realizamos por medio de internet nos hace sentir omnipresentes. Esta poderosa ilusión a menudo conlleva una trágica ironía: mientras estemos «presentes» en aquellos que no están con nosotros, estamos frecuentemente ausentes en aquellos que sí están con nosotros. Nuestros niños están aprendiendo de nosotros que una persona habla con otra mientras están mirando sus teléfonos y que es más importante descubrir lo que está pasando en otro lugar que descubrir lo que está pasando justo frente a nuestros ojos. Esto es raro para la sociedad, pero devastador para el discipulado (término que se entiende mejor como un caminar juntos).
Enséñenles a los niños que están presentes en sus vidas a caminar verdaderamente con otros y a buscar a los «prójimos» que Dios está poniendo en sus caminos (Lc 10:36-37): la cajera del supermercado; su hermano o hermana sentado al otro lado del comedor; la anciana de la iglesia que necesita ayuda con su bolsa mientras sube con dificultad las escaleras. No dejemos que nuestros hijos tropiecen con un hombre en la calle porque sus ojos están pegados a sus teléfonos.
Si vamos a ser ciudadanos del Reino de Cristo, necesitamos conectarnos con el mundo físico en el que él está construyendo su Reino —el mundo en el que las personas se enferman, en donde las cosas se derrumban, en donde Dios usa el hambre, el dolor y la debilidad para llevar nuestra mirada a nuestra necesidad de Cristo—. Esto es lo que él hizo: él no emitió palabras abstractas desde el espacio hacia nuestra atmósfera; al contrario, «el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros…» (Jn 1:14).
En el ciberespacio, hemos creado un universo para nuestras mentes en donde podemos desviar muchos de nuestros aspectos dolorosos, agotadores y humillantes de la vida bajo el pecado. Pasar demasiado tiempo en ese inventado mundo diseñado (por nosotros) para hacernos sentir omnipotentes atrofiará rápidamente la resistencia de nuestros niños en el mundo en que Dios los ha puesto, el cual fue explícitamente diseñado (por él) para fortalecer nuestra fe (Ro 8:19-20; Stg 1:2-4).
Es un Reino ahora, pero todavía no: ¡que vengan los momentos difíciles!
La Biblia es clara: Dios usa la persecución y el sufrimiento por el bien de su pueblo (Ro 5:3-4; Heb 12:6-11; 1P 1:6-7). Como padres y ministros de los jóvenes, debemos educar y preparar a los niños para enfrentar estas difíciles lecciones, para que, como está dispuesto para ellos, produzcan una fe refinada y una alegría que es de otro mundo. No nos corresponde a nosotros poner intencionalmente a nuestros hijos en situaciones de sufrimiento: es un área que le corresponde a Dios, porque sólo él es lo suficientemente sabio y bueno para disponer los sufrimientos de la vida real como instrumentos de disciplina (las enfermedades, los accidentes y las desilusiones).
Sin embargo, cuando él lo hace, y cuando lo haga en el futuro (1P 4:12-13), es nuestra responsabilidad como hacedores de discípulos modelar una respuesta apropiada a estas experiencias. ¿Se quejan y gruñen cuando el aire acondicionado deja de funcionar? ¿Se quejan cuando los planes no salen como esperaban? ¿Dejan que el estrés provoque que digan cosas que no quieren decir? Comprométanse a cambiar estas respuestas habituales y naturales a su alrededor para que los niños y los jóvenes puedan ver lo que realmente significa «alegrarse en el sufrimiento». Quizás, algún día se verán a ellos mismos «regocijándose de que hubieran sido considerados dignos de sufrir afrenta por su nombre» (Hch 5:41). ¿Cómo aprenderán a sufrir grandes cosas —y por medio de ellas, refinar su fe en igual medida— si no han aprendido a sufrir un poco en los inconvenientes y en las pruebas que la vida trae naturalmente?
Estamos invitando a nuestros niños a ser parte de algo grande y poderoso: el Reino eterno y global de Cristo. Démosles la educación que necesitan para participar efectiva y completamente de él.
Reproducido de GoThereFor, publicado por Matthias Media. Propiedad literaria. Todos los derechos reservados. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

