Si queremos que nuestros hijos aprendan el concepto bíblico de la belleza en un mundo en el que la percepción de ésta se ha distorsionado, debemos mostrarles un ejemplo piadoso de belleza y conversar este tema con ellos.
Dios usa palabras para hablarnos de la belleza y, por lo tanto, nosotras también debemos usarlas para hablarles a nuestros hijos de ella (Dt 6:6-9; Pr 31; Ef 6:1-4).
Primeramente, debemos hablarles de la belleza de Dios. Presentémosles la belleza de su naturaleza en términos simples. Incluso un niño pequeño puede comenzar a percibir la belleza de la soberanía de Dios sobre los planetas, las estaciones del año y los océanos; la de su sabiduría en la dirección de nuestras vidas; y la de su bondad en las bendiciones diarias que recibimos.
Hablarles a nuestras hijas de cuán hermoso es Dios es aún más importante que decirles cuán hermosas pensamos que son ellas.
Ciertamente, puede ser útil contrarrestar los mensajes culturales degradantes con una enseñanza bíblica sobre la dignidad y la belleza del ser humano como imagen de Dios, pero por sobre todo, queremos dirigir la atención de nuestras hijas hacia la belleza del Creador.
A decir verdad, un énfasis excesivo en la apariencia externa de nuestras hijas (sin importar cuánto las valide) puede reforzar sus inclinaciones pecaminosas a la vanidad y el egocentrismo.
Más que seguridad o confianza en su propia belleza, queremos que nuestras hijas se fascinen con la belleza de Dios. Cuando nuestras hijas sean cautivadas por el evangelio, encontrarán una libertad y una confianza que sobrepasarán todas sus inseguridades.
En segundo lugar, debemos hablar con nuestros hijos de la belleza que agrada a Dios —la que procede de lo íntimo del corazón (1 P 3:3-6)—. Señalémosles la importancia de poner su esperanza en Dios como las santas mujeres de los tiempos antiguos.
Mostrémosles ejemplos de belleza verdadera; ¡busquémosla! Enseñémosles a ser agudas reconocedoras de la verdadera belleza en la Escritura, la literatura y las mujeres piadosas que conozcan.
A medida que hablemos con más frecuencia de la verdadera belleza, estaremos moldeando las aspiraciones de nuestras hijas y las opiniones de belleza que tienen nuestros hijos.
No sólo deberíamos hablarles a nuestros hijos de la forma en que Dios define la belleza, sino que también debemos enseñarles a reconocer la belleza falsa: el encanto y la belleza superficial que son pasajeros y engañosos (Pr 31:30).
Nuestros hijos necesitan urgentemente aprender a discernir. Debemos enseñarles a reconocer los mensajes de belleza falsa con que el mundo los ataca a cada momento.
Esto significa que, usando palabras ajustadas a su edad, debemos comenzar a hablarles de lo poco atractiva que es la falta de decoro y la vanidad que podrán ver y encontrar. Nuestras palabras deben contrarrestar y debilitar los mensajes engañosos que nuestra cultura envía sobre la belleza física.
Por último, existen palabras que es mejor no decir. Involucrar a nuestros hijos en una conversación negativa sobre nuestra apariencia, como por ejemplo, «¿crees que mamá se ve gorda con este vestido?», o «mamá quisiera ser joven y linda como tú», etc., solo torcerá el desarrollo de sus ideas sobre la belleza.
Por otro lado, hacerles comentarios sobre otras personas como: «¿puedes creer la forma en que andaba vestida?» o «esa niña realmente necesita perder peso» no sólo es cruel, sino que enseña a nuestros hijos a juzgar a otros basándose en la apariencia externa.
No sólo debemos ser cuidadosas con la forma en que les hablamos a nuestros hijos de la belleza, sino que también debemos poner cuidado en cómo hablamos frente a ellos, aun cuando parezca que no están poniendo atención; los niños pequeños tienen buen oído. Todo lo que comunique un mensaje no bíblico sobre la belleza —las conversaciones con nuestros maridos, con una amiga o aun lo que murmuramos entre dientes para nosotras mismas— puede dar una mala impresión a nuestros hijos.
Además, no estamos sirviendo a nuestras hijas al lanzarles indirectas sutiles (que nunca son tan sutiles como creemos) sobre su apariencia. Si observamos que nuestras hijas necesitan cambiar sus hábitos alimenticios o cuidar de su apariencia en una forma que glorifique más a Dios, podemos darles consejos prácticos sobre su dieta o, gentilmente, mostrarles cómo la Escritura debería influir en su búsqueda de la belleza. De otro modo, molestarlas y criticarlas sólo avivará la desilusión o el resentimiento.
Por el contrario, a medida que nuestras hijas crezcan, avanzarán mucho en su propia búsqueda de la belleza bíblica si admitimos humildemente nuestras propias luchas con el tema. A medida que ayudemos a nuestras hijas a ver cómo procuramos aplicar la verdad de Dios, podremos impartirles el discernimiento y la convicción que necesitan.