Existen muchas cosas complicadas y difíciles respecto a la crianza: enseñarle a nuestros hijos a orinar en la bacinica, para empezar; el pasillo de golosinas en el supermercado; ver a tu hijo sufrir por estar enfermo; la adolescencia temprana; y podría continuar.
Existe un área de la crianza que me golpea justo en el corazón. Es doloroso de ver y difícil de soportar. Me recuerda a mi propio corazón y a mi propia carne débil. Sin embargo, es parte de la vida y es algo en lo que nuestros hijos necesitan ser discipulados por nosotros. ¿De qué estoy hablando?: del fracaso.
Todos hemos fracasado en algo en nuestra vida: tal vez no llegamos a ser parte del equipo al que nos presentamos; quizás nos esforzamos en estudiar para un examen y fallamos; muchos de nosotros sabemos lo que significa no obtener el trabajo o el ascenso que queríamos; tal vez un ministerio que creamos fue aplastado y quemado; o un sueño que esperamos por mucho nunca fructificó. De una u otra manera, todos sabemos lo que significa fracasar.
La forma en que respondemos y lidiamos con el fracaso es crucial. Ahí es donde nuestros hijos necesitan nuestra ayuda y consejo, puesto que experimentarán el fracaso en sus vidas. Sus fracasos podrían verse de manera diferente a los que nosotros hemos enfrentado. Algunos de los fracasos que nuestros hijos experimentan podrían parecer pequeños, pero su respuesta ante ellos ahora, como niños, los ayudará cuando enfrenten fracasos mayores en el futuro. Por ejemplo, ayudar a tus hijos a aprender a fallar en un examen ahora, los ayudará a prepararlos cuando fracasen en obtener el trabajo que quieren en el futuro.
Discipula a tus hijos en el fracaso
Enséñales a lamentar sus fracasos: el fracaso es desilusionador; duele. Nuestros hijos podrían estar frustrados con ellos mismos, quizás incluso enojados. Podrían estar tristes por no haber logrado aquello por lo que se esforzaron tanto. Como padres, debemos esperar que nuestros hijos tengan una reacción emocional al fracaso. Tener respuestas emocionales es parte de ser humano. Necesitamos escuchar aquellas respuestas emocionales y reaccionar con comprensión y empatía. También necesitamos ayudar a nuestros hijos a aprender qué hacer con esas emociones. La Biblia nos enseña a ir a Dios con nuestras emociones. Necesitamos ayudar a nuestros hijos a aprender a clamar a Dios en lamento. Podemos modelarlo por ellos al orar en voz alta, contándole a Dios nuestra desilusión, tristeza, enojo y otros sentimientos asociados con el fracaso. Le pedimos a Dios que esté con nuestros hijos y que los ayude a salir de ahí, que él sea su paz y su consuelo. También alabamos a Dios por quién es él y por lo que ha hecho, reconociendo que él conoce y gobierna sobre todas las cosas. Animemos a nuestros hijos a lamentarse ante Dios también.
Recuérdales por qué fracasamos: cuando nuestros hijos fracasan en algo, es una buena oportunidad para recordarles que nadie es perfecto. Los humanos somos limitados y finitos; cometemos errores; olvidamos cosas; no siempre obtenemos una nota perfecta. Podemos afirmar el anhelo que tienen por la perfección, porque todos tenemos el sentimiento de que las cosas no son cómo deberían ser. Podemos recordarles a nuestros hijos la Caída del hombre y lo que le pasó a nuestros patriarcas. Asimismo, podemos señalarles la eternidad cuando todas las cosas sean reparadas.
Ayúdales a aprender de sus fracasos: siempre hay lecciones que se deben aprender en el fracaso. A menudo, después de que el fracaso acaba de suceder, no es momento para enseñar esas lecciones; más bien, después de que sus emociones se hayan calmado y estén listos para hablar de ello. Es ahí cuando podemos ayudar a nuestros hijos a pensar reflexivamente en lo que sucedió y a considerar lo que aprendieron de ese fracaso. Quizás fracasar en un examen revela una necesidad por estudiar más o estudiar de una manera diferente; tal vez no ser parte del equipo significa que requiere más práctica. Podrían haber también algunas lecciones sobre el perfeccionismo, la idolatría y la dependencia de Dios en todas las cosas.
Señálales a Cristo quien nunca fracasó: sobre todo, necesitamos señalarles a Cristo a nuestros hijos, quien fue perfecto para ellos. Él nunca fracasó; vivió la vida que nosotros no pudimos vivir y murió la muerte que nosotros merecíamos. Cuando Dios nos mira a nosotros, él no ve nuestro pecado, sino que ve la justicia de Cristo. Aunque podemos fracasar, Cristo nunca lo hará. Él será para nosotros lo que nosotros no podemos ser para nosotros.
El fracaso es una parte de la vida. Es difícil para todos nosotros. Sin embargo, es importante que ayudemos a nuestros hijos a aprender y a madurar por medio de él. Fracasarán en cosas; necesitamos enseñarles cómo fracasar bien.
Este recurso fue publicado originalmente en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda

