¿Alguna vez has estado en un avión, esperando partir a unas increíbles vacaciones, cuando de pronto el capitán les avisa a todos por altoparlante que no podrán despegar? Todo debido a que se avecinaba una tormenta y ningún avión podía despegar hasta que ésta pasara. Tampoco permitían que los pasajeros bajaran del avión, por lo que tuvimos que esperar ahí, sentados en un lugar intermedio entre el que íbamos a dejar y el que visitaríamos. Todos se preguntaban, ¿hasta cuándo habrá que esperar?
¿Hasta cuándo, Señor?
Conocemos lo que es la espera pues sabemos lo que es estar a la espera de algo. Todas hemos estado en el medio de la espera entre un punto y un destino deseado. Sea trabajo, matrimonio, hijos, éxito en el ministerio o noticias del médico, todas hemos estado esperando en la pista de despegue. La espera es un lugar sin descanso, puesto que está lleno de incertidumbre, preguntas y, a veces, pena y miedo.
A menudo, el clamor de nuestros corazones en momentos de espera es, “¿hasta cuándo?”
- ¿Hasta cuándo debemos esperar para conocer al hombre con el que debemos casarnos?
- ¿Hasta cuándo debemos esperar para que finalmente podamos liquidar esa deuda?
- ¿Hasta cuándo estaremos enfermas?
- ¿Hasta cuándo debemos esperar para que nuestro hijo o hija pródiga vuelva a casa?
- ¿Hasta cuándo debemos esperar para dejar de sentirnos solas, deprimidas o asustadas?
“¿Hasta cuándo?” es el clamor del pueblo de Dios por siglos. Comenzó cuando Adán y Eva fueron expulsados del Edén y se aferraron a la promesa de que un día un Salvador vendría y aplastaría la cabeza de la serpiente; era el clamor que los hebreos repitieron cuando fueron esclavos en Egipto; fue el clamor de David en el Salmo 13, “¿hasta cuándo, Señor, me seguirás olvidando? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar angustiado y he de sufrir cada día en mi corazón? ¿Hasta cuándo el enemigo me seguirá dominando?” (vv. 1-2).
Aunque ese clamor fue respondido cuando el Hijo de Dios dijo en la cruz, “todo se ha cumplido”, todavía los creyentes claman en la espera de la consumación final de la redención y restauración de Cristo. Como creyentes, vivimos como nómadas en un mundo que no es el nuestro; vivimos en la espera —entre la ascensión y el regreso final de Cristo, cuando todas las cosas sean restauradas—. La pregunta, “¿hasta cuándo?” incluso se oye en los pasillos del cielo a medida que las almas de los mártires gritan a gran voz, “¿hasta cuándo, Soberano Señor, santo y veraz, seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?” (Ap 6:10).
Sean cuales sean nuestros momentos de espera, ¿cómo los vivimos? ¿Cómo esperamos que Dios actúe, que responda oraciones, que se mueva en la desesperación en nuestras vidas? ¿Cómo vivimos por fe cuando esperamos para saber si necesitamos otro examen; cuando esperamos el anhelado anillo de compromiso; cuando esperamos los resultados del examen de admisión para la universidad; cuando esperamos vender la casa? Aquí es donde ponemos en práctica lo que sabemos.
En la espera:
1. Da el siguiente paso
Cuando pasamos por un periodo de espera, a veces nos vemos paralizadas e inmovilizadas. No sabemos qué hacer, por lo tanto, pensamos que es mejor no hacer nada. Sin embargo, la verdad es que tenemos que continuar avanzando. Cuando no sabemos qué más hacer, necesitamos continuar fielmente y hacer lo que hay que hacer: alimentar a nuestros hijos, ir a trabajar, hacer trámites, lavar la ropa, pagar las cuentas, todas las tareas diarias de la vida.
2. Evalúa tu corazón
Mientras esperamos, necesitamos evaluar constantemente nuestro corazón para ver si es que eso que esperamos se ha convertido en un ídolo. ¿Ese anhelo está tomando el lugar de Cristo? ¿Ese buen deseo por un esposo, un hijo, un trabajo o un ministerio se está convirtiendo en lo que más deseamos?
3. Quédate donde estás
Jim Elliot es conocido por decir, “donde sea que estés, da todo ahí”. No sabemos cuánto durará nuestra espera. Tal vez termine mañana; quizás se extienda por un gran periodo de tiempo. Necesitamos estar completamente presentes hoy. Necesitamos glorificar a Dios, dedicarnos a las obras del Reino y vivir fielmente para Cristo donde sea que estemos, pues Dios nos usará ahí. Él tiene un lugar y un propósito para nosotras, incluso en las encrucijadas de nuestras vidas.
4. Confía en la soberanía de Dios
He estado en espera por casi dos décadas. Ha habido momentos en los que he estado reticente; sin embargo, he aprendido que Dios me ha puesto en esta situación por alguna razón. Estas situaciones no son errores. Dios no perdió la dirección ni olvidó su plan para nuestras vidas; no se ha equivocado, pues hay un propósito soberano detrás de nuestra espera. Necesitamos confiar en las buenas y santas intenciones de Dios para nuestras vidas. Él está obrando en nosotros y por nuestro bien mientras esperamos.
5. Continúa clamando, “¿hasta cuándo?”
Continúa clamando al Señor; que el clamor de tu corazón sea un recordatorio de que este no es tu destino final; al contrario, la eternidad aguarda; que el clamor de tu corazón sea un recuerdo de que Jesús vino a responder ese clamor con su propio clamor: “todo se ha cumplido”. El mundo no es como debiese; sin embargo, Jesús vino para redimirlo y restaurarlo; por medio de su vida, arregló nuestra situación con Dios. Él continúa con su obra incluso ahora mientras esperamos. Un día, Cristo regresará y la espera se terminará. Le diremos “adiós” a la espera y obtendremos aquello que nuestros corazones han estado esperando por tanto tiempo.
¿Qué hay de ti? ¿Estás en un periodo de espera? ¿Cómo puedes glorificar a Dios en tu espera?