Vivo en una cultura en la que se admira al hombre que adquiere poder, que es fértil y que es capaz de dominar con mano dura su territorio.
Si bien, la Escritura definitivamente exige una masculinidad conforme a Cristo que provee para su familia y la protege, la Biblia lanza una bomba de destrucción a los ideales de masculinidad basados en la cultura que se exaltan alrededor del mundo.
Por la gracia de Dios, gozo de los frutos de vivir con un hombre que demuestra tener una masculinidad bíblica. Se trata del tipo de masculinidad que brota desde el Evangelio, que apunta al Evangelio y que exalta al Evangelio en mi hogar.
Una masculinidad que no se avergüenza
La masculinidad que aprecio como esposa tiene un valor mucho mayor que el poder para ganar riquezas. Es una masculinidad que no se avergüenza del Evangelio pues es el poder de Dios (Ro 1:16).
En mi hogar, disfruto de la masculinidad que no se avergüenza del Evangelio, pues deja un legado más perdurable que la fertilidad abundante. Es la masculinidad que fervientemente ama a otros con un corazón que ha vuelto a nacer, no de la semilla que perece, sino de aquella que es imperecedera. La verdadera masculinidad nace de nuevo por medio de la Palabra viva y perdurable de Dios.
En mi casa, me encanta seguir la masculinidad que no se averguënza del Evangelio porque es mucho más impactante que el orgullo machista. Es una masculinidad dispuesta a tomar la dolorosa artillería en la batalla con nuestro propio pecado, en vez de huir de él y esconderse en la comodidad del silencio. Es una masculinidad que voluntariamente expone su vida en amistades abiertas y honestas con otros hombres para rendirse cuentas, hombres que son como el hierro que se afila con otro hierro.
La masculinidad que no se avergüenza del Evangelio protege los corazones de su hogar y erradica las palabras impulsivas e hirientes que dañan como una espada. La masculinidad que honra a Dios, que veo en mi esposo, entiende el poder de las palabras y por eso él las usa para traer sanidad a mí y nuestros hijos.
En mi hogar, amo la masculinidad que no se avergüenza del Evangelio, pues fija sus ojos en Jesús y quita su mirada de todas las cosas vanas de este mundo que controlan con un potente encanto a los hombres. La masculinidad que honra a Cristo, que veo en mi esposo, huye de las promesas que son murmuradas como un susurro.
En mi hogar, necesito la masculinidad que no se avergüenza del Evangelio porque se preocupa de que los demás encuentren su deleite en Dios. Nada me dice tan claramente «te amo» que cuando mi esposo está humildemente dispuesto a hacerle frente a aquellas cosas que persigo que obstruyen mi gozo eterno en Dios. Su masculinidad amorosa me tranquiliza al recordarme la expiación de Cristo hecha en mi lugar y el privilegio que tengo de acercarme valientemente al trono de la gracia.
La masculinidad que no se avergüenza del Evangelio no tiene mucho que ver con cuántos caballos posea un hombre o cuán rápido él pueda correr; al contrario, ésta tiene que ver con lo que un hombre hace con el Evangelio.
¿Dónde pueden ver esta masculinidad que no se avergüenza del Evangelio? Pueden verla cuando un hombre mira la tumba vacía y encuentra una nueva motivación para dar su propia vida con el fin de llevar el Evangelio a los zocos de Casablanca, a las oficinas de Dallas, a las cafeterías de Ginebra, a las poblaciones marginales de Mumbai, a los barrios de Sao Paulo y a las universidades de Toronto.
Mi esposo no se avergüenza del Evangelio
Mi amado y piadoso marido una vez le explicó a alguien que él no podía saludar de apretón de manos debido a una enfermedad a los nervios que afecta sus brazos. Esta persona le dijo, «¡Eso es terrible! Al ver cuán fuerte es el apretón de manos, se puede decir quién es un verdadero hombre». Yo sólo sonreí.
He visto que mi marido encuentra su fuerza en el gozo del Señor y se aferra fuertemente a esa gracia. Puedo dar testimonio de que él es «un verdadero hombre» por su pasión sin vergüenza por el Evangelio.
Cuando él se preocupa por nuestra familia, por nuestra iglesia y por nuestra ciudad con el Evangelio, agarra las puertas del infierno y las sacude sin miedo ni vergüenza.
Ese es el tipo de masculinidad que se centra en el Evangelio por el cual agradezco a Dios y es la masculinidad que quiero honrar.