Si pasas por cualquier tienda, restaurante u otro local comercial en este tiempo del año, escucharás canciones como I’ll be home for Christmas [Estaré en casa para Navidad] y (There’s no place like) Home for the holidays [No hay como estar en casa para las fiestas de fin de año]. Los pensamientos sobre el hogar están en la mente de todos mientras se organizan y se preparan para estar con la familia, comprar regalos para los seres queridos y decorar sus hogares para los invitados esta Navidad.
Sin embargo, para algunos, el hogar no evoca pensamientos afectuosos que se asocian a un chocolate caliente junto a la chimenea ni a regalos bajo el árbol. Quizás el hogar no es un lugar de paz y consuelo. Quizás ellos no pueden ir a ver a sus seres queridos este año. Quizás han perdido a sus seres queridos. Quizás ellos nunca tuvieron un lugar al cual llamar hogar.
El anhelo de un hogar
Todos deseamos tener un lugar al cual llamar hogar. Todos lo buscamos y no solo para las fiestas. Siempre estamos buscando un lugar al cual pertenecer, en el cual descansar, un lugar de refugio y de seguridad. Algunos de nosotros pasaremos toda nuestra vida buscando un hogar y muchas veces en lugares equivocados. Algunos pensarán haberlo encontrado, solo para que les sea arrebatado bajo sus pies. Para otros, el hogar siempre será esquivo y parecerá que está fuera de su alcance.
La verdad es que todos hemos estado buscando un hogar desde que nuestros primeros padres, Adán y Eva, fueron expulsados de su primer hogar, el jardín del Edén. En lo profundo de nuestro ser, ese es el hogar que todos anhelamos. En el jardín, Adán y Eva conocieron la paz perfecta; se sintieron completos y plenos; los protegieron y cuidaron, los conocieron y amaron completamente; no había discusiones ni peleas; tuvieron todo lo que necesitaban. No solo eso, sino que estuvieron en completa unión con su Hacedor, Dios. No había barreras entre ellos y Dios. Era un paraíso en todo el sentido de la palabra. Era su hogar.
Después de que cayeron en pecado, Dios prometió que un día Él enviaría un Rescatador, uno que los redimiría y los salvaría del pecado. Adán y Eva tomaron esta promesa a medida que se asentaban en un mundo muchísimo más diferente que el hogar al que estaban acostumbrados. El pecado rápidamente tomó el control y se esparció desenfrenadamente sobre la tierra. El hogar se convirtió en un lugar de contiendas, celos, amargura y conflictos. Ahora, esta es la realidad del hogar en el que todos nacemos.
Cuando el Hogar vino a nosotros
En esta época del año, los cristianos cantan la canción, ¡Oh ven, oh ven, Emmanuel! Cuando el ángel se le apareció a José en un sueño para contarle sobre el hijo de María, él dijo:
«y dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había hablado por medio del profeta, diciendo: «He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel», que traducido significa: «Dios con nosotros» (Mateo 1:21-23).
El nombre Emmanuel es significativo; dice mucho. En el Antiguo Testamento, la presencia de Dios solo se encontraba en el templo. El nombre Emmanuel significa que la presencia de Dios estaba viniendo. Él vino al mundo e hizo lo impensable: se hizo carne y se convirtió en un hombre. Colosenses 1 nos cuenta más sobre este Emmanuel:
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación… Porque agradó al Padre que en él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz, por medio de él, repito, ya sean las que están en la tierra o las que están en los cielos (vv. 15, 19-20).
Emmanuel vino a hacer morada o a establecer su hogar entre nosotros. Sin embargo, ese no era su objetivo final. Él vino con un propósito. Paul Tripp lo dice de la siguiente manera:
Toda la historia de redención marcha hacia Emmanuel, el Redentor que destruiría el dominio del pecado en nuestros corazones al hacer de nuestros corazones el lugar en donde Él habitaría en su poder, sabiduría y gloria[1].
Como Jesús les dijo a los discípulos: «si alguien me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada» (Jn 14:23).
En Cristo, encontramos nuestro hogar. En Cristo, encontramos nuestro lugar de pertenencia, de descanso y de seguridad.
- Nuestra pertenencia e identidad
El hogar simboliza el lugar de donde venimos, al cual pertenecemos y que nos da identidad. Cuando estamos en Cristo, se nos da una nueva identidad y un nuevo nombre. Somos nuevas criaturas (2Co 5:17). Ya no somos huérfanos, sino hijos adoptados de Dios (Ro 8:15). Somos herederos del Reino (1P 1:3-4). - Nuestro descanso
Cuando las personas piensan en el hogar, a menudo lo hacen relacionándolo con volver a casa después de un largo día de trabajo para descansar. En Cristo, encontramos nuestro descanso: descanso del esfuerzo de hacer propia nuestra vida, descanso del esfuerzo de ganar la salvación y descanso de nuestras cargas (Heb 4; Mt 11:28). - Nuestra seguridad y protección
Los hogares a menudo son un lugar de seguridad y protección, que nos protege de los elementos peligrosos del exterior. En Cristo, encontramos el lugar supremo de seguridad. Puesto que Jesús ha conquistado el pecado y la muerte, no existe nada que pueda separarnos de Él; ni la muerte puede dañarnos (Ro 8:31-39). En Cristo, también encontramos nuestra protección. Somos hijos adoptados del Padre, Él sabe y provee todo lo que necesitamos (Mt 6:25-34).
Si extrañas o anhelas tu hogar esta Navidad, recuerda que no importa dónde estés, en Cristo has encontrado tu hogar. Es en Cristo donde encontramos la pertenencia, el descanso y la seguridad que siempre hemos estado buscando. Cristo, nuestro Emmanuel, ha provisto el camino de regreso a nuestro hogar con Dios. Él revirtió lo que pasó en el jardín. Hemos sido reunidos con nuestro Padre y, un día, viviremos para siempre en un nuevo hogar, que Dios creó para nosotros.
Este artículo fue originalmente publicado en Revive Our Hearts. Usado con permiso.
[1] Tripp, Paul. Whiter than Snow: Meditations on Sin and Mercy [Más blanco que la nieve: meditaciones sobre el pecado y la misericordia]. (Chicago: Crossway, 2008) p. 103. [Traducción propia].