Las ambiciones son engañosas. Cuando funcionan bien, motivan a la acción, persiguen lo que vale la pena, se alejan de lo vil y proporcionan energía para perseverar. Sin embargo, el orgullo, el egoísmo, la amargura y una multitud de pecados, como parásitos, enferman las ambiciones que alguna vez fueron saludables, y las vuelven destructivas. Al proteger nuestros corazones, también debemos proteger nuestras ambiciones.
La vocación pastoral y el entrenamiento ministerial no protegen de las ambiciones equivocadas. Sin embargo, los hombres que están humildemente atados a la Palabra de Dios, con un carácter moldeado por el Evangelio, perseguirán las ambiciones correctas.
Solo Jesús tenía ambiciones completamente puras, evidentes en su obediencia, enfoque y amor desinteresado. Obedientemente, procuró hacer la voluntad del Padre (Jn 8:28; Jn 4:34; Sal 40:8; Heb 10:7); se centró en la misión de su Padre, incluso cuando las multitudes querían hacerlo rey; y demostró un amor desinteresado hacia sus seguidores, dando su vida en sustitución por los pecadores (Jn 15:13).
Como pastores, podemos aprender de esto. Si queremos reordenar nuestras ambiciones pastorales, entonces, debemos imitar a Cristo.
¿Cómo se ve esto cuando se desarrolla en entornos pastorales de la vida real? Pensemos en ello considerando dos ambiciones incorrectas y dos correctas.
Ambiciones pastorales incorrectas
1. Esta iglesia me necesita para ponerse en forma
Dice así: «estoy cansado de ver tantas iglesias malas y gente carnal. Yo sé cómo debe ser una iglesia. Pondré a la gente en forma o los echaré». Durante la universidad, vi a un pastor presionar a la gente a su «estilo» de cristianismo, incluyendo una lista de cosas que se debían hacer y no se debían hacer para ganar su favor. El personal y los miembros de la iglesia le temían a él y a su mano dura. Consiguió lo que quería, pero le faltó gracia.
Algunas iglesias pueden cumplir todos los requisitos con la mejor intención. No obstante, simplemente han sido «puestos en forma» por un pastor autoritario. Tales pastores no han escuchado a Pedro; dominan y se enseñorean del rebaño (1P 5:3). Han ignorado a Pablo; intimidan y presionan para mantener a la iglesia conforme a sus ideas (Tit 1:7). Han descuidado la advertencia de Juan; como Diótrefes, «aman ser los primeros», rechazan el consejo y pasan un tiempo excesivo criticando a los ministros que no los aplauden (3Jn 9-10). Pueden tener éxito cuando se trata de ofrendas y cantidad de feligreses, pero fallan miserablemente en la reproducción de discípulos saludables. Richard Sibbes aconsejó: «Los embajadores de un Salvador tan gentil no deben ser prepotentes, instalándose en los corazones de las personas donde solo Cristo debe sentarse como se sienta en su propio templo».
2. Con mis dones, puedo construir esta iglesia
Conocí a un pastor cuya membresía creció enormemente bajo su liderazgo. Era un organizador talentoso, trabajaba incansablemente, dominaba los programas y reglamentaba a su personal. La denominación lo aplaudía. Tenía mucha gente, pero no predicaba fielmente a Cristo. Edificó la iglesia sobre sus dones organizacionales. Él «triunfó» en número, pero se olvidó de establecer su iglesia en el Evangelio. Accidentalmente, supongo, erigió un monumento de sus propias habilidades. Años después, implosionó. Sus «dones» eran demasiado débiles para mantener unida a la iglesia. Esto no es ninguna sorpresa. Si nuestros dones mantienen unida a la iglesia, entonces está edificada sobre arenas movedizas (Mt 7:24-27).
Otros pueden predicar la Palabra de Dios, pero fallan en aplicar personalmente lo que están predicando. Al hacerlo, edifican la iglesia sobre su habilidad en el púlpito. Al elaborar sermones magistrales, estos hombres aman la atención, se alimentan de la notoriedad y dan forma al ministerio para centrarlo en sus dones. Numerosas veces, he escuchado a miembros de la iglesia exclamar y maravillarse por las habilidades de predicación de un pastor, solo para luego marchitarse en la vid debido a que él hizo que la iglesia se basara sobre su desempeño. Los dones de predicación pueden ocultar fácilmente ambiciones equivocadas. Es por eso que la predicación de Pablo pretendía demostrar el Espíritu y el poder, «para que la fe de ustedes no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1Co 2:4-5).
Ambiciones pastorales correctas
1. Por la gracia de Dios, busco vivir como un seguidor de Jesucristo
Mientras Timoteo trabajaba en las responsabilidades pastorales en Éfeso, con la insistencia de enseñar y exhortar a la iglesia, Pablo le dijo: «No permitas que nadie menosprecie tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza» (1Ti 4:11-12). Antes de enfocarte en predicar, presta atención a vivir como un seguidor de Jesús. Modela el discipulado. Pablo estableció un estándar que los pastores deben emularan. «Sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo» (1Co 11:1; Heb 13:7). De manera similar, Pedro encargó a los ancianos que apacentaran el rebaño de Dios, «demostrando ser ejemplos del rebaño» (1P 5:3).
De vez en cuando, alguien me pregunta qué buscar en un pastor principal. Siempre les digo que no pasen por alto lo obvio. El Nuevo Testamento le da más atención al carácter de un pastor que a sus deberes. Queremos hombres dotados que trabajen en la predicación expositiva. Sin embargo, primero, queremos hombres santos. Derek Tidball, al comentar sobre el objetivo de Pablo con Timoteo y Tito, señala: «Le preocupaba que lograran la tarea, pero estaba aún más preocupado por el tipo de personas que eran». Especialízate en la predicación fiel y el pastoreo, pero por sobre todo, especialízate en vivir como un ejemplo de semejanza a Cristo para la iglesia.
2. Por la gracia de Dios, guiaré a la iglesia a darle mucha importancia a Cristo y a su Evangelio
Las iglesias tienen personalidades. A menudo, reflejan las pasiones y tendencias de su liderazgo pastoral. Un pastor preocupado por su legado o estatus entre sus compañeros tiende a construir una iglesia alrededor de él. Los que se enfocan en el tamaño tienden a recurrir a prácticas de moda, a las que la iglesia se une como parte de un carnaval. La iglesia, entonces, tiene que ver con el pastor: sus dichos, sus modales, sus chistes e historias, y comentarios inteligentes y bosquejos de sermones pegadizos. Tristemente, la congregación nunca se cansa de admirarlo. Su ego crece. Él cree en los informes de prensa. Sin embargo, ¿dónde está la belleza de Cristo como todo en todo? Por ningún lado.
El Nuevo Testamento pinta un cuadro diferente. Las iglesias saludables se centran en Cristo y el Evangelio, nunca en el pastor y sus programas o prominencia. Cuando Jesús menciona por primera vez a la iglesia, enfatiza que es suya, que Él la edifica, la defiende y en quien delega autoridad (Mt 16:13-20). El fundamento de la iglesia es Cristo mismo (1 Co 3:10-11), quien también es la piedra angular por la cual es moldeado y gobernado cada detalle (Ef 2:19-22). La compró con su propia sangre, una verdad que declara el Evangelio (Hch 20:28; Ro 3:19-26; Ef 1:7-12). Él llama a la iglesia su novia, que morará con Él para siempre (Ef 5:22-33; Ap 21:9-14). Por la eternidad, la iglesia se postrará ante su Salvador con adoración y alabanza (Ap 5:9-10).
Debido a esto, la principal ambición de un pastor debe ser dar mucha importancia a Jesús y a su Evangelio. Cuando los reformadores describieron lo que constituía una iglesia verdadera, se enfocaron en el Evangelio y las ordenanzas. Juan Calvino escribió en sus Instituciones: «Dondequiera que vemos la Palabra de Dios puramente predicada y escuchada, y los sacramentos administrados de acuerdo con la institución de Cristo, allí, no hay duda, existe una iglesia de Dios». La Palabra «predicada puramente» se refería a lo que Calvino llamó «la doctrina celestial» que «ha sido ordenada a los pastores» para predicar. El pastor no puede hacer que la iglesia gire en torno a sí mismo, o quedará en ruinas. Como Pablo les recuerda a los corintios: «Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos de ustedes por amor de Jesús» (2Co 4:5). No debemos olvidar ni nuestro mensaje ni nuestra condición. Jesús es el Señor; los pastores son siervos.
Más ambiciones, correctas e incorrectas, surgen día tras día en la mente de un pastor. Aquí hay algunas preguntas para ayudar a evaluarlas:
- ¿Mis ambiciones llaman la atención sobre mí o sobre Jesús?
- ¿Esta búsqueda magnifica o nubla el Evangelio de Cristo?
- ¿Esta ambición exalta a Jesús mientras me humilla a mí?
- ¿Esta ambición pastoreará o manipulará al rebaño?
- ¿Requiere esta ambición el poder del Espíritu para llevarla a cabo?
Resguardemos las ambiciones pastorales teniendo en cuenta nuestra posición ante el Señor en el juicio. Que podamos compartir la misma ambición de Pablo: «ya sea presentes o ausentes, ambicionamos agradar al Señor» (2Co 5:9).