Cuando uno de los escribas se acercó […] le preguntó: «¿Cuál mandamiento es el más importante de todos?». Jesús respondió: «El más importante es: “Escucha, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con toda tu fuerza”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento mayor que estos» (Mr 12: 28-31).
La situación actual claramente nos desafía a todos, pero ¿cuáles son los desafíos especiales para nosotros como cristianos? Quisiera considerar algunos desafíos a la luz del resumen que hizo Jesús de la Ley.
Primero, amaremos a Dios, dando honor y gloria a Él, y asegurándonos que lo que decimos sobre Dios en este contexto concuerda con lo que Él mismo nos ha enseñado.
La Biblia nos enseña que Dios hizo el mundo para que fuera «bueno en gran manera» (Gn 1: 31). Es claro que la vida, y no la muerte, es la buena voluntad de Dios para su creación (Gn 1:11, 21; Ez 18:23; Mt 10:29; 1Co 15:26).
La rebeldía de la primera pareja contra Dios trajo el juicio que Él ya había advertido: la muerte. «De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn 2:16-17).
Por lo tanto, hay muerte en el mundo porque pecamos: «La paga del pecado es la muerte» (Ro 6:23a).
En Génesis 3:14-19, vemos la expansión de las consecuencias del pecado y en el resto de la Biblia lo vemos aún más. Vemos que la relación entre el ser humano y la creación cambia totalmente. La creación ahora nos es hostil, aunque en su bondad, Dios nos sigue proveyendo abundantemente por medio de ella. Esa hostilidad se evidencia en las varias vacunas que son administradas a un infante precisamente para protegerlo de la creación hostil en la cual nació. El COVID-19 nos amenaza porque no tenemos cómo defendernos de él. Además, nos recuerda de los nefastos resultados de nuestro pecado.
Hay ocasiones en la Biblia en las que vemos claramente la conexión entre el pecado y la muerte de Fulano. Por ejemplo: Ananías y Safira murieron porque mintieron al Espíritu Santo (Hch 5:3) y el rey Herodes «murió, comido de gusanos» (Hch 12:23) porque tomó sobre sí la gloria de Dios en vez de dársela a Él.
Sin embargo, para la gran mayoría de los casos, ahora nos es más relevante lo siguiente:
En esa misma ocasión había allí algunos que contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Él les respondió: «¿Piensan que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Les digo que no; al contrario, si ustedes no se arrepienten, todos perecerán igualmente. ¿O piensan que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Les digo que no; al contrario, si ustedes no se arrepienten, todos perecerán» (Lc 13:1-5).
En este pequeño vistazo al noticiero de la época de Jesús, vemos que, por un lado, los que murieron no eran más culpables que los que no estuvieron en el lugar equivocado; y por otro lado, tampoco eran unos pobres inocentes que no merecían la muerte. Todos merecemos la muerte a causa de nuestro pecado.
Hay otra situación en la que vemos esta idea de la responsabilidad compartida por los pecadores.
Listo para entrar en la tierra que Dios le había prometido por medio de Moisés, Israel recibió de Dios muchas instrucciones sobre cómo vivir según la voluntad divina en aquella tierra. Deuteronomio 15:1-6 pinta el cuadro ideal de la sociedad que sería Israel al vivir bajo el mandato de Dios. Dios la protegería y la haría prosperar porque la bendeciría. Consecuentemente, «no [habría] menesteroso entre ustedes, ya que el Señor de cierto te bendecirá» (v.4). Pero, casi inmediatamente, habla de cómo cuidar al pobre en Israel, porque en Israel, «nunca faltarán pobres» (v.11). Es decir, la presencia de pobreza en Israel es una mancha nacional que destaca la desobediencia de Israel a su Dios, porque de otro modo, no existiría (eso es muy distinto a decir que los pobres en sí mismos son una mancha o que merecen su pobreza).
Y tal como la pobreza en Israel acusaba a todo Israel por su desobediencia, cada muerte nos acusa a cada uno de nosotros, los pecadores, porque todos en conjunto hemos sido su causa. Como todo otro modo de morir, el COVID-19 es resultado de nuestro pecado. Sin embargo, no es que quienes se enferman o mueren necesariamente tienen más responsabilidad que los que sobreviven.
A menudo la distribución de cosas buenas y malas nos parece muy injusta. La injusticia es una de las muchas consecuencias del pecado en el mundo. Y, por tanto, mueren los buenos y los malos de COVID-19. Aun así los enfermos tienen que ser cuidados, igual como los pobres.
A la vez, esto no está fuera del control de Dios; al contrario, «para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien» (Ro 8:28).
El libro de Apocalipsis muestra la acción de Dios en este mundo a través de los tiempos, dejando claro que las plagas y los desastres naturales son una constante en nuestro mundo. Por ejemplo:
Así es cómo vi en la visión los caballos y a los que los montaban: […] y de sus bocas salía fuego, humo, y azufre. La tercera parte de la humanidad fue muerta por estas tres plagas: […] El resto de la humanidad, los que no fueron muertos por estas plagas, no se arrepintieron de las obras de sus manos ni dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos de oro, de plata, de bronce, de piedra, y de madera, que no pueden ver ni oír ni andar. Tampoco se arrepintieron de sus homicidios ni de sus hechicerías ni de su inmoralidad ni sus robos (Ap 9:17-21).
Claramente, la esperanza divina en cuanto a estas plagas es que provoquen arrepentimiento. Para la humanidad, el COVID-19 es el grito, casi desesperado, de Dios, para que deje sus malos caminos y vuelva a los brazos cariñosos y misericordiosos de su Creador, su Padre. Apocalipsis también nos muestra que no nos debería sorprender cuando la humanidad no escuche.
«Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro 6:23). Cuando Dios trajo la muerte a la creación como juicio, no lo hizo sin propósito. Él tenía en mente algo aún mejor que el Edén: vida eterna en Cristo Jesús en una nueva creación. Por eso Dios quiere que la humanidad escuche sus gritos de salvación a través del COVID-19 y de muchas otras formas. Debemos asegurarnos de no poner la voz de Dios en mute, cuando comentemos sobre el COVID-19, sino que también de estar llamando al arrepentimiento y a la fe en Jesús.
Segundo, amaremos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Las epidemias y las pandemias no son nuevas. Antiguamente, eran llamadas pestes. Hay muchas pestes y plagas en la Biblia. Las más famosas fueron las que Dios trajo sobre Egipto para liberar a su pueblo. En las páginas de la historia universal y, también de la iglesia, encontramos muchas de ellas, porque vivimos en un mundo de pecado. ¿Qué podemos aprender de nuestra historia?
Acusados de ser la causa de las plagas por no haber cumplido con los ritos que requerían los dioses, los cristianos que vivieron bajo el Imperio Romano pagano sufrieron hasta el martirio por su fidelidad a Cristo frente a aquellos desastres. Sin embargo, también pudieron aprovechar tales tiempos, corriendo grandes riesgos personales, para mostrar el amor de Jesús a quienes sufrían, al cuidarlos en sus enfermedades y así dar fiel testimonio de Jesús. En el segundo siglo, un brote de peste duró más de veinte años y, en su momento máximo murieron más que 2.000 personas por día en Roma. Durante y posterior al brote, el crecimiento del cristianismo fue muy marcado y algunos historiadores sugieren que fue a causa del amor sacrificial de los cristianos durante la crisis¹.
La peste bubónica devastó la población europea en el siglo XIV, posiblemente matando a la tercera parte de la población, obviamente con resultados económicos y sociales gigantescos. Además, en eventos que no quedaron debidamente registrados, muchos pueblos indígenas fueron devastados por las enfermedades desconocidas que llegaron a cuestas con los europeos en la época de sus colonizaciones. Asimismo, la gripe española, justo después de la arrolladora Primera Guerra Mundial, posiblemente mató a cinco veces más personas que la misma Guerra.
Juntos con su generación, nuestros héroes de la Reforma tuvieron que convivir con la peste. Ulrico Zuinglio, líder de la Reforma en Suiza, sobrevivió un ataque de peste, cuando su hermano murió.
El gran reformador Martín Lutero nos ha dejado un revelador escrito que sirve de guía también en nuestros tiempos. Respondió a la consulta de unos pastores y otros líderes civiles sobre qué hacer con la llegada de la peste a sus pueblos. Lutero enseñaba que todos los trabajos legítimos son vocaciones espirituales: tanto el campesino, como el carpintero; la sirvienta como el médico; el gobernante como el pastor fueron llamados por Dios a su tarea. Por lo tanto, abandonar la tarea no era opción para un cristiano. En otras palabras, si un pastor, un alcalde o un agricultor, al huir para escapar de la peste, dejaba a su congregación o a su pueblo sin cuidado o a gente sin qué comer, debía quedarse, aunque esto significara morir. Por otro lado, si hubiera suficientes personas para cubrir el ministerio o trabajo, huir puede ser lo más sensato o, por lo menos, permisible. Pero, aun en ese contexto, Lutero claramente creía que los de fe fuerte no dejarían sus puestos mientras los de fe débil se les debería permitir hacerlo.
Lutero reconocía la necesidad de escuchar y hacer caso a los médicos debido a su conocimiento. Hoy sabemos sobre los virus y las bacterias, algo que era totalmente desconocido para Lutero y sus médicos, menos sabían de la importancia de lavarse las manos en ese contexto (algo que nos da una tremenda ventaja ahora). Sin embargo, Lutero sí sabía que una persona enferma podía contagiar a otras y, por lo tanto, dijo que los que podrían dañar a otros de esta manera deberían mantenerse lejos. Son medidas que no nos sorprenden ahora, pero su motivo era proteger a los demás, no a uno mismo. El reformador tuvo muy duras palabras para quien, sabiéndose enfermo, se metía en el ambiente de los sanos.
Detrás de la carta de Lutero, el servicio es la prioridad al considerar a la otra persona más importante que uno mismo, especialmente, si se trata de un hermano en Cristo. Es perfectamente legítimo cuidarnos a nosotros mismos, pero nunca a costo del servicio a los demás. El principio reinante es el amor al prójimo. Citando a Jesús, Lutero escribió:
«En cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicieron» [Mt 25:40]. Al hablar del mayor mandamiento, dice: «El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» [Mt 22:39] […] Si deseas servir a Cristo y atenderle, muy bien, tienes a tu prójimo enfermo a mano. Anda a él y sírvele, y seguramente encontrarás a Cristo en él, no de forma externa, sino en su Palabra. Si no deseas ni te preocupas de servir a tu prójimo puedes tener certeza de que, si Cristo estuviera postrado ahí, tampoco lo servirías y lo dejarías ahí postrado. Son ilusiones de tu parte que te inflan con orgullo vano, a saber, que en verdad servirías a Cristo si estuviera en persona. Son nada más que mentiras; quien quiera servir a Cristo en persona debe servir también a su prójimo².
¿Cómo amamos a nuestros hermanos y prójimos en este tiempo? ¿Cómo servimos al Cristo postrado? Si seguimos el consejo de Lutero, haremos nuestro trabajo, en la medida que podemos hacerlo, evitando posibles daños a otros y estaremos muy atentos a las necesidades de los demás para servirles lo mejor que podamos. Obedeceremos a las autoridades, siempre que no nos pidan lo que es contrario a la Palabra de Dios. Más allá de eso, depende de nuestros dones y situaciones particulares.
Como iglesia y como cristianos, necesitamos pedir sabiduría a Dios porque la sabiduría se mostrará en la buena conducta (Stg 1:5; 3:13). Tenemos la Biblia; tenemos al Espíritu Santo. Pues, busquemos servir costosa y creativamente en estos tiempos difíciles. Y al ser obedientes y estar dispuestos a dar la vida para servir a Cristo, veremos lo que hará nuestro buen Padre en sus buenos propósitos.