¿Cómo te estás sintiendo en estos días? Esta crisis hace surgir muchas emociones difíciles para todos nosotros. Sin duda, para mí lo es. A lo largo del día, me encuentro dando saltos desde la preocupación a la soledad, a la frustración, al aburrimiento, al descontento. Algunos días son mejores que otros. En especial, cuando no me permito a mí misma pensar en el futuro incierto.
Me entristece todo lo que mis hijos se están perdiendo. Estoy desilusionada por los planes cancelados, Estoy sola, y extraño a mis amigos y a mi familia. Estoy preocupada por nuestra salud. Me causa tristeza las pérdidas que muchos han experimentado y que experimentarán en las próximas semanas.
La pregunta es: ¿qué hago con todas estas emociones difíciles?
Todo lo que sé hacer es lamentarme. Lamentarse es clamar a Dios, llevarle nuestras emociones a Él y buscar su ayuda. Es ser abierta y honesta con el Señor. Es verbalizar nuestros temores, penas y preocupaciones en su presencia. Es darle voz a nuestros anhelos, esperanzas, preocupaciones y sueños. Es buscar su justicia, su salvación y su provisión. Es meditar en quién es Él y qué ha hecho. Es confiar y esperar por su liberación.
El Salmo 142 es un lamento, uno escrito por David mientras huía de sus enemigos; probablemente, del rey Saúl. Mientras se escondía y temía por su vida, clamó en oración al Señor. Es una oración que después se transformó en un salmo que se usaba en la adoración de Israel, era cantado como nosotros cantamos nuestros himnos y canciones de alabanza el domingo en la mañana. Este lamento es oportuno para nuestro tiempo. Podríamos decir que David estaba en cuarentena, resguardándose fuera de casa, en una cueva oscura y desolada.
Clamo al Señor con mi voz;
Con mi voz suplico al Señor.
Delante de Él expongo mi queja;
En su presencia manifiesto mi angustia.
David le llevó sus emociones y preocupaciones al SEÑOR. Él usó aquí el nombre del pacto de Dios, Yahweh, el Gran YO SOY. Este es el nombre que Dios le dio a Moisés en la zarza ardiente y hace referencia a su aseidad: su existencia eterna, su soberanía y su presencia que cumple el pacto con su pueblo. David clamó al Dios que reina sobre todas las cosas.
Cuando mi espíritu desmayaba dentro de mí,
Tú conociste mi senda.
En la senda en que camino
Me han tendido una trampa.
Mira a la derecha, y ve,
Porque no hay quien me tome en cuenta;
No hay refugio para mí;
No hay quien cuide de mi alma.
David estaba cansado y agotado. Sus enemigos eran despiadados. Se sentía como si nadie pudiera ayudarlo; no había nadie a quién le importara. Estaba abandonado, solo y asustado. Él verbalizó estos problemas en su oración. Fue honesto con Dios. Después de todo, Dios ya sabía cómo se sentía David y qué pensamientos atravesaban su mente. Dios sabía que estaba atrapado en una cueva, lejos de casa y de quienes amaba. Dios sabía todo lo que estaba ocurriendo en la vida de David. Como comentó C.H. Spurgeon: «observa su consuelo: él apartó la mirada de su propia condición para ponerla en el Dios que siempre observa y que todo lo sabe: y se consoló con el hecho de que su Amigo celestial sabía todo. Ciertamente, es bueno para nosotros saber que Dios sabe lo que nosotros no. Nosotros perdemos la cabeza, pero Dios nunca cierra sus ojos: nuestros juicios pierden su equilibrio, pero la mente eterna siempre está clara».
A ti he clamado, Señor;
Dije: «Tú eres mi refugio,
Mi porción en la tierra de los vivientes.
Atiende a mi clamor,
Porque estoy muy abatido;
Líbrame de los que me persiguen,
Porque son más fuertes que yo.
David buscó la ayuda de Dios. Le pidió a Dios que escuchara su clamor y que respondiera. Le pidió rescate y liberación. Le pidió a Dios que interviniera en su vida. Mientras lo hizo, David observaba quién era Dios: su refugio y su porción. Él se humilló a sí mismo ante el Todopoderoso, el Gran YO SOY, buscando su ayuda y fortaleza.
Saca mi alma de la prisión,
Para que yo dé gracias a tu nombre;
Los justos me rodearán,
Porque tú me colmarás de bendiciones».
David termina su lamento con esperanza y confianza. Él aún no había experimentado el rescate de Dios, pero esperaba que Dios interviniera y lo ayudara. Él esperaba con ansias volver a reincorporarse al pueblo de Dios. Él esperaba dar gracias a Dios por su bondad con él. Esta es una respuesta de fe. El proceso del lamento, de clamar a Dios, volvió a darle forma a las emociones de David. De cara al Gran YO SOY, sus temores menores se debilitaron. Él sabía que Dios era su refugio y confió en que lo libraría.
No sé tú, pero yo puedo identificarme con las emociones de David. Yo también estoy cansada y agotada. Me siento abrumada por las circunstancias actuales. Como David, no sé cuánto tiempo estaré atascada en mi casa. Como los enemigos de David, esta enfermedad también es fuerte y cruel. No obstante, como este salmo me recuerda: Dios es más grande. Él es el Gran YO SOY. Por lo tanto, esta crisis no tendrá la palabra final.
Entonces, haré como David y como el pueblo de Dios ha hecho por siglos. Clamaré a Dios en lamento. Derramaré mi alma ante Él. Pediré su ayuda y rescate. Confiaré en quién es: mi refugio en tiempos de dificultad. «El Señor es mi roca, mi baluarte y mi libertador; mi Dios, mi roca en quien me refugio; mi escudo y el poder de mi salvación, mi altura inexpugnable y mi refugio; Salvador mío, tú me salvas de la violencia» (2S 22:2-3).