La historia de Apeles y del atrevido zapatero se ha transmitido a lo largo de los siglos para nuestra reflexión y edificación. Es un cuento que vale la pena contar hoy.
Apeles es considerado uno de los más grandes pintores del mundo antiguo, aunque ninguna de sus obras ha sobrevivido a las edades para que podamos verlas con nuestros propios ojos. Sin embargo, en su tiempo, su reputación era muy buena y era conocido por su trabajo duro, su obsesión por el detalle y su exquisito arte. Una de sus frases lo ha mantenido vivo: «nulla dies sine linea» o «ni un solo día sin por lo menos una línea». Estaba tan comprometido con su oficio que no consideraría que un día estuviera completo hasta que no hubiera hecho algo para mejorar su habilidad.
El autor romano Plinio el Viejo, nos cuenta que como parte de la búsqueda sin fin de perfección de Apeles, él exponía sus pinturas terminadas en un balcón, luego se escondía para así poder escuchar los comentarios de quienes pasaban por ahí. Él creía que sus críticas podrían apuntar a errores que él podría haber dejado pasar y de esa manera generar sugerencias valiosas para mejorar. En una ocasión, él expuso una pintura y escuchó silenciosamente mientras un zapatero apuntaba un error en una sandalia en el pie de uno de los sujetos: la sandalia tenía menos correas de las que debía. Apeles, inmediatamente, corrigió el error y exhibió nuevamente su pintura.
Al día siguiente, el mismo zapatero pasó por ahí y notó que la sandalia con fallas había sido arreglada. Contento consigo mismo, elevó entonces su mirada y comenzó a ofrecer algunas críticas sobre la pierna del sujeto. Aquí Apeles salió repentinamente de su escondite y comentó: «Ne sutor ultra crepidam!» o «¡zapatero, a tus zapatos!».
Las palabras «ultra crepidam» han sido combinadas y anglicanizadas, para luego ser traspasadas a nosotros al español con el término ultracrepidario. Una persona ultracrepidaria es alguien que va «más allá del zapato». Es «alguien atrevido que ofrece consejo y opinión más allá de su esfera de conocimiento». O «alguien que no tiene un conocimiento específico de un tema, pero expresa su opinión al respecto». El interés de Apeles era que el zapatero se abstuviera a su área de conocimiento y no que presumiera ser un experto en todo. Un pequeño éxito en un área no le da derecho de hablar sobre cualquier o toda otra área.
La Biblia tiene varios proverbios que tienen un tono similar. Proverbios 18:2, por ejemplo, dice: «Al necio no le complace el discernimiento; tan solo hace alarde de su propia opinión» (NVI). De igual manera, Proverbios 13:16 nos dice: «Todo hombre prudente obra con conocimiento, pero el necio ostenta necedad». Podríamos ir a Eclesiastés también para descubrir que «Aun cuando el necio ande por el camino, le falta entendimiento y demuestra a todos que es un necio» (10:3).
El zapatero demostró ser un necio, puesto que habló con atrevimiento sobre un tema del cual no tenía conocimiento. Él hizo alarde de su disparate al hablar con autoridad cuando no tenía real autoridad. Él habló más allá del zapato. No obstante, al menos solo unas pocas personas lo escucharon. Aunque las personas reunidas alrededor del balcón de Apeles habrían escuchado la reprimenda del artista y habrían sido testigos de la vergüenza del zapatero, no habría ido más lejos.
No obstante, esto ya es otra historia. En el mundo de las redes sociales de hoy, nos encanta el hecho de que aquellos con autoridad puedan hablar de tal manera que sus sabias palabras crucen el planeta en un instante. Pueden dar a conocer su sabiduría para que todo el mundo la escuche. Sin embargo, cada nueva tecnología trae tanto beneficios como desventajas, tanto bien como mal. Así como quienes tienen verdadera autoridad pueden expresar su sabiduría para que todo el mundo la escuche, así también quienes no tienen autoridad pueden expresar sus disparates para que todo el mundo los escuche. Y muy a menudo lo hacen. Las tecnologías digitales modernas capacitan e incluso provocan a los ultracrepidianos entre nosotros para que hablen con demasiado atrevimiento, con demasiada apertura y con demasiada ignorancia.
Todos haríamos bien en recordar que la verdadera sabiduría no es solo conocer bien tu tema, sino que también conocer las limitaciones de tu conocimiento. No somos sabios hasta que sabemos lo que sabemos y lo que no sabemos. A menudo la sabiduría se expresa mejor en silencio más que en palabras. Por cuanto el viejo Salomón nos recuerda: «Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio, cuando cierra los labios, por prudente» (Pr 17:28).