«La religión es algo que debes vivir en privado». Esta, probablemente, es una de las frases que más claramente encapsula la visión que hoy se tiene de la religión en general. No se ha llegado tan lejos como para restringir la libertad de creer en lo que uno quiera, pero, cuando se trata del impacto que las creencias tienen en nuestro deambular por este mundo, la historia es diferente. Se asume inflexiblemente que creer es un asunto limitado a la mente.
Pero, ¿es así? Aunque muchas iglesias cristianas (por ejemplo) parecen estar de acuerdo, no es lo que Albert Wolters sostiene en su libro La creación recuperada. Las corrientes principales del cristianismo parecen concordar en una serie de verdades fundamentales, pero cuando se trata del alcance de éstas, y más específicamente del alcance de la renovación que Dios está obrando en el mundo por medio de su Hijo y de su Espíritu, se produce una triste división. Una buena parte de las iglesias promueve la existencia de una esfera «sagrada» y otra «secular», mientras que, en lo que respecta a las iglesias reformadas (es decir, basadas en los principios de la Reforma protestante), se considera que las demandas de Dios abarcan la creación completa. En otras palabras, no existe área de la vida sobre la cual Dios no reclame soberanía. Somos cristianos no sólo cuando leemos la Biblia y oramos, sino también cuando llevamos a cabo todo tipo de actividades que no guardan una relación directa con el culto de adoración. El libro, en este sentido, hace una interesante defensa de esta última postura, la cual se basa, esencialmente, en el hecho de que Dios no solamente creó (u originó) las cosas sino que éstas existen porque Él las sostiene «decretando» que permanezcan.
Lo que Wolters plantea, en el fondo, no es otra cosa que uno de los pilares fundamentales de lo que hoy llamaríamos una «cosmovisión» cristiana. Cosmovisión, en términos simples, es una perspectiva acerca del mundo o un marco de referencia que intenta ser coherente. Wolters dice: «Nuestra cosmovisión define, en gran medida, nuestra manera de evaluar los eventos, asuntos y estructuras de nuestra civilización y de nuestro tiempo. Nos permite colocar o situar los diversos fenómenos que irrumpen en nuestras vidas». La cosmovisión, entonces, nos permite actuar con una cierta dirección, o dicho a la inversa, es el sistema de principios que explica la orientación general de nuestras acciones (todos tenemos, por tanto, alguna cosmovisión —no importando si un día decidimos o no cuál sería—).
El libro, de esta manera, nos llama a basar nuestra cosmovisión en el hecho de que Dios gobierna todo, pero al establecer su esquema en estos términos, debe hacerse cargo de una pregunta obvia: ¿Cómo puede decirse que Dios gobierna todo —y que Él determina lo que las cosas son— en un mundo donde claramente hay desperfectos en cada rincón? ¿No hay en ello una prueba de que las cosas, por su propio diseño, contienen defectos? ¿Cómo podemos tomar parte en estas cosas y seguir creyendo que, dado su origen divino, tienen algo de bueno?
Wolters denuncia, sin ambigüedades, que tenemos la tendencia a responsabilizar de lo malo a Dios (aludiendo a estas supuestas «fallas de diseño»), pero se apresura a establecer que, en realidad, la historia está marcada por tres grandes hechos. No sólo hay una Creación, que efectivamente es buena, sino también una Caída, cuyos efectos hicieron necesaria una Redención. Lo creado, entonces, ha sido afectado por el pecado, pero la razón de llamarnos a no marginarnos del mundo es que Dios, actuando en nosotros por medio de su Espíritu, quiere reorientar nuestro uso de su creación hacia su gloria. La «estructura» de lo que Dios ha creado es buena, pero el problema, afirma Wolters, radica en la «dirección» que le damos a nuestro uso de ella (estructura y dirección son, precisamente, dos categorías de análisis que define y nos llama a utilizar).
El libro, así, analiza someramente algunos ejemplos, y nos llama, de modo general, a entender que el cristiano bíblico debe involucrarse en cada área de la creación con una visión «reformacional». La Biblia no nos llama a cortar todo de raíz (como suele ocurrir en las revoluciones), pero tampoco debemos dejar todo tal como está (es decir, consagrarlo en su uso desviado). Nuestra misión es renovar, pero con la intención de que Dios reciba la gloria (es decir, santificar).
Esta breve obra, aun siendo profunda, de ningún modo pretende ser un estudio completo del tema y, por lo mismo, debe ser considerada una introducción. En su última edición se ha incluido una «Postdata» (proveniente de un segundo autor —Michael Goheen—), y lo que ésta pretende es no sólo corregir dicha clase de malentendidos, sino también ubicar el mensaje del libro en la gran narración bíblica: estamos en la fase final de la historia, y debemos ser conscientes de que nuestro rol en ella se enmarca en el avance del reino de Cristo. Como iglesia, modelamos lo que viene, pero lo hacemos en un medio hostil ante el cual debemos actuar con claridad de misión y valentía. Dependamos del Espíritu, como los autores nos aconsejan, y dejemos que este libro lleve nuestra reflexión a esas vastas áreas de la vida que, lamentablemente, hemos dejado por mucho tiempo en manos del mundo incrédulo.