¿Alguna vez reflexionas sobre tus pensamientos? Más importante aún, ¿sabes lo poderosos que son? Puede parecer extraño considerarlo, pero nuestros pensamientos juegan un papel significativo en la manera en que respondemos a la vida. Nos ayudan a moldear nuestras emociones y acciones. Nos dirigen y guían a sendas piadosas o impías. Pueden decirnos la verdad o una falsedad.
Puede que nos acostumbremos tanto a nuestros pensamientos que se vuelven el ruido de fondo de un hogar ajetreado. No obstante, cuando nos detenemos y ponemos atención a ellos, aprendemos de nosotros mismos; de nuestros anhelos y deseos; de nuestras creencias y esperanzas; de nuestras expectativas de Dios, de nosotros y de otros. Aprendemos sobre lo que atesoramos y lo que adoramos.
Paul Tripp escribió una vez: «No hay nadie más influyente en tu vida que tú, porque nadie habla más contigo que tú». Sé que esto es verdad en mi propia vida y pensamientos. Me hablo a mí misma todo el tiempo. Siempre estoy interpretando y evaluando lo que sucede en mi diario vivir y mantengo un continuo comentario al respecto en mi mente. Frecuentemente, me señaló los fracasos de mi pasado. Me advierto y me prevengo de posibles peligros que pueden surgir en el futuro. Considero y examino las reacciones de otras personas hacia mí y, a la vez, justifico las mías hacia ellas. Me convenzo y me disuado de tomar decisiones. Ensayo refranes repetidos, esas afirmaciones que me repito a mí misma una y otra vez como, por ejemplo: «si solo pasara “x”, entonces tu vida sería mejor» o «¿le importará a alguien?». Todos estos pensamientos influyen en mí y, a menudo, sin que me dé cuenta.
Cuando me detengo para observar mis pensamientos, también noto lo que les falta. De hecho, es la ausencia de deslumbre. En todo esto de hablarme a mí misma, ¿con qué frecuencia me digo que debo considerar todo lo que Dios ha hecho? ¿Con qué frecuencia influyo e insisto a mi corazón a alabarlo?
Recientemente, mientras leía el Salmo 103, me llamó la atención la manera en que David se hablaba a sí mismo, él se animaba a alabar al Señor: «Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre» (v. 1). Se exhortaba a sí mismo: «Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios» (v. 2).
¿Cuáles son esos beneficios que David no quiere olvidar?
- Perdón de pecados (v. 3).
- Sanidad de toda enfermedad (v. 3).
- Redención de vida (v. 4).
- Bondad y compasión (v. 4).
- Satisfacción por estar colmados de bienes para que nuestra juventud se renueve como el águila (v. 5).
¡Pero hay más! David continúa recordándose a sí mismo quién es Dios:
- «El Señor hace justicia, y juicios a favor de todos los oprimidos» (v. 6).
- «Él es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor» (v. 8, NVI).
- «No nos ha tratado según nuestros pecados, ni nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades (v. 10).
- «Porque como están de altos los cielos sobre la tierra, así es de grande su misericordia para los que le temen» (v. 11).
- «[…] Se compadece el Señor de los que le temen» (v. 13).
- «[…] la misericordia del Señor es desde la eternidad hasta la eternidad, para los que le temen» (v. 17).
- «El Señor ha establecido su trono en los cielos, y su reino domina sobre todo» (v. 19).
Cualquiera de estos beneficios es digno de ser considerado. Cualquiera de estas características de Dios es digna de ser meditada. Cualquiera de las obras de Dios o de sus sendas es digna de ser examinada. Para David, pareciera que una se va edificando sobre la otra hasta alcanzar un gran crescendo de asombro donde estalla en un llamado a todos a alabar al Señor, incluida su propia alma. «Bendigan al Señor, ustedes todas sus obras, en todos los lugares de su dominio. Bendice, alma mía, al Señor» (v. 22).
Siempre me enseñaron a no interrumpir cuando alguien estaba hablando porque es de mala educación. Pero en el caso de nuestras conversaciones con nosotros mismos, a menudo es necesario que nos interrumpamos. Más aún, es necesario que nos contestemos. Necesitamos predicarnos la verdad a nosotros mismos. Necesitamos repetirnos quién Dios es y lo que Él ha hecho. Necesitamos desarrollar nuevos refranes repetidos para meditar en todos sus beneficios.
Necesitamos repetir las palabras: «Bendice, alma mía, al Señor».