Últimamente, no me he sentido contenta con mi cuerpo. Esto es un poco nuevo: en el pasado mi cuerpo y yo nos llevábamos bien (bueno, más o menos). Para ser honesta, aunque lo alimentaba y lo cuidaba, en su mayoría, lo ignoraba. No estaba muy preocupada de mi apariencia y había demasiadas cosas sucediendo en mi vida para querer dedicar espacio cerebral valioso a preocuparme por lo que vestía, comía o por cómo me veía.
Sin embargo, en estos días, después de haber dado a luz dos hijas y de acercarme a los cuarenta (¡con la barriga de los cuarenta!), las cosas han cambiado. Mi cuerpo y yo no nos estamos llevando bien. Me miro al espejo y ya no me gusta lo que veo.
El problema
Sé que no estoy sola al sentirme de esta manera. Si miras a tu alrededor, la mayoría de la población tiene problemas con sus cuerpos: hombres y mujeres por igual. Algunos quisieran ser más altos; otros desean ser más delgados; hay quienes quisieran pesar menos; están los que anhelan ser más jóvenes; también hay personas a las que les gustaría ser más atractivas; e incluso hay algunos que desean tener un género diferente.
Parte del problema es que vivimos en una era que se centra en la imagen. La omnipresencia de las cámaras de los teléfonos inteligentes y la subsiguiente saturación de fotos es algo con lo que generaciones anteriores no tenían que competir. Los medios de comunicación que nos rodean sirven como un recordatorio de todas las maneras en las que fallamos con estar a la altura del estándar de belleza de la sociedad. Sin duda, incluso si resistes el impulso de juzgar a otros en base a su apariencia, es difícil escapar del hecho de que otros te juzgarán a ti.
Sin embargo, la otra parte del problema, lo sé, soy yo: no he aprendido el contentamiento. No he peleado por infundir mi pensamiento sobre la imagen del cuerpo con la Palabra de Dios. No he luchado con esto porque, por gran parte de mi vida, mi cuerpo se ajustaba con el patrón del mundo, y mientras se ajustaba, sentía poca presión. No obstante, ahora no es así, me atraparon desprevenida.
El dios del cuerpo
A diferencia de lo que me dice el mundo, lo que dice la Biblia es muy reconfortante. Me dice que soy parte de la creación de Dios: en su absoluta soberanía, él me hizo a su imagen y me hizo una persona, no un objeto para ser decorado con lo último en diseño de ropa (Gn 1:26-27; cf. Sal 8). Adicionalmente, él me hizo exactamente de la manera en que él quería hacerme (con el cabello negro y liso, no crespo ni rubio; con ojos marrones, no azules; con la piel trigueña, no blanca; con cuerpo de guitarra, no súper delgada; con una altura de 165 cm (no los 180 cm de una supermodelo) ni más ni menos (cf. Sal 139:13-16). No solo eso, él me hizo distinta de todos los demás: a diferencia de las figuras de Lego, los seres humanos no tienen el mismo rostro, la misma altura y la misma figura. Y más me gusta el hecho de que no soy un retrato de ti y tú no eres un retrato de mí.
Asimismo, aunque mi cuerpo está compuesto de carne corrompida y pecadora y está sujeto a los estragos del tiempo, de la muerte y de la decadencia (Ef 2:1-3; Ro 8:5-8, 21), mi cuerpo aún es importante. No porque sea mío, sino porque ya no es mío; es de Cristo, porque él lo redimió (Ef 2:4-10; Ro 8:1-4; 9-11, 19-23). Es tentador ser como los corintios y ver mi cuerpo como un ser irrelevante (como si solo importara mi alma), pero Pablo nos recuerda:
¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo… (1 Co 6:19-20)
Él continúa para decirle a los corintios (y a nosotros) que podemos esperar con ansias un futuro corporal: una resurrección gloriosa del cuerpo, imperecedero, inmortal como el de Cristo (1Co 15:35-53). Un cuerpo que trasciende las preocupaciones insignificantes de los rollitos, la celulitis, las arrugas y el acné.
Por lo tanto, es reconfortante que el estándar de belleza de Dios no se parezca en lo absoluto al del mundo. El Señor le recordó al profeta Samuel: «…Dios no ve como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón» (1S 16:7). Los Proverbios señalan: «Engañosa es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme al Señor, esa será alabada» (Pr 31:30). Así Pedro anima a las mujeres a no confiar en sus adornos «externos», sino que en su lugar: «sea lo que procede de lo íntimo del corazón, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios» (1P 3:3-4). A Dios no le importa cómo me veo o cuánto peso; él me ama igual.
Es reconfortante, sí. No obstante, el problema es que a menudo el mundo ahoga la visión de Dios sobre los cuerpos humanos (sobre mi cuerpo).
La lucha
Lamentablemente, no existen respuestas fáciles (ni resoluciones fáciles) al problema del descontento con el propio cuerpo. Al contrario, he llegado a la conclusión de que es una batalla constante: todos los días, necesito seguir luchando para verme de la manera en que Dios me ve; para ver mi reflejo en su Palabra en lugar de verme entre las portadas de una revista de moda.
No quiero restarle importancia a lo difícil que es: es difícil ignorar el aparente infinito desfile de esbeltas mujeres sexies y sementales musculosos acercándose a ti desde toda clase de papel y pantalla. En cierta parte, es útil decirte a ti mismo «esta no es la vida real» cada vez que surge una imagen que te hace sentir mal contigo mismo: modelos y fotógrafos que usan varios retoques y trucos para que cada sujeto parezca más atractivo de lo que es en realidad[1]; en estos días casi todo repasado con Photoshop; y si quieres verte como Gal Gadot en La mujer maravilla, necesitas entrenar seis horas al día por seis meses. En realidad, ¿quién tiene tanto tiempo?
Además, en esta era de consumismo, las imágenes no son puramente decorativas; son armas enfocadas, diseñadas para vendernos algo: un objeto, un estilo de vida, una filosofía, una cosmovisión. ¡Compra esto y tú también puedes verte así! ¡Compra eso y tú también puedes disfrutar de la riqueza y el privilegio! ¡Compra esto y el mundo será tuyo! Salvo que no será así. Pasar por alto el destello y ser astuta sobre lo que se te está vendiendo exactamente puede ayudarte en tu lucha contra el descontento.
También es útil mantener recordándote que nuestro ideal social de belleza está construido culturalmente y cambia continuamente. Durante el Renacimiento italiano, el ideal de mujer era una rellenita y curvilínea, mientras que en los felices años veinte, las mujeres aspiraban a tener un pecho más plano y a parecer más juveniles. Ciertamente, una de las críticas más importantes sobre la película de Amy Schumer Sexy por accidente (2018) es que refuerza los estándares contemporáneos de belleza en lugar de derribarlos.
Sin embargo, nuestra arma más grande en esta batalla siempre será la Palabra de Dios: la Palabra nos recuerda que las personas son personas, hechas a su imagen, no son cosas que se pueden objetivar (Gn 1:26-27); que el cuerpo no está hecho para ser un ídolo, pues Dios no tolerará a ningún otro dios delante de él (Ex 20:1-6); que el mundo, junto con sus deseos, se está desvaneciendo, por lo que no debemos amarlo (1Jn 2:15-17); que no debes conformarte al mundo, sino que en lugar de ello debes ser transformada por la «renovación de tu mente» (Ro 12:2); que es mejor agradar a Dios que al hombre (Ga 1:10); que «el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura» (1Ti 4:8); que tu identidad y valor propio se encuentran en Cristo y solo en Cristo, no en el espacio que hay entre tus muslos (o la falta de él) o la talla de tu vestido (Co 3:1-4); y que tu cuerpo es para el Señor: «templo del Espíritu Santo» entonces debemos glorificar «a Dios en [nuestros] cuerpos» (1Co 6:19-20).
Estoy cansada de tener que lidiar con problemas de la imagen corporal. Me irritan y me irrita más que no se vayan; todos los días, debo salir y combatir al mundo. Sin embargo, me ayuda saber, recordar y repetir las verdades de Dios. Ayuda destacar y señalar las mentiras del mundo. Ayuda saber que soy de Cristo y que Cristo es mío.
En cierta manera, estoy agradecida de que la edad, el parto y la sociedad saturada de medios de comunicación me hayan hecho pensar en esto, aunque lo encuentre muy incómodo. Me ha forzado a trabajar en aprender el contentamiento en esta área. Me ha forzado a pensar detenidamente en la enseñanza de la Biblia sobre los cuerpos físicos. Más importante que todo, me ha ayudado a alabar y a confiar más en Dios.
Reproducido de GoThereFor, publicado por Matthias Media. Propiedad literaria. Todos los derechos reservados. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
[1] A menudo pienso en el capítulo sobre las sesiones fotográficas en el libro de Tina Fey, Bossypants [La jefa habla] en donde ella escribe: «Nunca te sientas inadecuada cuando veas las revistas. Tan solo recuerda que cada persona que ves en la portada tiene un sostén y un calzón y enfrentan los mismos problemas que nosotras» (Bossypants [La jefa habla], Reagan Arthur/Little Brown, New York, 2011, p. 151).