«Ven, Espíritu Santo».
Para muchos cristianos hoy, esa breve oración a menudo está relacionada con emociones intensificadas, experiencias espontáneas sin dirección y una intensa expectativa de la cercanía de Dios. Algo inusual y poderoso está por ocurrir.
Sin embargo, invitar al Espíritu a venir, no es un fenómeno nuevo. Los cristianos de todas las creencias han hablado y cantado sinceramente estas palabras por siglos. Lo que levanta un par de preguntas.
- Si Dios está presente en todas partes, ¿acaso el Espíritu no está ya aquí?
- ¿Deberíamos orar al Espíritu Santo?
- ¿Y qué es lo que exactamente le estamos pidiendo al Espíritu que venga a hacer?
Buscaremos responder esas preguntas, específicamente en relación a las reuniones de la iglesia. ¿Cómo debemos pensar sobre la presencia del Espíritu Santo y nuestro involucramiento con Él?
En todas partes y a la vez presente
En un sentido, no podemos escaparnos del Espíritu. El rey David preguntó: «¿adónde me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia?» (Sal 139:7). La Escritura también nos dice que el Espíritu está presente cuando nos reunimos, habitando tanto dentro de cada persona como en su iglesia (1Co 3:16-17; 6:19). El Espíritu Santo está siempre con nosotros.
No obstante, en otro sentido, el Espíritu da a conocer su presencia de maneras únicas y en tiempos específicos. Él «localiza» su presencia. Uno de esos momentos es cuando la iglesia se reúne. Cuando nos reunimos, dice Pablo: «a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común» (1Co 12:7). El Espíritu se manifiesta o «viene» de diversas maneras y en distintos grados, dependiendo de sus intenciones.
Eso nos lleva a nuestra segunda pregunta: ¿es apropiado orar al Espíritu? Las oraciones en el Nuevo Testamento son casi siempre al Padre, a veces al Hijo. No obstante, no encontramos ningún ejemplo de oración al Espíritu directamente. ¿Eso significa que orar al Espíritu es incorrecto?
No. Al Espíritu Santo, como la tercera persona del Dios trino, se le puede adorar, obedecer y sí, orar. Orar al Espíritu no está prohibido ni es un mandato en la Escritura, y puede recordarnos que el Espíritu ciertamente es Dios. Lo más importante es reconocer nuestra necesidad de su obra divina cada vez que nos reunimos.
Siete maneras en que viene el Espíritu
Cualquiera sea el idioma en que escojamos invocar la actividad del Espíritu, a menudo hay una vaguedad en nuestras peticiones por su obra que puede ser engañosa, inútil y a veces peligrosa. Entonces, ¿qué podemos pedirle y esperar que haga consistentemente el Espíritu Santo cuando nos reunimos?
1. El Espíritu viene a capacitarnos para adorar a Dios
Somos los que adoramos por el Espíritu de Dios y podemos reconocer el señorío de Jesús sólo por su obra (Fil 3:3; 1Co 12:3). Sin el Espíritu, no veríamos ni querríamos responder a la gloria de Dios. John Webster nos recuerda:
Necesitamos pedirle a Dios que nos ayude a adorarlo. La adoración no nos es natural (no podemos simplemente abrir el grifo y dejar que fluya). Al final, la adoración es algo que Dios obra en nosotros. No es un asunto de habilidades o capacidades en las que podamos esforzarnos y pulir a la perfección. La adoración es un regalo del Espíritu1.
Mientras Jesús hace aceptables nuestras ofrendas de adoración a Dios (1P 2:5), el Espíritu en realidad cambia nuestros corazones para atesorar a Cristo por sobre los ídolos venenosos que nos tientan desde afuera y desde adentro.
2. El Espíritu viene a asegurarnos
Aun cuando conocer y creer la verdad del Evangelio es un asunto de importancia eterna, Dios quiere darnos más que conocimiento intelectual. Le pedimos al Espíritu que venga para que podamos sentir el amor adoptivo del Padre. Es normal valorar la doctrina, la teología, el estudio y la ortodoxia y aun así desanimarnos por nuestra continua lucha con el pecado. Podemos comenzar a pensar que Dios se ha cansado de nosotros, que está indignado con nosotros o simplemente que nos ha olvidado. La Escritura nos recuerda que: «porque ustedes son hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, clamando: “¡Abba! ¡Padre!”» (Gá 4:6). Somos personal, apasionada y particularmente amados por nuestro Padre celestial y el Espíritu nos asegura esa realidad.
3. El Espíritu viene a unificarnos
Dios no nos ordena crear unidad con otros creyentes. En lugar de ello, debemos «esforz[arnos] por preservar la unidad del Espíritu» (Ef 4:3) [énfasis del autor]. Mientras Cristo hizo posible nuestra unidad por medio de su sacrificio sustitutorio, Pablo llama a lo que disfrutamos juntos «la comunión del Espíritu Santo» (2Co 13:14). ¿Nuestra unidad puede fortalecerse y profundizarse? Absolutamente. Pero nosotros no tenemos la capacidad de producir eso. Es el Espíritu quien nos capacita para perdonar a otros, para encontrar evidencias de la obra de Dios en quienes nos rodean y para amar a otros con un amor que trasciende nuestras peleas insignificantes y corazones fríos.
4. El Espíritu viene a transformarnos
Dios nunca quiere que salgamos de nuestras reuniones dominicales sin cambios o sin ser afectados. Así como Dios nos salva para hacernos más como su Hijo (Ro 8:29), Él nos reúne para el mismo propósito. ¿Y cómo cambiamos? No al escuchar otra lista de cosas que no estamos haciendo, resolviendo hacerlo mejor la próxima vez o arrastrándonos en nuestra pecaminosidad. El Espíritu nos cambia a medida que contemplamos la gloria de Cristo en el Evangelio y en su Palabra (2Co 3:18). Él es el Espíritu Santo, que obra para librarnos de todos los efectos corrompidos del pecado.
5. El Espíritu viene a darnos poder
¿Qué hace que una reunión dominical en tu iglesia sea poderosa? Sin duda, la predicación fiel y el liderazgo musical hábil son factores, pero esas no son las únicas maneras en que Dios quiere desplegar su poder cuando nos reunimos. «Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común» (1Co 12:7). No a algunos, sino a cada uno. Cada uno de nosotros es un medio potencial a través del cual Dios quiere manifestar el Espíritu al desplegar su poder, bondad y verdad a otros. Así como deseamos fervientemente dones espirituales de todas las variedades (1Co 14:1), le pedimos al Espíritu que venga y haga lo que nosotros nunca podríamos hacer por nuestra cuenta. ¡Cuán diferentes se verían nuestras iglesias si cada miembro le pidiera al Espíritu que viniera y le diera poder para servir a otros para la gloria de Cristo!
6. El Espíritu viene a iluminarnos
Más veces de las que puedo contar, me he sentado bajo la predicación fiel de la Palabra de Dios y he visto algo que nunca había visto antes. Esa es la obra del Espíritu. Sin el Espíritu en nosotros, seríamos incapaces de comprender o beneficiarnos de la Biblia. Pablo le dice a la iglesia corintia que «nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado gratuitamente» (1Co 2:12). Ninguna cantidad de sabiduría humana, estudios, experiencia o esfuerzo puede reemplazar la necesidad de que el Espíritu de Dios abra los ojos de nuestros corazones para recibir la verdad de Dios y para contemplar la belleza de Cristo.
7. El Espíritu viene a revelar la presencia de Dios
El énfasis moderno entre algunas iglesias respecto a buscar la presencia de Dios ha provocado que otras iglesias minimicen o ignoren por completo esta búsqueda. No obstante, la presencia del Espíritu es más que mera doctrina. Es un don indecible que se debe sentir y apreciar. Él es la garantía de nuestra herencia, un anticipo de ese día cuando la morada de Dios esté con el hombre y lo veamos cara a cara (Ap 21:3; 22:4). Por nuestro bien y para la gloria de Dios, a veces el Espíritu nos hará conscientes de que Dios está con nosotros (inexplicable, maravillosa y misericordiosamente). Y Él no se restringe a eventos que sean planificados o espontáneos. Él obra a través de ambos para traer convicción, paz, gozo y asombro. Entonces, ¿por qué no quisiéramos experimentar su presencia con más frecuencia?
Espíritu Santo, ven
Graham Harrison, un pastor británico que ahora está con el Señor, dijo:
No puede existir un sustituto para esa presencia manifestada de Dios que siempre es una posibilidad bíblica para el pueblo de Dios. Cuando no se experimenta, deben buscarlo humildemente, sin descuidar sus responsabilidades continuas ni negando sus bendiciones actuales, sino que reconociendo que siempre hay infinitamente más en su Dios y Padre, quien desea comunión con aquellos redimidos por la sangre de su Hijo y regenerados por la obra de su Espíritu2.
Sin descuidar lo que Dios nos ha llamado a hacer ni negando su promesa de estar con nosotros todo el tiempo, podemos anhelar y orar por una manifestación mayor de la obra del Espíritu en nuestro medio. Podemos pedirle al Espíritu Santo que venga y haga lo que sólo Él puede hacer.
¿Y para qué fin? Sin duda, para nuestra edificación y gozo. No obstante, para que, en última instancia, Jesús reciba más de la gloria que sólo Él merece: «[el Espíritu Santo] me glorificará, porque tomará de lo mío y se lo hará saber a ustedes» (Jn 16:13-14). Por lo tanto, Webster dice: «el movimiento básico de nuestra vida juntos, el movimiento básico de la asamblea para la adoración, tiene que ser la oración para que el Espíritu venga a hacernos nuevos. Eso, domingo tras domingo, es el asunto principal de nuestras vidas»3.
Por tanto, oremos, una y otra vez: «Espíritu Santo, ven».
Bob Kauflin © 2022 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
- Webster, John. (2020) Christ Our Salvation: expositions and proclamations [Cristo nuestra salvación: exposiciones y proclamaciones]. (Bellingham, WA: Lexham Press), p. 101. N. del. T.: traducción propia.
- N. del T.: traducción propia.
- Webster, John. (2020) Christ Our Salvation. (Bellingham, WA: Lexham Press), p. 96. N. del. T.: traducción propia.

