Puedo imaginar muchas respuestas posibles a un artículo con un título como este.
- «Oh, genial. Otro extrovertido que no tiene idea de que Dios hizo a las personas diferentes».
- «¡Sí! Una palabra de exhortación a los escogidos fríos».
- «Ya, basta. Simplemente dejen que las personas adoren con tranquilidad a Dios».
- «Por cierto, ¿por qué seguimos hablando de esto?».
Es esa última pregunta la que más me inquieta, mientras escribo otro artículo sobre lo que hacemos con nuestros cuerpos en la adoración congregacional. «¿Acaso no hemos hablado lo suficiente de esto? ¿Las personas no van a hacer simplemente lo que siempre han hecho? ¿Acaso no es más importante enfocarse en lo que está pasando en nuestros corazones que lo que hacemos con nuestros cuerpos?».
Buenas preguntas. No obstante, la Biblia no nos da la opción de minimizar o ignorar lo que hacemos físicamente cuando nos reunimos como su pueblo en su presencia. Importa.
Pero ¿por qué? Ya sea que los domingos en la mañana levantes tus manos o las mantengas abajo a la altura de tu cintura, Dios nos da al menos tres razones de por qué es importante exponer el valor de Cristo con nuestros cuerpos.
1. Le importa a Dios
Piénsalo. Dios nos creó como almas encarnadas, no como espíritus sin cuerpo (Gn 2:7). En el nuevo cielo y en la nueva tierra, no perderemos nuestros brazos, pies, manos ni torsos; serán glorificados (Fil 3:20-21). Y hasta que disfrutemos de ese futuro, la Escritura nos anima y modela una respuesta integral a la grandeza de Dios con los cuerpos que tenemos.
Mi corazón está confiado en ti, oh Dios;
¡con razón puedo cantar tus alabanzas con toda el alma! (Salmo 108:1, [NTV, énfasis del autor]).Darán voces de júbilo mis labios, cuando te cante alabanzas, y mi alma, que Tú has redimido (Salmo 71:23 [énfasis del autor]).
[…] Les ruego […] que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes (Romanos 12:1 [énfasis del autor]).
Repetidamente, Dios conecta los pensamientos de nuestros corazones con el movimiento de nuestros cuerpos. Por supuesto, las expresiones físicas no lo son todo. Las manos levantadas pueden ser un acto mecánico o un intento superficial de impresionar a otros con nuestra espiritualidad (Mt 6:2). Podemos saltar como una manera de alimentar nuestras emociones y «sentir» la presencia de Dios. Además, Jesús reprendió a aquellos que lo honraban con sus labios mientras que sus corazones estaban lejos de Él (Mt 15:8).
Sí, se puede abusar de la expresión física o puede ser engañoso. Sin embargo, Dios aún tiene el propósito de que nuestros cuerpos respondan a Él en adoración. Desde Génesis hasta Apocalipsis, las criaturas de Dios responden a su valor de maneras externas: cantan, aplauden, gritan, bailan; inclinan sus cabezas; se arrodillan; quedan parados en asombro, y sí, a veces, incluso levantan sus manos. Y Dios recibe la gloria cuando lo hacen.
Por supuesto, la expresión corporal no siempre es posible. Hace poco, una mujer en nuestra iglesia en las últimas etapas de ELA compartió (a través de su hija) cómo ella está perdiendo la capacidad de hablar y moverse. Pero nada evita que adore a Dios con todo lo que tiene. Ella no puede cantar, pero adora mientras otros alzan sus voces. Ya no puede levantar sus manos, pero se goza mientras otros lo hacen.
Jesús dijo que debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza (Mr 12:30). En la medida que podamos, ese amor debe mostrarse en y a través de nuestros cuerpos.
2. Le importa a otros
Dios recibe la gloria cuando respondemos a su grandeza con expresiones visibles de adoración y dependencia. No obstante, esas respuestas envían un mensaje a quienes nos rodean también.
A un visitante el domingo por la mañana rodeado de miembros de la iglesia murmurando letras o que están de pie estoicos con los brazos cruzados le podría ser difícil comprender que Jesús es un Salvador glorioso. Por supuesto, el Espíritu Santo puede usar solo las letras para magnificar a Cristo en el corazón de alguien. No obstante, la bondad satisfactoria de Jesús no es algo de lo que simplemente cantamos. Nuestro lenguaje corporal le comunica a otros nuestra gratitud por quién es Dios y por lo que ha hecho (o la ausencia de ello). Después de todo, «los que a Él miraron, fueron iluminados» (Sal 34:5).
Dios nos creó para que nos afecte lo que le afecta a los demás. Cuando las personas ven mi rostro iluminarse instantáneamente en el momento que mi esposa, Julie, entra a la sala, entienden que valoro su presencia. Serán atraídos a compartir mi gozo y aprecio, aun si no la conocen bien.
De manera similar, David dice que alabar a Dios con un cántico nuevo provocará que muchos «verán esto, y temerán y confiarán en el Señor» (Sal 40:3). ¿Las personas tienen la oportunidad de «ver y temer» como resultado de observarnos los domingos por la mañana? ¿Nuestras acciones revelan que Dios nos ha levantado del foso de la destrucción y ha puesto nuestros pies sobre la roca de Jesucristo (Sal 40:2)? ¿Podríamos estar perdiendo una oportunidad de usar nuestras manos, brazos, rostros y cuerpos para comunicar que Dios está realmente presente entre nosotros y que estamos maravillados, humillados y agradecidos?
3. Nos importa a nosotros
Los movimientos de nuestros cuerpos funcionan de dos maneras. Primero, expresan por fuera una emoción o pensamiento interno. Los fanáticos del fútbol saltan y vitorean cuando su equipo anota el gol ganador. Los padres aplauden y sonríen cuando su hija da su primer paso. Los golfistas profesionales alzan sus manos en júbilo después de embocar el putt ganador. Un futuro esposo se arrodilla mientras se prepara para ponerle el anillo en el dedo a su futura esposa.
¿Por qué hacemos estas cosas? Porque las palabras solas no son suficientes. Dios nos dio cuerpos para profundizar y amplificar lo que pensamos y sentimos. Nadie nos enseña directamente estos movimientos corporales (aunque aprendemos bastante por medio de la observación). A lo largo del mundo, en todas las culturas, las personas responden de manera externa para comunicar lo que está ocurriendo dentro de ellos.
No obstante, las expresiones físicas funcionan de una segunda manera. Nos animan hacia lo que debemos pensar y sentir. Nos ayudan a entrenar nuestros corazones en lo que es verdadero, bueno y hermoso. Esa es una razón por las que las prácticas litúrgicas de algunas iglesias incluyen pararse, sentarse y arrodillarse juntos.
En su comentario sobre Hechos 20:36, el pastor y teólogo Juan Calvino explicó en detalle por qué Pablo se arrodillaba para orar mientras se despedía de los ancianos efesios. Sus comentarios son tan relevantes para el siglo xxi como lo fueron para el siglo xvi.
El afecto interno es de hecho lo más importante en la oración; sin embargo, los signos externos, como arrodillarse, descubrir la cabeza, levantar las manos, tienen un doble uso: el primero es que ejercitamos a todos nuestros miembros para la gloria y adoración de Dios; segundo, que con este ejercicio nuestra lentitud pueda despertarse, por así decirlo. También hay un tercer uso en la oración solemne y pública, porque los hijos de Dios por este medio hacen profesión de su piedad, y uno de ellos provoca a otro para la reverencia de Dios. Y, como levantar las manos es una muestra de valentía y de un deseo sincero, entonces, para testificar nuestra humildad, caemos sobre nuestras rodillas1.
Calvino destaca tres razones por las que las expresiones físicas importan en nuestra relación con Dios (similares a las tres razones en este artículo). Primero, Dios recibe la gloria a través de nuestro ser completo, en lugar de sólo una parte de nosotros. En segundo lugar, las expresiones físicas nos asisten cuando nuestros afectos no se alinean con las verdades que proclamamos y apreciamos. Tercero, inspiran reverencia en otros.
Quiero llevar la atención al segundo punto aquí. A veces necesitamos ser «despertados de nuestra lentitud». Ocasionalmente, el domingo por la mañana, me siento desconectado de lo que está ocurriendo. Encuentro mis pensamientos y afectos vagantes y adormecidos. En esos momentos, me he arrodillado o he alzado mis manos para reconocer que Dios es Dios y yo no lo soy, y que sólo Él es digno de mi reverencia, obediencia y adoración. Finalmente, esas acciones ayudan a llevar a mi corazón a apreciar más profundamente lo que estoy cantando o escuchando. He hecho lo mismo cuando he estado solo. En ambos casos, mi cuerpo entrena mi corazón para reconocer lo que es real, lo que es verdadero y lo que importa.
Adoración expresada y eterna
Nuestros cuerpos son un regalo de Dios que Él quiere que usemos para su gloria, el bien de aquellos que nos rodean y nuestra alegría. Él es digno de nuestros más profundos, fuertes y puros afectos y Él quiere que nuestros cuerpos lo demuestren.
Obviamente, aquí sólo tenemos espacios para cubrir un par de principios y expresiones básicas. Estoy convencido de que las discusiones sobre las expresiones físicas de la adoración en la iglesia reunida continuará y dará fruto hasta que Jesús finalmente regrese. No obstante, ahí las discusiones cesarán. Con cada fibra de nuestro ser —cada pensamiento de nuestras mentes, cada palabra de nuestros labios, cada acto de nuestros cuerpos glorificados— adoraremos sin cesar al Dios trino que nos redimió.
¿Qué nos impide comenzar ahora?