“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.”
“Porque no queremos que ignoréis, hermanos, acerca de nuestra aflicción sufrida en Asia, porque fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, de modo que hasta perdimos la esperanza de salir con vida.”
2 Cor 1:2-3;8
Vivimos en una época donde hacer lo que sentimos y ser felices, está por sobre todo. Nos vemos plagados de propaganda que nos invita, “por módicos precios”, a tener una mejor vida. El problema, aún mayor, es que estos ofrecimientos han llegado a muchas iglesias. A muchos cristianos les ha alcanzado una verdadera fobia a las dificultades, por lo que se cree, que nada de esto puede provenir de Dios. Muchos viven tristemente sumergidos bajo esta publicidad engañosa. Pero entonces viene esa llamada telefónica que cambió todo, ese lapidario diagnóstico del doctor, esa destructiva discusión con ese ser querido, o te enteraste de eso que jamás pensaste que tu hijo haría. Te sientes tan abrumado que incluso pierdes toda esperanza de salir de ésta con vida. Te preguntas “¿por qué a mí?”, te sientes cristiano de segunda categoría, “es que si tan solo hubiera orado un poco más”, “es que si hubiera tenido más fe”, e incluso dudas si Dios es real, porque “un Dios de amor no permitiría algo así”.
Entonces podemos comprender, un poco mejor, por qué el apóstol Pablo no quería que la iglesia en Corintio ignorara acerca de sus aflicciones. Porque eso es lo que hacen los verdaderos hermanos en la fe, dicen la verdad. Pablo no quería que ignoraran acerca de sus aflicciones, y por tanto Dios tampoco, pues los cristianos sí sufrimos. Entonces puedes ver que no es una sorpresa lo que está pasando: Dios sigue en control. Los cristianos sí sufrimos, aunque algunos quieren que creamos lo contrario. Y lo más triste es que esta idea, nos impide ver, el maravilloso privilegio de que en medio de esa aflicción, recibimos el amoroso y paternal consuelo de nuestro Dios. Y no importa cuántos o cuan profundo esto sea, pues entre más sufrimos, más privilegiados somos de recibir su perfecto consuelo. Pero esto no termina ahí, pues así como él nos consuela de forma amorosa y sobrenatural, nosotros tenemos además el privilegio de ser usados por él, para consolar a otros. Que maravilloso es tener la certeza de que aún cuando, él a veces, no cambia las circunstancias, siempre tendrá un propósito con ellas. ¿No fue esto lo que ocurrió también con Cristo frente a la cruz?
Entonces puedes obtener una mejor perspectiva y dejar de preguntarte “¿por qué a mí?”, dejar de pensar que eres cristiano de segunda categoría, y entregarte al maravilloso privilegio de ser consolado por el Dios todopoderoso, creador del universo, que entregó a su propio hijo a morir en una cruz para que tus pecados fueran perdonados, obteniendo salvación y gozo eterno.
Sé consolado y ve a consolar a otros, con la misma convicción de Pablo, de que “los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada”