Me pregunto si los editores de The New York Times se dieron cuenta de la ironía en el título «The Pandemic Created a Child-Care Crisis. Mothers Bore the Burden [La pandemia creó una crisis en el cuidado de los hijos. Las madres llevaron la carga]»[1]. Las mamás que trabajan, y que alguna vez llevaron a sus hijos en el vientre, se vieron forzadas por la pandemia a asumir lo que ahora se denomina la carga del cuidado de sus hijos.
En respuesta a esta «crisis en el cuidado de los hijos», el autor escribe que las mamás «se han convertido en la solución predeterminada». Estas mujeres, obligadas a dejar el trabajo para volver al hogar, «olvidadas y relegadas al margen», esperaron vacunar a sus hijos antes de volver a llevarlos a las guarderías infantiles y a las escuelas. El logro alcanzado en enero de 2019, cuando las mujeres superaron en número a los hombres en la fuerza laboral por primera vez en la historia estadounidense, se desmoronó antes de que el triunfo fuera saboreado completamente: los hombres otra vez son mayoría. Solo el 56 % de las mujeres tiene un trabajo remunerado, el más bajo desde mediados de los ochenta.
El autor del artículo afirma que lo que está en juego para estas mamás trabajadoras no es simplemente un sueldo, sino su autodeterminación, su autosuficiencia y la sobrevivencia de sus complejas personalidades. A medida que esta crisis en el cuidado de los hijos se prolongó durante semanas y meses, «el impacto inicial se convirtió en desesperación ante la monotonía de los días, la pérdida de propósito profesional y la falta de opciones en todo».
Algunas de las mujeres entrevistadas para este artículo expresaron sentimientos como: «me encanta todo lo que tiene que ver con la maternidad; sin embargo, no me parece justo que yo tenga que sacrificar mi carrera». Otras plantearon lo siguiente: «creíamos que habíamos progresado tanto, y luego viene esta pandemia y todas retrocedimos a estos comportamientos tradicionales […]. Este es un buen momento para reflexionar sobre la razón por la cual hacemos eso».
¿Hemos tocado fondo cuando el Times no ve nada incorrecto en incluir el ejemplo de una mamá que pasea perros profesionalmente, queriendo alejarse de la maternidad a tiempo completo prefiriendo «salir y ensuciarse con los animales»? Mejor afuera con los perros que adentro con sus hijos.
Hay muchas fallas en nuestra sociedad y en nuestras familias, como lo expone el artículo sin darse cuenta. Sin embargo, en lugar de criticar lo lamentable, me gustaría realmente defender a estas mujeres y algo de su sentido de desdicha. Su pérdida es mayor de lo que suponen, y nos incluye a todos nosotros, porque incluye a la familia.
Mujeres productivas
¿Alguna vez has considerado lo laboriosa y productiva que fue la mujer de Proverbios 31? ¿Cuánto trabajo logró realizar? A lo largo de su vida, esta mujer no solo crió e instruyó admirablemente a sus hijos en el Señor, sino que además:
- buscó lana y lino, y con agrado la trabajó con sus manos;
- desde lejos trajo alimento a los de su casa;
- evaluó campos y los compró;
- plantó una viña;
- se ciñó de fuerza;
- notó que su ganancia era buena;
- trabajó durante toda la noche;
- confeccionó mantos y vestiduras para el invierno;
- hizo telas de lino fino y las vendió;
- contribuyó con las necesidades de los pobres;
- trabajó tanto que su esposo era respetado en las puertas de la ciudad; y
- evitó la ociosidad o la inactividad.
¿Fue una mamá que se quedaba en casa o una mujer trabajadora? Ambas.
Sus deberes hacia las personas de su casa requirieron producción para su hogar, pero no se vio obligada a elegir entre ambas. Su ideal fue amar a su esposo e hijos, y contribuir con su talento e ingenio a la producción del hogar. Ella no reemplazó al papá como el trabajador principal, pero sí trabajó a su lado de diferentes maneras en distintas épocas del año para ayudar a construir y administrar su casa.
Cuando leemos de mujeres que expresan desagrado por el encierro que implica el mundo de la casa debido a que lo ven como una especie de calabozo, podemos escuchar en esa queja un gemido de que el hogar no es lo que debería ser. La productividad, el ingenio y el propósito para la mamá y todos los miembros involucrados, ya no existen como antes dentro del hogar. El hogar moderno está vacío en muchos aspectos. Aunque goza de más bienes que antes, se ha vaciado de propósito.
Un lugar para comer, dormir y ver televisión
La familia moderna se puede describir, de manera simple, en términos de una casa después de la Revolución Industrial. Durante la mecanización y el avance tecnológico del mundo, el trabajo desapareció de la casa y los hombres con él. Esta transición provocó un duro golpe al lugar donde se asentaba el negocio familiar, como un mundo productivo. C. R. Wiley escribe:
No pensamos en nuestras casas como centros de trabajo productivo. Eso es porque la economía se ha trasladado mayormente fuera de ella. Durante la Revolución Industrial el trabajo estable en las industrias reemplazó a la economía hogareña y muchas personas se vieron forzadas a dejar sus hogares para ganarse la vida. En este proceso, el hogar quedó reducido a como la vemos hoy: un refugio en un mundo sin corazón, un lugar donde dormir, comer y, quizás, ver televisión (Man of the House [El hombre de la casa], 31)[2].
En el prefacio del libro de Wiley, The Household and the War for the Cosmos [El hogar y la guerra por el cosmos], Nancy Pearcey describe algunos de los efectos que siguieron al éxodo de los hombres y del trabajo del hogar:
- La educación se trasladó del hogar a las escuelas.
- El cuidado de los ancianos y de los enfermos pasó del hogar a las instituciones.
- Los abuelos y los solteros se mudaron a casas y departamentos separados.
- La recreación trascendió los límites de la familia o se transformó en diversión privatizada.
- Incluso la devoción familiar emigró del hogar a las iglesias y a los grupos de jóvenes.
El hogar se debilitó. Las funciones que unían a sus miembros se externalizaron. La casa se vació de personas (familia extendida, solteros, enfermos y escolares), la productividad se marchó (la industria hogareña, la educación de los niños, las buenas obras para la comunidad) y, junto con todo esto, se evaporó gran parte de su propósito. ¿Qué quedó para las madres? Las tareas domésticas y el cuidado de los hijos en su temprana infancia.
Por supuesto, ni las tareas domésticas ni el cuidado de los hijos son algo insignificante, especialmente este último. Chesterton estaba completamente en lo cierto en no sentir lástima por la señora Jones, exprofesora y ahora una mamá que se queda en casa, para hacerse cargo de la «insignificancia» de cuidar a sus hijos:
¿Cómo puede ser una carrera importante enseñar a los niños la regla de tres y una carrera mezquina enseñar a los hijos el universo? ¿Cómo puede ser amplio resultar lo mismo para todos, y ser estrecho resultar todo para alguien? No, la función de una mujer es laboriosa porque es gigantesca, no porque sea minuciosa. Compadeceré a la señora Jones por la gran envergadura de su tarea; nunca la compadeceré por su pequeñez (Lo que está mal en el mundo, 94-95).
Sin embargo, a medida que la producción, las personas y el propósito se han ido externalizando hacia especialistas, incluido el incremento de protección por parte del Estado, se ha producido una pérdida. La mamá moderna ha dejado de ser educadora en casa, trabajadora laboriosa, proveedora de cuidados de salud, ayuda de pobres y ancianos, y organizadora de lo bueno para la comunidad para ser tentada con lo insignificante e instigada a enviar incluso a sus hijos pequeños a una guardería fuera de casa.
El vacío que todos sentimos
No solo la madre se ha visto afectada.
El padre pasó de ser la cabeza que guía al cuerpo —dedicado a la educación de sus hijos, el cuidado de los ancianos, la producción de un negocio familiar, la transmisión de un oficio familiar, el pastoreo de las almas, la defensa de la comunidad, el asesoramiento de las relaciones entre los miembros de la familia y la representación de ella en la sociedad— a ser el que pasa gran cantidad del tiempo fuera de su hogar, trabajando para otros (una corporación o el gobierno) y dándole a su familia lo poco que le queda cuando regresa.
El hijo pasó de ser el heredero del negocio familiar —encargado de las responsabilidades hogareñas, colaborador con sus hermanos y receptor de las enseñanzas de su padre— a ser el que juega con videojuegos y quien traza su propio camino al final de su adolescencia.
La hija pasó de recibir una preparación temprana para el matrimonio —aprendiendo de su mamá cómo tener dominio propio y pureza, a trabajar en casa, a ser bondadosa y eficiente en sus diversos ámbitos de competencia, construyendo el hogar junto con su madre y hermanos, siendo lo que Chesterton llamó «la gran universalista», competente en muchas cosas diferentes— a recibir capacitación como una especialista lejos de su madre.
Los ancianos pasaron de ser honrados y provistos a ser regularmente olvidados. Los solteros pasaron de vivir en la casa de su padre a la propia, donde con frecuencia los recibe la soledad cada noche. El huérfano y la viuda pasaron a depender del Estado.
Aprendamos del pasado
No estoy tratando de idealizar a la familia antigua o de decir que la familia moderna es inferior en todo sentido. Las páginas de la Escritura incluyen testimonios de familias profundamente quebrantadas en la era premoderna, aun en las familias de grandes hombres y mujeres de fe. Tampoco estoy sugiriendo que un retorno al pasado sea posible (o incluso deseable). Pero lo que sí sugiero es que nuestros ideales —desenfrenados, desligados, vacíos e individualistas— de lo que debería de ser una familia, pueden aprender de los tiempos pasados.
Los ideales antiguos pueden ser reformados, recordados y readecuados para ajustarlos a los nuevos tiempos y desafíos de hoy. La familia no solo puede estar unida por un mero sentimentalismo y consumismo, sino por una misión y producción significativas. De hecho, uno de los beneficios de nuestra situación es la rapidez con la que puede ocurrir la reforma.
Si bien una visión sólida de una reforma requeriría mucho más espacio, a continuación comparto algunas ideas que he visto que otros han empleado (o he intentado yo mismo) para traer a las personas, la producción y el propósito de vuelta al hogar.
Las personas. Cuidar la regularidad con la que la familia se reúne para comer y asistir a la iglesia juntos. Agendar momentos rutinarios para invitar a vecinos, familiares o miembros de la iglesia a tu hogar. Para aquellos de ustedes que puedan, consideren vivir cerca de (o con) sus padres y de la familia extendida. Piensen cómo pueden ser una bendición para ellos en su vejez. Otras ideas incluyen invitar a los solteros y a los viudos a las comidas familiares, probar la educación en el hogar o estructuras paralelas entre padres y profesores, y buscar que el papá trabaje parte de su tiempo desde la casa si es posible. Y, por supuesto, la forma más obvia de llenar la casa de gente es teniendo hijos.
La producción. Consideren los talentos y las pasiones que hay en el hogar (especialmente de la esposa y los adultos jóvenes), y sueñen juntos con un negocio familiar. Conozco una familia que tiene una empresa de estampados de camisetas de manga corta en su garaje; una familia que tiene una propiedad en Airbnb; otra que da lecciones de música, e incluso otra que cultiva hortalizas para la venta. Si tienen hijos, consideren ofrecer algo así como cortar el césped o palear nieve. Piensen en inversiones mayores como los bienes raíces. Por sobre todo, piensen en cómo invertir riquezas en el cielo mediante formas creativas para bendecir a tu iglesia local y a aquellos en su comunidad.
El propósito. Consideren desarrollar un credo familiar que ofrezca orientación en la toma de decisiones. Consideren metas familiares para hoy, mañana y el futuro. Establezcan las prioridades del hogar y cómo cada miembro encaja en ellas. Limiten el tiempo frente a las pantallas y reaviven la olvidada disciplina de la adoración familiar. Visualicen cómo su familia podría fortalecer a su iglesia local y servir a misioneros en el extranjero.
Un nuevo propósito puede vigorizar a la familia cristiana para abordar el hecho de que quizás no fue tanto la pandemia la que creó una crisis en el cuidado de los hijos, sino que más bien expuso una crisis del hogar y nos dio una nueva oportunidad para encontrar soluciones.
Greg Morse © 2021 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: Marcela Basualto
[1] N. del T.: todas las citas de este artículo del New York Times incluidas aquí son traducción propia.
[2] N. del T.: traducción propia.