No soy indispensable.
¿Alguna vez te has preguntado si somos indispensables para hacer el trabajo de Dios? Aunque nos duela un poco, la respuesta debiera ser un rotundo no. Quizás sea algo duro decirte esto, sobre todo en un artículo que pretende animarte a servir y a discernir cómo saber dónde puedes hacerlo. Pero me temo que es necesario hablar del tema. Porque es precisamente el mal entendimiento que tenemos del concepto del servicio el que nos hace olvidarnos de la gracia, regresar a las obras y entrar en el ámbito de la comparación.
¿Te suena familiar? Me atrevería a decir que sí. Cuando la mies es mucha y pocos los obreros, nace en algunos de nosotros una urgencia por tratar de hacerlo todo. O bien por criticar lo que otros hacen pero sin involucrarnos, después de todo, pensamos que nuestra crítica es una ayuda suficiente. Por ello, es necesario que tajantemente tengamos claro que nuestra participación en el servicio, a diferencia de la participación de nuestro Dios, no es indispensable, ya sea tratando de hacerlo todo o bien a través del control remoto, criticando.
Pero partamos por lo que el diccionario nos dice sobre el servicio. Ahí se define como la utilidad o la prestación de ayuda a otra persona. Creo que esa es una de las razones por las cuales nos confundimos y pensamos que con nuestro servicio a otros estamos ayudando a Dios. No hay que confundir entre ser amados por él y ser indispensables para él. La primera es una cualidad gratuita e insuperable, la segunda es verdaderamente una aberrante conclusión. Nosotros necesitamos a Dios, él sí es indispensable para nuestra vida, pero nosotros no lo somos para su existencia. Es él quien simplemente escoge amarnos, salvarnos e incluirnos en su historia.
Esto posiblemente apabulle nuestro orgullo. Pero es algo bueno para un cristiano ya que le otorga la libertad de saber que el servicio es una oportunidad para complacer a Dios, para amar a Dios, para entregarse por completo a él, pero también y aún más importante, para ser consciente de que el servicio es un vuelco de agradecimiento y no una obligación para ganar su favor.
Si el servicio es un trabajo rendido debemos entonces tomar en consideración lo que Tim Keller dice al hacerlo, «…si somos exitosos nos destruye porque se nos sube a la cabeza. Si no somos exitosos, nos destruye porque apabulla nuestra valía…».[1] Por lo tanto, cuando este trabajo es en función de amar a quien tiene todo bajo su control, a quien me acepta y me ama, serviré libremente amando a mi prójimo, a través de la guía y la motivación del Espíritu Santo. Ni nuestra valía ni nuestro éxito serán los motores que me lleven a realizarlo, sino el deseo ferviente de complacer a Dios y darle a él la gloria. Cuando tenemos esta perspectiva del servicio, nosotros no somos los protagonistas de la historia; sin embargo, participamos en ella gracias a su misericordia.
En el libro de Santiago, antes de entrar al tema de fe y las obras, el apóstol nos habla del amor. Y estudiando esta carta durante esta semana, recordé nuevamente la necesidad de amar a Dios más que a nada en el mundo, para que de ese amor, el más importante y el primero, como diría C.S. Lewis, pueda brotar ese otro amor, el amor al prójimo, manifestado entre muchas otras cosas en el servicio o bien como lo dice su palabra: «la fe sin obras está muerta» (Stg 2:14-25).
Entonces, ¿qué debo hacer o pensar hacer cuando considero servir a mi iglesia?
Primero que nada amar a Dios sobre todas las cosas, y eso significará conocerle más, orar más para saber así lo que él desea de nuestras vidas. Me impresiona que a veces su Palabra saca lágrimas de agradecimiento de mis ojos. Su constante fidelidad y perseverancia me levanta para adorarle y para buscar oportunidades para compartir a otros de él. Es mi lucha, por mi misma pecaminosidad, permanecer en su presencia consciente de su presencia todo el tiempo, sin dejar que las distracciones de la vida saquen mis ojos de Cristo. Para servirle, debemos amarlo primero. ¡Amémoslo!
La devoción al Señor, al leer su Palabra, transforma nuestras vidas y nos da la oportunidad también de orar y conversar con el Rey del universo. Es su Libro que me recuerda sus promesas y me insta a hablar diariamente con él de manera directa y sincera. La oración es el vínculo estrecho entre nosotros y nuestro Padre. Una herramienta de misericordia que tenemos a nuestro alcance y que es verdaderamente un placer utilizar.
Un amigo y pastor dice que debes servir donde está la necesidad. Y yo creo que parte de eso es verdad; sin embargo, te invito también a ser sabio. Porque la necesidad de la iglesia es mucha, y si volvemos a pensar que somos indispensables trataremos de hacerlo todo, y terminaremos agotados. Por eso, orar sí que es indispensable. La oración pone nuestra realidad en su lugar y nos quita la venda de cinismo de los ojos y nos lleva a depender completamente de Dios. Es él quien nos otorga nuevos sueños, es él quien nos lleva de la mano hasta prados llenos de maná, es él quien hace posible discernir sobre los diferentes proyectos en los cuales involucrarse.
Para servir a Dios, hay que orar y aprender a escuchar su voz en la Escritura.
Y en cuanto a qué proyectos tomar e involucrarnos, bueno, Dios nos ha dado dones a todos, y estos son como lo dice su Palabra: necesarios para la edificación del cuerpo y la expansión del Reino (1Co 12). ¿Y cómo puedo ponerlos en práctica? Mi sugerencia es escuchar al liderazgo de tu iglesia. Hay muchas personas que tienen carreras y desean otorgar su expertisse en la iglesia, pero sin un pleno conocimiento de Dios y sus planes, sin una vida de oración y sin escuchar cuáles son las necesidades de la iglesia, pronto regresaremos a pensar que somos nosotros los que estamos llevando a cabo la obra, nos fiaremos de nuestras propias estrategias y dejaremos a Dios de lado.
¿Significa esto que no podemos hacer nada relacionado con nuestras carreras? Por supuesto que no. Pero sí debemos ser humildes y en muchas ocasiones posponer el deseo de nuestros corazones y dar paso a los planes de Dios. Por darte un ejemplo, yo estudié periodismo y durante mucho tiempo pensé que trabajar con niños no era lo mío. Deseaba trabajar en el área de comunicaciones; sin embargo, la necesidad de la iglesia requirió que estuviera a cargo del ministerio de niños. A pesar de mi inexperiencia y mi reticencia, el Señor no solo limó asperezas en mi vida que no conocía, sino que me regaló muchas horas de aprendizaje y deleite en los ocho años que duró mi incursión con los niños. Mis planes fueron pospuestos y el trabajo realizado en mi debilidad fue para su gloria.
Para servir a Dios, debemos ser humildes y escuchar al liderazgo de nuestra comunidad de fe.
Finalmente, el servicio es un placer. Es una oportunidad de ver cómo Dios transforma las circunstancias y las vidas de las personas, incluidos nosotros. Pero recuerda, esto no está bajo nuestro control ni tampoco en nuestras propias fuerzas; no obstante, nos da una exhilarante libertad de amar a otros como se nos ha amado. No vayamos a él con una corazón enfadado pensando, «ya, está bien, lo hago así pero no quiero», sino mas bien vayamos gozosos y con corazones humildes diciendo: haz de mí, Señor, un instrumento para que tu voluntad sea hecha aquí en la tierra.