En el artículo anterior, vimos cómo Jesús le respondió a los niños y cómo nosotras podemos responder de igual manera. Ya sea que tengas hijos propios o no, necesitamos cultivar una respuesta bíblica ante los niños. No obstante, ¿qué tenía que decirle Jesús a las mamás? Ser madre implica todo un nuevo nivel de interacción con los niños. ¿Qué podemos aprender de Jesús para aplicarlo a la rutina diaria de la maternidad?
No puedes entregar lo que no tienes
Mientras iban ellos de camino, Jesús entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta se preocupaba con todos los preparativos. Y acercándose a Él, le dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude». El Señor respondió: «Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada» (Lc 10:38-42).
Como ninguna otra generación previa a la nuestra, las mamás hoy tenemos acceso a más información y a ayudas para la crianza que en ningún otro momento. Sin embargo, no estoy segura de que eso nos ha ayudado o nos ha estorbado. De hecho, el acceso a más información probablemente ha creado más Martas, ansiosas e intranquilas respecto a muchas cosas.
- ¿Qué método de entrenamiento del sueño debería estar realizando?
- ¿Qué tipo de comida para bebés es la mejor?
- ¿Está mi hijo obteniendo el tiempo suficiente de juegos sensoriales?
- ¿Qué tipo de disciplina debería tener?
- ¿Son los hijos de mis amigos buenas influencias?
- ¿Escuela en casa o escuela pública?
- ¿Clases de música o de danza?
- ¿Lactancia materna o fórmula?
Todas estas son buenas preguntas que hacer, pero demasiado a menudo crean ansiedad e inquietud en nuestros corazones y nos llevan a una investigación desesperada. Sin embargo, Jesús nos dice a nosotras, Martas, que hay solo una cosa que es necesaria. UNA COSA.
¿Qué es esa cosa? Estar quieta con Jesús. Cultivar una intimidad con Él y un corazón que lo escucha.
¿Acaso esto no es también la única cosa que esperamos traspasarle a nuestros hijos? ¿Un deseo por conocer y amar a Jesús por sobre todo lo demás? ¿Que un día sean fuertes hombres y mujeres de fe, personas que aman a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerzas, que se deleitan en hacer su voluntad y que lo sirven con todo su corazón y con toda su vida?
No obstante, ¿cómo podemos cultivar esto si no lo modelamos nosotras mismas? No podemos entregar lo que no tenemos. No seamos como Marta, desesperadas y preocupadas por cosas buenas y olvidando lo mejor. Esta es la parte difícil, las cosas que nos distraen de Jesús normalmente no son malas. Marta estaba distraída con «servir mucho». Servir es algo bueno, pero la distraída de lo MEJOR: conocer a Jesús. Ser una buena madre es algo bueno y fácilmente puede distraernos de lo mejor.
Por lo tanto, ¿cómo podemos estar radicalmente dedicadas a conocer a Dios en el trabajo pesado diario de la vida? Creo que significa mantener las disciplinas de la lectura bíblica y de la oración como parte central del día, sin importar el costo. No obstante, es verdaderamente costoso. Sentarse con Jesús mientras hay mucho por hacer es algo radical. Tu Marta interna gritará las mismas cosas que ella le dijo a Jesús. «¡Hay tanto que hacer! ¡Dile que me ayude!». Pero recuerda, Jesús reprende a Marta y le dice: «una sola cosa es necesaria».
Decidir hacer espacio para Dios en tu día podría significar cocinar nuggets de pollo congelados o macarrones con queso (¡de nuevo!), en lugar de esa maravillosa receta que encontraste en Pinterest. O dejar un montón de ropa limpia sin doblar por uno o dos días, arrugandose toda. O no poder juntarte con una amiga o tener esa cita de juego para tus hijos con otros niños. O tener que recibir a alguien en una casa desordenada y llena de cosas porque decidiste buscar a Dios en lugar de limpiar.
Quedarse quieta con Jesús es costoso. Te cuesta tu preciado tiempo. Por lo general, significa que no puedes hacer otras cosas que quieres hacer. Sin embargo, ¡qué gran testimonio es para tus hijos! Ver que su mamá se está dedicando radicalmente a Dios. Te garantizo que ellos querrán saber por qué ese libro al que llamas Biblia es tan importante, quién es este Dios al que siempre te escuchan orarle y por qué pasar tiempo de rodillas es más importante para ti que limpiar la casa.
No existe otra manera de traspasar una fe vibrante a tus hijos que cultivarla y modelarla tú misma. No permitas que el deseo de ser una buena mamá te distraiga de tu más alto llamado: conocer y amar a Jesús.
Sé una mujer centrada en Dios, no centrada en los niños
Si alguien viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermana, y aún hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc 14:26).
Esta es una de las cosas más fuertes que Jesús dijo. Un requisito para ser cristiano es amar tanto a Dios que, en comparación, el amor que tienes por tus hijos parece incluso odio. Esto choca contra el mundo en que vivimos, el cual se centra en los niños.
En el artículo anterior, compartí que la visión sobre los niños de la mayoría es que son un inconveniente. Y creo que es verdad. No obstante, este péndulo puede oscilar hacia el otro lado también donde los padres dedican sus vidas completas a los niños. Los ponen en las mejores escuelas, los mejores programas deportivos, les dan las mejores comidas, detienen todo en sus vidas para complacerlos. No creo que esta sea la respuesta tampoco.
Los hijos nunca tuvieron el propósito de ser el centro de nuestro mundo; Dios sí. Existe una diferencia entre querer lo que es mejor para ellos y vivir tu vida por ellos. ¿Qué dirían los te conocen que es lo guía tu vida? ¿Dirían: «¡aman y sirven radicalmente a sus hijos!» o «¡aman y sirven radicalmente a Jesús!»? Por supuesto que amar a Jesús involucra amar bien a tus hijos. Sin embargo, nuestra lealtad debe estar siempre con Dios primero, no con nuestra familia.
¿Cómo se ve esto? Esto significa que las cosas que Jesús pide de nosotras deben ser centrales en nuestras agendas, no los eventos ni las agendas de nuestros hijos. Jesús nos llama a ser sus embajadoras, a ser misionales en cómo vivimos, a ser dedicadas a su Novia, la Iglesia, a conocerlo y amarlo. Si tus hijos están evitando que hagas estas cosas, necesitas reevaluar el alto lugar que tienen en tu vida.
Para nuestra familia, estar centrados en Dios significa muchas cosas. Puesto que Jimmy viaja por el país para compartir el Evangelio y ministrar a otros, a menudo lo acompañamos para que los niños puedan verlo. Muchas veces esto implica indeseadas siestas y horas de ir a la cama, dietas impredecibles y días de viaje estresantes. Para nosotros, dejar espacio en nuestra agenda para ser misionales en nuestro vecindario significa que no tenemos mucho tiempo para otras actividades extracurriculares que las niñas probablemente disfrutarían. Sin embargo, nuestras lealtades deben estar primero con el Reino de Dios, incluso si esto hace que el amor por nuestros hijos parezca odio.
Busca al Señor para preguntarle cómo se vería esto en tu familia y ser así seguidores regulares de Jesús. Deja que tus hijos crezcan en un hogar centrado en Dios y en su Reino.
Modela arrepentimiento
Les digo que de la misma manera, habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento. […] De la misma manera, les digo, hay gozo en la presencia de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente (Lc 15:7,10).
Existe una manera de conocer a Dios: arrepentimiento. Cada una de nosotras es pecadora; desde el nacimiento amamos nuestra vida y vivimos para nosotras sin esperanza. Todas estamos separadas de Dios y somos completamente incapaces de acceder a Él lejos de la obra de Jesús por nosotras. Solo podemos conocerlo cuando confesamos nuestro pecado y nos volvemos a Dios, confiando en que la vida justa de Jesús y su muerte expiatoria cubren nuestro pecado. Este proceso de confesar nuestro pecado y volver a Dios es lo que la Biblia llama arrepentimiento.
Porque así ha dicho el Señor Dios, el Santo de Israel: «En arrepentimiento y en reposo serán salvos» (Is 30:15).
Y el arrepentimiento no es solo una transacción que ocurre solo una vez cuando eres salvo. Es el hábito diario constante de un cristiano. «Den frutos dignos de arrepentimiento» (Mt 3:8). Por lo tanto, la pregunta es: «¿estás modelando arrepentimiento para tus hijos? ¿Cómo sabrán ellos lo que significa si no se lo muestras?
Uno de los mejores regalos que podemos darles a nuestros hijos es arrepentirnos ante ellos. Cuando estamos enojadas pecaminosamente con ellos, debemos confesarles ese pecado a nuestros hijos y pedir su perdón. Esto puede ser incómodo porque puede sentirse como que hemos perdido el control sobre nuestros hijos. Sin embargo, ¿de qué otra manera verán ellos cómo se ve la verdadera humildad y arrepentimiento si no se los mostramos?
Los mormones, los musulmanes y los judíos les enseñan a sus hijos a ser personas buenas y morales. Nuestra crianza debe ser radicalmente diferente, puesto que tenemos una fe radicalmente diferente. No obstante, demasiado a menudo, la crianza cristiana se reduce a que nuestros hijos «sean buenos niños». Pero la verdad es que nuestros hijos no tienen absolutamente ninguna esperanza de ser unos buenos niños lejos de la obra salvadora en sus vidas. Ellos son personas pecadoras, egoístas sin esperanza y sin Dios, igual que nosotras. ¡Es nuestro trabajo mostrarles esa desesperanza y guiarlos al Salvador! No les des un sentido falso de moralidad externa que los convence de que Dios está complacido. Todo lo que eso hace es crear fariseos, los mismos que crucificaron a Jesús.
Ayuda a tus hijos a ver cuán desesperados están de ser buenos sin Jesús al permitirles ver tu propia necesidad. Déjales verte como una pecadora al igual que ellos en necesidad de la gracia de Dios cada día. Una de mis preguntas favoritas para hacerles a mis hijos cuando han sido desobedientes es: «¿es difícil obedecer?». Normalmente, la respuesta es un rotundo y desesperado «¡SÍ!»; y que hermoso momento es para decir: «¡es difícil para mami obedecer a Dios también! No podemos obedecer sin la ayuda de Dios debido al pecado en nuestros corazones. Oremos y pidámosle a Dios que nos ayude a los dos hoy a poner nuestra fe en Él y no en nosotros».
Discipula a tus hijos en arrepentimiento. Muéstrales cómo se ve humillarte ante Dios y otros. No existe cosa más grande que puedas darle a tus hijos. Como Jesús dijo en Lucas 15: el cielo se regocija por el arrepentimiento de un pecador necesitado mucho más que por una persona con superioridad moral que piensa que no necesita a Jesús. ¡Démosle al cielo algo de qué regocijarse!
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