La otra noche, mi esposo y yo nos sentamos con nuestros hijos a ver, hasta muy tarde, unos videos caseros de la familia. Nos reímos de cómo nuestra hija menor solía estar obsesionada con el gel antiséptico porque tenía brillo y de cómo los rizos de nuestro hijo mayor colgaban sobre sus ojos. Recordamos la fidelidad de Dios para nuestra familia y, al mismo tiempo, la vivimos una vez más. Cuando mis hijos se iban a acostar, uno de ellos me dijo, «esto es genial, mamá. Tenemos que volver a hacerlo pronto».
Ustedes podrían pensar que yo estaría disfrutando el destello de ese maravilloso tiempo de unión familiar; sin embargo, mientras lavaba los platos de la cena, los sentimientos de culpa ya se estaban enfrentando cuerpo a cuerpo con la placentera sensación que ese momento provocó. La culpa, como de costumbre, pronto triunfó: «esos videos no muestran la historia completa. Parecía que habías sido una mamá entretenida que jugaba a las escondidas con tus hijos, pero sabes que no jugaste lo suficiente con ellos» o «¿cómo pudiste haber olvidado el día cuando todos los globos aerostáticos compitieron sobre tu casa? No disfrutaste lo suficiente a tus hijos cuando eran pequeños». Debiste hacerlo, pero no lo hiciste; por lo tanto, fallaste.
¿Cómo debemos manejar la desagradable emoción de «la culpabilidad maternal»? Un artículo no es suficiente para abarcar todo lo que se puede decir al respecto, pero a continuación les comparto algunos pensamientos que espero que sean de gran ayuda.
En primer lugar, me parece que existen dos corrientes principales de «culpabilidad maternal»: la primera, realmente no es culpa en lo más mínimo. Es una emoción a la que llamamos «culpa», pero generalmente es un sentimiento vago de desánimo que apunta a cierto orgullo o a cierta necesidad de aprobación que se disfraza de «culpa». Nos enfrentamos a ella cuando hablamos con una mamá que cree que su método de crianza es el única forma o cuando leemos el estudio más reciente sobre crianza donde se demuestra que los padres de niños realmente inteligentes y exitosos hacen esto, eso y aquello (y nosotras no estamos haciendo «aquello»). ¡Que venga la autoflagelación!
El problema con mucha de la culpabilidad maternal es que la ley que quebrantamos no es una bíblica, sino que una cultural. Tenemos que estar atentas aquí: ¿cuánta de mi concepción de lo que significa ser una buena madre está formada por la Escritura y cuánta está formada por mis amigas que creen que los hijos sólo deben comer, dormir o aprender de una forma en particular?
No estoy diciendo que no importa cómo alimentamos o educamos a nuestros hijos; ¡importa muchísimo! La maternidad es una labor práctica intensa. Sin embargo, la forma en la que criamos a nuestros hijos debe fluir y debe regresar al único gran objetivo de la maternidad: criar desde el principio a nuestros hijos en los caminos del Señor (Pr 22:6). Cuando partimos aquí, la maternidad es mucho más fácil, mucho menos pesada y muchísimo más entretenida. Encontraremos un amplio alcance para nuestra imaginación, creatividad y talento cuando abandonamos la obligación de medirnos bajo ciertos estándares culturales. Tenemos tiempo suficiente para hacer lo importante en la maternidad, pero sólo si lo hacemos por aquello que realmente importa.
Para lidiar con la falsa culpabilidad maternal, debemos aprender todo lo que podamos de otras mamás, preferentemente mujeres que sean mayores, que sean piadosas, que hayan visto ir y venir muchas modas de crianza y que tengan una idea de lo que importa a largo plazo. Pero más importante aún, debemos evaluar todos los consejos que nos den sobre crianza a la luz de la Palabra de Dios. Usaré una ilustración que John Piper utiliza en otro contexto: si criar a nuestros hijos en los caminos del Señor es como el sol, entonces todo lo demás (la alimentación, el descanso y la educación de nuestros hijos) encontrará, como los planetas en su órbita, su propio lugar. Como resultado, las mamás no nos sentiremos culpables por las cosas que no debiéramos.
El segundo tipo de culpabilidad maternal es el real. Nos apresuramos tanto para huir de esta desagradable emoción que olvidamos que es un sentimiento dado por Dios. A veces, debo sentirme culpable porque soy una mamá culpable, pues he quebrantado las leyes de Dios y lo hago muchas veces al día. Las quebranto cuando me impaciento con mis hijos o cuando me quejo de los momentos en los que me interrumpen; las quebranto con las cosas que hago y las que no hago. Lejos de ser una emoción negativa que quiero evitar a toda costa, tengo que pedirle a Dios que me ayude a sentir la culpabilidad maternal correcta en el momento correcto.
No obstante, la convicción verdadera del Espíritu Santo no es la sensación vaga de fracaso que tuve la otra noche. La forma de lidiar con esos sentimientos es admitir que sí, soy una mamá culpable (culpable de muchos pecados de hecho o de omisión). Él está obrando para hacer que esta madre culpable y arrepentida fructifique en su hogar. Eso es lo que debí haber visto la otra noche cuando estábamos mirando los videos caseros: no sólo mis fracasos, sino que también la maravillosa gracia de Dios a pesar de mis fracasos.
Hace poco, mi papá me envió esta cita de John Newton para animar a las madres que luchan con la culpabilidad maternal:
¿Dices que te sientes abrumada por la culpa y por la sensación de indignidad? Bueno, es cierto que no puedes estar tan consciente de los males dentro de ti, pero podrías estar, y de hecho lo estás, controlada y afectada incorrectamente por ellos. Dices que es difícil entender cómo un Dios santo puede aceptar a una persona tan terrible como tú. Con esto, no sólo expresas una opinión negativa sobre ti misma, la cual es correcta, sino que también una opinión muy negativa de la persona, de la obra y de las promesas del Redentor, lo que es incorrecto.
Al contrario de lo que nuestra cultura nos dice, es correcto y bíblico tener una opinión negativa sobre nosotras mismas. Lo que está mal es tener una opinión muy negativa de la persona, de la obra y de las promesas del Redentor.
Por esta razón, la próxima vez que un caso de culpabilidad maternal nos golpee, preguntémonos: ¿me siento culpable porque quebranté una ley de Dios o una de mis propias «leyes»? Y si quebrantamos una de las leyes de Dios, permitámonos tener una opinión negativa de nosotras mismas. Admitamos nuestra culpabilidad y pidámosle a Dios (y a nuestros hijos, si corresponde) que nos perdone. Pero tengamos una opinión correcta de Cristo. En vez de revolcarnos en el pensamiento de «la horrible madre que soy», contemplemos inmediatamente a la persona, a la obra y a las promesas de Dios. Agradezcámosle por su maravillosa gracia revelada en la cruz y en la obra de nuestra maternidad. Confiemos en su promesa de que nos ayudará en tiempos de necesidad. Ésta es la forma de obtener verdadera libertad de la culpabilidad maternal.