Ocurre todos los días. Un esposo se rehúsa a perdonar a su esposa, porque ella simplemente no puede ver todos los pecados que él le atribuye. Una esposa no se reconciliará con su marido hasta que él respalde completamente su visión de la realidad. Un matrimonio está al borde de la ruina porque uno de los cónyuges ha determinado que las motivaciones del otro son irremediables.
Algunos usan una ventanilla de escape del matrimonio, llamándola «irreconciliable». Es tan triste, pero tienen diferencias irreconciliables. La palabra es trivializada cuando se usa de esta manera, vacía de su carga moral. En la Escritura, el término «irreconciliable» tiene dientes espantosos. En 2 Timoteo 3:1-9, Pablo da una lista de muchas personas impías que rondarán el mundo en los últimos días. La palabra griega aspondos es usada en 2 Timoteo 3:3 para identificar a quienes «son hombres de mente depravada, reprobados en lo que respecta a la fe» (2Ti 3:8).
La palabra describe a alguien que alimenta una «hostilidad que no da tregua» (Pastoral Epistles [Epístolas pastorales], pp. 174-175). Describe a una persona que guarda rencor, que no perdona y que es implacable. La persona irreconciliable protege su amargura, con sofisticación, aísla su resentimiento del alcance de los demás. Este estado es peligroso para tu fe, para nuestras familias y para nuestros matrimonios.
Tal persona afirma ser cristiana, un padre y un cónyuge fiel, pero resiste la reconciliación y afirma que obedece a Dios mientras lo hace. En la iglesia, pocas personas son más vulnerables al daño espiritual que aquellas personas ofendidas que espiritualizan su amargura. Esa persona probablemente creyó una de las tres mentiras diabólicas.
1. «No te puedo perdonar hasta que confieses todo el pecado que yo veo»
En 2 Corintios 2:5-11, un hombre pecó gravemente. El pecador se arrepintió sinceramente, pero la iglesia corintia no aceptó su arrepentimiento. Por lo tanto, Pablo intervino e hizo una petición en su nombre. Él le dijo a los corintios que debían «reafirm[ar] su amor hacia» este hombre. Ellos deben perdonar a este hombre como él pidió (2Co 2:8).
El arrepentimiento del hombre debe ser aceptado «para que Satanás no tome ventaja sobre [ellos], pues no ignoramos sus planes» (2Co 2:11). Este es el punto: uno de los mecanismos malvados de Satanás, uno de los muchos esquemas que él emplea, es convencer a los creyentes de que no necesitan perdonar a los pecadores arrepentidos.
Cuando fallamos en perdonar, el asunto de conflicto a menudo es nuestro juicio de la confesión del ofensor. Asumimos que la otra parte no es genuina, que no ha alcanzado aún la medida completa del arrepentimiento auténtico. Somos desconfiados, pensamos que le hemos hecho una radiografía al corazón del pecador y hemos discernido su falta de sinceridad. Entonces, al igual que los corintios, bloqueamos los intentos de reconciliación del pecador.
2. «No puedo perdonarte si es costoso para mí»
En Mateo 18:21-35, Jesús cuenta la historia de un siervo cuyo amo le perdonó una enorme deuda. De inmediato, este hombre se encontró con un colega que le debía una cantidad menor. En lugar de extender el perdón que recibió, él le impuso un castigo y envió al segundo siervo a prisión.
Con este increíble ejemplo, el Salvador nos enseña que el perdón absorbe al menos dos costos.
Primero, un cónyuge debe decir: «no voy a castigarte». No existe persona casada entre nosotros que no haya enjuiciado mentalmente a su cónyuge y no haya anunciado el veredicto que el despiadado sirviente pronunció: ¡«Paga lo que debes»! (Mt 18:28). Para que ocurra el verdadero perdón, a veces un cónyuge debe negar el comprensible instinto de exigir venganza sobre su compañero o compañera y, en lugar de ello, liberarlos de castigo, poniendo su pecado bajo la sangre expiatoria de Jesús.
Segundo, el que perdona literalmente debe escoger pagar la deuda que su amado o amada debe. Perdonar no significa evaporar mágicamente lo que se debe. Si yo te prestara $10 dólares y rehusaras pagármelos, el dinero no aparecería misteriosamente de vuelta en mi billetera al perdonarte. Piensa en eso. Para que Cristo nos perdonara, Él tuvo que absorber el dolor emocional: la vergüenza y humillación de cargar con nuestros pecados. Cuando perdonamos, debemos absorber el costo también. Debemos decir: «veo el costo de perdonarte, y lo acepto».
Esto es difícil. Sin duda, queremos perdonar, pero instintivamente pensamos que no debería costarnos. Absorber la deuda no es justo, por lo que reaccionamos instintivamente: «¿qué? ¡Tú lo hiciste! ¿Ahora yo tengo que pagar la cuenta? ¿Acaso no es suficiente con perdonarte y escoger no tomar represalias? ¿Acaso no he sufrido lo suficiente?».
No, no es suficiente si queremos una verdadera reconciliación. El siervo despiadado es reprendido por su amo por exigir pagar una deuda menor. Las injusticias que sufrimos, sin embargo, rara vez se sienten pequeñas. ¿Cómo podemos absorber tal dolor? La respuesta se encuentra en mirar atrás a la injusticia más grande de la historia. El Cordero sin mancha de Dios fue torturado y crucificado como sustituto por nuestros pecados. Merecíamos el castigo que fue impuesto en Jesús, pero Él absorbió el costo; Cristo perdonó nuestra incomprensible deuda. Ahora, puesto que hemos sido perdonados, somos llamados a perdonar.
3. «Puedo perdonarte sin acercarme a ti»
Marcos y Sandra fueron heridos por sus amigos. Cuando sus amigos sugirieron que se juntaran para discutir lo que ocurrió, Marcos y Sandra mantuvieron su puerta cerrada. Ellos habían aceptado formalmente la disculpa de sus amigos y les extendieron perdón, pero su perspectiva de la ofensa no les permitía discutirla. Tristemente, la narrativa alimentó su ofendido estado y permitió que la relación permaneciera sin reconciliación, aun cuando ellos dijeron haber perdonado a sus amigos.
Marcos y Sandra lidiaron con su dolor construyendo muros. Es como decir: «te perdono, pero no podemos ser amigos nunca más». Tal perdón dista de la reconciliación. Es protección, no restauración de la relación.
Sin duda, hay casos en los que debemos distinguir entre perdonar y confiar. Una esposa abusada podría perdonar a su esposo, pero ella no está obligada a vivir bajo el mismo techo inmediatamente. Su seguridad debe ser garantizada y la confianza reconstruida. Muy a menudo, eso toma tiempo. De manera similar, un ejecutivo de negocios puede perdonar a un miembro del equipo por malversar dinero, pero eso no protege el trabajo del malversador. Esa persona es perdonada y despedida. ¿Por qué? El perdón podría estar presente, pero la confianza no. En tales casos, la verdadera misericordia perdona y actúa sabiamente. No pone a los abusadores ni a los malversadores de vuelta en las situaciones delicadas hasta que haya clara evidencia y fruto de arrepentimiento.
La verdad es que estos casos son más excepcionales.
Es más común encontrar un cónyuge torciendo la Escritura para permanecer sin reconciliación, convirtiéndose en el juez y satisfaciendo su necesidad de sentirse moralmente superior. Sin embargo, cuando no nos reconciliamos, pasamos por alto las palabras de nuestro Salvador: «¡Tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo» (Lc 17:3-4).
Cuando lo piensas, confesar siete veces al día difícilmente parece arrepentimiento, a menos que estés hablando de un niño pequeño. No obstante, no es nuestro trabajo analizar el alma del otro y separar la sinceridad de sus confesiones. Nuestra responsabilidad es mantener un corazón que es rápido para responder a confesiones sinceras, uno que anticipe el buen fruto de las vidas de personas arrepentidas. Sabia es la pareja que se equivoca por perdonar en lugar de arriesgarse a la rápida decadencia espiritual de ser irreconciliables.
Inclina la balanza de tu matrimonio
Recientemente, leí un libro escrito por Andy Crouch en el que hace una observación sorprendente. Está dirigida a las instituciones sociales, pero hay aplicaciones innegables para el matrimonio también:
Es asombroso cuán consistentemente las historias de las instituciones incluso más complejas se reducen a sus administradores, aquellos que, en el mejor de los casos, cargan con el dolor y el quebranto de la institución, la perdonan y la sirven. Es maravilloso cuán consistentemente el destino de las instituciones depende de unas pocas personas y de su propio carácter personal, incluso cuánto una persona puede inclinar la balanza hacia una injusticia devastadora o hacia una abundancia redentora (Playing God [Jugando a ser Dios], pp. 219-220)
¿Estás actuando como un administrador confiable en tu matrimonio? ¿Estás cargando su dolor y quebranto mientras perdonas y sirves a tu esposo o esposa? ¿O eres un consumidor quejumbroso, que tiene un registro de todas las maneras en que el matrimonio no está satisfaciendo tus necesidades?
Pablo nos instruye: «Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes» (Col 3:13). Cristo nos ha perdonado libre, amorosa, sacrificial, completa, gozosa y eternamente. ¿Puedes creerlo? Jesús no se escudó del dolor de relacionarse con nosotros. Él nos buscó, nos perdonó y ahora ora constantemente por nosotros. Un cónyuge con el coraje de exhibir la extraordinaria gracia de Dios puede «inclinar la balanza… hacia una abundancia redentora» en el matrimonio. Ese cónyuge podrías ser tú. El camino a convertirte en un administrador o administradora gozoso podría comenzar al escoger la reconciliación hoy.