Uno de mis profesores del seminario conocía una historia real que relataba con el fin de ilustrar la falsa humildad del relativismo posmoderno. Cuando era profesor de una universidad estatal, tuvo un alumno que era evangélico. Un domingo, este estudiante visitó una iglesia liberal en el centro de una gran ciudad. El pastor, que era un entusiasta adherente del relativismo, estaba predicando un sermón que comenzó con la declaración «todas las creencias religiosas son verdaderas» y a continuación rodó cuesta abajo desde allí. Minuto tras minuto, el predicador le dijo a la congregación que todas las creencias eran igualmente válidas y que la salvación estaba disponible para todos no importando cual fuese su sistema de creencias. El estudiante que estaba de visita no pudo soportar semejante disparate y se levantó para irse mientras el pastor llegaba a la conclusión de su sermón. En el instante en que se iba, el pastor lo llamó. Deseando usarlo para ilustrar su idea, le preguntó al estudiante cuáles eran sus creencias religiosas. Éste se volvió y dijo: «Señor, creo que usted está predicando otro evangelio, y que corre peligro de irse al infierno». Sobra decir que el pastor se indignó contra el estudiante y, junto con burlarse de él, lo reprendió insistentemente. Hasta ahí llegó la idea de que todas las creencias son igualmente válidas.
Ya perdí la cuenta de las veces en que he escuchado decir: «No importa lo que creas, siempre que lo creas». «Todos los caminos conducen a la salvación». «Nadie que sea sincero será excluido del reino». El pastor de la historia de arriba claramente sostenía esta idea, y es el sentimiento que prevalece en nuestra cultura. Es aun otro ejemplo del énfasis posmoderno en la relatividad de la verdad. Todas las creencias sinceras son verdaderas no importando si contradicen las creencias de otro.
Estas ideas son promovidas disfrazadas de tolerancia: «No podemos juzgar a nadie». «Debemos aceptar lo que sea que otra persona crea». «No podemos decirles que quizás estén equivocados; hacerlo sería intolerante».
Pero es ridículo sugerir que estas ideas sean tolerantes. Como lo demuestra la historia de arriba, todas las creencias religiosas son toleradas mientras no afirmen ser exclusivas. Tan pronto como alguien se adhiere a una creencia religiosa que pretende ser exclusiva, la creencia de dicha persona ya no es aceptada. En el instante en que alguien presenta su sistema de creencias como la verdad universal, dicha persona pierde toda credibilidad en nuestra cultura.
Cuando la gente dice: «No importa lo que creas, siempre que lo creas», están mostrando una falsa humildad. En realidad no se atienen a esta declaración. Ciertamente no la aceptan en contextos «no religiosos». Nadie vive su vida creyendo sistemáticamente que lo único que importa es la sinceridad. Si lo hicieran, animarían a tomar veneno a quienes sinceramente creyeran que éste no es tal. Dirían a otros que se saltaran un semáforo en rojo si esos otros creyeran sinceramente que una luz roja significa continuar. No se burlarían de los científicos que se atienen al diseño inteligente en vez de la teoría darwiniana si en verdad no importara lo que una persona cree.
No. Decir «no importa lo que creas, siempre que lo creas» se aplica sólo a los asuntos religiosos. Pero, como hemos visto, aun esa idea se aplica sólo a ciertas creencias religiosas. La tolerancia llega sólo hasta ahí.
Esta declaración es el colmo de la arrogancia. La humanidad hará lo que pueda para evitar la idea de un Dios exclusivo. Ignorarán la lógica que usan en áreas «no religiosas» de la vida, e intentarán violar el principio de no contradicción asumiendo que las creencias contrapuestas de cristianos, musulmanes, judíos, budistas, hinduistas, sijes, ateos y otros son todas compatibles entre ellas. Sin embargo, cuando denuncian las afirmaciones exclusivas del cristianismo por amor a la tolerancia, abrazan el principio de no contradicción con el fin de defender su verdadera lealtad al dios del relativismo religioso. Para ellos es exclusivamente verdadero que todas las creencias religiosas son, a su vez, verdaderas. De otro modo, no nos odiarían por decir lo contrario.
Es fácil ver cómo el dios del relativismo religioso permea la cultura secular. Por ejemplo, a menudo oímos afirmar que el Islam es una religión de paz, pero se mira con recelo a los jueces que afirman que existe una ley natural universal por la cual todas las sociedades deberían ser gobernadas. Menos evidente, sin embargo, es que el dios del relativismo religioso está ingresando a la iglesia. Desde el Concilio Vaticano II, algunos católicos romanos enseñan que, para entrar al cielo, basta con creer en forma sincera. Incluso algunas iglesias «evangélicas» están llenas de gente que cree que los no creyentes que no han oído de Cristo irán al cielo.
Nuestra época está llena de quienes quisieran quitar importancia a las leyes de la razón. Cada día encontramos personas que viven sus vidas religiosas como si fuese irrelevante evitar las contradicciones. Pero el Dios de las Escrituras es un Dios exclusivo; no hay otro fuera de Él. Y Jesús es el único camino a Él (Juan 14:6). Sin embargo, cuando la cultura abraza el relativismo posmoderno, estas afirmaciones son puestas de lado. Y si la iglesia hace lo mismo, ella también negará a su Señor.