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Cuando tenía dieciséis años, me convencí de que mi vida no duraría mucho más. Sin embargo, antes de que te apresures a concluir que estaba obsesionado con mi propia muerte, debería señalar la razón por la cual no creía que me quedasen muchos días más en esta tierra. No fue porque pensara que moriría a una edad temprana: la razón por la que me iría al cielo no tenía nada que ver con mi muerte.

Como todo buen cristiano norteamericano, sabía que el rapto se acercaba. La formación de la Unión Europea, el renacimiento de Israel como estado y la elección de Bill Clinton eran, todas ellas, señales ciertas de que Jesús quitaría pronto a la Iglesia de la tierra para que no tuviéramos que soportar siete años de tribulación. Lo único que faltaba por cumplirse era la reconstrucción del templo en Jerusalén, algo que con seguridad empezaría en cuestión de apenas unos meses. Y una vez que el templo fuera reconstruido y el Anticristo fuera destruido, yo podría aguardar ansiosamente un reino de mil años durante el cual nuevamente se ofrecerían sacrificios de animales al Señor.

Pero aquí estoy sentado, doce años después, convencido de que dicho esquema, aunque interesante como lectura, no coincide con el testimonio del Nuevo Testamento. Por más que lo intento, no puedo encontrar un versículo que enseñe claramente el rapto como lo entienden muchos evangélicos. Este sistema de escatología fomenta una separación radical entre el pueblo de Dios del antiguo pacto y el del nuevo pacto, lo cual es ajeno al Nuevo Testamento, que enseña que el Antiguo Testamento es realmente para creyentes del nuevo pacto.

Así que hoy, en la iglesia, muchos esperan con ansias el día en que los sacrificios animales se restablezcan en Jerusalén. Esta visión del mundo no es muy diferente de la que sostenían los destinatarios originales de Hebreos. Había muchos que ansiaban regresar a las ordenanzas del antiguo pacto. Muchos que deseaban regresar a los sacrificios y a las ofrendas que pudiesen ver, gustar, y tocar.

El autor de Hebreos rechaza enfáticamente la esperanza de volver a los sacrificios animales; es una esperanza que ignora la superioridad del sacerdocio de Cristo. Se regocija en el sacerdocio temporal de Aarón en vez del sacerdocio eterno de Melquisedec, y es la naturaleza superior de este último la que ocupará nuestra atención en los días venideros.

Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
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Robert Rothwell
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Robert Rothwell

Robert Rothwell es editor asociado de Tabletalk, profesor adjunto en Reformation Bible College y graduado del Seminario Teológico Reformado en Orlando, Florida. Ha escrito los estudios bíblicos de Marcos este año.
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