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Jorge creció en una iglesia legalista. Él profesaba su fe como niño y le enseñaron la gloriosa verdad del Evangelio: Jesucristo murió por los pecadores. Sin embargo, después de una profesión de fe inicial, toda su experiencia cristiana se enfocó en seguir reglas. Le enseñaron que los cristianos siguen las reglas, y no simplemente los mandamientos bíblicos directos, sino que también la gama de «principios» en el área de relaciones amorosas y amistades, el consumo de alcohol, la cultura popular y otras cosas parecidas. La mayor preocupación era mantener a Jorge y a los cristianos más jóvenes como él «sin mancha del mundo». El resultado fue que el Evangelio que él conoció fue truncado a un conjunto de estándares de conducta.

Cuando Jorge llegó a la universidad, estaba cansado de cumplir las reglas. No solo era agotador seguirlas, sino que lo dejaba atrás de sus compañeros de habitación y de sus amigos a quienes parecía no importarles los límites establecidos por las reglas. Parecen divertirse y estaban felices. ¿Acaso no sería mejor, menos agotador, más pleno dejar las reglas de lado y simplemente disfrutar la vida? Y así sucedió, Jorge dejó de cumplir las reglas y, al hacerlo, también se alejó de la iglesia. Después de todo, si el cristianismo se trata de seguir las reglas y él ya no las estaba cumpliendo, no era cristiano. Es más, el cristianismo no funcionaba para él.

Tristemente, la historia de Jorge no es inusual. De hecho, para muchos jóvenes cristianos criados en la iglesia, este es exactamente el camino que siguen. Es cierto, después de abandonar su legalismo moralista y de «vivir la vida loca», algunos de ellos llegan a ver que su comprensión del Evangelio era débil e incluso falsa. Sin embargo, la mayoría de ellos nunca regresan a la iglesia y; por lo tanto, nunca le dan la posibilidad al cristianismo bíblico.

¿Cómo respondemos a esto? ¿Existe alguna esperanza para quienes crecieron en círculos de iglesias legalistas, para quienes quizás están golpeados y heridos, conflictuados y confundidos respecto al verdadero significado del Evangelio?

Sí, hay esperanza: esa esperanza se encuentra al volver al Evangelio de Jesús.

Pecadores cotidianos; Evangelio cotidiano

A medida que regresamos al Evangelio, debemos confesar que nunca vamos más allá del Evangelio. Puesto que somos pecadores cotidianos, necesitamos un Evangelio cotidiano.

Mientras vivamos, estaremos luchando con los remanentes del pecado. Sí, para aquellos que han confiado en Jesús, ha sucedido algo decisivo. Hemos sido unidos a Cristo. Hemos dejado al hombre viejo y nos hemos revestido del hombre nuevo. Por fe, hemos sido bautizados en Cristo.

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas. Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió con Él mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; es decir, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con Él mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación (2Co 5:17-19).

Y sin embargo, aunque somos nueva creación en Cristo, también hemos descubierto patrones, deseos rebeldes y hábitos insensatos que permanecen en nosotros. Es más, a medida que que aprendemos más sobre el Dios santo que nos ha amado con un amor constante, vemos los laberintos de nuestros corazones, las excusas que practicamos y la naturaleza multifacética del pecado.

El arma que Dios nos ha dado para batallar contra el pecado que permanece en nuestros corazones y cuerpos es el Evangelio. Sin embargo, llevamos nuestros corazones de vuelta a quien y de quien somos en Jesucristo: estamos unidos a Jesús, somos aquellos que Él ha declarado justos y santos. Además, Él nos ha dado el Espíritu Santo para entrenar nuestras mentes y corazones para decir «sí» a la justicia y «no» a la injusticia. En el poder del Espíritu, mortificamos las fechorías de la carne y vivimos para las prácticas virtuosas de la santidad.

Debido a que pecamos cada día y a que somos pecadores hasta el día que muramos, necesitamos el Evangelio cada día. A medida que meditamos en lo que Cristo ha hecho por nosotros por medio de su vida, muerte, sepultura, resurrección y ascensión, y a medida que vemos más claramente cómo toda la Escritura se trata de la obra de Cristo, somos formados en un tipo diferente de personas. El Evangelio mismo nos forma cada día en una nueva mujer y un nuevo hombre.

El progreso del peregrino

Esta formación del Evangelio significa que el cristianismo realmente no se trata de seguir las reglas. Para estar seguros, un cristiano obedece la Palabra de Dios, pero la manera de obedecer no es enfocándose en cumplir las reglas, mejorar su comportamiento y rendir mejor. Al centro de lo que Jesús hace en el Sermón del Monte en Mateo 5 está el desmentimiento de la noción de que la justicia se trata de la obediencia externa de la ley. Cuando dice: «Porque les digo a ustedes que si su justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos» (Mt 5:20), Él nos dice que el camino a la justicia no es por medio de la mera obediencia externa. Al contrario, el camino a una vida justa es la transformación que el Espíritu hace desde adentro hacia afuera a medida que progresamos en vivir el Evangelio. Mientras usamos los medios de gracia (dentro de ellas la adoración comunitaria que se centra en la Palabra, los sacramentos, la oración y la comunidad, así como la adoración privada) Dios nos encuentra, lleva el Evangelio a nuestros corazones, confronta nuestros patrones de pensamientos, palabras y obras pecaminosas y nos hace nuevos.

No obstante, este tipo de transformación del Evangelio, toma tiempo. Progresamos en él a medida que somos modelados y formados por la obra del Espíritu. A medida que avanzamos más y más, vemos más pecado, confrontamos más decepciones, creemos más el Evangelio, recibimos más consuelo divino. Aprendemos por experiencia y obtenemos sabiduría y entendimiento a medida que vamos de la locura a la reverencia y al amor al Señor.

Y este es el asunto: mientras vivimos sintonizamos con el Espíritu, en realidad vivimos de maneras en las que «cumplimos las reglas». Quienes tienen el fruto del Espíritu del amor serán quienes cumplan las dos tablas de los Diez Mandamientos, quienes tienen la alegría tendrán la fortaleza de decir «no» al pecado y «sí» a la justicia; quienes tienen la paz serán plenos y saludables, y no estarán intranquilos ni ansiosos; y así sucesivamente. Cumplimos las reglas, no al centrarnos en ellas como meras obras que deben llevarse a cabo, sino que al centrar nuestros corazones en Jesús, en quién Él es, en qué ha hecho y en lo que está haciendo por el Espíritu en nosotros para que podamos cumplir la ley.

Carácter y llamado

En otras palabras, el Evangelio de la gracia de Dios transforma nuestro carácter. Comenzamos a vivir en la realidad de la nueva creación que es nuestra porque estamos unidos a Jesucristo. La imagen de Dios comienza a ser restaurada en nosotros a medida que el Espíritu obra en nosotros en santidad, justicia y conocimiento genuino de Dios. Nos convertimos en las personas que Dios diseñó que seamos desde el principio.

Este tipo de formación de carácter no puede suceder simplemente mientras los cristianos de manera individual estudian la Palabra de Dios u oran solos. Al contrario, ocurre por medio de la comunidad llamada «iglesia» a medida que aprendemos a amar y a vivir entre personas que son radicalmente diferente a nosotros. Las nuevas maneras de vivir que Pablo detalla en Efesios 4 al 5 y Colosenses 3 solo pueden suceder en comunidad: dejamos la falsedad y aprendemos a hablar la verdad, ¿por qué? «Porque somos miembros los unos de los otros» (Ef 4:25). No permitimos que el enojo se enraíce en nuestros corazones, ¿por qué?, para no darle «oportunidad al diablo» para dividirnos entre nosotros (v. 27). No permitimos que ninguna palabra corrupta salga de nuestras bocas, ninguna amargura, ira, enojo o malicia, ¿para qué? «Para que imparta[mos] gracia a los que escuchan» (v. 29). ¿Te diste cuenta? El nuevo y renovado carácter que el Espíritu obra en nosotros es para otros. Y solo puede ser formado y expresado en comunidad con otros.

A medida que somos formados por el Evangelio, Dios nos llama a las vidas de otros y a su mundo. Se nos da dones para compartir con otros, capacidades dadas por el Espíritu que edifican a otros en el Evangelio. Son diferentes y necesarios si nosotros y otros vamos a ser el pueblo que Dios diseñó que fuéramos (Ro 12; 1Co 12). Nuevamente, esto significa que debemos ser parte de la comunidad llamada «iglesia», no para que cumplamos con la asistencia a la iglesia que tenemos en nuestra lista de reglas, sino para que podamos contribuir a la formación de otros en el Evangelio.

Sin embargo, Dios también nos llama a su mundo como señales y agentes de la nueva creación. Mientras vivimos como esposos y esposas, madres y padres, padres e hijos, trabajadores en nuestras profesiones o en casa, miembros y líderes de la iglesia, y en una variedad de otros llamados, lo hacemos como señales de cómo se vería todo cuando esto sea de la manera en que tiene que ser. Somos señales de la nueva creación y sus agentes también. Esto es porque Jesús nos ha comisionado a hacer discípulos: ayudar a otros a aprender la fe del Evangelio y los caminos del Evangelio, no para obtener más cumplidores legalistas de reglas, sino que para moldear más señales y agentes del nuevo cielo y la nueva tierra.

Este es un Evangelio que es mucho mejor que simplemente «cumplir reglas». Este es un Evangelio que da esperanza genuina a los legalistas en recuperación porque este es el Evangelio de Jesús, aquel que está haciendo todas las cosas nuevas.

Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
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Dr. Sean Michael Lucas
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Dr. Sean Michael Lucas

Dr. Sean Michael Lucas es el pastor a cargo de Independent Presbyterian Church en Memphis, Tennessee y profesor de Historia de la iglesia en Reformed Theological Seminary en Jackson, Mississippi. Es autor de For a Continuing Church [Para una iglesia continua].
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