Vivimos en un mundo donde, la regla, es que las personas luchan, con todas sus fuerzas, por sus propios intereses, donde cada uno se levanta dispuesto a servir y honrar al dios que cada mañana encuentra en el espejo. Por ello, el llamado que hace Pablo en su carta a los Filipenses es totalmente contra-cultural:
“Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás. La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús…” 2:4-5
¿Por que los cristianos deben vivir con esa constante convicción de servir a los demás, en vez de anhelar de que otros los sirvan a ellos?
La respuesta es que Jesús nos amó y murió por nosotros dándonos vida eterna aún cuando no tenía ninguna obligación de hacerlo. Nos trató como dignos de su servicio, cuando no éramos dignos de su servicio.
Las palabras de Pablo son claras: en medio de esta cultura competitiva y egoísta, donde cada uno debe auto-promoverse y satisfacerse, Jesús nos invita a ser diferentes y actuar de una manera servicial, que refleje que ha sido impactado por su servicio en la cruz por nosotros y que, a su vez, impacta y ama a otros. No encuentra ejemplo, ni motivación, en ninguna otra cosa más que en el impactante y desgarrador sacrificio que Jesús mismo hizo por nosotros al poner nuestros intereses por sobre los suyos. Ese amor sacrificial gratuito de Jesús, no debe ser un tema de nuestra conversión como algo del pasado, sino que debe el oxigeno que cada día, que nos da el necesario aliento para alabarlo, no solo con palabras hacia él, sino también por medio del amor sacrificial gratuito a los demás y con ello renunciado completamente a la adoración del dios del espejo.