Ya han pasado casi mil años y los cristianos aún no logramos subsanar lo de las Cruzadas. Sin importar cuántas veces Billy Graham aparezca en la lista de los más admirados, seguiremos teniendo que lidiar con ellas. Quizás el presidente Obama hizo una comparación moral algo torpe cuando, refiriéndose a quienes hoy denuncian al Estado Islámico, nos alentó a ser humildes a la luz de las Cruzadas, pero solo estaba expresando lo que muchos norteamericanos (incluidos muchos cristianos) han articulado antes. ¿Recuerdas esos confesionarios falsos, allá por el 2000, en que los cristianos pedirían perdón por las Cruzadas a los no cristianos? Si en nuestra historia colectiva hay algo por lo cual jamás pediremos suficiente perdón, es la historia de las Cruzadas.
Sin embargo, pese a todo lo que las hemos lamentado, ¿cuántos podrían decir más que un par de frases sobre ellas? ¿No sería sabio conocerlas al menos un poco antes de tomarlas prestadas para graduarnos con excelencia en autorrecriminación?
Hace algunos años conseguí una copia de The New Concise History of the Crusades [Nueva Historia Concisa de las Cruzadas], de Thomas F. Madden, profesor de historia en la Universidad de Saint Louis. Es un libro fascinante. Se lo recomendaría a cualquiera que desee saber más pero no demasiado (tiene solo 225 páginas).
¿De qué estamos hablando?
Las Cruzadas fueron una serie de expediciones militares llevadas a cabo a lo largo de varios siglos, desde la Primera Cruzada, en 1096, hasta el final de la Quinta, en 1221, y continuando de manera más esporádica hasta la Reforma. El término «Cruzada» no es una palabra medieval, sino moderna. Viene de crucesignati («los que llevan el signo de la cruz»), un término usado ocasionalmente después del siglo XII para referirse a quienes hoy llamamos «cruzados». Al contrario de lo que se piensa comúnmente, las Cruzadas no empezaron como una guerra santa con la misión de convertir a los paganos por medio de la espada —de hecho, muy pocos cruzados percibieron su misión en términos evangelísticos—. El propósito inicial de las Cruzadas, y el objetivo militar principal durante la Edad Media, fue muy simplemente reclamar los territorios cristianos capturados por los ejércitos musulmanes.
El concepto popular de los cruzados bárbaros, ignorantes, crueles y supersticiosos que atacaban musulmanes pacíficos y sofisticados proviene en gran parte de la novela de Sir Walter Scott El talismán (1825) y la Historia de las Cruzadas publicada por Sir Steven Runciman en tres volúmenes (1951-54). Esta última concluye con el famoso resumen que actualmente la mayoría comparte: «La propia Guerra Santa no fue más que un extenso acto de intolerancia cometido en el nombre de Dios, lo cual es el pecado contra el Espíritu Santo».
Scott y Runciman contribuyeron ampliamente a dar forma a una visión completamente negativa de las Cruzadas, pero no es como si hubieran carecido de material para ello. A menudo las Cruzadas fueron bárbaras y dieron origen a fracasos espectaculares. Niños murieron innecesariamente, coaliciones se fragmentaron repetidas veces, y judíos fueron a veces perseguidos sin piedad. Ciudades antiguas fueron saqueadas en forma imprudente, y ocasionalmente (por ejemplo, en la Cruzada Wendish), los infieles fueron forzados a convertirse o morir mientras que a los cruzados portadores de espadas se les garantizó inmortalidad. En breve, muchos de los cristianos que fueron a la guerra bajo el símbolo de la cruz se condujeron como si no hubiesen sabido nada del Cristo de la cruz.
Pero esa no es la historia completa. Las Cruzadas son también la historia de miles de hombres, mujeres y niños piadosos que sacrificaron tiempo, dinero y salud para recuperar tierras santas en países distantes invadidos por musulmanes. Los cristianos de Oriente habían sufrido intensamente a manos de los turcos y los árabes. Lo apropiado, a ojos de los creyentes medievales, era ir en ayuda de sus compañeros cristianos y recuperar las tierras y bienes que les pertenecían.
No fueron lo que se podría pensar
Muchos cruzados fueron caballeros (acompañados de sus familias) que dejaron tierras y títulos porque vieron su viaje al Medio Oriente como un acto de piedad: un peregrinaje a Jerusalén, centro de la tierra y de su mundo espiritual. Sin duda, los cruzados podían ser arrogantes y salvajes, pero también podían ser piadosos, compasivos (p. ej. los Hospitalarios) y valerosos.
Y no siempre fracasaron. La Primera Cruzada, a diferencia de la mayoría de las demás, realmente funcionó. Contra todos los pronósticos, un díscolo grupo de cristianos avanzó desde la Europa Oriental hasta el Medio Oriente y conquistó dos de las ciudades mejor defendidas del mundo (Antioquía y Jerusalén). Su triunfo fue nada menos que extraordinario, y para los cruzados, fue una señal de nada menos que la intervención de Dios en la restauración de su ciudad a su pueblo.
Un popular poema del siglo XV captura el latido del espíritu cruzado:
Siglo quince / Nuestra fe fue fuerte en el Oriente / Gobernó por toda Asia / En tierras árabes y en África / Pero ahora, para nosotros, esas tierras ya no existen / Entristecería aun a la roca más dura… Perecemos uno y todos en el sueño / El lobo ha entrado al establo / Y roba las ovejas de la Santa Iglesia / Mientras el pastor duerme / Cuatro hermanas de nuestra iglesia encontrarás / Son de clase patriarcal / Constantinopla, Alejandría / Jerusalén y Antioquía / Pero han sido abandonadas y saqueadas / Y pronto la cabeza será atacada.
Es legítimo deplorar la crueldad impuesta por los cristianos cruzados, pero no deberíamos ignorar su grave situación. Las tierras cristianas habían sido capturadas. Indudablemente, pensaron ellos, esto no puede continuar. Para un norteamericano, sería como si Al-Qaeda hubiera saqueado Washington D.C. luego del 11/9, hubiera puesto a Bin Laden en la Casa Blanca y hubiera convertido el monumento a Lincoln en un centro de entrenamiento terrorista. Sería impensable, o incluso cobarde, que nadie asaltara la ciudad, liberara a los cautivos y devolviera la capital de nuestra nación a sus legítimos dueños. Jamás deberíamos excusar las atrocidades que ocurrieron bajo la bandera de la cruz durante las Cruzadas, pero deberíamos, al menos, hacer una pausa para entender por qué decidieron iniciar esta infructuosa empresa.
También deberíamos resistir la tentación de culpar a las Cruzadas por el extremismo musulmán del presente. Esto no significa que las Cruzadas carezcan de peso en la conciencia islámica: el punto es que no siempre fue así. Las Cruzadas siempre fueron una gran cosa en el Occidente cristiano, pero para los musulmanes, aun en el siglo XVII, fue simplemente otro inútil intento de los infieles por detener la inevitable expansión del Islam. Desde la época del profeta Mahoma hasta la Reforma, los musulmanes conquistaron tres cuartos de las tierras cristianas. Una vez que los musulmanes se unieron bajo Saladino, los cruzados, divididos, no fueron rival para los ejércitos islámicos.
Las Cruzadas no fueron un factor importante en la conformación del mundo islámico: fueron simplemente otro inútil intento de bloquear la expansión del Islam. El término usado para hablar de las Cruzadas, harb-al-salib, solo se introdujo en el lenguaje árabe a mediados del siglo XIX, y la primera historia árabe de las Cruzadas se escribió recién en 1899. Puesto que las Cruzadas fracasaron, simplemente no fueron muy importantes para los musulmanes. Sin embargo, todo esto empezó a cambiar cuando las naciones europeas colonizaron naciones musulmanas, y llegaron con sus escuelas y textos de estudio que aclamaban a los gallardos cruzados y los heroicos caballeros que intentaron llevar el cristianismo y la civilización al Medio Oriente. Al igual que en los deportes, la guerra y la vida en general, cuando estás ganando, no te importa quién está perdiendo; pero cuando estás perdiendo, es muy importante quién te está venciendo.
Un poco de cautela puede hacer una gran diferencia
La idea de este artículo no es que nos convirtamos en admiradores de las Cruzadas, sino que tengamos más cuidado al denunciarlas. Nosotros luchamos por los estados nacionales y la democracia; ellos lucharon por la religión y las tierras santas. Sus razones para hacer la guerra nos parecen incorrectas, pero no más de lo que las nuestras les parecerían incorrectas a ellos. Madden escribe:
Es muy fácil para la gente moderna rechazar las Cruzadas como algo moralmente repugnante y necesariamente maligno. Tales juicios, sin embargo, nos dicen más sobre los observadores que sobre lo que se observa. Se basan en valores únicamente modernos (y, por lo tanto, occidentales). Si desde la seguridad de nuestro mundo moderno condenamos rápidamente al cruzado medieval, debemos tener conciencia de que él nos condenaría con la misma rapidez. Las guerras infinitamente más destructivas que hemos llevado a cabo por ideologías políticas y sociales, serían, en su opinión, desperdicios lamentables de vidas humanas. En ambas sociedades, tanto en la medieval como en la moderna, las personas luchan por lo que más aprecian. Es un hecho de la naturaleza que no puedes cambiar fácilmente.
Después de todo, quizás hay algo que los cruzados pueden enseñarnos. Quizás su ejemplo puede forzarnos a examinar lo que consideramos más preciado. En nuestro país puede ser la libertad, la democracia, y una paz sostenida con mucho esfuerzo en un mundo de terror. En la iglesia, las prioridades serían diferentes.
Estamos en una batalla y el Maestro nos ha llamado a luchar; no con las armas del mundo, sino con la palabra de Dios y la oración; no contra nuestros semejantes, sino contra el mundo, la carne y el diablo. Algunas cosas merecen que luchemos; algunas merecen que muramos. ¿Nuestra tierra? Quizás. ¿Nuestro Señor? Siempre. Que nuestra lucha, por tanto, sea valiente, nuestro sufrimiento, con determinación, y nuestra estrategia, la de Cristo, quien triunfó sobre el enemigo, pero no quitando vidas sino dando la suya.