La oración de los hijos de Dios a nuestro Padre celestial nunca es un desperdicio. Cada oración es escuchada y debemos «orar siempre» (Lc 18:1-8). A lo largo de la Escritura, sin embargo, he notado que, aunque la oración individual es vital y significativa en la vida de cada creyente, cuando los cristianos se juntan a orar es cuando Dios decide intervenir.
Cuando Hai derrota a los israelitas en la batalla, Josué llamó a una reunión de oración junto a los ancianos y Dios respondió a su petición (Jos 7). Cuando le dijeron a Josafat que los moabitas y los amonitas estaban preparándose para atacarlos, él llamó a todo Judá a orar y a ayunar para pedir la ayuda del Señor y Dios respondió magníficamente (2Cr 20). Cuando Nabucodonosor planeó matar a los «hombres sabios» de Babilonia, Daniel, Ananías, Misael y Azarías oraron juntos y Dios les reveló el secreto que les salvaría la vida (Dan 2). Cuando Pedro fue encarcelado, la iglesia oraba constante y fervientemente para que Dios lo liberara (Hch 12:5-17). Mientras la iglesia oraba y ayunaba, Dios llamó a Pablo y a Bernabé para ir a misionar (Hch 13:2-3).
Santiago dice que cuando alguien está enfermo, debemos llamar a los ancianos para orar por esa persona (Stg 5:14-15). Reiteradamente, Pablo le escribió a las iglesias y las animaba a orar. También Jesús dijo:
¡Además [obviamente esto lo había enseñado antes] les digo que, si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18:19-20).
Todo esto parece obvio, por lo que me desconcierta la falta de reuniones de oración en las iglesias. Hay grupos de crecimiento, grupos pequeños, cursos de evangelización y un gran número de eventos. Nos juntamos para comer, para tener comunión, para ver la música y para trabajar, lo que es buenísimo. Firmamos peticiones y levantamos nuestras voces justamente para protestar ante la marginalización del cristianismo; sin embargo, ¿qué pasó con la iglesia que se junta a orar para buscar fervientemente a Dios y a su bendición?
No es que seamos una iglesia que estuviera haciendo las cosas tan maravillosamente bien que pensamos que no necesitamos al Señor. La iglesia en el Reino Unido, con algunas excepciones, está en un estado miserable. La sociedad sabe más sobre nuestras creencias respecto a la homosexualidad que sobre la obra de Jesús como nuestro sustituto en la cruz. Nos duele ver el estado de los niños, de los adolescentes y de los veinteañeros, de los adultos y de los baby boomers[1]. Nos asombra el crecimiento del Islam y la descarada agresividad del ateísmo; sin embargo, extrañamente, rara vez nos juntamos a orar. Por lo tanto, ¿es nuestra reacción frente a la marea de impiedad en nuestra tierra una tribal o emocional cuando en realidad debiera ser una espiritual y que nos vuelve a Dios?
Comencé a aprender cómo orar al juntarme con otros en reuniones semanales de oración. No nos separábamos en dúos o tríos, sino que orábamos con cristianos mayores. En las reuniones de oración aprendí cómo orar en voz alta, cómo pedir por necesidades específicas, cómo concentrarme en la comunión con Dios, cómo «tratar con Dios». También aprendí a buscar al Señor en oraciones específicas. Recordé la bendición cuando, como un joven adolescente en Young Life[2], teníamos una noche de oración todos los sábados, además teníamos días de oración y de ayuno. Recuerdo también la alegría genuina del Grupo Bíblico Universitario en la Universidad de Southampton. Nos juntábamos temprano cada mañana del domingo para orar antes de ir a los servicios en nuestras iglesias.
¿Será que estas reuniones fueron relegadas como anécdotas de la historia de la iglesia? Si es así, ¿acaso no somos, en efecto, culpables de decirle a Dios que no lo necesitamos? Paso mi vida instando a las personas a que se arrepientan y crean, asegurándoles que comenzarán una relación con el Dios viviente. No obstante, nuestra falta de reuniones de oración ciertamente demuestra que no disfrutamos la expresión vital de nuestra relación con él. Hay algo que falló con radicalidad.
Si algún líder de la iglesia lee esto, ¿podría rogarles, por favor, que organicen en sus iglesias reuniones de oración a las que todos estamos llamados para estar regularmente orando y suplicando a Dios? Y al resto de nosotros, ¿acaso no es nuestro precioso deber asistir con regularidad a nuestras reuniones de oración? Deben ser nuestra prioridad; es el evento al que no podemos faltar en nuestras agendas diarias. Participemos al menos en una reunión de oración en la semana y, cuando estén ahí, oren en voz alta.