«Si alguien más me dice que tome infusión de hierbas, perderé el control».
Al principio me reí, pero su endurecida expresión me silenció. Se inclinó hacia adelante con sus
manos temblorosas contra la mesa para comer del hospital, su rostro se retorcía en frustración.
«Estoy hablando en serio» —dijo—. «Creo que las personas no saben qué decir e intentan ayudar. Pero comentarios como ese empeoran las cosas. La infusión de hierbas no va a curar esto». Extendió su mano, apuntó al tanque de oxígeno, a los tubos de silicona que serpenteaba desde su nariz y a los inhaladores apilados sobre la mesa para comer de la habitación.
Su respiración silbante empeoró; sus conductos de aire, inflamados y heridos por la enfermedad, parecían apretarse con cada respiración.
La infusión de hierbas no arreglaría esto.
Cómo ministrar a quienes están enfermos
Ministrar a quienes están enfermos nos permite amar a nuestros prójimos en sus momentos de profundo sufrimiento, y al hacerlo, reflejamos la misericordia de Dios (Mr 12:21; Stg 5:13-15). A pesar de todo sus elementos modernos, ministrar a los enfermos se remonta a los paseos de Jesús entre multitudes rebeldes, cuando su toque y sus oraciones sanaban aflicciones de toda una vida (Mt 8:2:2-3; 14-15; 9:20-25; 14:35-36; Lc 4:40; 6:18-19). Cuando se realizan con gracia, esas visitas ofrecen hermosas oportunidades para el discipulado cristiano.
Desafortunadamente, demasiado a menudo la torpeza traspasa nuestros esfuerzos por ayudar a los enfermos. Ver a alguien que amamos luchando sacude nuestra compostura. Los aparatos médicos nos son extraños y los destellos de la mortalidad nos desconciertan. En nuestra inquietud y en nuestra desesperación por arreglar la situación, podríamos llenar el silencio con consejos o temas que desaniman a aquellos que buscamos animar.
Como médico y como amiga, he fallado tristemente en esta área, a menudo al decir lo incorrecto y presenciando el efecto infeliz. El diálogo abierto con aquellos que me aguantaron me ha revelado puntos que debo recordar. Cuando abrimos la ventana junto a la cama, las siguientes sugerencias sobre qué no decir podrían ayudar a fortalecer a aquellos que buscamos amar, en lugar de destrozarlos.
1. «¿Sabes lo que debes hacer? Debes intentar…»
Una visita a un amigo en el hospital no es el mejor momento para recomendar terapias de las que te enteraste en Pinterest o por tu primo en tercer grado. La hospitalización implica una enfermedad complicada e involucra una lluvia de monitoreo, exámenes invasivos y una multitud de profesionales de la salud. La mayoría de las personas se sienten abrumadas, exhaustas y asustadas en ese ambiente y sugerir un remedio casero o un medicamento sin receta como solución puede ser degradante. Deja la infusión de hierbas en casa.
2. «No te preocupes. Vas a estar bien»
A menos que tengas un conocimiento clínico profundo sobre la situación de tu amigo, no prometas que todo va a estar bien. La verdad es que, a pesar de tus fervientes oraciones, las cosas podrían no estar bien e insistir en lo contrario le niega el permiso a las personas a verbalizar sus miedos. Cuando un amigo está enfrentando una real amenaza de vida, las promesas vacías de recuperación pueden quitarle importancia a sus preocupaciones, abandonándola para que maneje sus pensamientos perturbadores solo.
De la misma manera, evita los eufemismos militaristas como: «pelea la buena batalla». Superar la enfermedad a menudo depende de influencias que van más allá de nuestro control, más que pura tenacidad. La fisiología y células defectuosas ni las características de la personalidad, determinan la trayectoria de una enfermedad y cuando malinterpretamos la recuperación como un asunto de voluntad, igualamos el empeoramiento de una enfermedad con el fracaso personal.
3. «Sé cómo te sientes»
Incluso si has sufrido una condición médica similar, no supongas saber exactamente cómo se siente tu amigo. Las historias de enfermedades no son universales. La experiencia de una enfermedad determinada difiere entre personas por la influencia de temperamentos, valores, miedos y experiencias pasadas. En lugar de asegurarle a tu amigo que puedes comprenderlo, pregúntale cómo se siente; escúchalo y empatiza con él. Deja que el centro esté en tu amigo, no en ti.
4. «Avísame si es que puedo ayudar de alguna manera»
Este parece una afirmación benigna y quizás incluso útil a primera vista. No obstante, el peligro se esconde en la frase. En primer lugar, suena poco sincero; en segundo lugar, exige que un amigo enfermo y que ya está abrumado determine cómo tú puedes ser de ayuda.
Quienes están hospitalizados necesitan ayuda. Necesitan comunidad y recordatorios de que su enfermedad no los define. Necesitan personas que lidien con las responsabilidades comunes y corrientes de la vida que siguen andando mientras ellos están varados en el hospital (las cuentas que comienzan a acumularse, los platos vacíos de sus mascotas, el jardín del patio que se está marchitando).
No obstante, la carga de delegar la ayuda no debe recaer sobre quien está sufriendo en el hospital. No le pidas a un amigo que te contacte si es que te necesita. Piensa en lo que podría necesitar, toma la iniciativa y ofrécete como voluntario. Mejor aún, sé un amigo amable para quien no existen las barreras de petición.
5. «¡Te ves muy bien/terrible!»
Comentarios sobre la apariencia reflejan nuestras propias nociones preconcebidas en lugar del progreso real de un amigo enfermo. En el mejor escenario, entregan un poco de consuelo; en el peor, denigran. Cualquiera sea el ángulo, hablar sobre la apariencia física podría disuadir a un amigo de decirte cómo realmente está. Verse muy bien y sentirse muy bien son cosas aparte.
Seis maneras en las que puedes ayudar
Aquellos que están luchando con la enfermedad necesitan desesperadamente recordatorios de la gracia de Dios. Escuchar y oír, en lugar de opinar y hablar, son herramientas más efectivas para testificar el Evangelio en un contexto de hospital. Las siguientes lecciones me han ayudado a guiarme junto a camas de hospital.
1. Ora
Cubre a tu amigo enfermo en oración. Ora con él; ora por él. Asegúrale que regularmente lo levantas en oración a nuestro Señor resucitado, quien hace nuevas todas las cosas.
2. Practica el ministerio de la presencia
En algunos días, un amigo podría necesitar tratar sus preocupaciones contigo; en otros, podría simplemente apreciar la compañía sentada junto a él mientras ve televisión. En todos los casos, apunta a seguirlo y apoyarlo en lugar de querer arreglarlo. Está disponible, escucha lo que dice y sé comprensivo. Está con tu amigo porque lo amas por ser un único y asombrosamente hecho portador de la imagen de Dios que él mismo formó. Trátalo como a un hermano en Cristo más que como un proyecto.
3. Ten en cuenta sus necesidades por sobre las tuyas
Luchar con la enfermedad es agotador. No hagas visitas a menos que tu amigo te haya confirmado que quiere compañía. Pon atención a sus impulsos no verbales, vete cuando parezca cansado. Pregúntale qué es útil y qué no lo es. Invítalo a decirte cuándo debes irte. Sobre todo, escucha sus necesidades. Empatiza, luego escucha un poco más. Deja que él dirija el tenor de la visita.
4. Infunde la Palabra de Dios en las visitas
Cuando se escoge cuidadosamente, la Escritura puede sacar a flote a quienes se están hundiendo en la desesperanza. Los Salmos y los himnos ejercen un poder restaurador. Este no es el momento para una exégesis prolongada y un estudio bíblico, pero pasajes cortos que destaquen la gracia de Dios y nuestra esperanza en Cristo pueden animar a un amigo que viste una bata de hospital.
5. Vete cuando llegue el médico
A menos que te pida explícitamente que te quedes, sal de la habitación cuando llegue el médico de tu amigo. El alimento diario de la práctica médica involucra preguntas delicadas y privadas y tu amigo podría sentirse incómodo si tuviera que responderlas en tu presencia. Visitar no te otorga privilegios de pariente más cercano. Respeta su privacidad.
6. Reafirma la identidad de tu amigo en Cristo
No permitas que la enfermedad encarcele la identidad de tu amigo. Trátalo como siempre lo has tratado antes de que se enfermara. Bromea con él como siempre lo has hecho. Conversen sobre amigos en común, recuerdos favoritos (las cosas cotidianas de la vida). Nunca le hables como si la enfermedad hubiese cambiado quién es, sino que reafírmale que por medio de la fe en Cristo es renovado. Recuérdale que está libre de culpa ante el Gran Médico y es atesorado por él, quien sana al mundo por medio de sus heridas.