Pareciera que cada década tiene algún evento significativo. Normalmente es así para cada nación. Pero pocas veces algún suceso llega a impactar a más de un país. Quizás piensas que los Juegos Olímpicos o la Copa Mundial de Fútbol pueden hacer esto, pero aún así, primeramente, no todos los países del mundo son partícipes y; en segundo lugar, aquellos que lo son deciden si asisten o no.
Las pandemias no son así. Ellas nos obligan a aceptarlas a pesar de no haberles enviado una invitación. Se insertan en nuestra vida y nos obligan a tener una convivencia con ellas aun cuando no lo queramos. Y por si eso fuera poco, impactan nuestro día a día secuestrando en parte nuestra libertad.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, hace aproximadamente un mes, había un total de 63 países que aún no habían reportado casos de coronavirus, pero ahora a mediados de abril, este número ha disminuido a 9 y se piensa que ningún país podrá librarse de esta indeseable invasión¹.
En medio de estas circunstancias, cuando no estamos en control de la situación, cuando no sabemos qué pasará con nuestros trabajos, nuestras familias, nuestros estudios, ¿cómo podemos gozarnos? ¿Cómo podemos entender o darle sentido a lo que está sucediendo? ¿Cómo podemos lidiar con el cúmulo de emociones que están a punto de explotar? Será que, ¿debiéramos aplicar un estricto estoicismo ignorando el tema para seguir adelante sin siquiera parpadear? O tal vez, ¿debiéramos hablar lo más posible sobre esta situación, intentando que tanto los medios como las redes sociales en conjunto con nuestras propias voces acallen cualquier miedo y nos ayuden a lidiar con esta problemática que no elegimos?
En El señor de los anillos, Gandalf dijo una vez: «Todo lo que podemos decidir es qué haremos con el tiempo que nos dieron»², y esto no consiste en que usemos nuestro tiempo en este periodo para suprimir nuestras emociones, pues ellas son megáfonos de algo que está pasando en nuestro interior. Por ello, no debiéramos ignorarlas. Ed Welch dijo: «la Biblia identifica nuestras emociones como asuntos de nuestro corazón […]. Ellas revelan nuestros verdaderos yo»³. Por lo tanto, escucharlas es importante, pero más importante aun es lo que hacemos con ellas.
Para esto, la Biblia nos ofrece una gran ayuda. En dolor y en tristeza, como en alegría y en abundancia, debemos llevar lo que sentimos a Dios. Buscar su sabiduría, y no la sapiencia humana (la que incluye la nuestra). Debemos entonces: orar. ¡Quién mejor que nuestro Señor para alentarnos, consolarnos, y tranquilizarnos! ¡Quién más que Él para recordarnos que cuando no sabemos qué hacer, Él sí lo sabe! Aquel que apacentó las olas del mar en la tormenta (Mr 4:39), Aquel que creó los cielos y las estrellas (Sal 33:6), puede traer calma, paz y alegría a nuestro corazón.
La oración nos invita a volcar nuestras emociones a Él, y a pedir que nuestra voz se acalle para dejar que el Señor hable a nuestra vida, nos alumbre y nos lleve desde la oscuridad a su luz. Como dice Alasdair Groves: «nuestras emociones (buenas y malas) revelan las maneras incontables en las que necesitamos a Dios»⁴.
En vez de ver noticias todo el día o revisar los comentarios en las redes sociales, vayamos a hablar con Dios, reconociendo cuánto lo necesitamos. Recuerda lo que nos dijo Jesús: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mt 11:28). La Palabra nos anima a que, en medio de difíciles momentos como estos, aprovechemos el tiempo para conocer más a Dios, pasar tiempo en su presencia y gozarnos por la inmensa bendición de tenerlo en nuestras vidas.
En este tiempo de cuarentena, hagamos memoria de sus promesas. No olvidemos que pertenecemos a un Dios de enorme misericordia y de excepcional poder, con un plan perfecto desde siempre. No olvidemos que en su gran amor, Él envió al Salvador para dar su vida por nuestros pecados, para vencer a la muerte y para prepararnos un lugar en la morada de quien ahora también llamamos Padre (Jn 14:2).
¡Qué momento también más propicio para compartir con otros el Evangelio! Dar esperanza a quienes aún se encuentran en las tinieblas; invitarles a compartir sus vidas al lado de Cristo para caminar desde ahora y hasta la eternidad en una vida realmente plena. Una esperanza que no se abate con un virus, y un Salvador que está con nosotros hasta el fin de los días (Mt 28:20).
En este tiempo de confusión y, quizás, de dolor y sufrimiento, corramos hacia Dios y dejemos que sea su Espíritu Santo quien nos transforme, nos ayude, nos aliente y nos consuele. Porque llegará el día en que por fin vayamos a estar junto a Él, en un lugar donde ya «no habrá muerte, ni llanto, ni dolor» (Ap 21:4).
Quizás hoy día te desespere no tener todas las respuestas, pero ¿realmente las necesitamos? Ya sabemos de antemano que ni aun la muerte podrá separarnos del Creador, y que en verdad gracias a Él tendremos vida eterna. La misma muerte no sucederá ni antes ni después de cuando Él lo haya previsto. (Sal 139:15-16). Con eso en mente, luchemos contra el temor: nuestra vida está en manos de Aquel que nos ama de una manera perfecta.
Entonces, ¿podemos gozarnos en este tiempo duro, confuso y lleno de dudas? La respuesta es un rotundo: ¡Sí! Verdaderamente podemos hacerlo, porque tenemos a Cristo en nuestras vidas. Y es por Él y gracias a su fidelidad que podemos perseverar y alegrarnos sin importar cuales sean las circunstancias que estemos atravesando.
Así pues, tal como Pablo instó a los filipenses, yo extiendo esta invitación también ahora, ¡alegrémonos en el Señor, y hoy más que nunca! Y lo repetiré de nuevo ¡Alegrémonos! Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuide de nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús (Fil 4:4-7) para siempre jamás.