Los discípulos regresaron a su casa, pero María se quedó afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.
—¿Por qué lloras, mujer?—le preguntaron los ángeles.
—Es que se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto—les respondió.
Apenas dijo esto, volvió la mirada y allí vio a Jesús de pie, aunque no sabía que era él. Jesús le dijo:
—¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?
(Juan 20:10-15a)
¿Hay en este momento de tu vida algo por lo que estés llorando?
Este pasaje ocurre en los primeros momentos luego de la resurrección de Jesús. El apóstol Juan vuelve aquí su atención a María Magdalena, quien a pesar de que ya ha visto el sepulcro de Jesús vacío y conocía todas sus promesas acerca de su resurrección, está desesperanzada y lo manifiesta de la forma más común que reflejamos nuestra angustia y tristeza: llorando. Lejos de pensar que Jesús está vivo, piensa que se han robado el cuerpo. Nada parece consolarla. Ni siquiera el inclinar su mirada y ver dos ángeles le hace pensar que algo está ocurriendo. Ni siquiera una experiencia sobrenatural le calma, pues sigue llorando.
Los ángeles se percatan de la situación y le preguntan: “¿Por qué lloras?” Es una pregunta simple, pero llena de contenido: ¿Es que acaso no conoces las promesas de Jesús? ¿Es que acaso no viste el sepulcro vacío? ¿Es que acaso nuestra presencia no te dice que algo está pasando?
La razón es que, pese a las pruebas, sigue buscando un cadáver. Sigue buscando a un muerto en vez de gozarse en aquel que ha vencido a la muerte. Entonces vuelve la mirada y ve a Jesús; sin embargo, sus lágrimas no le permiten reconocerlo con facilidad. Su angustia, tristeza y desesperanza le nublan la vista incluso con Jesús delante de ella. Entonces Jesús repite la pregunta de los ángeles, pero agregando una segunda pregunta: “¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?” Toda la desesperanza de María radica en que, en vez de estar buscando a Jesús, está buscando un cadáver. Esto nos ayuda a entender por qué muchas veces nosotros nos sentimos desesperanzados, por qué muchas veces lloramos sin consuelo, por qué estamos angustiados a pesar de todo lo que está delante de nosotros. Y la razón es que muchas veces estamos buscando un cadáver en vez de buscar a Jesús.
¿Te sientes desesperanzado o angustiado? Si la respuesta es sí, entonces agrega la pregunta de Jesús: “¿A quién buscas?” ¿Estás buscando a Jesús o estás buscando un cadáver? ¿Cuál es el cadáver que estás buscando? ¿Cuál es el cadáver sobre quien realmente están puestas tus esperanzas? ¿Tu salud, dinero, carrera, familia, apariencia, opinión de la gente?
Puede que en este momento de tu vida estés llorando y desesperanzado aun cuando Jesús está vivo delante tuyo. O puede que estés feliz en este momento, pero tarde o temprano tendrás un cadáver en tus manos y estarás a la puerta de su sepulcro llorando, pues cualquier cosa que no sea Jesús un día se acabará. Limpia tus lágrimas y entrégate a los brazos de aquel que ha vencido la muerte y está delante tuyo con los brazos abiertos para recibirte. Aquel que entregó su vida para tu salvación eterna y secar tus lágrimas y las de tu familia para siempre. Que esta Semana Santa tú y tu familia puedan dejar de buscar un cadáver y entregarse a los brazos del único que vive y reina para siempre.