El Nuevo Testamento expone clara y repetidamente, y sin complejos los requisitos para ser un pastor. Lo que es extraordinario, pero a menudo tan ignorado es esto: los pastores son llamados y calificados para el ministerio, primeramente, no por su talento puro, sus capacidades finamente perfeccionadas ni sus grandes logros, sino que por su carácter piadoso. De todos los muchos requisitos expuestos en el Nuevo Testamento, hay sólo uno de ellos relacionado a las capacidades (él debe tener la capacidad de enseñar a otros) y uno relacionado a la experiencia (él no debe ser un recién convertido). El resto de los casi 20 requisitos se basan en el carácter. Lo que califica a un hombre para el ministerio no es primeramente el logro o la capacidad, sino el carácter.
No hay manera de enfatizar esto con demasiada fuerza o con demasiada frecuencia. Lo digo realmente en serio: no hay manera de sobreenfatizar la primacía del carácter. Bastantes de los problemas que vemos en la iglesia global y local hoy son causados por fallar en tener cuidado con este simple principio. A tantos cristianos se les puede ahorrar tanto trauma si tan sólo sus iglesias se rehusaran a poner a un hombre en el liderazgo que carece de carácter. A muchas congregaciones se les evitaría tanto dolor si tan sólo removieran a los hombres que demuestran no tener el tipo de carácter que Dios exige. Esta falla en prestar atención a lo que Dios deja claro es una terrible desgracia sobre la iglesia cristiana.
Desde una perspectiva humana, no es difícil entender por qué la iglesia se equivoca en esto. Naturalmente, nos atraen las personas con un carisma excepcional y con un talento sobresaliente. Nos encanta escuchar a comunicadores naturalmente talentosos y ser liderados por líderes expertos. Nos regocijamos en disfrutar la gloria residual de hombres respetados y de sus notables logros. Nos convencemos a nosotros mismos de que nuestra medida de éxito es una prueba innegable de la bendición de Dios. Estamos dispuestos a pasar por alto el carácter con tal de obtener resultados.
Quizás necesitamos preguntarnos por qué es que Dios valora tanto el carácter. ¿Por qué es que Dios le confía a su iglesia a hombres de carácter en lugar de a hombres de talento o logros? ¿Por qué Él preferiría que su iglesia sea liderada por hombres corrientes en lugar de hombres exitosos? ¿Por qué Él escogería un hombre poco distinguido, pero honorable en lugar de uno talentoso que es conocido y celebrado por sus muchas capacidades?
Por una parte, mientras que cualquier hombre puede enseñar lo que la Biblia dice, sólo un hombre de carácter puede vivir lo que la Biblia exige. Sólo él puede vivir de una manera que sea respetable y digna de imitación. El pastor que lleva a cabo un asunto ilícito no tiene el derecho de llamar a su congregación a la pureza, no importa qué haya logrado en la vida. El pastor que es tacaño ha perdido su derecho a instruir a otros hacia una vida de generosidad, incluso si puede predicar un sermón poderoso. El pastor cuya vida se está desmoronando bajo el peso de su depravación no tiene autoridad para decir: «sean imitadores de mí». Por otra parte, el pastor que es conocido como un hombre de una sola mujer sirve como modelo de amor y afecto. El pastor que vive de manera sencilla y da con generosidad puede mostrar lo que significa ser liberado del amor al dinero. El pastor cuyo liderazgo muestra bondad y humildad puede decir: «sigan mi ejemplo». Un pastor debe liderar a su iglesia al establecer la dirección y al tomar decisiones, pero antes debe modelar piedad. La piedad es un asunto de carácter, no de logros.
Y hay más. La Biblia llama a todos los líderes a mirar el ejemplo de Jesucristo y a aprender el liderazgo de Él. Sólo un hombre de carácter es capaz de liderar así como Cristo lo hizo. Jesús lideró con amor, lideró a costa de su propia comodidad, lideró como un siervo que se humilló a sí mismo ante aquellos que lo seguían. Antes de ser un hombre de logros, Él fue un hombre de carácter. Fue su amor a la ley de Dios y su sumisión a la voluntad de Dios lo que lo hizo un líder perfecto. El pastor que carece de carácter inevitablemente liderará de manera egoísta en lugar de hacerlo desinteresadamente, se preocupará más de su reputación que de la piedad de su congregación. El pastor que es seleccionado en relación a sus logros no se detendrá ante nada para acumular más y mayores trofeos y galardones. No obstante, el pastor con un profundo carácter cristiano sufrirá daños para proteger a aquellos a quienes ama, él soportará pruebas para hacer lo que les beneficia. El hombre de carácter liderará como Jesús.
Y luego está esto: la debilidad humana proporciona el telón de fondo perfecto para desplegar la fortaleza divina. Como Jesús dijo: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». El hombre que es fuerte tenderá hacia la autosuficiencia. En lugar de descansar en Dios, él podría depender de su talento natural, su capacidad inherente, sus ventajas innatas. El hombre de capacidad sobresaliente puede mantener la atención de una audiencia incluso con un mensaje sin sentido. El hombre de carisma excepcional puede liderar hacia la dirección que él quiera y las personas lo seguirán. Sin embargo, escucharán sólo para su propio entretenimiento y seguirán su propia destrucción. Es el hombre de carácter el que sabe que ese talento, capacidad y destreza deben encomendarse completamente a Dios. Es el hombre de carácter el que no pone su confianza en el mensajero, sino que en el mensaje. Es el hombre de carácter quien clama a Dios en su debilidad y ruega que Dios despliegue su fuerza. Puesto que él no depende de su habilidad humana, él debe depender del poder divino. Y el Evangelio brilla a través de su debilidad.
Estoy seguro de que existen muchas más razones que podemos dar, pero el punto es claro: cuando se trata de los hombres que van a liderar su iglesia, Dios valora el carácter muchísimo más que los logros Cuando se trata de pastores, Dios pasa por alto a los hombres de gran talento y logros para llamar a hombres de carácter. Nosotros debemos hacer lo mismo.