volver
Photo of El temor al fracaso
El temor al fracaso
Photo of El temor al fracaso

El temor al fracaso

Una vez un amigo me dijo: «mi temor al fracaso me ha causado un gran problema con mi familia. No paso mucho tiempo con ellos durante la semana. La idea de fracasar en mi empleo me aterra tanto que me lleva a trabajar día y noche. Sin embargo, tampoco paso mucho tiempo con ellos los fines de semana. El temor a fracasar en algo que no estoy acostumbrado a hacer me paraliza por completo». Aun si no llegamos a los extremos que llega mi amigo, la posibilidad de fracasar no es algo que disfrutemos. Ninguno de nosotros hace todo lo que debería. Fallamos en nuestros matrimonios, en la crianza de nuestros hijos, en nuestras amistades, en el colegio, en nuestras carreras, y en nuestra vida de iglesia —a menudo con consecuencias terribles—. No es extraño, entonces, que en algún momento de la vida todos sintamos temor al fracaso. La Escritura presenta diversas perspectivas cruciales que nos ayudan a enfrentar este desafío. Vamos a considerar dos facetas de lo que nos enseñan: el por qué tememos al fracaso y cómo este puede ser una oportunidad de obtener esperanza.

¿POR QUÉ TEMEMOS AL FRACASO?

Todos tenemos nuestras propias razones para temer al fracaso, pero la Biblia nos lleva a la raíz del problema: nos aterra fracasar porque no fuimos creados para ello. Dios siempre ha tenido el control soberano de nuestros defectos. Sin embargo, en el principio, Dios no nos creó para fracasar sino para servirle con éxito. Los primeros capítulos del Génesis enseñan claramente esta perspectiva. En Génesis 1:26 Dios dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». ¿Y qué quiere decir esto? En los versículos 28-31 encontramos que fuimos creados para tener éxito en una misión muy importante: «Y los bendijo con estas palabras: 'Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla'». El resto de la Escritura explica con más detalles el objetivo de esta misión. Nos estamos preparando para el día en que Dios llenará la tierra de su gloria y recibirá la alabanza eterna de toda criatura. Fuimos creados para cumplir esta misión con éxito, no para fracasar. Entonces, ¿por qué fracasamos tan a menudo? Génesis 3:17-19 indica que la constante inutilidad de nuestros esfuerzos en la vida es consecuencia del pecado. Nuestra condena al fracaso no tuvo lugar en el momento de la creación, fue el resultado del juicio de Dios contra nosotros. Por lo tanto, es natural que anhelemos ser redimidos del fracaso y todo el temor que trae consigo.

¿CÓMO PUEDE EL FRACASO SER TRANSFORMADO EN ESPERANZA?

La Escritura no nos deja abandonados anhelando la redención del fracaso y el temor. Nos dice que Cristo se hizo hombre y cumplió todos los mandamientos de Dios para revertir los efectos del pecado de Adán. Él incluso se entregó en la cruz para pagar los pecados de su pueblo y fue resucitado a una vida nueva en beneficio nuestro. A esto se refería Pablo cuando escribió: «Ya que la muerte vino por medio de un hombre, también por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos» (1Co 15:21). Como justa recompensa, el Padre levantó a Cristo y lo sentó a su diestra. Desde allí, Él continúa cumpliendo la tarea que, originalmente, Dios le dio a la humanidad. Y cuando vuelva en gloria, hará nuevas todas las cosas. En ese momento, Dios llenará de gloria la creación para que «ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil 2:10-11). ¿Cómo puede todo lo que Cristo ha hecho por nosotros transformar nuestros fracasos en esperanza? Por un lado, su victoria nos aleja de cualquier esperanza falsa que tengamos. Aunque suene extraño, el éxito, en realidad, causa grandes problemas a las personas a lo largo de la Biblia. Da origen a la mentira de que alcanzamos la victoria por nuestra cuenta y que lo más importante es tener éxito en los asuntos de la vida. Sin embargo, estas mentiras no nos satisfacen por mucho tiempo. A medida que este avanza, nos preparan para un fracaso más espantoso. Por otro lado, cuando reconocemos que sólo Cristo ha tenido éxito en llevar a cabo el servicio del hombre a Dios, obtenemos la esperanza segura de que un día superaremos todos nuestros fracasos. La vida, la muerte, la resurrección y la ascensión de Cristo han demostrado que Él ha derrotado la tiranía del pecado con la consecuencia del fracaso, y —aquí está la maravilla de todo— Él comparte su éxito con todos los que confían en Él y lo siguen. Con esta confianza segura en Cristo, sabemos que cada éxito de esta vida proviene de su obra en nosotros y no de nuestros propios esfuerzos. Y más que eso, aun nuestros fracasos fijan nuestra mirada en lo que más debería importarnos. En lugar de poner nuestras esperanzas en esta vida, las ponemos en el mundo que viene. Allí compartiremos totalmente la victoria de Cristo y jamás volveremos a sentir el más mínimo temor al fracaso.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
Photo of Hogares rotos en la Biblia
Hogares rotos en la Biblia
Photo of Hogares rotos en la Biblia

Hogares rotos en la Biblia

A menos que vivas en completo aislamiento, seguro has visto un hogar roto. Quizás es la familia de un amigo o de un pariente; tal vez es tu propia casa. Las familias se desmoronan de maneras que son efímeras y perdurables, ocultas a los ojos de otros y expuestas para que todos vean. Cualquiera sea el caso, difícilmente hay algo que nos desconcierta y nos desanima más que los hogares rotos.

¿Por qué hay tantos hogares rotos?

La Escritura nos enseña que la pandemia de familias dañadas que vemos hoy no es nada nuevo. Muchos de nosotros atribuye el problema a cambios culturales recientes (el descenso de la religión y de la moralidad), pero la Escritura apunta a una dirección diferente. Los hogares rotos en realidad aparecen en la Biblia desde el principio. Lo vemos cuando Dios pronunció juicio contra nuestros primeros padres, Adán y Eva. Cuando Dios hizo a la humanidad, él nos bendijo con el privilegio de ser sus imágenes reales y sacerdotales. Dios primero ordenó: «sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla», con el fin de preparar la tierra para la plenitud de la gloria de Dios y su eterna adoración. Dios también estableció a la familia como la principal unidad social por la cual esta misión multigeneracional será cumplida (2:19-24). Esta es la razón por la que en la mayoría de las circunstancias cuando la familia funciona bien, avanzamos en los propósitos para los cuales Dios nos creó. Cuando no lo hace, nuestro servicio a él es gravemente interrumpido. Por supuesto, no pasó mucho tiempo para que Adán y Eva pecaran y cayeran bajo el juicio de Dios. Cuando la mayoría de nosotros piensa en las consecuencias de la caída de la humanidad en pecado, nuestras mentes se vuelven hacia la muerte física y espiritual que vino sobre nuestros primeros padres y a todos sus descendientes (Ro 5:12). También recordamos la maldición de Dios sobre la naturaleza y cómo hace que la vida humana sea difícil hasta que Cristo regrese en gloria (Ro 8:18-25). Por importantes que sean estas características de nuestra condición caída, los capítulos introductorios de Génesis enfatizan algo más. La Escritura enfatiza cómo el juicio de Dios contra nuestros primeros padres fue dirigido a la familia. Dios así lo indicó cuando le dijo a Eva: «En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto» (Gn 3:16). La reacción de Eva ante la muerte de Abel indicó que su dolor maternal no solo incluía el parto físico, sino que también el dolor emocional provocado por la rebeldía de sus hijos (Gn 4:25). El enfoque familiar del juicio de Dios también se hace evidente en la discordia que creció entre Adán y Eva: «Tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti» (Gn 3:16). Además, Dios advirtió a Adán que «con dolor comerás» (Gn 3:17), indicando que proveer para las necesidades físicas de su familia estaría llena de dificultades. Los primeros capítulos de Génesis explican que el quebranto de casi toda faceta de la vida familiar es producto del juicio de Dios contra nuestros primeros padres. Lamentablemente, muy pocas personas reconocen por cuánto tiempo y cuán profundamente la familia humana ha sido quebrantada. «Mi familia estaba bien», me dijo una madre, «hasta que mi hijo se convirtió en adolescente». «No teníamos problemas», una vez me comentó un esposo, «y de pronto mi esposa me fue infiel». «Éramos una gran familia», me confesó un hijo, «pero luego papá se levantó y se fue». Por supuesto, todos fracasamos personalmente y hay suficiente culpa para ocuparse de los problemas que sufren nuestras familias. No obstante, afirmaciones como estas revelan cuánto necesitamos mirar más cuidadosamente la raíz de nuestros problemas. Ninguna familia está «bien», «sin problemas» o «genial» hasta que alguien la destruye. Cada hogar está roto desde el día que comienza. Si tú y yo creyéramos lo que la Biblia dice sobre los orígenes de nuestros problemas familiares, nuestras actitudes y acciones serían muy diferentes. Seríamos más comprensivos con aquellos que atraviesan tiempos difíciles, estaríamos más alertas a mantener nuestras familias en el camino correcto y seríamos más dedicados a buscar ayuda de Dios más que simplemente culpar. ¿Acaso no sería bien recibido un cambio?

Pero, ¿acaso Dios no lo prometió?

Sin embargo, ¿no había prometido Dios que las familias cristianas podrían superar su quebranto? Es cierto que los seguidores de Cristo recibirán completa liberación en el futuro. El Nuevo Testamento nos enseña que al regreso de Cristo, «la creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción» (Ro 8:21). Aunque «en la resurrección, ni se casan ni son dados en matrimonio, sino que son como los ángeles de Dios en el cielo» (Mt 22:30), cuando Cristo aparezca él revertirá cada daño que el pecado haya causado, incluso la crisis de nuestras familias. No obstante, ¿qué pasa ahora? ¿Podemos superar el quebranto de nuestros hogares en la era presente? En décadas recientes, la televisión cristiana ha esparcido lo que muchos llaman el «evangelio de la prosperidad»: la creencia equivocada de que si tienes suficiente fe, Dios sanará nuestras enfermedades y nos proveerá grandes bendiciones económicas. Por supuesto, la mayoría de las personas que está leyendo este artículo se burlan del pensamiento de que la fe puede otorgar tales beneficios. No obstante, no se rían demasiado. Nosotros tenemos nuestro propio evangelio de la prosperidad para nuestras familias. Simplemente, reemplazamos tener suficiente fe con tener suficiente obediencia. Creemos que podemos sacar a nuestras familias de su quebranto si nos sometemos a los mandamientos de Dios. Probablemente te has encontrado con esta perspectiva en un momento u otro. Los profesores y los pastores le dicen a las esposas que disfrutarán una maravillosa relación con sus maridos e hijos si se convierten en «la excelente esposa» (Pr 31:10). Después de todo, Proverbios 31:28 dice: «Sus hijos se levantan y la llaman bienaventurada, también su marido». En las conferencias de hombres, los padres vuelven a comprometerse por el bien de sus hijos porque: «El justo anda en su integridad; ¡cuán dichosos son sus hijos después de él!» (Pr 20:7). Casi de la misma manera, los padres jóvenes son llevados a creer que los destinos eternos de sus hijos dependen del entrenamiento estricto y consistente. Conoces el verso: «Instruye al niño en el camino que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él» (Pr 22:6). Pasajes como este se han tomado como indicador de que las familias cristianas experimentan bendición o pérdida de Dios, quid pro quo. Creemos que Dios promete una maravillosa vida familiar para aquellos que obedecen sus mandamientos. Ahora, necesitamos ser claros aquí. Los Proverbios ordenan ciertos caminos para los miembros de la familia porque ellos reflejan las maneras en que Dios distribuye generalmente sus bendiciones. Sin embargo, «generalmente» no significa «necesariamente». Las esposas excelentes tienen una buena razón para esperar honor de sus esposos e hijos. Los padres con integridad a menudo disfrutan ver las bendiciones de Dios en sus hijos. Los padres que entrenan a sus hijos en el temor del Señor siguen el camino que trae frecuentemente a los hijos a la fe salvadora. No obstante, las esposas excelentes, los maridos fieles y los padres conscientes a menudo soportan terribles dificultades en sus hogares porque los Proverbios no son promesas; son refranes que nos dirigen hacia principios generales que deben aplicarse cuidadosamente en un mundo caído donde la vida siempre está descentrada de alguna manera. Como ilustran los libros de Job y Eclesiastés tan vívidamente, malinterpretamos la Palabra de Dios cuando tratamos a los Proverbios como si fueran promesas divinas. Bastante a menudo, estas son correlaciones entre obediencia y bendición, al igual que entre desobediencia y pérdida. Pero nunca te dejes engañar para pensar que eres capaz de descubrir lo que Dios hará más adelante en la familia de alguien. La Escritura reconoce que hay mucho misterio en las maneras que Dios lidia con nosotros. A lo largo de la Biblia, Dios oculta y derrama bendiciones y pérdidas temporales y eternas sobre las familias en maneras inescrutables. ¿Quién habría esperado que Dios protegiera a Caín y bendijera a su familia con un desarrollo cultural sofisticado (Gn 4:17)? ¿Por qué Dios rechazó del reinado a la familia de Saúl debido al pecado de Saúl, pero mantuvo a la familia de David en el trono de Israel a pesar del pecado de David (2S 19:11-43)? El mismo tipo de cosas pasan en el mundo moderno. ¿Por qué una familia pierde un hijo y otra no? ¿Por qué un cónyuge infiel se arrepiente y busca restauración y otro cónyuge infiel desaparece? A decir verdad, simplemente no sabemos. Los caminos de Dios no son arbitrarios o caprichosos; confiamos que todo lo que hace es sabio y bueno. Sin embargo, sus maneras a menudo son insondables.

¿Qué esperanza hay?

Si todo esto es cierto, ¿qué esperanza hay? Para entender la esperanza que la Escritura nos ofrece, tenemos que asumir algunas buenas noticias y algunas malas noticias. La buena noticia es que no puedes ser lo suficientemente malo para asegurar la condenación de Dios para tu familia. Podrías ser el cónyuge más infiel y el peor padre en la historia de la humanidad, pero no puedes ser lo suficientemente malvado para alejar la posibilidad de redención. La mala noticia, sin embargo, es que no puedes ser lo suficientemente bueno para asegurar la bendición de Dios para tu familia. Podrías ser el mejor esposo y padre que jamás haya pisado el planeta, pero no puedes ser lo suficientemente justo para proteger tu familia de las terribles pruebas y el sufrimiento. El futuro de tu familia, para bien o para mal, está en las manos de Dios. Sin duda, debemos mirar la Escritura para buscar guía para nuestros hogares. Aborda las responsabilidades familiares de los hombres (Ef 5:25-33; 6:4; Col 3:19, 21; 1P 3:1-6), de las mujeres (Ef 5:22-24; Col 3:18; 1P 3:7) y de los hijos (Ef 6:1-3; Col 3:20). También ofrece historias familiares que proporcionan guía bastante obvia. Por ejemplo, la relación de Booz con Rut (Rut 2–4) es un ejemplo positivo y el ejemplo del adulterio de David con Betsabé, uno negativo (2S 11). Debemos hacer lo mejor que podamos para seguir las enseñanzas de la Escritura. Pero no debemos dejarnos engañar pensando que el futuro depende de nosotros. Hace poco escuché a un pastor predicar sobre la paternidad cristiana de esta manera. Él notaba cómo ambos hermanos, Jacob y Esaú, carecían de integridad lo que fue resultado de las maneras en que sus padres dividieron su amor entre los dos hermanos. Luego, él culpó a la rebeldía de José y sus hermanos por el favoritismo de Jacob hacia José (Gn 37). Abimelec se rebeló contra Dios porque Gedeón pasó mucho tiempo en el servicio público y abandonó a su hijo (Jdg 8:33-9:57). El comportamiento impetuoso de Roboam (1R 12) fue provocado por el fracaso de Salomón de pasar suficiente tiempo con él. Entonces el pastor concluyó: «si seguimos estos malos ejemplos, estamos condenando nuestros hogares a la destrucción. Sin embargo, si rechazamos estos ejemplos, aseguraremos las bendiciones de Dios para nuestros hogares». No obstante, las Escrituras dejan en claro que no funciona así. Jacob y Esaú eran unos sinvergüenzas, pero Dios expuso su gloria al transformar a Jacob en el patriarca por quien se nombró a la nación de Israel (Gn 32). Jacob les dio oportunidad a sus hijos para la envidia al favorecer a José, pero Dios también favoreció a José y usó la dinámica de esta familia para establecer orden entre las tribus de Israel en las próximas generaciones (Gn 49). La generación del éxodo de Egipto falló miserablemente, pero Dios capacitó misericordiosamente a la segunda generación para vencer la infidelidad de sus padres (Jos 1). David cayó en terrible pecado con Betsabé, pero en la bondad de Dios, Betsabé dio a luz a Salomón (2S 12:24-25). Lo mismo es cierto en la vida moderna. Todos conocemos padres que crían a sus hijos para ser seguidores de Cristo, pero ellos rechazan la fe cristiana. Al mismo tiempo, muchos de nosotros conocemos padres que llegan tarde a la vida a la fe. A pesar del hecho de que han entrenado a sus hijos para burlarse de todo lo que es santo, sus hijos no se demoraron en confiar en Cristo. Todos conocemos víctimas inocentes del divorcio que sufren el dolor de la soledad su vida entera y de las partes culpables que se arrepienten y encuentran paz con Dios y felicidad en otro matrimonio. Es posible que estos escenarios no tengan mucho sentido para nosotros, pero demuestran claramente una cosa: el futuro de nuestras familias depende de Dios, no de ti ni de mí. ¿Qué es lo fundamental? Haz lo mejor que puedas para ser el tipo de cónyuge, padre o hijo que Dios quiere que seas, pero nunca quites tus ojos de Aquel que realmente sostiene el futuro de tu familia. Si las cosas van bien en tu hogar ahora, no te dejes engañar respecto a que tú has hecho que sea así. Mira nuevamente, tu hogar está roto bajo la superficie y puede desintegrarse en un instante. Por lo tanto, dale las gracias que merece a Dios y ora fervorosamente para que siga siendo misericordioso en el futuro. Sin embargo, si las cosas no están bien en tu hogar, no te rindas ante la esperanza de la redención. Dios se deleita en mostrar su maravilloso poder salvador por medio de personas a las que no les queda nada. Cualquiera sea la condición de tu familia, vuélvete a Aquel que tiene el futuro en sus manos y pídele que se honre a sí mismo por medio de tu hogar roto. La Biblia habla mucho sobre hogares rotos y nosotros también debemos hacerlo. Alégrate cuando tu familia disfruta la bendición de Dios. Sé compasivo cuando sabes del quebranto en otras familias. Habrá momentos cuando enfrentes el quebranto en tu propia familia. No obstante, tienes un Dios que también es tu Padre celestial y te ama como un miembro de su familia. Dios no promete arreglos fáciles ni soluciones simples. No hay pasos a seguir que garanticen sanidad y restauración. Pero tu Padre celestial puede y sana familias. Él puede cambiar el lamento en danza; él puede crear alabanza desde la desesperación. Él puede vendar las heridas del desconsolado y liberar a quienes están prisioneros en la oscuridad. Dios puede restaurar familias y usar las tragedias que nos hieren tan profundamente ahora para movernos hacia los propósitos para los cuales nos creó. Por tanto, clama a él como tu Padre y ora para que su misericordia esté sobre ti y tu hogar. Confía en su amor por ti y nunca te rindas. Nuestro Padre envió a su único Hijo a morir y a resucitar para perdonar nuestros pecados y sanar nuestra vergüenza. Es nuestra esperanza en medio de todo el quebranto que enfrentamos en nuestras vidas.
Este recurso fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda