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Kyle Gregory es un asistente pastoral en la iglesia bautista Dal Ray en Alexandria, Virginia, donde vive con su esposa e hijo. Ellos planean servir a largo plazo en Togo, África Occidental.
A veces, la pasividad es orgullo
A veces, la pasividad es orgullo
Existe una forma de orgullo que puede estar presente en un pastor que parece ser muy humilde. Él podría ser el primero en admitir que está equivocado, el primero en disculparse por la impaciencia y el último en criticar a otros. Él es feliz de darles a hombres jóvenes e inexpertos la oportunidad de compartir las responsabilidades del ministerio y podría incluso ser muy abierto con su rebaño respecto a sus luchas personales con el pecado. Es accesible. Cada pregunta que le hacen se encuentra con un oído que escucha y reconoce no saberlo todo.
Y, sin embargo, todo esto puede estar presente en un hombre que en realidad es orgulloso (demasiado orgulloso como para liderar algún día con convicción en maneras que provocará menos agrado en otros). Es una actitud que comunica una mentira: como pastor, todo lo que importa es que cumplas con lo que otros quieren que seas. Aunque yo no soy un anciano, veo esta forma de orgullo en mí mismo. No es exclusivo para quienes están en el liderazgo y es un pecado sumamente engañoso.
El pastor pasivo
No todos los pastores pasivos son orgullosos. Podrían estar actuando desde un deseo genuino por tener autoridad congregacional o bajo un temor fundado de ser autoritario. Quizás han trabajado por tanto tiempo que han caído en una indiferencia desgastada hacia el futuro de la congregación. Sin embargo, ya sea por orgullo o por descuido, los mandamientos de Dios para los ancianos podrían ser minimizados en favor de los deseos del rebaño. En lugar de pastorear al rebaño (1P 5:2), el anciano comienza a seguir al rebaño inútilmente hacia sus pastos favoritos. Él es enseñable, pero a expensas de poder enseñar (1Ti 3:2). Exhortar en la sana doctrina (1Ti 6:2) se convierte en sugerir buenas ideas. El supervisor, que debe seguir velando por las almas que tiene a cargo (Heb 13:17) y que debe seguir enseñándoles (1Ti 4:16), puede transformarse en el títere de esas almas, enseñándoles solo lo que ellos quieren escuchar, porque sabe lo que quieren. Si conociéramos al apóstol Pedro, nos sorprenderíamos al ver cómo él, un hermano anciano, fue tentado con lo mismo. Bajo su tendencia a ser arrebatado y rápido para responder, él también tendía a amar el aplauso de sus hermanos. Él amaba la aprobación tanto como tú y yo. Si tienes dudas sobre esto, piensa en cómo defendió la verdad frente a la joven sierva de Pilato (Mr 15:66-72) o revisa cómo sus principios de afirmación a los gentiles, basados en el Evangelio, se sostuvieron cuando llegaron los judíos (Gá 2:11-14). Y, sin embargo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, escucha cómo exhorta a sus hermanos ancianos:Por tanto, a los ancianos entre ustedes, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada: pastoreen el rebaño de Dios entre ustedes, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que les han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño (1 Pedro 5:1-3).Noten el mandamiento principal: pastoreen el rebaño. Esa es una descripción gráfica de la que podemos aprender mucho. Cuando pensamos en las ovejas, se nos viene a la mente falta de visión, decisiones apresuradas y falta de discernimiento. Tienden a vagar, a asustarse y a correr rápidamente por el camino incorrecto cuando el peligro se acerca. No obstante, los pastores no desprecian a las ovejas por su vulnerabilidad. Las cuidan proactivamente. Consideran los peligros que las rodean, piensan detalladamente en encontrar caminos hacia nuevos pastos, ayudan a las débiles, apartan a las agresivas, cuidan de los corderos y tienen cuidado de los depredadores. No cumplen con su responsabilidad al agradar a los carneros o al tocar sus arpas para las ovejas o al acariciar a los corderitos. Al contrario, velan por las ovejas con el fin de ayudarlas a encontrar alimento, seguridad y salud. Ellos saben que si vuelven donde el pastor jefe habiendo perdido algunas ovejas, y dan excusas como: «¡pero a ellas realmente le gustaba el pasto cerca del acantilado!», será una autocondena.