volver
Photo of Serie "La imagen del Dios invisible"
Serie "La imagen del Dios invisible"
Photo of Serie "La imagen del Dios invisible"

Serie "La imagen del Dios invisible"

Junto a distintos líderes y pastores hemos preparado esta serie de videos que nos ayudará a meditar en las diversas áreas y atributos del carácter de Cristo revelados desde el Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección.
Nuestro deseo es que durante esta Semana Santa tu corazón sea avivado y animado a rendir toda tu vida en adoración a Cristo, la imagen del Dios invisible.

La Humildad de Cristo – Luke Foster

[embed]https://www.youtube.com/watch?v=Oc4u_3fZbo0&t=19s[/embed]

El celo de Cristo – Nicolás Fuentes

[embed]https://www.youtube.com/watch?v=JZ0HIe6Y_s8[/embed]

La dependencia de Cristo – Amós Cavalcanti

[embed]https://www.youtube.com/watch?v=IeCGqk5jhPI[/embed]

La Omnisciencia de Cristo – Juan Esteban Saravia

[embed]https://www.youtube.com/watch?v=0tNuXh6m6_U[/embed]

El servicio de Cristo – Felipe Chamy

[embed]https://youtu.be/iOFrQlRzKJQ[/embed]

El sufrimiento de Cristo – Jonathan Muñoz

[embed]http://youtu.be/bAr0ewRAB98[/embed]

El descanso de Cristo – Eleazar Seguel

[embed]https://youtu.be/Ay8zHSlRHYY[/embed]

La resurrección de Cristo - Cristóbal Cerón

[embed]https://www.youtube.com/watch?v=LMcq-XeC4Ko[/embed]
Photo of La celebración de la Santa Cena en pandemia
La celebración de la Santa Cena en pandemia
Photo of La celebración de la Santa Cena en pandemia

La celebración de la Santa Cena en pandemia

Durante este último año y medio de pandemia, las iglesias se han visto en la obligación de definir qué cosas realizar presencialmente por mera costumbre y qué hacer presencialmente por convicciones basadas en principios bíblicos y teológicos. La celebración de los sacramentos, sobre todo la Cena del Señor, ha sido uno de los puntos principales de definición en varias comunidades de fe o, al menos, debería serlo. No creo que sea sano para una iglesia decidir realizar la Santa Cena en línea ni tampoco negarse a hacerlo sin primero reflexionar teológicamente al respecto. Es así como algunas iglesias y pastores han preferido una postura más clásica, que consiste en negarse a celebrar este sacramento mientras no se pueda hacer presencialmente. En primer lugar, porque entienden que la iglesia debe estar reunida, como comunidad del Nuevo Pacto, para poder celebrarlo; de otro modo, no tendría sentido la instrucción bíblica de esperarse unos a otros para tomar juntos la Cena (1Co 11:33). Y, también, por el claro contraste que Pablo hace entre comer una comida común y corriente, cada familia en su casa, versus compartir la mesa sacramental en la iglesia (1Co 11:34). Como iglesias herederas de la Reforma, entienden que la Cena debe ser presidida por un ministro ordenado y que celebrarla cada uno en su casa sería similar a la práctica católico romana antibíblica de la misa privada. Por otro lado, en muchas comunidades con definiciones que, podríamos decir, son más innovadoras, sí decidieron realizar la Santa Cena en línea. Estas iglesias y pastores fundamentan su postura respondiendo a la visión más clásica, al menos de la siguiente manera: (1) la situación actual es excepcional y en la excepcionalidad es válido adaptar la forma de llevar a cabo ciertas prácticas de manera provisoria. Ellos no defienden que la celebración de la Santa Cena en línea deba mantenerse como regla, sino solo mientras dure la situación actual de la pandemia, ya que el mal de verse privados de este sacramento sería mayor que el no celebrarlo de la manera más adecuada. (2) Ellos además afirman que si el encuentro en línea es sincrónico y dirigido por el pastor, entonces, ya no sería similar a una misa privada y la presidencia del ministro ordenado permanecería. Ambas posturas parecen razonables, aunque debo admitir que no me parecen igualmente razonables. Personalmente, la postura más clásica me resulta más coherente y, además, más acorde con la realidad de que la iglesia local es llamada a vivir su comunión en la realidad de los cuerpos, tiempos y espacios que Dios nos dio: «Miren cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía» (Sal 133:1). Sin embargo, creo que todo cristiano estará de acuerdo con que estamos viviendo tiempos de abstinencia, aunque sea parcial, de algunas disciplinas espirituales que son necesarias para nuestra vida como cristianos. Podemos orar, podemos escuchar un sermón, pero no podemos reunirnos, abrazarnos ni participar juntos de una sola mesa para partir el mismo pan. Para los que adoptamos una postura más clásica, esto ha implicado una abstención total de la Cena al no sentarnos a la Mesa del Señor por más de un año y medio. Pero para quienes han decidido celebrar la Cena en línea, ha significado igualmente una abstención parcial, ya que muchos han debido hacerlo con menos frecuencia de lo habitual y solo mediante una pantalla, sin recibir el pan y la copa de manos de su pastor y sin abrazar a sus hermanos y hermanas. ¡Estos tiempos de abstención son circunstancias difíciles para las iglesias occidentales acostumbradas a la llenura! Tiempos que nos obligan a reflexionar, a extrañar y a sentirnos en comunión con comunidades de otras latitudes y de otros tiempos. Hay iglesias para las cuales, desde antes de esta pandemia, ya era costumbre tener que esperar largo tiempo sin celebrar los sacramentos debido a la falta de pastores, a la persecución o a razones geográficas. Siglos antes de eso y por razones parecidas, muchas comunidades perseguidas en los tiempos de la Reforma del siglo XVI tuvieron que abstenerse de la Cena del Señor por largo tiempo y solo pudieron celebrarla escondidos en cuevas, graneros y sótanos. No obstante, si vamos todavía más atrás, mucho más atrás, y pensamos en los tiempos en los cuales la misión de Dios se llevaba a cabo mediante la manutención de una casta sacerdotal de levitas, de sacrificios, de holocaustos y de templo, veremos que para la iglesia del Antiguo Testamento fue un dolor de alrededor de 70 años no poder adorar en el templo del Señor. Y de ellos, justamente, aprendemos que estos son tiempos para lamentar y extrañar, como en el Salmo 137: para sentarnos a llorar junto a los ríos de Babilonia. Dios nos ha traído este tiempo de abstención y «cautiverio», entre otras cosas, para que apreciemos el valor inigualable del culto comunitario en el que estamos presentes en cuerpo y espíritu junto a nuestros hermanos, compartiendo la misma mesa. Pero de ellos también aprendemos que estos son tiempos de esperanza, como en el Salmo 126, para anhelar el día en que volveremos a reunirnos mientras nuestra boca se llena de risa y nuestra lengua rebosa de alabanzas. Estos tiempos de abstención de la Cena del Señor son tiempos para recordar que aún la restauración definitiva de todas las cosas no ha llegado, que aún las enfermedades y plagas no han sido derrotadas definitivamente, que aún el Rey de Reyes no ha manifestado de forma total su gobierno justo y perfecto, pero que vale la pena esperar y perseverar porque pronto llegará ese día en el que beberemos el vino nuevo de la nueva creación, junto a Cristo (Mr 14:25), abrazados a Él en aquel gran banquete final.
Photo of Serie “La Biblia en la Biblia"
Serie “La Biblia en la Biblia"
Photo of Serie “La Biblia en la Biblia"

Serie “La Biblia en la Biblia"

Desde cualquier punto de vista, la Biblia es el libro más influyente e importante que existe. Si quieres saber más de ella, la misma Biblia hace diversas afirmaciones sobre sí misma. En esta nueva serie, queremos invitarte a escuchar lo que la Palabra de Dios dice de sí misma, no solo para que puedas ver cuán valiosa y preciosa es, sino para que puedas confiar en que en ella está todo lo que necesitas para conocer, obedecer y disfrutar a su asombroso Autor.

¿Qué es la Biblia? – Luke Foster

https://www.youtube.com/watch?v=bsuDsCYtHW4

¿De qué se trata la Biblia? - Juan Esteban Saravia

[embed]https://youtu.be/ZUG_OEuR5ZU[/embed]

¿Cómo debemos leer la Biblia? - Eliezer Leal

[embed]https://www.youtube.com/watch?v=bmybqWkm1-I[/embed]

¿Por qué seguimos leyendo la Biblia hasta el día de hoy? - Jonathan Muñoz

[embed]https://www.youtube.com/watch?v=D4JbkKXbDOE[/embed]
Photo of ¿Cómo seguir orando por Ucrania?
¿Cómo seguir orando por Ucrania?
Photo of ¿Cómo seguir orando por Ucrania?

¿Cómo seguir orando por Ucrania?

¿Cómo podemos continuar orando correctamente por Ucrania, por Rusia, por la iglesia de Cristo en esos países y por todos los que sufren amargamente este conflicto? Me restrinjo aquí solamente a entregar algunas pocas recomendaciones, teniendo como telón de fondo la potente y penetrante enseñanza de nuestro Señor Jesús en la parábola del fariseo y del publicano relatada en Lucas 18:9-14. Allí Jesús nos recuerda, a través de la figura del fariseo, que es posible orar con tal autojusticia y con una visión tan torcida de la realidad a causa de la dureza del propio corazón, que uno termine orando «consigo mismo» (v. 11 [NVI]) y no al Señor. Por eso, quisiera solo entregar una breve —y para nada completa— lista para tener en consideración cuando oremos por este conflicto armado.
1. Sigamos orando no solo por Ucrania, sino también por Rusia
Entendemos que, en esto al menos, el consenso internacional es correcto: Vladimir Putin es un tirano y sus acciones militares son condenables y despreciables. Sin embargo, el mismo pueblo ruso manifiesta, en mayor o menor medida, oposición y hasta dolor ante la invasión a Ucrania. Debemos cuidarnos como creyentes de no caer en ese juego hipermediático y ridículo de la «rusofobia», negándonos a beber vodka ruso, quitando el Strogonoff del menú o desechando las obras de Dostoyevski. Orar solo por Ucrania y por los ucranianos sería una miopía inaceptable para los creyentes en Cristo, con mayor razón aún si consideramos los datos estadísticos que nos muestran que en ambos países ha habido un crecimiento exponencial de las iglesias evangélicas. Esto implica que, en este momento, sin duda, más de algún soldado ruso que recibió a Cristo en su corazón se está enfrentando en armas contra algún hermano suyo que también recibió a Cristo en Ucrania. Los soldados deben cumplir con su deber, pero el dolor y la pena con la cual más de alguno de ellos debe estar viviendo este conflicto debe ponernos de rodillas para clamar por ambos pueblos, ambas naciones, con el mismo amor por la gloria de Dios y por la manifestación del Reino de Cristo en la historia. Recordemos las palabras de Santiago 2:1 (RV60): «Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas».
2. Al orar, busquemos también maneras de entregar ayuda concreta a quienes están sufriendo los horrores de esta guerra
El mismo Santiago en el capítulo 2 versículos 15 y 16 nos recuerda que «Si un hermano o una hermana no tienen ropa y carecen del sustento diario, y uno de ustedes les dice: “Vayan en paz, caliéntense y sáciense”, pero no les dan lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve?». Sin duda alguna, cuando el anónimo y humilde hijo de Dios ora, puede participar en la transformación de realidades y hasta trastocar eventos mundiales para la gloria de Dios. No obstante, tenemos también el deber de mostrar compasión de formas concretas y sencillas mediante ofrendas que, aunque a nosotros humanamente nos parezcan pequeñas, pueden hacer una inmensa diferencia para una familia de refugiados. Aquí dejo solo una de muchas alternativas que existen para apoyar a organizaciones evangélicas que están prestando ayuda concreta a refugiados ucranianos. En este caso, la organización misionera Steiger está brindando apoyo en el traslado, recepción y reubicación de familias de refugiados ucranianos, ayudándoles a instalarse de forma segura en Polonia y en Alemania. Si quieres realizar una donación, puedes hacerlo mediante la siguiente página: https://steiger.org/ukrainerelief 
3. Cuidémonos de no orar con el corazón atado a los ídolos de este tiempo
El fariseo de la parábola amaba más su autojusticia y moralidad (junto con el reconocimiento y posición social que eso le daba) que a Dios, por eso «oraba consigo mismo» y no al Señor. La raíz de su problema era la idolatría. Muchas veces, a nosotros también, los ídolos nos impiden orar como corresponde, ya que en vez de orar «venga tu Reino y hágase tu voluntad», nos podemos hallar orando todo lo contrario y clamando al Señor: «¡por favor, Dios, no permitas que los imperios de este mundo caigan!». Y aquí me estoy refiriendo específicamente al ídolo que podríamos llamar COMG (Cultura Occidental Moderna Globalizada), esa cultura caracterizada por el libre comercio, los estados democráticos y el respeto irrestricto a las libertades individuales de cada uno (incluso la de matar a tu propio hijo en el vientre). Un ídolo que lleva 30 años y más prometiéndonos bienestar, libertad, prosperidad y paz. Con este conflicto, las promesas del ídolo COMG parecen desvanecerse frente a nuestros ojos: la idea de una civilización global pacífica, tolerante, próspera, democrática y respetuosa de los Derechos Humanos y de las libertades individuales se ve amenazada cuando en la mismísima Europa, el corazón de la COMG, comienza un conflicto armado y las ciudades se convierten en campos de batalla después de 80 años sin guerra. Ante este escenario, muchos podemos comenzar a orar con desesperación «¡ah, Señor! Que este ídolo nuestro no caiga, ¡por favor!». ¿Podemos siquiera imaginar una oración más blasfema que esta? Ruego a los lectores que no se precipiten: es evidente que la tiranía de Putin es también un proyecto de características idolátricas que tampoco queremos que avance ni menos que venza. Lo que anhelamos los cristianos va más allá de los clamores paganos y blasfemos de izquierdas y derechas: anhelamos que el Reino de Cristo pronto llegue a su consumación, que pronto estos juegos de poder humanos acaben y veamos volver en las nubes del cielo, en toda su gloria, al único que hará un nuevo cielo y una nueva tierra: a Jesucristo, Hijo de Dios, Rey de reyes y Señor de señores. Por eso, mientras oramos por este conflicto no dejemos de clamar: «¡venga tu Reino! ¡Hágase tu voluntad!».
4. Finalmente, que orar por Ucrania y Rusia nos ayude a orar regularmente también por tantos otros lugares del mundo que se encuentran en guerra y, especialmente, por la iglesia que allí sufre
En este momento también están ocurriendo invasiones, muertes de niños y enfrentamientos armados en Palestina, Israel, Irak, Afganistán, Yemen y Etiopía (solo por nombrar algunos), y los creyentes en Cristo que se encuentran en esas regiones también, sean pocos o muchos, necesitan nuestras oraciones y nuestro apoyo. Y todo esto, sin mencionar tantos otros lugares donde cristianos sufren persecución. Tal vez esta guerra nos ayude a darnos cuenta de que podemos mantener, como motivo regular de oración en nuestras iglesias, a los países que están en guerra y recordarnos también que todo hombre y toda mujer que sufre, sin importar etnia, color de piel, trasfondo cultural, etc. son imagen y semejanza de Dios y han de ser mirados con compasión, amor y un clamor en los labios por ellos. Que el Señor nos ayude a orar correctamente y a actuar sabiamente ante este y otros  conflictos.
Photo of Pastores en ministerios paraeclesiásticos
Pastores en ministerios paraeclesiásticos
Photo of Pastores en ministerios paraeclesiásticos

Pastores en ministerios paraeclesiásticos

En la tradición eclesial a la que pertenezco, fue común por mucho tiempo, sobre todo en el continente europeo (en Escocia e Irlanda del Norte), el uso de cuello clerical en los pastores. Sin embargo, no era cualquier cuello, sino específicamente el cuello blanco entero, como una especie de collar, como el que se usa para los perros o como el que se usaba antiguamente para los esclavos. El símbolo era claro y potente: el pastor o ministro es un esclavo, no un profesional liberal ni un emprendedor free-lance.

Algunas definiciones fundamentales

Lo anterior se basa en el principio bíblico de que el pastor no ejerce su oficio por sí mismo ni para sí mismo, sino bajo un amo: el Señor Jesucristo. No obstante, la eclesiología (teología de la iglesia) reformada no se queda ahí: el amo de los pastores, Jesucristo (1P 5:4), ha designado al pastor en, con y mediante la iglesia, la cual es su cuerpo y su plenitud (Ef 1:22-23). En otras palabras, Cristo ejecuta sus propósitos en el mundo y en la historia mediante la iglesia, uno de los cuales es dar dones, designar, separar, preparar y formar a quienes serán los pastores de ella. La implicación, por lo tanto, es clara e inevitable: el pastor, porque es esclavo de Cristo, es también esclavo de la iglesia. Los dones del pastor, de hecho, así como los de cualquier creyente, no son suyos: son de la iglesia y para la iglesia (Ef 4:11-13). El gran teólogo holandés Abraham Kuyper enseñaba que existe un aspecto en el cual la iglesia es única en su propia esfera: como organismo-institución que mantiene el culto al Dios verdadero, experimenta la comunión de los santos, administra los sacramentos, ejerce disciplina sobre sus miembros y proclama la Palabra de Dios. Esta iglesia, la que es simultáneamente organismo e institución, es la que Cristo fundó mediante los apóstoles y a la cual dio la autoridad de atar y desatar (Mt 18:15-20); es decir, la autoridad espiritual para, entre otras cosas, bautizar, disciplinar, reconocer dones y designar oficios como diáconos, presbíteros y pastores. Sin embargo, Kuyper también reconocía que este aspecto institucional-orgánico de la iglesia coexiste junto a otro aspecto: el de la iglesia como «pueblo de Dios en el mundo», quien mediante las vocaciones distintivas de cada miembro, lleva adelante los propósitos de Dios de extender su Reino y hacer patente su gloria en todas las otras esferas de la sociedad y de la cultura: la sociedad civil, el comercio, el arte, el Estado, la familia, etc. A riesgo de simplificar demasiado, podemos decir que la iglesia como organismo/institución se manifiesta visiblemente el domingo, reunida, congregada en su lugar de culto, mientras que la iglesia como pueblo de Dios en el mundo es vista de lunes a sábado esparcida por el mundo, dispersada en la ciudad, en los diversos esfuerzos de cada creyente por gozar y mostrar la gloria de Dios en todas las esferas de la vida humana. Así, por lo tanto, los ministerios paraeclesiásticos, como su nombre ya lo indica, son una forma mediante la cual los miembros específicos de la iglesia, como pueblo de Dios en el mundo, se organizan intencionalmente para llevar a cabo la misión de Dios en algún área o aspecto que creen fundamental. El prefijo para indica que estos ministerios son, de hecho, paralelos a la vida de la iglesia como organismo/institución y que no son en sí mismos la iglesia, sino una extensión de ella. Y aunque podrían, ocasionalmente, cumplir alguna de las funciones propias de la iglesia, como celebrar un culto, sus objetivos no giran en torno a ellos, sino en torno a otros aspectos de la misión de Dios, como construir y mantener orfanatos y/o escuelas cristianas, mejorar las condiciones de la niñez vulnerable, facilitar la logística para el envío y manutención de misioneros en el campo transcultural, proveer entrenamiento y facilitar las redes de contacto para misioneros y plantadores de iglesias, dar apoyo a comunidades cristianas en contexto de persecución, etc. Siendo así, estas organizaciones son una innegable bendición para el cuerpo de Cristo. Es cierto que desde hace siglos han existido organizaciones como agencias de misiones, de ayuda social o fundaciones educacionales que pertenecen directamente a iglesias específicas (sea la presbiteriana, la metodista, la anglicana, etc.) y que deben rendir cuentas de sus labores a la estructura eclesial correspondiente, sea un obispo, un consejo, un sínodo, etc. Sin embargo, en estricto rigor, estas no serían consideradas organizaciones paraeclesiásticas, sino organizaciones directamente eclesiásticas. Aquí, por lo tanto, me enfocaré en el trabajo pastoral en y con ministerios que, de hecho, son paraeclesiásticos, esto es, que tienen una estructura de administración y funcionamiento autónomo y que no pertenecen a una iglesia ni estructura eclesial específica.

Dos principios muy generales

Una vez que se ha entendido claramente tanto la naturaleza del llamado y oficio pastoral, así como la naturaleza de las organizaciones paraeclesiásticas, no debería ser tan complejo entender cómo los pastores podemos y debemos involucrarnos activamente en y con estas organizaciones. Delinearé aquí sólo dos principios muy generales, mencionando aleatoriamente algunas de sus posibles implicaciones prácticas, a fin de que puedan servir como un marco general, ya que no es posible abordar todos los casos y situaciones.

Primer principio: el pastor tiene el deber solemne de ser leal y sumiso a su iglesia por sobre cualquier organización paraeclesiástica

El superior último y la autoridad visible final sobre un pastor, a quien él rinde cuentas por su vida, trabajo y ministerio, es y siempre será la iglesia a la cual él pertenece como organismo/institución. La razón de esto es simple: esta es la que lo ha llamado, separado, formado y ordenado para el oficio pastoral, sea cual fuere la estructura eclesial. En una iglesia anglicana será su obispo, en una iglesia presbiteriana será su presbiterio, en otras iglesias podrá ser la inspección eclesiástica, la comisión ministerial de su denominación o la junta o consejo de oficiales, etc. Algunas implicaciones prácticas de este primer principio podrían ser:
  1. Cualquier trabajo que un pastor realice en una organización paraeclesiástica o alianza que quiera formalizar con ella, implique o no remuneración, debe haber sido primero aprobado y autorizado por la instancia correspondiente de su iglesia, a la cual rinde cuentas efectiva. Incluso en los casos en que un pastor es invitado a trabajar a tiempo completo en un ministerio paraeclesiástico, él sigue siendo pastor de una iglesia específica, no de dicho ministerio, y a ella él debe su lealtad última. Una vez aprobado y autorizado para trabajar en dicha organización paraeclesiástica, un pastor debe rendir cuentas de sus labores allí a la correspondiente autoridad eclesial, mediante informes periódicos y transparentes, mostrando cuántas horas dedica a la semana a dicha labor y cómo la realiza.
  2. En el caso de recibir desde una organización paraeclesiástica algún recurso financiero, alguna remuneración y/o estipendio regular por sus labores en la organización paraeclesiástica, el ministro debe informar abiertamente eso a su autoridad eclesiástica, ya que el corazón es especialmente engañoso cuando se trata de recursos económicos, y los pastores ciertamente no estamos exentos de fuertes tentaciones en esta área (1P 5:2; Tit 1:7). Incluso en el caso de ofrendas esporádicas a causa de sus labores en dicha organización, si su autoridad eclesial le exige informarlas, el pastor debe hacerlo abierta y gozosamente, ya que esta es una forma mediante la cual el Señor está cuidando y protegiendo su corazón.
  3. Junto con lo anterior, el pastor sólo debe trabajar en una organización paraeclesiástica mientras su autoridad eclesial lo permita. Si por cualquier razón su autoridad eclesial le ordena que cesen sus labores en dicha organización o su alianza y/o colaboración con ellos, él ciertamente debe obedecer. Si lo que la autoridad eclesial le está ordenando a un pastor no es algo abiertamente pecaminoso, según la Escritura, su deber es sujetarse. Aun si él tiene sospechas (o incluso indicios claros) de que la motivación de su obispo, presbiterio o autoridad eclesial no es la más santa (celos, envidias, etc.), pero lo que se le está ordenando en sí no es algo contrario a los mandatos explícitos de la Palabra de Dios, entonces ciertamente él debe orar por su superior eclesiástico y entregar en las manos del Señor la situación injusta que está viviendo (recomiendo orar, por experiencia personal, el Salmo 37), pero al final siempre: obedecer. Alguien que no tiene el carácter varonil para cumplir los votos que hizo al ser ordenado por la iglesia, que no tiene el dominio propio para obedecer a su autoridad eclesial y que no sabe distinguir la voluntad clara de Dios en su Palabra (ver Salmo 15:4) de los sentimientos e inclinaciones de su propio corazón, ciertamente no cumple con los requisitos necesarios para ser pastor. Personalmente, y mirando mi propia experiencia, he llegado a la convicción de que las fuertes inclinaciones idólatras que muchos pastores tenemos con relación al uso (y abuso) del poder son muy eficientemente tratadas y sanadas por el Espíritu Santo justamente cuando nos disponemos a sujetarnos a mandatos eclesiales que, sin ser abiertamente pecaminosos en sí mismos, sí nos parecen poco adecuados o incluso injustos.

Segundo principio: el pastor debe trabajar en o con la organización paraeclesiástica haciendo sus mejores esfuerzos para que esta sirva, facilite y fortalezca a las iglesias y nunca las debilite

Es conocida la queja de las iglesias históricas contra los ministerios paraeclesiásticos, ya sea porque consumen tiempo, energía y recursos de algunos de sus mejores miembros o porque terminan siendo un catalizador para la salida de miembros de su iglesia, especialmente jóvenes. Un pastor, siervo de la iglesia, que trabaja en un ministerio paraeclesiástico debe considerar seriamente cómo él puede trabajar en y con dicho ministerio para ser una influencia positiva y efectiva a fin de que este fortalezca a las iglesias y jamás las debilite. En otras palabras: un pastor debe esforzarse para que un ministerio paraeclesiástico sea también lo más proeclesiástico que se pueda. Algunas implicaciones prácticas de este segundo principio podrían ser:
  1. Exigir que los que trabajan a tiempo completo para una organización paraeclesiástica, comenzando por los mismos directivos, sean miembros en plena comunión, activos y comprometidos con una estructura eclesiástica, con testimonio de fidelidad y lealtad a las autoridades de su iglesia. Esto me parece que es un principio fundamental. Ciertamente, dependiendo del tipo de trabajo que realice la organización, los que son del staff de ella van a ausentarse de actividades de su iglesia local por viajes y otros compromisos, pero esto no debería ser impedimento para que, según sus posibilidades, se congreguen con su comunidad, reciban consejo regular de sus pastores, participen en los grupos pequeños y en otras instancias de comunión y rendición espiritual de cuentas.
  2. En el caso de las organizaciones que canalizan recursos financieros para el trabajo eclesiástico, ya sea para la formación de líderes, la plantación de iglesias o el envío de misioneros transculturales, los pastores que trabajan con ellos deben asegurarse de que dichos ministerios funcionen bajo el principio de sólo entregar recursos a creyentes y/o proyectos que muestren compromiso con su estructura eclesial. Cualquiera que recibe recursos financieros de un ministerio paraeclesiástico debe antes haber acreditado su compromiso con su iglesia mediante una carta pastoral o de la autoridad eclesial que corresponda (obispo, presbiterio, inspector eclesiástico, etc.). Hay muchas razones para esto, pero una de ellas es porque, ante cualquier pecado cometido con los recursos que son para la misión (hurto o malversación de fondos), existirá una iglesia que, con la autoridad espiritual correspondiente «para atar y desatar», ejercerá la disciplina que Cristo instituyó (Mt 18:18-20), la cual los ministerios paraeclesiásticos no tienen autoridad para ejercer.
  3. Es común que las organizaciones paraeclesiásticas estén revisando sus mecanismos internos de administración así como su visión, misión y sus estrategias de trabajo cada cierto tiempo. Cuando un pastor trabaja en una organización paraeclesiástica, ya sea a tiempo completo o a medio tiempo, esos momentos de revisión interna deben ser vistos como oportunidades para que la organización piense y diseñe estrategias y mecanismos que la hagan ser una facilitadora y fortalecedora de la vida eclesial y no al contrario, y con mucha mayor razón si este pastor está plenamente convencido de que el trabajo que dicha organización realiza es valioso y necesario. Un pastor que trabaja en un ministerio paraeclesiástico tiene el deber de incentivar que la relación de este último con las iglesias sea fluida y de confianza. Me ha tocado, tristemente, presenciar en ocasiones una cierta actitud victimista de falso heroísmo de parte de personas claves en organizaciones paraeclesiásticas, cuyos líderes y staff están quejándose constantemente por la falta de apertura y buena disposición de las iglesias y de sus autoridades para la evangelización mundial, el trabajo con universitarios, la plantación de nuevas iglesias, el compromiso con la niñez vulnerable o __________ (ponga aquí aquello a lo que se dedica la organización paraeclesiástica de su preferencia). Esta actitud no contribuye en nada; revela corazones que no están sanos ni buscando su descanso en el Evangelio, ayuda a diseminar el descontento con las iglesias, sobre todo entre los más débiles en la fe y alimenta el monstruo del orgullo espiritual en esas organizaciones y los que participan en ellas. Un pastor que forma parte de una organización así, debe trabajar sabia y arduamente para limpiarla de esos resentimientos malignos y, por otro lado, trabajar con la iglesia, con sus pares y sus autoridades, para despejar los prejuicios que en la iglesia pueda haber con relación a los ministerios paraeclesiásticos, comenzando con ser él mismo una demostración viva de lealtad a toda prueba, aun cuando esté trabajando a tiempo completo para una organización paraeclesiástica.

Conclusión

No me cabe duda que lo que acabo de exponer es contracultural. Es posible que más de algún colega se sienta ofendido por mis afirmaciones. En estos tiempos donde la filosofía antropocéntrica y anticristiana del liberalismo nos ha adoctrinado en la falacia de que somos individuos autónomos, libres para emprender todo lo que queramos a fin de llevar el estilo de vida que mejor decidamos, las estructuras eclesiales como diócesis, sínodos, presbiterios, inspecciones eclesiásticas, etc. son vistas, en el mejor de los casos, sólo como sponsors o patrocinadores del ministerio personal (y personalista) de alguien. Hay pastores que sólo usan el nombre «presbiteriano», «anglicano» o «metodista» como una marca que lo patrocina y sin el interés de rendir cuentas efectivas. En el peor de los casos, las estructuras eclesiales que exigen cuentas efectivas a un pastor son vistas como opresivas y autoritarias, y algunos pastores, creyéndose una especie de «Robespierre eclesiásticos», se imaginan a sí mismos como revolucionarios que se oponen a las estructuras opresivas de una iglesia lenta e ineficiente que no es capaz de acompañarles en su glorioso ritmo. Esto ciertamente debe parar. Tristes y patéticas caricaturas pastorales contemporáneas como la del atleta sponsoreado, la del revolucionario iluminado o la del osado emprendedor y CEO de una start-up, no guardan absolutamente ninguna relación con las imágenes bíblicas del pastor y ministro del Evangelio. Sólo causan daño a la causa del Reino de Dios y a la comunión del cuerpo de Cristo. Es tiempo de que nosotros los pastores nos arrepintamos de querer ser protagonistas en una historia y en un Reino que sólo tienen un protagonista: Jesucristo. Es tiempo de que entendamos que, en un cierto sentido, no somos más que los asalariados del Dueño de las ovejas, a quién rendiremos cuentas. Aún más: es tiempo de gozarnos en ser simples «funcionarios eclesiásticos» (como claramente indica el uso de la palabra griega leiturgos en Fil 2:25 y Ro 15:16), a quienes no se nos exige que seamos rompedores de esquemas, emprendedores, innovadores ni aventureros, sino solamente una sola cosa: que seamos fieles (1Co 4:2), ya que esta es la gloria de nosotros los pastores: sabernos esclavos de Cristo y, por lo tanto, esclavos de su iglesia.