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Por qué todos deberíamos estudiar teología
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Por qué todos deberíamos estudiar teología

Todo cristiano debería ser un teólogo. Es algo que, de diversas maneras, le digo a mi iglesia con frecuencia. Y la forma en que algunos me miran sorprendidos es evidencia de que aún no he comunicado adecuadamente la importancia de que los laicos lleven resueltamente a cabo un estudio teológico de Dios. Muchas veces, las reacciones de confusión se originan en una incomprensión de lo que significa teología en este contexto. Por eso, le digo a mi iglesia qué es lo que NO estoy queriendo decir. Cuando digo que todo cristiano debería ser un teólogo, no quiero decir que todos deberían ser académicos o eruditos o que deberían esforzarse por dar la impresión de que lo saben todo. Todos sabemos, básicamente, a qué se refiere la Biblia cuando advierte que «el conocimiento envanece» (1 Co 8:1). A nadie le caen bien los genios. Sin embargo, la respuesta al escolasticismo formal o el intelectualismo árido no es un abandono del estudio teológico. Los laicos no tienen una justificación bíblica para dejar el deber de la doctrina únicamente en mano de los pastores y catedráticos. Por lo tanto, yo le recuerdo a mi iglesia que la teología —que viene de las palabras griegas theos (Dios) y logos (palabra)— significa, sencillamente, «el conocimiento (o estudio) de Dios». Si eres cristiano, por definición debes conocer a Dios. Los cristianos son discípulos de Jesús; son estudiantes-seguidores de Jesús. Mientras más lo seguimos, más aprendemos de Él, y en consecuencia, más profundamente llegamos a conocerlo. Hay al menos tres razones principales por las cuales todo cristiano debería ser un teólogo. Primero, el estudio teológico de Dios es un mandato. El gran mandamiento es donde más claramente se nota la exigencia de centrar amorosamente nuestra mente en Dios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mt 22:37). Ciertamente, amar a Dios con toda nuestra mente implica más que el estudio teológico, pero indudablemente tampoco implica menos. Segundo, el estudio teológico de Dios es vital para la salvación. Ahora bien, es evidente que no quiero decir que la búsqueda intelectual merezca la salvación. Somos salvos únicamente por gracia, exclusivamente por fe (Ef 2:8) y sin obra alguna de nuestra parte (Ro 3:28), incluidos los esfuerzos intelectuales. Pero al mismo tiempo, la fe por la cual somos justificados, esa que recibe completamente la obra terminada de Cristo y, así, su perfecta rectitud, es una fe razonable. La fe puede no ser lo mismo que la racionalidad, pero eso no significa que la fe en Dios sea irracional. La fe que salva es un regalo de Dios (Ef 2:8; Ro 12:3), pero no es una especie de vacío espiritual amorfo y carente de información. El ejercicio de la fe se basa en información —inicialmente, el anuncio histórico de las buenas noticias de lo que Jesús ha hecho— y el fortalecimiento de la fe también. Nuestro crecimiento continuo en la gracia de Dios —nuestra perseverancia como creyentes— está vitalmente conectado con nuestro estudio de lo que su Palabra revela sobre su carácter y sus obras. Al contrario de lo que algunos idólatras de la duda quisieran que creyeras, la fe cristiana está basada en hechos. Hebreos 11:1 nos recuerda que, para el cristiano, la fe no es un salto al vacío sino que está inextricablemente conectada con la seguridad y la convicción. No cabe duda de que, mientras más nos deleitemos con los hechos teológicos de la Palabra, más seguridad y convicción cultivaremos —y, por lo tanto, más fe—. Pablo le dice a su joven protegido Timoteo: «Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan» (1 Ti 4:16). Pablo le recuerda que, para que la santificación produzca discípulos permanentes de Cristo, necesariamente debe incluir un estudio intenso de la Palabra de Dios. Tercero, el estudio de Dios autentifica y estimula la adoración. Los verdaderos cristianos no son aquellos que creen en un Dios indefinido o confían en clichés espirituales vagos. Los verdaderos cristianos son aquellos que creen en el Dios trino de las Sagradas Escrituras, y han puesto su confianza, gracias al Espíritu verdadero, en el verdadero Salvador —Jesús— que se proclama en las palabras específicas del evangelio histórico. Manejar información correcta sobre Dios es sólo una de las maneras en que probamos la autenticidad de nuestro cristianismo. Si yerras intencional o sistemáticamente en los hechos vitales acerca de Dios, tu declaración de que en verdad lo conoces corre el peligro de ser falsa. Es por esto que debemos esperar solidez teológica no sólo en la predicación de nuestro pastor sino también en la música de nuestra iglesia y asimismo en sus oraciones —tanto congregacionales como particulares—. Sin embargo, el estudio teológico va más allá de simplemente validar nuestra adoración como verdadera y piadosa: también estimula esta adoración. Debemos recordar lo que Jesús le explicó a la mujer samaritana junto al pozo: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad. (Juan 4:23-24) Cuando usamos nuestras mentes para penetrar en las cosas de Dios, nuestro corazón cambia profundamente, y por ende, lo hace también nuestra conducta. En la Biblia, Pablo escribe: «No os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto» (Ro 12:2). La transformación empieza con una renovación de nuestras mentes. Como ha dicho John Piper: «La mente teológica existe para arrojar leña en el horno de nuestros afectos por Cristo». Entendido como una expresión de amor a Dios, el estudio teológico intencional sólo puede hacer que nuestro amor por Él se intensifique. Mientras más leamos, estudiemos, meditemos, y apliquemos su Palabra con oración, más temor reverente sentiremos por Él. Es como un enorme barco en el horizonte que, mientras más nos acercamos, más grande nos parece.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Cristian Morán
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¿Por qué conocer a tu rebaño es fundamental para una predicación significativa?
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¿Por qué conocer a tu rebaño es fundamental para una predicación significativa?

El predicador se paseó por el escenario, mirando seriamente a la congregación. Llegó el momento para hacer su invitación semanal; pidió que los apelados levantaran sus manos; ni una sola mano fue alzada. Sin embargo, no había forma en que él supiera esto porque él estaba predicando desde una pantalla. Me encontré a mí mismo en el campus más cercano de esta iglesia «multi-sitio» por encargo del propio pastor, un hombre que recientemente me había contratado para hacer un poco de investigación freelance para él. Se suponía que ver uno de sus muchos servicios a distancia me ayudaría a «captar» su ministerio. Y sí, ciertamente lo hizo. Sin embargo, no pude evitar quedarme atascado en la sensación de que esta manera de hacer ministerio no podría ayudar realmente al predicador a «captar» a las personas de su congregación. No sé qué piensas tú sobre el crecimiento de las reuniones por video o del modelo de iglesia «multi-sitio» en general, pero esta experiencia y otras solo han ratificado algunas de las preocupaciones que tengo sobre la desconexión que existe entre el predicador y el rebaño, un dilema cada vez mayor en todos los tipos de iglesias, grandes y pequeñas. Sin duda, este dilema no está meramente limitado a las iglesias «multi-sitios», «que se reúnen por video». Los pastores de las iglesias en crecimiento de todos los tamaños continuamente lucharán por mantenerse familiarizados con sus congregaciones. Y la tentación de aislarse cada vez más se hace mayor a medida que se agrega más complejidad a la iglesia en crecimiento. Y por supuesto, es imposible para un predicador, de incluso una pequeña iglesia, ser el mejor amigo de todas las personas en ella y es imposible para los predicadores de iglesias grandes conocer bien a todos. Sin embargo, el predicador cuyo ministerio se trata cada vez más de la predicación y cada vez menos del pastoreo, el predicador que se involucra cada vez menos con su congregación, en realidad ¡está socavando el deber al cual está tratando de dedicar más tiempo! Una buena predicación requiere un pastoreo cercano. El ministerio de la predicación no puede divorciarse del ministerio del cuidado del alma; es más, la predicación en realidad es una extensión del cuidado del alma. Existe un montón de razones por la que es importante que los pastores que quieren predicar de manera significativa conozcan a sus rebaños lo mejor que puedan, pero a continuación les comparto las tres más importantes.
1. Una predicación significativa tiene en mente los ídolos de las personas
Cuando viajo para predicar en servicios de otras iglesias y en conferencias, una de las preguntas que generalmente le hago al pastor que me invitó es, «¿cuáles son los ídolos de las personas de tu iglesia?». Quiero ser capaz de no solo llegar y «hacer lo que sé hacer», sino que también servir a este pastor y a su congregación al hablar lo mejor que pueda a las esperanzas y a los sueños que este pastor puede identificar dentro de su iglesia que no están arraigados con devoción a Cristo como su única satisfacción. Tristemente, algunos pastores no saben cómo responder esta pregunta. Cuando Pablo entró en Atenas, él vio que la ciudad estaba llena de ídolos (Hch 17:16). Dicho esto, él no consideró esto simplemente un problema filosófico, sino que uno espiritual que lo entristeció personalmente. Y cuando lo abordó, lo hizo específicamente, haciendo referencia a su devoción al «dios desconocido» (17:23). Y en cualquier oportunidad en la que Pablo se dirigió a iglesias específicas en sus cartas, los tipos de pecados y falsedades que abordaba eran muy específicos. Él no hablaba en general; él sabía lo que estaba pasando en esas iglesias. Esto no quiere decir, por supuesto, que debes comenzar a avergonzar o a exponer a las personas desde el púlpito. Sin embargo, sí quiere decir que debes involucrarte lo suficiente en la vida congregacional como para hablarles en términos familiares. Si un pastor no ha pasado tiempo de calidad con las personas de su congregación, los ídolos que su predicación debe combatir con el Evangelio serán meramente teóricos. Todos los seres humanos tienen algunos ídolos universales en común. No obstante, las comunidades donde se ubican las iglesias, la subcultura de la propia congregación, los grupos específicos y demográficos dentro de ellas tienden a traficar más ídolos y patrones de pecado específicos. Conocer directamente las desviadas esperanzas económicas, profesionales y familiares de tu rebaño te ayudará a saber cómo predicar. Te ayudará a escoger los textos correctos y los énfasis adecuados al explicarlos. Esto es lo que hace de la predicación un ministerio y no simplemente un ejercicio.
2. Una predicación significativa tiene el sufrimiento de las personas en el corazón
Puedo decirte de primera fuente que mi predicación cambió después de haber comenzado a sostener las manos de las personas mientras morían y de escuchar el corazón de las personas mientras lloraban. Hasta que no hayas escuchado a las personas compartir lo suficiente sus pecados, miedos, preocupaciones y heridas, tu predicación puede ser excelente y apasionada, pero no será todo lo que puede ser: resonante. Muchos predicadores llevan el peso de la Palabra de Dios al púlpito y esto es algo bueno. Recibir el pesado manto de la predicación ardiente con la gloria de Dios, recibir la carga de proclamar el favor de Dios en el Evangelio, es una tarea noble, valiosa y maravillosa. Sin embargo, el predicador también debe sentir el peso de su congregación en el púlpito. Debe subir para predicar luego de haber estado en el valle con ellos. Sus manuscritos deben estar manchados con las lágrimas de su gente. Saber qué sufrimientos afligen de forma regular a su congregación impedirá que un predicador se vuelva sordo a ella. No estará alegre en los lugares incorrectos. Afectará los tipos de ilustraciones que utilizará, los tipos de historias que contará y (más importante aún) la disposición con la que manejará la Palabra. He visto predicadores haciendo bromas sobre cosas con las que las personas de su congregación están luchando. Y yo he sido ese predicador. Venimos a levantar cargas, pero con nuestras descuidadas palabras terminados agregando más. Predicador, ¿tienes un corazón genuino por tu congregación? Con esto no quiero decir, «¿eres una persona sociable?». Lo que quiero decir es, ¿sabes lo que está sucediendo en las vidas de las personas de tu congregación? ¿Te conmueve, te apena? ¿Has llorado con quienes lloran? Si no es así, tu predicación lo mostrará en el tiempo. Piensa en la pena que Moisés tuvo por los pecados de su pueblo (Ex 32:32) o las abundantes lágrimas de Pablo (Hch 20:31; 2Co 2:4; Fil 3:18; 2Ti 1:4). Piensa, también, en la compasión de Cristo al examinar los corazones de las personas (Mt 9:36). Podrías pensar que puedes aumentar estos sentimientos sin conocer realmente a tu congregación, pero no es lo mismo, especialmente para ellos. No es lo mismo para ellos de la misma manera que no lo es escuchar una palabra conmovedora de un modelo a seguir que escuchar una palabra conmovedora de tu papá. Predicador, no tomes tu texto sin llevar las cargas reales de tu congregación a tu corazón. 
3. Una predicación significativa tiene nombres de personas en oración
Cada predicador fiel ora durante la preparación de su sermón. Ora para que la Palabra de Dios no vuelva vacía (Is 55:11). Ora para que las personas sean receptivas. Ora para que las almas sean salvadas y las vidas sean cambiadas. Estas son buenas oraciones. Aún mejor es el sermón que se estudió y se compuso con oraciones que tenían los nombres de Pedro Gutierrez, Julia Pérez y la familia González en los labios del predicador. Aún mejor es el sermón en el que el predicador suplica en oración por la salvación de Tomás Jara, por el arrepentimiento de Benjamín López y la sanidad de María Alicia. Pablo repetidamente le dice a las personas que están bajo su cuidado que él los está recordando en sus oraciones (Ef 1:6; 2Ti 1:3; Flm 1:4). Y puesto que frecuentemente menciona nombres, sabemos que no solo ora en general. Y aunque Pablo no tenía una congregación a la cual pastorear de cerca y sirvió en gran parte como un misionero plantador de iglesias, él trabajó duro para conocer a las personas que él ministró desde la distancia y buscó visitarlos tan frecuentemente como podía. ¡Cuánto más el pastor de una iglesia local debe desarrollar relaciones con las personas de su congregación! Él debe conocer sus nombres y debe llevar sus nombres en oración al cielo. Es importante conocer a quienes les estás predicando. Es importante saber que a la hermana tanto-tanto no le gusta tu predicación. Es importante saber que a ese hermano que te elogia le gusta mucho cómo predicas. Es importante saber que el hombre que se sienta atrás con los brazos cruzados y su ceño fruncido en realidad no está enojado contigo (esa es solo la forma en la que él escucha). Es importante saber que la señora que sonríe y asiente cerca de la primera fila tiene una tendencia a no recordar nada de lo que has dicho. Cuando sabes esas cosas, puedes orar por ellos de formas más profundas, más personales y más pastorales. Y tu predicación mejorará. Será más real. No vendrá solo de tu mente y de tu boca, sino que de tu corazón, de tu alma y de tu ser. Todo esto asume, por supuesto, que tú estás interesado en este tipo de predicación. Si ves la predicación simplemente como la provisión de un «recurso espiritual» para las mentes interesadas o una palabra de ánimo para quienes se inclinan a la religiosidad y no como una testificación llena de profecía de la Palabra revelada de Dios para los corazones de las personas, entonces, puedes ignorar sin ningún problema todos los puntos mencionados anteriormente.
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.
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Querido pastor: a tu Pastor no le importa el tamaño de tu iglesia


Este artículo es parte de la serie Querido pastor publicada originalmente en Crossway.

Desesperado por crecimiento

La música retumbaba en mis oídos mientras me agachaba en el vestíbulo de la iglesia rogándole a Dios que enviara a una sola familia a través de las puertas. Esto se había convertido en mi rutina dominical. La plantación de nuestra iglesia no estaba muy bien establecida, pero teníamos todos los elementos que la gente decía que necesitábamos para su crecimiento: un nombre genial, una banda genial y un grupo medular de jóvenes geniales. Sin embargo, la gente se mantenía alejada en masa. Y domingo tras domingo, se convirtió en una especie de crisis de fe para mí tener que soportar otra ínfima asistencia. Sabía de qué manera fanfarronear sobre cómo pastorear a los que tienes, sobre cómo no confiar el crecimiento de la iglesia a artilugios de producción y métodos pragmáticos. No obstante, igual me dolía que el Señor no hubiera recompensado nuestra fidelidad con éxito. ¿O lo había hecho? Quince años después, he aprendido mucho más sobre la experiencia del crecimiento de la iglesia. Tomé esa misma fe frágil en la convicción bíblica sobre cómo «hacer iglesia» y la lleve al pastorado en Nueva Inglaterra, el estado con menos iglesias de la nación, de hecho, donde miles de miles de personas generalmente se mantienen alejadas de la iglesia en masa. En un contexto donde el cristianismo cultural no era un factor, donde las personas eran ampliamente ambivalentes sobre el cristianismo (o abiertamente hostiles), y en una iglesia donde enfáticamente no teníamos los elementos que los expertos dicen que necesitas para hacer crecer una iglesia, el Señor comenzó a enviar a muchos a través de nuestras puertas. Nuestra iglesia era por excelencia la arquetípica iglesia de Nueva Inglaterra con un campanario blanco y ubicada en la plaza de la ciudad. La edad promedio de nuestra banda de adoración era de sesenta años. Teníamos un viejo órgano de tubos y lo usábamos para cantar himnos antiguos. Cuando llegué a esta iglesia, no había mucha gente y casi no teníamos jóvenes. Nuestro servicio duraba casi dos horas. Yo predicaba mensajes expositivos a través de los libros de la Biblia. Y las personas vinieron. Y siguieron viniendo. Nuestra asistencia aumentó constantemente, regularmente nos faltaban sillas y lugares para estacionar, la cantidad de bautismos aumentaba cada año, nuestra membresía creció. Sin embargo, nunca olvidé esos días en el vestíbulo de la plantación de la iglesia, cuando rogaba a Dios que nos enviara uno o dos más. Había aprendido una valiosa lección en los difíciles días de escasez que me ayudaron en gran manera en los gozosos días de abundancia, es decir, que Cristo no está particularmente interesado en el tamaño de mi iglesia.

Apunta a la fidelidad

No te llevarías esa impresión de los gurús del crecimiento de la iglesia, donde la fidelidad es igual a y es comprobada por el éxito visible. Si tu iglesia está aumentando en número, se toma como una prueba verificable de que estás haciendo algo bien. Y, por supuesto, también hemos visto la deprimente desventaja de esta lógica cuando los líderes abusivos y descalificados a menudo mantienen sus posiciones por la «prueba» de su éxito. No obstante, yo tuve que aprender tempranamente a no sintonizar mi corazón con el crecimiento o caída de las métricas de la iglesia. En primer lugar, simplemente no pude ver ese énfasis en la Biblia. Claro, hay muchas veces en las que son contados los siervos del Señor. Contaron cuántos se sumaban al número de seguidores de Cristo, contaron cuántos habían sido testigos de la predicación de Cristo, etc. Esto me dice que no hay nada malo con contar y me dice, de hecho, que contar me puede decir cosas importantes. Sin embargo, no puede decirme las cosas más importantes. A medida que Pablo y los otros apóstoles instruyeron a las iglesias y a sus líderes a través de sus cartas, nunca encontramos ninguna aproximación a la pregunta: «¿cuántos han llegado a tu iglesia?». Parecen completamente desinteresados en eso. En segundo lugar, el testimonio de la Escritura parece estar centrado en la idea de que, si bien los cristianos deben permanecer especialmente fieles al evangelismo y a la misión de Dios en general, la iglesia está diseñada para existir como una especie de minoría en el mundo. Deberíamos esperar no ser populares. Por supuesto, algunas iglesias son más populares que otras. Y no hay nada inherentemente malo con una iglesia grande. Es probable que tú y yo hemos conocido pastores de mega iglesias que llevan vidas fieles, como también pastores de iglesias pequeñas que no lo son. El punto es este: el tamaño no es un indicador confiable de fidelidad, y no funciona como sea que queramos usar esa lógica, ya sea en contra de la pequeñez o en contra de la enormidad. No, lo que el Señor nos pide es fidelidad. Y si bien es perfectamente normal que cada pastor quiera que su iglesia crezca (nuevamente, no compres la idea de que el tamaño prueba fidelidad en sí mismo), es también idolátrico que asociemos nuestra validación, nuestra justificación, nuestro sentido de bienestar con la asistencia, presupuesto o plataforma. Es un juego perdido.

El favor constante de Cristo

A medida que nuestra iglesia en Nueva Inglaterra crecía, muchas iglesias alrededor nuestro no lo hacían. Teníamos todas las marcas visibles de éxito que quiere un líder normal. Y recibí muchas felicitaciones por eso. Fui llevado a un buen número de reuniones en las que otros pastores me preguntaban sobre mis métodos mientras tomábamos café. Por lo general, se sentían decepcionados porque mi respuesta decía que básicamente tratábamos de mantenernos fieles a la predicación del Evangelio, a amarnos unos a otros y a amar a nuestro prójimo. Hacíamos algunas cosas de acción social, sin duda, y también hacíamos entrenamiento en evangelismo. Pero no estábamos siguiendo ninguna receta para aumentar el crecimiento de la iglesia. Estábamos plantando, regando y confiando en que Dios traería el crecimiento… o no. Aunque disfrutaba el crecimiento y quería que mi iglesia disfrutara el crecimiento, yo quería —de manera imperfecta, por supuesto— no llevarme el crédito. Mi experiencia anterior de plantación de iglesia también me enseñó esta lección: la medida del crédito que me den por el crecimiento, es la medida con la cual me culparán por la falta de crecimiento. Cristo no nos está llamando a hacer crecer su iglesia. Él hará eso. Él nos está llamando a ser fieles. Cuando llegues al final de tu carrera, no serás juzgado por cuántas personas pastoreaste. Tendrás que dar cuentas por cómo pastoreaste, por supuesto, pero no por cuántos. Mientras te esfuerzas y confías, puedes aprender a echar esta preocupación terrenal sobre Él. Le puedes confiar a Él la asistencia de tu iglesia. Le puedes confiar a Él los límites de tu liderazgo personal. Le puedes confiar a Él lo que Él te ha confiado a ti. Si pastoreas lo suficiente, es probable que veas momentos en que los números crecen y otros en los que decrecen. Tendrás tiempos ministeriales de mucho y otros serán de muy poco. Ese es el curso de una vida normal. Ayudará a tu cordura —¡y a tu resistencia!— si ajustas tus afectos no a «cómo le está yendo a la iglesia», sino al fundamento inconmovible y al amor irrevocable de Cristo, el Rey. Su favor hacia un pecador como tú no crece ni decrece. Siempre está lleno a rebosar. No me malinterpretes, Jesús está muy interesado en hacer crecer su Reino. Él se asegurará de que su plan para la extensión del Evangelio y la expansión de su gloria en cada rincón de la creación sea cumplido. Y esto puede significar el crecimiento de tu iglesia. Pero puede que no. La pregunta es: ¿puedes aceptar eso? Jesús lo hace. Jared Wilson es el autor de The Pastor’s Justification [La justificación del pastor].
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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La Biblia no es un manual de instrucciones
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La Biblia no es un manual de instrucciones

Instrucciones básicas antes de dejar la Tierra

¿Alguna vez habías escuchado la Biblia [Bible, Basic Instructions Before Leaving Earth] explicada de esta manera? Es un práctico recurso mnemotécnico que ciertamente tiene algo de verdad. Sin embargo, ¿llega al corazón de lo que realmente es la Biblia? La manera en que muchos de nosotros tratamos la Escritura (como el libro de instrucciones de Dios) no parece tan acertado cuando miramos cuidadosamente lo que dicen sus propias páginas. Y temo que esta manera de usar la Biblia logra, en realidad, lo opuesto a lo que pretendemos. Si la Biblia no es esencialmente un manual de instrucciones para la aplicación práctica, entonces, ¿qué es? Si no se trata principalmente de lo que tenemos que hacer, ¿de qué se trata? Si no se trata de nosotros, ¿de quién se trata?

La Biblia se trata de Jesús

¿Sobre Jesús? Bueno, en este momento estarás pensando: «¡obvio!». No hace falta decirlo. Y estoy de acuerdo. Es evidente. Pero tenemos que seguir diciéndolo. No podemos seguir sin decir esto. La Biblia se trata de Jesús. De principio a fin, de página a página, de Génesis 1:1 a Apocalipsis 22:21, la Palabra de Dios escrita trata principal y esencialmente de la revelación salvadora de la divina Palabra de Dios. Jesús mismo lo dijo. En Lucas 24, vemos a dos de los discípulos de Jesús caminando por el camino a Emaús y discutiendo la noticia que habían recibido sobre la resurrección de Cristo. De repente, Jesús mismo se acercó sigilosamente a su lado. Les preguntó de qué estaban hablando. No lo reconocieron al principio, así que le explicaron que estaban discutiendo el asunto de Jesús, y expresaron su confusión acerca de que haya sido entregado para ser crucificado cuando todo el tiempo pensaron que Él era el enviado para redimir a Israel. Tampoco sabían qué pensar con esta asombrosa afirmación sobre su resurrección. Entonces, Jesús hace algo muy interesante: «Y comenzando por Moisés y por todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él» (Lc 24:27). En 2 Corintios 1:20, Pablo nos dice que todas las promesas bíblicas «en Él todas son sí». El libro de Hebreos es un gran ejemplo sostenido de esta verdad, al mostrarnos cómo todo lo que condujo a Cristo fue predicar a Cristo desde las sombras, por así decirlo, incluso recordándonos que los hechos poderosos de los grandes héroes del Antiguo Testamento no eran sobre sí mismos, sino sobre actuar «por la fe» en la promesa del Cristo venidero. De hecho, todo lo que enseña la Biblia, ya sea teológico o práctico, y en todas partes donde enseña, ya sea histórico, poético, aplicativo o profético, tiene por objetivo acercarnos a Cristo para verlo con más claridad y para amarlo con más afecto. La Biblia se trata de Jesús.

El mensaje principal de la Biblia es que la obra ya está hecha

Una noche, de camino a casa desde un grupo pequeño, escuché al chico de la estación de radio local cristiana hacer una presentación de diez minutos de lo que había aprendido en la iglesia el día anterior. Todo se redujo a un llamamiento para hacer de Jesús, en sus palabras, nuestro «modelo a seguir». Todo fue muy bonito e inspirador. De hecho, no hay mejor modelo a seguir que Jesús. No me encontrarán discutiendo en contra de eso. No obstante, el problema con el resumen que este hombre había hecho del sermón de su pastor era que no mostraba ninguna indicación del contenido real del Evangelio. Podría haber sido entregado por el Dalai Lama. El actor budista Richard Gere piensa que Jesús es un maravilloso modelo a seguir. También muchos ateos. La mayoría del mundo pensante reconoce que Jesús es un buen modelo a seguir y, de hecho, la mayoría desea que los cristianos actúen más como Jesús (o al menos, más como su percepción de Jesús). Esto debería indicar la deficiencia inherente que tiene el mensaje de «Jesús como modelo a seguir»: «ser como Jesús», en sí mismo, no es una buena noticia. El Evangelio no es un buen consejo, es una buena noticia. El énfasis en nuestras iglesias debe estar en la obra terminada de Dios a través de Cristo. Para ser claros, deberíamos exhortar a nuestras congregaciones a vivir de maneras más parecidas a las de Cristo. Sin embargo, si el énfasis de nuestra predicación está en ser más como Jesús y no en las buenas nuevas de la gracia a pesar de que no podemos ser como Jesús, en realidad terminamos logrando lo contrario de nuestra intención. En realidad, sin darnos cuenta nos convertimos en legalistas, porque estamos más preocupados por las obras y el comportamiento que por la obra de Cristo en nuestros corazones. El mensaje principal de la Biblia, cuando nos anuncia a Jesucristo, es que la obra ya está hecha.

Las noticias de la Biblia son mucho mejores que sus instrucciones

La Biblia es increíblemente práctica. No tenemos que hacerla así. Ya es así. Hay muchas cosas prácticas en ella, y necesitamos enseñarlas. No obstante, nunca debemos enseñar los puntos prácticos como los puntos principales. Lo práctico siempre está conectado con lo que se proclama. El «hacer» nunca puede separarse del «hecho» de la obra consumada de Cristo en el Evangelio, o de lo contrario corremos el riesgo de predicar la ley. En 2 Corintios 3:7-11, Pablo recuerda la entrega de las tablas de la ley a Moisés en el Monte Sinaí. Mientras Moisés subía y se comunicaba con Dios, la gloria del Altísimo era tan intensa que se seguía irradiando de su rostro cuando descendía. La gloria radiante fue tan intensa que Moisés cubrió su rostro con un velo para proteger a los hijos de Israel de la intensidad. Pero a pesar de lo cruda, intensa e inspiradora que fue esa gloria, dice Pablo, es eclipsada por el ministerio del Espíritu, el ministerio de justicia, el ministerio del Evangelio de Jesús. Esto nos ayuda a ver que el mensaje esencial de la Biblia es el Evangelio y que, por lo tanto, el Evangelio debe ser el centro de todo lo que decimos y hacemos como iglesia, ya sea en el servicio de adoración o fuera de él. Esto significa que muchos de nosotros debemos luchar con la realidad de que el Evangelio no es sólo para los incrédulos. Es para los cristianos también. Tal vez necesitamos ver lo versátil y resistente que es el Evangelio, lo mucho más profundo y poderoso que es este mensaje más allá de lo que se debe y no se debe hacer. Tal vez necesitamos ver que el Evangelio hace más de lo que la ley podría hacer. Que llega más lejos de lo que la ley jamás podría llegar. Si las instrucciones vienen con gloria, dice Pablo, «¿cómo no será con más gloria el ministerio del Espíritu?» (v. 8). ¡Las buenas noticias del Evangelio son mucho mejores que las instrucciones! Son mejores porque las noticias en realidad nos salvan. ¡El Evangelio es el ministerio de justicia porque anuncia no sólo la pizarra en blanco de los pecados borrados, sino el crédito total de la obediencia perfecta de Cristo acreditada a nosotros!

El poder de la salvación

Cuando miramos el mundo y nuestras iglesias, creemos que sabemos lo que lo arreglará todo. Sólo les diremos que se pongan las pilas. Por eso todas las instrucciones. Sin embargo, ¿qué salvará realmente al mundo perdido? Déjame decirte: ninguna de nuestras críticas en su contra. ¿Qué transformará los corazones de las personas en su iglesia? Ni uno solo de tus regaños. ¿Qué motivará a las personas a un cambio de vida real que comience con un cambio de corazón real? No serán todos los consejos útiles del universo. Según la Biblia, sólo el Evangelio es el poder para la salvación (Ro 1:16). Debemos dejar de tratar el Evangelio como si fuera suficiente para una experiencia de conversión, pero no para dar poder a todos los asuntos prácticos de la fe que vienen después.

Este artículo es una adaptación del libro The Prodigal Church: A Gentle Manifesto against the Status Quo [La iglesia pródiga: un amable manifiesto contra del statu quo] de Jared Wilson.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.