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Jackie Hill Perry es escritora, poeta, maestra de Biblia y una artista de hiphop. Es autora de los libros Chica gay, Dios bueno y El Dios santo. Ella y su esposo, Preston, tienen cuatro hijos.

Jesús es siempre fiel

Jesús es siempre fiel
Imaginen el cambio en el estado de ánimo entre los discípulos de Jesús durante la última cena de Pascua.
En medio de ese momento de celebración tan especial, Jesús le dice a sus hombres que el vino que están bebiendo representaba su sangre que pronto sería derramada y el pan, su cuerpo que pronto sería partido. Luego, les cuenta que al final de la noche, ellos lo dejarán.
Evidentemente, en ese momento, los discípulos no pudieron ver lo que Jesús veía. Ellos creían que su devoción a él sería más grande que la realidad que se revelaría más tarde.
Ese es, claramente, el caso de Pedro. Aunque era impulsivo y entusiasta, sobrestimaba su amor por Jesús e ignoró las palabras proféticas de Dios, respondiendo, «…aunque todos se aparten por causa de ti, yo nunca me apartaré… Aunque tenga que morir junto a ti, jamás te negaré» (Mt 26:33-35).
La opinión que Pedro tenía de Dios y que tenía de sí mismo estaban completamente sesgadas en ese momento. Quizás él creía que las palabras de Jesús eran hipotéticas o interpretables. Sin embargo, la respuesta de Pedro, con toda su escandalosa extravaganza, no tenía el poder para cambiar su naturaleza o la profecía de Cristo. Aun cuando había visto que las palabras de Jesús habían calmado a un mar salvaje y resucitado cuerpos sin vida, él no tomó en cuenta que esas palabras venían de Dios ni consideró cómo ellas revelaban el conocimiento santo de Cristo mientras exponía las inconsistencias incrédulas de los discípulos.
No obstante, no pasaría mucho tiempo para que Pedro viera cómo esta predicción se haría realidad.
La negación de Pedro
Mientras llevaban a Jesús ante el sumo sacerdote, Pedro y otro discípulo anónimo lo seguían. Las afirmaciones que Pedro le hizo a Jesús probablemente estaban impregnadas en sus pensamientos. Le dije que no lo negaría. Le dije que incluso si todos lo dejaran, ¡yo no lo haría! ¿Dónde están todos ellos ahora? Soy sólo yo y uno más. Nosotros somos los verdaderos discípulos. Me pregunto cuánto lo motivaba su compromiso a sus propias declaraciones sobre seguir a Jesús que su amor por Jesús mismo. Con tanta facilidad, la humanidad jura más lealtad a su retórica que a aquel de quien se trata esa retórica. ¿Estaba Pedro realmente listo para morir por Jesús o sólo le gustaba la idea, en su mente, de ser un mártir? Pedro terminó teniendo acceso al patio al que llevaron a Jesús porque el sumo sacerdote conocía al otro discípulo que seguía a Cristo junto con él. Inmediatamente, las audaces declaraciones de Pedro serían puestas a prueba. «Entonces la criada que cuidaba la puerta dijo a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de este hombre?”...» (Jn 18:17). Imaginen la guerra que se desató en el corazón de Pedro en ese momento. Sin embargo, la guerra no duró mucho al parecer —si es que hubo una—. Es más, la respuesta de Pedro parece impulsiva; un poco reaccionaria: «“¡No lo soy!,” dijo él». Es interesante ver cuán a menudo nuestras respuestas precipitadas a las tentaciones inesperadas de la vida revelan el carácter que intentamos negar utilizando jerga cristiana. ¿Dónde estaba ahora la valentía y el coraje del que Pedro habló antes? Él no es lo suficientemente audaz para ser designado como seguidor de aquel con quien acababa de partir el pan. Las palabras de Pedro no concordaban con su realidad: él era un seguidor de Jesús y sí negó a Cristo. No obstante, al mismo tiempo, una realidad más grande estaba sucediendo, que probaría ser su esperanza. Durante ese tiempo, Cristo también está siendo interrogado. El sumo sacerdote le hacía preguntas a Jesús respecto a sus discípulos y a su doctrina. Jesús, en un exacto contraste con las recientes acciones de Pedro, dice la verdad. Jesús no se avergüenza de las consecuencias que podría traer su honestidad. Él no esconde el hecho que ha dado a conocer a todos —tanto en el templo como en la sinagoga—: él es en realidad el Hijo de Dios, el Mesías profetizado, que ha venido a salvar a los pecadores. Su impulso surge desde su naturaleza y de acuerdo con su misión. Jesús ha venido para este momento, un juicio que lo llevará a su muerte.El quebranto de Pedro
Mientras el sumo sacerdote interrogaba a Jesús, Pedro se acerca al fuego junto con los oficiales y los soldados —probablemente, los hombres que habían sido parte del arresto de Jesús—. Mientras el fuego calentaba sus manos, ¿cuál habrá sido la temperatura de su corazón? Después de haber negado a Jesús una vez, ¿cómo es posible que Pedro esté tan cómodo junto a los enemigos de su Salvador? ¿Por qué no llorar amargamente ahora? Quizás tenía una reputación que mantener. Dejó en claro que supuestamente él no es un discípulo así que no hay razón para temer frente las implicaciones de ser relacionado con «el prisionero» que estaba siendo interrogado cerca de ahí. Sin embargo, otra pregunta interrumpe su rebelde paz, «…y le preguntaron, “¿no eres tú también uno de sus discípulos?”. «“No lo soy”, dijo Pedro, negándolo». «Uno de los siervos del sumo sacerdote, que era pariente de aquél a quien Pedro le había cortado la oreja, dijo: “¿No te vi yo en el huerto con Él?” Y Pedro lo negó otra vez…» (Jn 18:25-27). Quizás Pedro hubiese continuado negando a Jesús más veces si es que el discordante canto del gallo no lo hubiese remecido en su depravado recorrido. Tan pronto como el cacareo del gallo llegó a sus oídos, sus ojos se encontraron con los de Jesús. Ver el rostro de Cristo, con su mirada santa y humana, debe haberle dado escalofríos. Ver el rostro de su Señor le recordó las palabras de su Salvador. El peso de todo esto causó que Pedro huyera y llorara amargamente.La esperanza de Pedro y la nuestra
Siempre me he preguntado cómo fue la mirada de Jesús cuando hizo contacto visual con Pedro. ¿Su cara ardía con ira o reflejaba la misma tranquilidad que el sonido que Dios hacía mientras caminaba por el jardín después de que los primeros portadores de su imagen creyeron la mentira? Me imagino que simplemente reflejaban gracia y verdad. Aunque a Pedro se le recordó su pecado y fue quebrantado por él, había esperanza para su corazón veleidoso. Las palabras de Cristo le advirtieron a Pedro sobre su inminente negación, pero también prepararon a Pedro para su inminente perdón y restauración. «Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos» (Lc 22:32). La obra futura de Cristo en la cruz pagaría el castigo por el orgullo, el miedo, la vergüenza y la condenación de Pedro. Mientras Pedro había sido avergonzado por la verdad, Jesús soportaría la vergüenza en el nombre de la verdad. Mientras Pedro fue infiel, Jesús fue firmemente fiel. Todos tenemos nuestros momentos cuando sobrestimamos nuestra devoción a Dios, confiamos en nosotros mismos en vez de en su Palabra y negamos a aquel a quien amamos. Quizás no hay un canto de un gallo que rompa el silencio de nuestro orgullo, pero cuán dulce es el sonido de la gracia. El juicio que llevaría a la muerte de Cristo se transformaría en el catalizador de su resurrección y, de este modo, en el ancla por el cual todos podemos decir (sin vergüenza) que somos discípulos del Dios viviente en cuyo nombre estamos seguros por siempre.Jackie Hill-Perry © 2016 Desiring God Foundation. Publicado originalmente en esta dirección. — Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

Cuando la tentación ofrece placer

Cuando la tentación ofrece placer
¿Puede algo muerto hacerte feliz? Extraña pregunta, lo sé. No obstante, en los momentos en que vacilamos entre obedecer a Dios o desobedecerlo, la pregunta podría ayudar a identificar en quién o en qué estamos creyendo realmente para tener alegría.
En mi caso, desperdicié mucho de mi vida bajo la suposición de que las cosas muertas eran las mejores. «Cosas muertas» es otra manera de describir «cosas pecaminosas»: todas las maneras en las que intentamos ser felices cuando estamos muertos en nuestras transgresiones y pecados (Ef 2:1). Decidí intencional y persistentemente comportarme y tener afectos que deshonraban a Dios y al prójimo, porque había deducido que tenían la capacidad de satisfacerme.
Y en algunas maneras, lo hicieron. Si la experiencia de un pecado particular se siente abominable para el pecador, es muy probable que lo reemplace con otro que se sienta bien. Los pecadores no sólo pecan porque, al ser pecadores, tienen que hacerlo. Los pecadores pecan porque quieren; disfrutan pecar (Jn 3:19). Al ser hechos a la imagen de Dios, fuimos hechos para la alegría, pero no para la alegría superficial y temporal que sentimos cuando pecamos.
Cuando se acaba tu vida
Todas las cosas muertas que amaba (las cosas que dije, que pensé, que hice, que conversé con alguien, que miré, en las que anduve, que escuché, que fomenté y con las que me acosté) tenían una medida de satisfacción en ellas, pero nunca fueron suficientes. Fui hecha para un Dios infinito, entonces, ¿cómo pudo semejante pequeño ídolo satisfacerme o hacerme feliz? No me refiero al tipo de felicidad que puede encajar en el tiempo. Me refiero a la felicidad que se extiende más allá del tiempo que tenemos aquí. Esa es la advertencia que el pecado no quiere que pienses: después de que hayas sido saciado de todo menos de Dios y te pares ante el Santo, ¿la sonrisa que ese deleite pecaminoso te dio soportará la ira de Dios? Afortunadamente, el Santo también es el Misericordioso, y cuyo Hijo, Jesucristo, disfrutó su vida por completo —nunca confió en las cosas muertas para que lo hicieran feliz—. Lo que le daba alegría era amar a su Padre y a su pueblo pecador. Al haber muerto (como todos debemos) y resucitado (como todos podremos), ahora nos empodera para andar como Él siempre lo ha hecho: como hijos obedientes (1P 1:14). Lo qué Jesús logró en la cruz tiene el poder de liberarnos del pecado y nos prepara para la alegría. Pero ¿cómo?Deleite obediente
Cuando Jesús triunfó sobre la muerte y el pecado, finalmente Él limpió el camino para que nuestros pies caminaran hacia la alegría. Él nos reconcilió con Dios (Ro 5:10), en cuya presencia hay placeres eternos (Sal 16:11). Jesús mismo es el Pan de Vida (Jn 6:35), el único capaz de satisfacer el cuerpo total y completamente. Él es la Fuente de Agua Viva (Jn 7:37-38), Aquel que satisface toda nuestra sed. Él es el Buen Pastor (Jn 10:11), Aquel que quita las necesidades del necesitado. Jesús nos llevó a la comunidad con Dios y, al hacerlo, Él nos llevó donde se encuentra felicidad real (1P 3:18). Lo que Cristo ha hecho nos ha dado vida para todo lo que Dios es. Ahora podemos vivir como Él quiere que vivamos, en obediente deleite. Desde Génesis 1 en adelante, la obediencia es lo que Dios ha exigido de sus criaturas (Dt 13:4; Jn 14:15). La perfección del jardín no era tal sin los límites puestos en su lugar por nuestro Dios (Gn 2:16-17). Israel permaneció a los pies de una montaña que no podían tocar, mientras escuchaban la aterradora voz de Dios (Heb 12:18-29). Jesús, Dios encarnado, sin la intención de abolir la ley, la trajo a nuestro mundo no sólo para ser obedecida en obras, sino que con alegría desde el corazón (Mt 5:28). Los escritores de las epístolas, que reunían sus mandamientos guiados por el Espíritu de Dios, continúan enseñándonos cómo amar a Dios y al prójimo para la gloria de Dios y para nuestra alegría.Más real que la tentación
Lo que es difícil para mí, y quizás para ti, es que aunque soy una nueva criatura, aunque ya no soy esclava a amar las cosas muertas, todavía me siento tentada a creer que a veces ellas, y no Dios, me darán la alegría que quiero; que esa obediencia a Dios mataría, no aumentaría, mi alegría. Pero, oh, la irracionalidad de la tentación. De hecho, la obediencia crea oportunidades para la alegría. Huir de la tentación sexual (1Co 6:18) me libera para experimentar el poder sustentador de Dios. Escoger perdonar (Col 3:13), en lugar de ser vengativo, mantiene mi corazón libre de la pesadez del odio y lo llena con fe, confiando en que Dios se hará cargo de todo mal que se me haya hecho (Ro 12:19). Poner mis preocupaciones a los pies de Dios, el único que me ha dicho que se preocupa por mí, despeja mi mente, limpiando el camino para la paz que me es esquiva (1P 5:7). Sin embargo, a menudo, nuestras tentaciones se sienten más tangibles que sus promesas. Cuando lo hagan, recuerda que Dios está vivo (Heb 7:25). Puesto que ese es el caso, su palabra también está viva (Heb 4:12) y también lo está tu esperanza (1P 1:3). No somos personas miserables de quienes tener pena, como si Cristo no hubiera resucitado de los muertos (1Co 15:19-20). Ya no estamos muertos en nuestras transgresiones, sino que se nos ha dado vida junto con Cristo (Ef 2:4-5), resucitados para vivir deleitándonos en todo lo que Dios es y empoderados para vivir deleitándonos en obediencia con Aquel que amamos.Jackie Hill Perry © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.

El evangelio heterosexual

El evangelio heterosexual
Deja de decirles a las personas gays que si vienen a Jesús, Él las hará hétero.
Lo sé, lo sé, algunos de nosotros, los cristianos, creemos que sólo les señalamos a nuestros amigos gays y lesbianas lo milagroso. El poder de Dios de hacer todas las cosas, y a ellos, nuevos. Los creyentes bien intencionados, en un esfuerzo por animar o inspirar una visión a sus amigos y familiares que tienen atracción a personas del mismo sexo, a menudo, les predican este evangelio. Este evangelio no es la buena noticia de Jesús, sino que otro evangelio. Un evangelio que yo denomino: «el evangelio heterosexual».
El evangelio heterosexual es uno que anima a hombres y mujeres que tienen atracción hacia personas del mismo sexo a ir a Jesús a fin de que puedan ser hétero o que dice que, al ir a Jesús, les asegura que serán atraídos sexualmente al sexo opuesto. Las formas en que se predica este «evangelio» son mucho más sutiles de lo que yo había pensado. Normalmente suena como: «sé que luchas con ser gay. Te prometo que, si rindes tu vida a Jesús, Él te librará completamente de esos deseos porque te ama». O «conozco a un tipo que solía ser gay y ahora está casado. Jesús hará lo mismo por ti si confías en Él».