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Estado civil: En espera
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Estado civil: En espera

Un solo cuerpo

No pasó mucho tiempo en la historia cristiana para que la vida célibe llegara a ser considerada una vida de mayor santidad que la del matrimonio y la familia. Una vez que el martirio se hizo menos frecuente en el imperio romano, la vida monástica, que también suponía el auto-sacrificio, lo reemplazó como camino a la santidad. Llegando a la época de la Reforma Protestante, esto había llegado a tal punto que se consideraba que los que componían la «iglesia» eran los devotos religiosos, lo cual generalmente excluía a los casados, aunque fueran cristianos bautizados. Como era de esperar, uno de los abusos que fueron tanto atacados como desobedecidos por los líderes de la Reforma fue el celibato de los ministros. Muchos de los líderes reformadores eran sacerdotes o monjes que llegaron a casarse, dando así, con cierta frecuencia, refugio amoroso a ex-monjas. Ellos creían en el sacerdocio de todos los creyentes y no en una clase especial de religiosos célibes. Mientras la iglesia medieval consideraba que casarse era un mal necesario para algunos —tanto para la procreación como para la continencia sexual—, los protestantes, con una visión mucho más positiva, agregaron a esas razones el compañerismo y el bienestar, reflejando, en general, su satisfacción con su propio nuevo estado. Hasta cierto punto, tanto esta historia como sus similitudes con la actual sociedad latinoamericana nos ayudan a entender de dónde proviene la incomodidad que sienten los evangélicos actuales con el estado de la soltería —quizás especialmente en sus líderes masculinos—. Si la práctica medieval solía excluir de la vida plena de la iglesia a los casados, a veces pareciera que los evangélicos modernos hacen algo similar, aunque menos drástico, con los solteros. La Biblia insiste en que somos un solo cuerpo; veamos, entonces, qué más nos enseña al respecto.

El Antiguo Testamento: El glorioso papel teológico del matrimonio

Puesto que, en el Antiguo Testamento, tener hijos juega un rol primordial en el plan de Dios, el matrimonio cumple un papel igualmente esencial. La creación descrita en Génesis 1 es gloriosa, y llena de abundancia, provisión y vida. Los hombres y mujeres recibieron el mandato divino de multiplicarse y llenar la tierra (Gn 1:28). Con ese y otros fines, «el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2:24). Pese a la trágica y devastadora entrada del pecado, tras la cual Dios maldijo la tierra, hay una indicación tempranísima de que Dios revertiría la situación por medio de la descendencia de la mujer (Gn 3:15). Ya podemos ver que la salvación vendría por medio de un ser humano, nacido de mujer. Dios ha coronado al ser humano de «gloria y majestad» (Sal 8:5), y la tierra es para ser llena de la gloria de Dios (ver, p. ej., Sal 8:9, Is 6:3, Ez 43:2; comparar con Is 11:9). Dios quiere llenar la tierra de personas para llenar la tierra de su gloria. El pecado oscurecía el plan, pero el mismo plan siguió adelante. El destructivo castigo del diluvio global dio lugar a un nuevo comienzo con la renovación del mandato a multiplicarse y llenar la tierra y, posteriormente, en Génesis 12, con el llamado de Dios a Abram incluyendo la promesa de que él y su gran descendencia serían de bendición para todas las familias de la tierra. Desde ese momento, teniendo como trasfondo una esperanza de bendición para toda nación, la atención del Antiguo Testamento se centra en los descendientes de Abraham, especialmente los de su nieto Jacob, manteniendo así un fuerte interés en la procreación al interior del pueblo de Dios. De modo general, en el Antiguo Testamento vemos que tener (muchos) hijos (o «fruto del vientre») era considerado una bendición de Dios, y no tenerlos —o perderlos— era una maldición (p. ej. Dt 7:13; 28:4, 11, 18; 30:9) ya que dejaba sin herencia en la tierra dada por Dios. El pueblo de Dios crecía principalmente por medio de la reproducción humana y, además, como hemos visto, la obra de Satanás sería destruida por medio de la descendencia de una mujer. Si bien encontramos muchos abusos pecaminosos del matrimonio, el Antiguo Testamento traza un linaje que pasa por Jacob, Judá y David hasta Jesús. Criar a los hijos en los caminos del Señor fue destacado como una tarea importante, aunque pocas veces se cumplió. En la época dorada de Israel (bajo David y Salomón), el pueblo creció, pero el pecado arraigado en él fue la razón por la cual la nación fue finalmente exiliada y diezmada por los imperios asirio y babilonio. El pecado de Israel acarreó la maldición de no producir mucho fruto. El plan de Dios apuntaba progresivamente a la misión no de una nación, sino de un hombre de entre esa nación. Al rey David se le prometió que uno de sus descendientes reinaría sobre el pueblo de Israel para siempre (2 S 7:12-13). Este personaje esperado llegó a ser conocido como el Mesías. Habiendo transcurrido mil años entre David y Jesús, deben de haber sido muchos los judíos piadosos, descendientes de David, que se animaron con la esperanza de que su primer hijo varón pudiera ser el Mesías de Dios que traería salvación, prosperidad y paz para su pueblo.

El Nuevo Testamento: El glorioso papel teológico de la novia

Un hecho interesante es que, en el Nuevo Testamento, el único uso de la expresión «fruto del vientre» se encuentra en los labios de Elisabet, que le dice a su pariente María: «Bendita tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre» (Lc 1:42). María es la mujer cuyo hijo aplastaría la cabeza de Satanás, y su hijo, Jesús, sería el bendito «fruto de su vientre». En Jesús, los propósitos de Dios para la humanidad se cumplen. Jesús es el único ser humano de verdad, el único nacido de mujer que es como debe ser y que realmente cumple los propósitos eternos de su Padre. Él es el Mesías, el Hijo de Dios, que reinaría para siempre. El apóstol Juan nos enseña que, «a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, (…) a los que creen en su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios» (Jn 1:12-13). En el Antiguo Testamento, es decir, bajo el antiguo pacto, el pueblo de Dios crecía esencialmente por medio de la reproducción humana, lo cual debía ocurrir en el contexto del matrimonio. Pero ahora, bajo el nuevo pacto, Juan nos dice que los hijos de Dios, es decir, los miembros de su pueblo, no nacen por la reproducción humana natural sino por la voluntad de Dios a través de la fe en Cristo. El verso siguiente (14) nos habla de «la gloria como del unigénito del Padre» (Jn 1:14) que se ve en Jesús y su ministerio. Es en Jesús, el bendito «fruto del vientre», que los demás humanos podemos encontrar la gloriosa bendición. Es al «nacer de nuevo» (Jn 3:3) que la tierra se llena de la gloria de Dios. Después de la resurrección, con claros ecos tanto de la comisión a Adán y Eva como del llamado a Abram, Jesús manda a sus discípulos a hacer «discípulos de todas las naciones» (Mt 28:19). Bajo el nuevo pacto, los frutos que son de interés son espirituales (Jn 15:8; Gá 5:22-24). En consecuencia, ¿cómo se sigue, según el Nuevo Testamento, la tarea pendiente de «llenar la tierra»? No, esencialmente, a través de la reproducción humana, sino mediante la proclamación del «Evangelio de la gloria de Cristo» (2 Co 4:4). Esta gloria es vista ahora por los hijos de Dios, quienes son las primicias de la nueva creación (Stg 1:18), pero queda velada para los que no creen (2 Co 4:4). Será plenamente revelada en la consumación de la nueva creación (Ro 8:19). Así que, mientras en el Antiguo Testamento, el matrimonio y el «fruto del vientre» cumplieron importantes propósitos teológicos —como llenar la tierra de la gloria de Dios y traer la salvación por medio de la «descendencia de la mujer»—, en el Nuevo Testamento simplemente ya no cumple una función de la misma naturaleza. Al parecer, en el Nuevo Testamento la función teológica cumplida por el matrimonio y la procreación es llevada a cabo por medio del evangelismo y el discipulado. En un contexto pastoral, el apóstol Pablo enseña sobre el matrimonio en 1 Corintios 7. Por sobre todo, él quiere que en esta área los cristianos actúen con libertad, siguiendo la enseñanza bíblica esencial de que el matrimonio es una relación de por vida entre un hombre y una mujer creyentes. Nadie está obligado a permanecer soltero ni tampoco a casarse. Aunque no se sugiere que el celibato de por vida sea una obligación, cuando se trata del reino de Dios, Pablo ve claras ventajas en no casarse (1 Co 7:8, 32-33). Dado que, para el apóstol, no casarse libera a los cristianos para poder preocuparse «por las cosas del Señor, cómo puede(n) agradar al Señor» (v. 32), y dado que a las iglesias les interesa mucho que su gente se dedique a «las cosas del Señor», es sorprendente que las iglesias evangélicas no se hayan preocupado mucho más de pensar en cómo capturar y movilizar —y a la vez, cuidar— esa gran fuente de dones y esfuerzo para «las cosas del Señor» mientras sus hermanos casados se dedican, como bien deben hacerlo,  a «las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer» (v. 33). ¿Será que esto refleja la misma ya mencionada incomodidad no-bíblica con el estado de la soltería? ¿Existen razones bíblicas para insistir en que los pastores se casen? Consecuentemente, ¿importa ahora cómo pensamos en el matrimonio? ¡En absoluto! No importa nuestro estado civil: Debemos buscar glorificar a Dios (1 Co 10:31) viviendo según sus propósitos y, en el matrimonio, los hijos deben ser criados en «la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6:4). Un hogar cristiano es un maravilloso ambiente para conocer a Cristo, tanto para los hijos como para otros que podrían llegar allí. La iglesia testifica de Cristo tanto en su manera de vivir como en la proclamación de Jesús. Aunque no hay ninguna indicación de que el mandato de tener hijos haya sido contradicho, en el Nuevo Testamento no parece ser un tema de interés el que sean muchos o sean pocos. Sí lo es producir mucho fruto, haciendo conocido a Cristo en nuestras vidas y nuestra proclamación según nuestros variados dones y circunstancias.

Una sola carne

Hablando de la relación entre Cristo y su iglesia, el apóstol Pablo cita Génesis: «Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia» (Ef 5:31-32). En Génesis, la relación entre Adán y Eva ya apuntaba a la relación matrimonial eterna entre Cristo y su iglesia. Análogamente, la mujer virtuosa y hacendosa de Proverbios 31 muestra a qué se debe dedicar la iglesia; el sacerdocio de todos los creyentes (1 P 2:5). Se esfuerza por cumplir los buenos propósitos de su marido, Jesucristo. Los matrimonios terrenales vividos en obediencia a Cristo toman su modelo de la gloriosa relación, aún no consumada, entre Jesucristo y su amadísima novia por la cual derramó su propia sangre y vida aun mientras ella era su enemiga (Ro 5:6, 8). Cristo tomó a su novia de donde estaba botada, en la sangre de parto, abandonada y completamente sucia (Ez 16:1-14); la lavó con su propia sangre (1 Jn 1:7) y la hizo suya. Esa novia somos nosotros, su iglesia, y las bodas del Cordero (Ap 19:7) son lo que nos espera a todos los que creemos en él no importando nuestro estado civil en esta vida. Es una gloriosa esperanza.

En espera

¿Por qué Jesús no se casó? ¿Lo hizo para establecer un modelo del ministerio cristiano? Parece ser, más bien, que lo que hizo fue aplazar su boda: Está preparando una novia para sí, esperando el día de la consumación. ¿Con cuántas ganas lo esperamos nosotros, su novia? La preparación consiste en buscar vivir en fidelidad a él y con confianza en él en cada aspecto de nuestras vidas (Ap 19:8). Debemos llamar a otros a ser partícipes de este plan y futuro gloriosos poniendo su confianza en el novio, quien dio su vida por nosotros y venció a la muerte para que vivamos eternamente con él. Mientras esperamos, trabajemos como la mujer virtuosa, buscando cumplir los buenos propósitos de nuestro novio y llenando la tierra de la gloria de Dios.
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¿Necesito perdonarme a mí misma?
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¿Necesito perdonarme a mí misma?

Siempre me ha incomodado la idea de perdonarse a uno mismo. Primero, porque no encuentro sugerencia alguna de tal idea en la Biblia y segundo, porque me parece ilógico. Para que haya perdón, tiene que haber un ofensor y una víctima.

Sin embargo, después de los fallecimientos de dos personas muy cercanas, me encontré sintiendo la necesidad de perdonarme a mí misma. Me atormentaba con preguntas como, ¿por qué hice tal cosa y por qué no hice esa otra?, ¿por qué dije tal cosa o no dije esa otra? La muerte pone un fin tan brusco y definitivo a las relaciones. No había cómo arreglar las cosas y sentí la necesidad de perdonarme a mí misma. Mi teología me decía que mi problema no estaba en perdonarme, si no más bien en que no estaba confiando suficientemente en el perdón de Dios; no obstante, mis sentimientos me decían otra cosa. Es una maravilla que, en la disciplina de la lectura bíblica diaria, Dios nos habla con frescura. Estuve leyendo 1 Corintios 4, donde el apóstol Pablo encuentra necesario defender su ministerio, pero insiste en que el juicio por el cual tiene que preocuparse es el de Dios, no el de los hombres, sus lectores. Y ahí, simplemente Pablo agrega las palabras que fueron tan preciosas para mí: «ni aun yo me juzgo a mí mismo» (1Co 4:3). Con eso, ¡Dios me sanó! Mi problema no era que tenía que perdonarme a mí misma. Yo me estuve juzgando a mí misma y eso no me corresponde, de la misma manera que no me corresponde juzgar a mis hermanos, ¡no es mi trabajo! Y así, he encontrado que Dios es un juez infinitamente más generoso y amoroso que yo, pues él puso el juicio que debía ser contra mí sobre su amadísimo Hijo, Jesús.
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Job, la eutanasia y la mano de Dios en el dolor
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Job, la eutanasia y la mano de Dios en el dolor

Aunque la Biblia solo registra un par de sus frases, la mujer de Job deja su marca en el libro cuando dice: «¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete» (Job 2:9). Una de las cosas que el relato bíblico de Job nos muestra claramente es la dificultad que los seres humanos tenemos para manejar el sufrimiento —tanto el nuestro como el de otros—. ¿Cuántas veces hemos oído con insistencia la frase «No quiero ser una carga para nadie», o su contraparte, «No puedo verlo sufrir»? 

Job y su necesidad de encontrarle sentido al dolor

Las páginas de Job están llenas del sufrimiento de un hombre, y sorprendentemente, es el mismo hombre al cual el propio Dios describe como «intachable y recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (1:8). La buena situación de su vida cambia drásticamente cuando, de un día para otro, pierde a todos sus hijos, sus siervos, sus bienes y, por último, su salud a manos de una terrible enfermedad. Esta no solo le provoca un insoportable dolor físico, sino también el rechazo y el desprecio de los demás a causa de su apariencia, hedor y ruina. ¿Cuál era la peor parte de su sufrimiento?  Siendo Job un firme creyente en la total soberanía de Dios sobre su vida, lo que encontramos en sus intervenciones posteriores es una queja particular: que no entiende por qué Dios le ha hecho esto. No recibe una explicación clara ni antes ni después, y esa aparente ausencia de sentido unida a su dolor lo lleva a veces a desear morir (6:8-9)

La eutanasia como «solución»

Sin embargo, Job no es el único en pensar que solo la muerte puede ser mejor que el dolor. Muchos hoy en día apoyan la existencia de una ley de eutanasia (que, literalmente, significa «buen morir»), y no son pocos los que creen que se trata simplemente de apagar máquinas o desconectar personas —moribundas o con muerte cerebral— de aquellos medios que las mantienen artificialmente con vida. No obstante, debemos aclarar que, al hablar a favor de la eutanasia, se busca mucho más. Si solo se tratara de eso, no sería necesario legislar —por la simple razón de que tales acciones ya ocurren alrededor del mundo—. Los médicos apagan máquinas, los familiares toman decisiones dolorosas, y aunque claramente hay áreas grises, sería extremadamente raro que alguien sufriera consecuencias legales por ello. No, las leyes de eutanasia tienen que ver con matar activamente a una persona que, por razones médicas, considera que no tiene esperanza de una buena calidad de vida. Generalmente el medio usado es una inyección venenosa, la cual, en otro contexto, coincide con la forma en que se aplica la pena de muerte. El hecho de que las leyes de eutanasia se tratan de matar activamente a personas no moribundas sino completamente vivas —aunque enfermas— se nota particularmente en un punto: tales leyes suelen contemplar el permiso de uno o más médicos, quienes afirman que la persona está física y psicológicamente en condiciones de tomar tal decisión por sí misma. Hace varios años, en Australia, un estado tuvo durante un breve tiempo una ley de eutanasia. Más tarde fue revocada por razones técnicas legales propias de ese estado, pero mientras duró, murió un grupo de personas. Mediáticamente, la primera persona que «aprovechó» la nueva ley fue mostrada en la televisión caminando por sí misma hacia el hospital para someterse al «procedimiento». Más tarde, su cadáver fue sacado por una funeraria. Lo que pasó entre medio no fue simplemente apagar máquinas. Donde la ley de eutanasia es resistida, a menudo sus defensores toman otro camino. Promueven una ley de suicidio asistido, término que habla por sí solo. Dejando a un lado los beneficios que la medicina actual podría ofrecer a un paciente como Job, es indudable que hoy muchos verían su sufrimiento como una apología de la eutanasia. La presentarían como un acto de misericordia cuando, en realidad, sería una declaración de que el dolor es indigno del ser humano y algo completamente degradante.

Contra la opinión de Dios

Aunque, a diferencia de Job, su mujer conservó su propia salud, ella consideró que lo mejor para su esposo hubiera sido morir maldiciendo a Dios. No sabemos si su idea era algo como la eutanasia, pero no soportó ver el sufrimiento de Job, y mucho menos si este insistía en absolver a Dios evitando maldecirlo. ¿Por qué, según la esposa, no bastaba con que Job muriera «en silencio»? ¿Por qué debía morir maldiciendo a Dios? Aunque a veces Job dijo anhelar la muerte, él seguía creyendo que Dios es el soberano y justo dueño de la vida. Sabía que morir o continuar viviendo no era una decisión humana. Su esposa, en cambio, pensaba que el Dios que había permitido este sufrimiento no merecía ser llamado bendito. Job debía enfrentarlo con el puño en alto, sentenciando implícitamente que nada justifica el dolor. Bajo ninguna circunstancia.

Cuando el intento de justificar a Dios encierra una acusación

El libro, sin embargo, nos muestra otra reacción ante el dolor, y los protagonistas, esta vez, son los amigos de Job. Estos pontifican sobre el sufrimiento, pero al menos lo hacen con más delicadeza y dan evidencias de amar a Job. Lamentan verlo sufrir, pasan siete días en silencio empatizando con su dolor, y finalmente, queriendo ayudarlo, buscan aliviar la miseria de su amigo ocupándose de lo que, según ellos, era la raíz del problema: Job había pecado. El sufrimiento, para ellos, no era otra cosa que un castigo. La solución, entonces, era encontrar el pecado que lo había originado y convencer a Job de arrepentirse para que, así, Dios lo restaurara. Simple. ¿Por qué añadieron a la situación de Job la crueldad de declararlo culpable? Siendo claro que querían ayudarlo, todo indica que, una vez más, esta reacción tan común solo evidenciaba una incapacidad de enfrentar el sufrimiento. No concebían que, en las manos de Dios, pudiese ser algo diferente a un castigo, e implícitamente, atribuyeron a Dios un razonamiento equivocado. Cuando Él finalmente habla, se dirige a ellos diciendo: «No habéis hablado de mí lo que es recto» (Job 42:7).

Un necesario cambio de perspectiva

Ya hemos dicho que el libro ilustra nuestra incapacidad natural de enfrentar el dolor (propio o ajeno), y esto es lo que, en última instancia, conecta el mensaje de Job con la eutanasia. Por un lado, la eutanasia intenta «resolver» la relación del que sufre con quienes lo rodean, y por otro, intenta poner un corte a una situación que, se asume, es negativa desde cualquier punto de vista. Es claro que las enfermedades generan algún tipo de dependencia. Naturalmente somos dependientes (de Dios y de los demás) aun cuando gozamos de salud, pero las enfermedades suelen evidenciar nuestra dependencia y muchos no quieren verse bajo esa luz. Job, en sus intervenciones, pide a Dios explicaciones basadas en su perspectiva humana, pero lo que recibe de parte de Dios no es una respuesta a su interrogatorio sino a su verdadera necesidad: un conocimiento más pleno de Dios mismo y su grandeza. Frente al conocimiento personal de su Creador, las quejas de Job se empequeñecen, y Job se encuentra, al fin, profundamente satisfecho con Dios. ¿Cómo podría Dios sacar algo bueno del sufrimiento? La pregunta parece incontestable, hasta que Dios, en la cruz de Jesús, nos da el ejemplo supremo de cómo el sufrimiento, y aun la muerte causada por la maldad, puede convertirse en nueva vida y en una fuente de inmedible bendición para muchos. Job, en su tiempo, no conoció directamente a Jesús, pero lo que sabía de Dios (que jamás lo abandonaría) le permitió vislumbrar que, aun si pisaba el umbral de la muerte, tendría un Redentor que lo vindicaría y volvería a levantar (Job 19:25). La fe confía en que ni siquiera las peores circunstancias pueden separarnos de Dios (Ro 8:38-39), y los momentos difíciles tienen la especial capacidad de abrir nuestros ojos a esta realidad. ¿Qué resuelve, a fin de cuentas, la eutanasia? Job nos ayuda a ver que quisiéramos negar nuestra independencia, y por medio de la eutanasia creemos la mentira de que somos independientes, tanto de Dios como de los demás. Practicarla es maldecir a Dios, el Creador y soberano dueño de la vida. En efecto, corta de raíz el buen proceso en que Dios, no solo mediante lo bueno sino también sacando partido de la adversidad, cada día nos refina y prepara más para una comunión perfecta y eterna con Él.
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Amar en medio de la pandemia
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Amar en medio de la pandemia

Cuando uno de los escribas se acercó […] le preguntó: «¿Cuál mandamiento es el más importante de todos?». Jesús respondió: «El más importante es: “Escucha, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con toda tu fuerza”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento mayor que estos» (Mr 12: 28-31).
La situación actual claramente nos desafía a todos, pero ¿cuáles son los desafíos especiales para nosotros como cristianos? Quisiera considerar algunos desafíos a la luz del resumen que hizo Jesús de la Ley. Primero, amaremos a Dios, dando honor y gloria a Él, y asegurándonos que lo que decimos sobre Dios en este contexto concuerda con lo que Él mismo nos ha enseñado. La Biblia nos enseña que Dios hizo el mundo para que fuera «bueno en gran manera» (Gn 1: 31). Es claro que la vida, y no la muerte, es la buena voluntad de Dios para su creación (Gn 1:11, 21;  Ez 18:23; Mt 10:29; 1Co 15:26). La rebeldía de la primera pareja contra Dios trajo el juicio que Él ya había advertido: la muerte. «De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn 2:16-17). Por lo tanto, hay muerte en el mundo porque pecamos: «La paga del pecado es la muerte» (Ro 6:23a). En Génesis 3:14-19, vemos la expansión de las consecuencias del pecado y en el resto de la Biblia lo vemos aún más. Vemos que la relación entre el ser humano y la creación cambia totalmente. La creación ahora nos es hostil, aunque en su bondad, Dios nos sigue proveyendo abundantemente por medio de ella. Esa hostilidad se evidencia en las varias vacunas que son administradas a un infante precisamente para protegerlo de la creación hostil en la cual nació. El COVID-19 nos amenaza porque no tenemos cómo defendernos de él. Además, nos recuerda de los nefastos resultados de nuestro pecado. Hay ocasiones en la Biblia en las que vemos claramente la conexión entre el pecado y la muerte de Fulano. Por ejemplo: Ananías y Safira murieron porque mintieron al Espíritu Santo (Hch 5:3) y el rey Herodes «murió, comido de gusanos» (Hch 12:23) porque tomó sobre sí la gloria de Dios en vez de dársela a Él. Sin embargo, para la gran mayoría de los casos, ahora nos es más relevante lo siguiente:

En esa misma ocasión había allí algunos que contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Él les respondió: «¿Piensan que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Les digo que no; al contrario, si ustedes no se arrepienten, todos perecerán igualmente. ¿O piensan que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Les digo que no; al contrario, si ustedes no se arrepienten, todos perecerán» (Lc 13:1-5).

En este pequeño vistazo al noticiero de la época de Jesús, vemos que, por un lado, los que murieron no eran más culpables que los que no estuvieron en el lugar equivocado; y por otro lado, tampoco eran unos pobres inocentes que no merecían la muerte. Todos merecemos la muerte a causa de nuestro pecado. Hay otra situación en la que vemos esta idea de la responsabilidad compartida por los pecadores. Listo para entrar en la tierra que Dios le había prometido por medio de Moisés, Israel recibió de Dios muchas instrucciones sobre cómo vivir según la voluntad divina en aquella tierra. Deuteronomio 15:1-6 pinta el cuadro ideal de la sociedad que sería Israel al vivir bajo el mandato de Dios. Dios la protegería y la haría prosperar porque la bendeciría. Consecuentemente, «no [habría] menesteroso entre ustedes, ya que el Señor de cierto te bendecirá» (v.4). Pero, casi inmediatamente, habla de cómo cuidar al pobre en Israel, porque en Israel, «nunca faltarán pobres» (v.11). Es decir, la presencia de pobreza en Israel es una mancha nacional que destaca la desobediencia de Israel a su Dios, porque de otro modo, no existiría (eso es muy distinto a decir que los pobres en sí mismos son una mancha o que merecen su pobreza). Y tal como la pobreza en Israel acusaba a todo Israel por su desobediencia, cada muerte nos acusa a cada uno de nosotros, los pecadores, porque todos en conjunto hemos sido su causa. Como todo otro modo de morir, el COVID-19 es resultado de nuestro pecado. Sin embargo, no es que quienes se enferman o mueren necesariamente tienen más responsabilidad que los que sobreviven. A menudo la distribución de cosas buenas y malas nos parece muy injusta. La injusticia es una de las muchas consecuencias del pecado en el mundo. Y, por tanto, mueren los buenos y los malos de COVID-19. Aun así los enfermos tienen que ser cuidados, igual como los pobres. A la vez, esto no está fuera del control de Dios; al contrario, «para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien» (Ro 8:28). El libro de Apocalipsis muestra la acción de Dios en este mundo a través de los tiempos, dejando claro que las plagas y los desastres naturales son una constante en nuestro mundo. Por ejemplo:
Así es cómo vi en la visión los caballos y a los que los montaban: […] y de sus bocas salía fuego, humo, y azufre. La tercera parte de la humanidad fue muerta por estas tres plagas: […] El resto de la humanidad, los que no fueron muertos por estas plagas, no se arrepintieron de las obras de sus manos ni dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos de oro, de plata, de bronce, de piedra, y de madera, que no pueden ver ni oír ni andar. Tampoco se arrepintieron de sus homicidios ni de sus hechicerías ni de su inmoralidad ni sus robos (Ap 9:17-21).
Claramente, la esperanza divina en cuanto a estas plagas es que provoquen arrepentimiento. Para la humanidad, el COVID-19 es el grito, casi desesperado, de Dios, para que deje sus malos caminos y vuelva a los brazos cariñosos y misericordiosos de su Creador, su Padre. Apocalipsis también nos muestra que no nos debería sorprender cuando la humanidad no escuche. «Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro 6:23). Cuando Dios trajo la muerte a la creación como juicio, no lo hizo sin propósito. Él tenía en mente algo aún mejor que el Edén: vida eterna en Cristo Jesús en una nueva creación. Por eso Dios quiere que la humanidad escuche sus gritos de salvación a través del COVID-19 y de muchas otras formas. Debemos asegurarnos de no poner la voz de Dios en mute, cuando comentemos sobre el COVID-19, sino que también de estar llamando al arrepentimiento y a la fe en Jesús.  Segundo, amaremos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Las epidemias y las pandemias no son nuevas. Antiguamente, eran llamadas pestes. Hay muchas pestes y plagas en la Biblia. Las más famosas fueron las que Dios trajo sobre Egipto para liberar a su pueblo. En las páginas de la historia universal y, también de la iglesia, encontramos muchas de ellas, porque vivimos en un mundo de pecado. ¿Qué podemos aprender de nuestra historia? Acusados de ser la causa de las plagas por no haber cumplido con los ritos que requerían los dioses, los cristianos que vivieron bajo el Imperio Romano pagano sufrieron hasta el martirio por su fidelidad a Cristo frente a aquellos desastres. Sin embargo, también pudieron aprovechar tales tiempos, corriendo grandes riesgos personales, para mostrar el amor de Jesús a quienes sufrían, al cuidarlos en sus enfermedades y así dar fiel testimonio de Jesús. En el segundo siglo, un brote de peste duró más de veinte años y, en su momento máximo murieron más que 2.000 personas por día en Roma. Durante y posterior al brote, el crecimiento del cristianismo fue muy marcado y algunos historiadores sugieren que fue a causa del amor sacrificial de los cristianos durante la crisis¹. La peste bubónica devastó la población europea en el siglo XIV, posiblemente matando a la tercera parte de la población, obviamente con resultados económicos y sociales gigantescos. Además, en eventos que no quedaron debidamente registrados, muchos pueblos indígenas fueron devastados por las enfermedades desconocidas que llegaron a cuestas con los europeos en la época de sus colonizaciones. Asimismo, la gripe española, justo después de la arrolladora Primera Guerra Mundial, posiblemente mató a cinco veces más personas que la misma Guerra. Juntos con su generación, nuestros héroes de la Reforma tuvieron que convivir con la peste. Ulrico Zuinglio, líder de la Reforma en Suiza, sobrevivió un ataque de peste, cuando su hermano murió. El gran reformador Martín Lutero nos ha dejado un revelador escrito que sirve de guía también en nuestros tiempos. Respondió a la consulta de unos pastores y otros líderes civiles sobre qué hacer con la llegada de la peste a sus pueblos. Lutero enseñaba que todos los trabajos legítimos son vocaciones espirituales: tanto el campesino, como el carpintero; la sirvienta como el médico; el gobernante como el pastor fueron llamados por Dios a su tarea. Por lo tanto, abandonar la tarea no era opción para un cristiano. En otras palabras, si un pastor, un alcalde o un agricultor, al huir para escapar de la peste, dejaba a su congregación o a su pueblo sin cuidado o a gente sin qué comer, debía quedarse, aunque esto significara morir. Por otro lado, si hubiera suficientes personas para cubrir el ministerio o trabajo, huir puede ser lo más sensato o, por lo menos, permisible. Pero, aun en ese contexto, Lutero claramente creía que los de fe fuerte no dejarían sus puestos mientras los de fe débil se les debería permitir hacerlo. Lutero reconocía la necesidad de escuchar y hacer caso a los médicos debido a su conocimiento. Hoy sabemos sobre los virus y las bacterias, algo que era totalmente desconocido para Lutero y sus médicos, menos sabían de la importancia de lavarse las manos en ese contexto (algo que nos da una tremenda ventaja ahora). Sin embargo, Lutero sí sabía que una persona enferma podía contagiar a otras y, por lo tanto, dijo que los que podrían dañar a otros de esta manera deberían mantenerse lejos. Son medidas que no nos sorprenden ahora, pero su motivo era proteger a los demás, no a uno mismo. El reformador tuvo muy duras palabras para quien, sabiéndose enfermo, se metía en el ambiente de los sanos. Detrás de la carta de Lutero, el servicio es la prioridad al considerar a la otra persona más importante que uno mismo, especialmente, si se trata de un hermano en Cristo. Es perfectamente legítimo cuidarnos a nosotros mismos, pero nunca a costo del servicio a los demás. El principio reinante es el amor al prójimo. Citando a Jesús, Lutero escribió:
«En cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicieron» [Mt 25:40]. Al hablar del mayor mandamiento, dice: «El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» [Mt 22:39] […] Si deseas servir a Cristo y atenderle, muy bien, tienes a tu prójimo enfermo a mano. Anda a él y sírvele, y seguramente encontrarás a Cristo en él, no de forma externa, sino en su Palabra. Si no deseas ni te preocupas de servir a tu prójimo puedes tener certeza de que, si Cristo estuviera postrado ahí, tampoco lo servirías y lo dejarías ahí postrado. Son ilusiones de tu parte que te inflan con orgullo vano, a saber, que en verdad servirías a Cristo si estuviera en persona. Son nada más que mentiras; quien quiera servir a Cristo en persona debe servir también a su prójimo².
¿Cómo amamos a nuestros hermanos y prójimos en este tiempo? ¿Cómo servimos al Cristo postrado? Si seguimos el consejo de Lutero, haremos nuestro trabajo, en la medida que podemos hacerlo, evitando posibles daños a otros y estaremos muy atentos a las necesidades de los demás para servirles lo mejor que podamos. Obedeceremos a las autoridades, siempre que no nos pidan lo que es contrario a la Palabra de Dios. Más allá de eso, depende de nuestros dones y situaciones particulares. Como iglesia y como cristianos, necesitamos pedir sabiduría a Dios porque la sabiduría se mostrará en la buena conducta (Stg 1:5; 3:13). Tenemos la Biblia; tenemos al Espíritu Santo. Pues, busquemos servir costosa y creativamente en estos tiempos difíciles. Y al ser obedientes y estar dispuestos a dar la vida para servir a Cristo, veremos lo que hará nuestro buen Padre en sus buenos propósitos.
1. Classical Corner: The Antonine Plague and the Spread of Christianity Biblical Archeology https://www.biblicalarchaeology.org/daily/ancient-cultures/daily-life-and-practice/the-antonine-plague-and-the-spread-of-christianity/   21 de marzo 2020
2. To the reverend doctor Johann Hess, pastor at Breslau and to his fellow servants of the gospel of Jesus Christ. Martinus Luther https://tryingsmall.files.wordpress.com/2014/08/luther-on-plague.pdf 21 de marzo de 2020 [Traducción propia].
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Que la crisis actual nos ayude a empatizar
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Que la crisis actual nos ayude a empatizar

La crisis mundial debido al COVID-19 tiene a muchos llenos de temor y produciendo situaciones de verdadera tragedia. No poder despedirse de un ser querido que muere en la unidad de cuidados intensivos en un hospital; no poder darles el funeral que les gustaría o siquiera asistir al mismo; fosas comunes repletas de cuerpos no reclamados; sentir que todos los demás te ven como alguien inmundo simplemente por andar por la calle; la soledad deprimente de la cuarentena; no poder trabajar ni ver una solución a mediano plazo o tener que vivir con ingresos reducidos; el cansancio de mirar todo el día a personas a través de Zoom; no poder viajar para acompañar a un ser querido que sufre o celebra; no poder cumplir el mandato del Señor de reunirse con los hermanos en la fe; ser excluidos de nuestros lugares de reunión; no poder darnos ese «beso santo», ni poder comer y beber «esto en memoria de mí». Muchas personas están sufriendo y no puedo saber si a mí me va a tocar vivir una de aquellas tragedias, ni tampoco cómo reaccionaré en aquellas circunstancias. Por lo tanto, me es arriesgado intentar poner esto en una perspectiva mayor, pues no quisiera disminuir la realidad del dolor, ni ofender, ni ser hipócrita en esto. Sin embargo, creo que es provechoso hacerlo.

El aborto

En todos los países que han sido bastante mencionados hasta ahora en la crisis, la cantidad de muertes a causa de la COVID-19 es muy baja en relación a la cantidad de personas que mueren violentamente a causa del aborto. Aquellas personas no salen en nuestros noticieros, porque no cuentan. Este párrafo es corto porque no tengo historias conmovedoras de ellos. Son mudos. No sé si la crisis actual es suficiente para ayudarnos a empatizar.

La persecución de nuestros hermanos

Quisiera ahora, sin embargo, dirigir nuestra atención hacia nuestros hermanos cristianos quienes conviven siempre con la persecución. Se estima de modo muy conservador que la cantidad de personas que mueren cada día por «llevar el nombre de Cristo» es ocho (ahora, en nuestra época, en promedio, todos los días). Mueren, sí, ahora, en nuestro tiempo, por bombas, cuchillos, hachas, armas de fuego, encerrados en sus iglesias y quemados; hombres, mujeres y niños. Y a veces, consecuentemente, tienen que salir huyendo de su aldea, sin poder dar entierro a sus seres queridos. Por razones de higiene, alguien termina echando a sus seres queridos muertos, sin urnas ni ceremonia, a fosos comunes o quemándolos. Incluso, en varios lugares, mientras las autoridades están preocupadas con la crisis, grupos terroristas están aprovechando la situación para aumentar la persecución de las minorías. No salen en nuestros noticieros. No cuentan. Quizás, solo quizás, la crisis nos ayude a empatizar. Al ser de una minoría perseguida, sentir el rechazo proveniente de todos lados es intrínseco; ser visto como inmundo. Esto no va a cambiar para los perseguidos una vez que el virus pase, a excepción de que renuncien a Cristo, porque lo que los hace inmundos según su sociedad es andar espiritualmente con nosotros, sus hermanos en Cristo. Este rechazo les hace muy difícil poder trabajar, a no ser que tomen las tareas más despreciadas por los demás. No ven salida, ni a corto ni a largo plazo. También tienen acceso reducido o incluso nulo a la educación, con o sin Zoom. Quizás la crisis nos ayude a empatizar.

La empatía de Cristo

Cristo se hizo hombre y murió en nuestro lugar. Se identificó con nosotros a tal punto que dio su vida, llevando sobre sí el castigo por nuestras muchas ofensas contra Dios. Esta obra está hecha y no podemos agregar nada a ella. ¡Tampoco es necesario! Sin embargo, Cristo nos advirtió que los que le siguen sufrirán también de la misma manera que Él:
Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros (Jn 15:20).
Saber eso, nos debe ayudar a simpatizar y,  consecuentemente, a empatizar con los que sufren por seguir los pasos de Jesús. No es su culpa. Es por ser nuestros hermanos. Quizás no tenemos la misma sangre corriendo en nuestras venas, pero nuestra vida depende de la misma sangre, la de Cristo derramada en la cruz. Así, podemos ver que su camino de sufrimiento es también el nuestro, porque llevamos el mismo Nombre. Además, Cristo dijo que sufrir por su causa nos debe traer alegría:
Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de mí. Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que ustedes (Mt 5:11-12).
Creo que una de las cosas más difíciles de informarnos sobre la persecución es que puede ser bastante abrumadora. ¡Tanto sufrimiento! Es mejor no saber mucho de él. Sin embargo, recordar las palabras de Jesús nos puede ayudar a entender un poco cómo nuestros hermanos enfrentan la persecución, y así empatizar al haber conocido algo del sufrimiento que experimentan en sus vidas, del sustento de Dios y de cómo se ve la gratitud en aquellas situaciones. Sabemos que en medio del dolor, Dios está cuidando, incluso premiando, a sus hijos que sufren. Conocemos la esperanza cristiana, igual que ellos. Incluso, al leer de la muerte cruel de nuestros hermanos, podemos sobriamente alegrarnos por lo que ellos ahora están viviendo al seguir a su Señor. Empatizar es tanto dolor como alegría.

Empatía activa

Tal como actuaba Jesús, la empatía cristiana debiese ser activa. ¡Gracias a Dios! Vuelvo a decir, ¡gracias a Dios! que existen organizaciones cristianas que se dedican a abrir la «boca por los mudos, por los derechos de todos los desdichados» (Pr 31:8). Digo, ¡gracias a Dios! porque Proverbios sigue con: «Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende los derechos del afligido y del necesitado». Esto es lo que debemos hacer. Barnabas Fund[1] y Puertas Abiertas[2] son dos organizaciones que buscan defender y/o apoyar a cristianos perseguidos. Algunos titulares muy recientes de la página Barnabas Fund cuentan de celebraciones de yihadistas a causa del «pequeño soldado» llamado coronavirus por el daño que está haciendo a cristianos vulnerables[3]; de iglesias destruidas en Burkina Faso[4]; de cincuenta y siete muertos e iglesias dañadas en Mozambique[5]; y también de policías egipcios que habrían matado a unos terroristas islámicos que buscaban utilizar el toque de queda para asesinar a cristianos[6]. Todas estas cosas están ocurriendo en nuestro tiempo. Para la gran mayoría de nosotros, esta crisis actual es una pequeña y amarga probadita de lo que viven muchos de nuestros hermanos, siempre. Quisiera animarlos a empatizar con nuestros hermanos perseguidos, manteniendo en nuestras oraciones (e idealmente en nuestros presupuestos) a los cristianos que no salen en el noticiero debido a que para el mundo no cuentan. En general, no estoy hablando de misioneros, sino de cristianos lugareños. Tal como nos muestra Proverbios, estas personas «que llevan el nombre de Cristo» y que no tienen voz, deben ser nuestra primera prioridad como cristianos. Al empatizar con nuestros hermanos, podemos también aprender de ellos. Podemos aprender cómo ellos se mantienen en la fe con gozo y perdón frente a tanta adversidad. Especialmente, cuando las dificultades de este mundo podrían desaparecer en una nube de humo si «solo» llegaran a negar a Cristo. Y, quisiera recordarte, que tenemos una mascarilla sobre los ojos si pensamos que estas cosas no nos pueden pasar a ti o a mí. Empatizar nos ayuda también a prepararnos para «el día malo». El apóstol Pedro, de quien según se cuenta la historia murió crucificado cabeza abajo, escribió estas palabras, probablemente no mucho antes de morir:
Amados, no se sorprendan del fuego de prueba que en medio de ustedes ha venido para probarlos, como si alguna cosa extraña les estuviera aconteciendo. Antes bien, en la medida en que comparten los padecimientos de Cristo, regocíjense, para que también en la revelación de su gloria se regocijen con gran alegría. Si ustedes son insultados por el nombre de Cristo, dichosos son, pues el Espíritu de gloria y de Dios reposa sobre ustedes.Ciertamente, por ellos Él es blasfemado, pero por ustedes es glorificado (1P 4:12-14).
Y, con gran esperanza:
Y después de que hayan sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda gracia, que los llamó a su gloria eterna en Cristo, Él mismo los perfeccionará, afirmará, fortalecerá, y establecerá (1P 5:10).
Tal como Cristo empatizó con nosotros para que nosotros pudiéramos ser partícipes de su naturaleza y gloria, empatizar con nuestros hermanos que están sufriendo es lo que nos corresponde. Nos recuerda de esa gloria que esperamos, que nos llena de alegría y que nos hace bien porque nos prepara para «el día malo», del cual pasaremos seguros en Cristo porque Él empatizó con nosotros hasta el final.
[1] www.barnabasfund.org [El sitio solamente está en inglés]. [2] www.puertasabiertas.org [3]https://news.barnabasfund.org/Al-Shabaab-call-Muslims-to-rejoice-in--punishment--of-Covid-19-infected-non-Muslims--as-virus-survey-highlights-Somali-religious-divisions--/index.html [4]https://news.barnabasfund.org/Eleven-church-buildings-wrecked-in-Burkina-Faso-after-Christian-grave-desecrated/index.html [5]https://news.barnabasfund.org/Islamist-militants-murder-at-least-57-people-and-damage-church-in-spate-of-attacks-in-Mozambique/index.html [6]https://news.barnabasfund.org/Islamist-terrorists--plotting-Covid-19-coronavirus-curfew-attack-on-Christians-shot-dead-by-Egypt-police/
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¿Cómo dirigir oraciones de intercesión durante el servicio dominical?
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¿Cómo dirigir oraciones de intercesión durante el servicio dominical?

En cierto modo, todo lo que hacemos en un servicio dominical es oración. Adoramos a Dios, expresamos arrepentimiento ante Dios, escuchamos a Dios y le presentamos a Él nuestras necesidades. Sin embargo, cuando el Nuevo Testamento usa el término orar, en la gran mayoría de los casos, se refiere a oraciones de intercesión o petición: pedir cosas a Dios. Orar presentando nuestras necesidades a Dios es algo que debemos hacer todo el tiempo (1Ts 5:17). Y por lo tanto, especialmente cuando nos reunimos como su pueblo. Oramos porque dependemos de Dios, es decir, porque tenemos fe, confianza en Él. La persona o la congregación que no ora simplemente no depende de Dios; no tiene fe o confianza en Él. Claramente, en un servicio dominical, podemos orar por cualquier necesidad y preocupaciones de la congregación, y tenemos la promesa de que Dios hará lo que pedimos cuando oramos «en su nombre» y según su voluntad. Por lo tanto, hay ciertos temas por lo cual debemos orar, si no en todos los servicios, por lo menos a menudo. Por ejemplo, debemos orar:
  1. Por la expansión del Evangelio y el levantamiento de obreros para la cosecha del Evangelio (Mt 9:38).
  2. Por los gobernantes y otros líderes (1Ti 2:1-2).
  3. Por los que están en el ministerio cristiano (Col 4:3-4). Claramente, esto puede incluir a todos los diversos ministerios de la iglesia y por toda la iglesia, ya que todos hemos sido llamados a dar a conocer a Cristo. De hecho, estoy convencida de que esto también es la mejor forma de orar por el mundo en general, dado que la iglesia es el cuerpo de Cristo en la tierra, el enviado de Dios para bendecir al mundo. Existe una prioridad de orar por los líderes de la iglesia.
  4. Por los enfermos y afligidos (Stg 5:13-16).
Dirigir las oraciones de intercesión en el servicio es orar de parte de la iglesia, de tal modo que toda la iglesia pueda decir: «amén». Por lo tanto, es importante que toda la iglesia pueda escuchar y entender lo que está diciendo el dirigente de las oraciones. No es un momento de oración personal en el que el dirigente esté hablando a solas con Dios. Muy por el contrario, está llevando a toda la iglesia consigo en oración a Dios. Esto puede significar que el que dirigirá las oraciones el domingo necesite probar el micrófono antes del servicio y asegurarse de que, cuando ore, no incline la cabeza a tal punto que el micrófono ya no le sirva. Debe hablar con claridad y con un lenguaje entendible. Todo esto para que la iglesia pueda decir a lo que diga y en conjunto: «amén». Decir «amén» juntos también requiere que todos estén de acuerdo. El dirigente no tiene que ser un teólogo universitario, pero debe ser alguien que esté comprometido con la autoridad y el conocimiento de la Escritura. La mejor manera de orar según la voluntad de Dios es ser guiados por las prioridades y las expresiones de la Biblia, tal como ya lo mencionamos. En realidad, todo lo anterior se aplica a que la iglesia utilice o no una liturgia escrita. La iglesia anglicana, a la cual pertenezco, suele utilizar una liturgia escrita y esto tiene muchas ventajas. Asegura que la dirección del servicio esté ajustada a la Biblia y logra expresar lo esencial de lo que hacemos de forma completa y concisa. Dar forma al servicio, asegurando que se incluya todo lo necesario, es una de las contribuciones  más importantes de la liturgia. Un servicio normal incluye confesión de pecado y declaración de perdón, declaración y recordatorio de la fe que confesamos en un Credo, alabanza a Dios en cánticos, salmos, versos responsoriales. Con frecuencia, incluirá la Santa Comunión, lecturas de la Palabra de Dios y una exposición de una o varias de ellas, el sermón. También incluye oraciones de intercesión. Es importante que quien dirija las oraciones tenga en cuenta la estructura del servicio y reconozca que lo que él o ella haga es una parte de un todo. Las oraciones no constituyen un pequeño servicio en sí. Su tarea es oración de intercesión. No es esencialmente dirigir la congregación en alabanza ni hacer confesión de pecado ni una exposición de la Escritura. Todo esto se hace en otro momento. No es que no pueda incluir alabanza, por ejemplo, pero sería para respaldar la tarea prioritaria en ese momento de dirigir a la congregación con el fin de pedir a Dios por sus necesidades y las de otros. Así todo el cuerpo trabaja junto en sus respectivos roles para que, como dice el apóstol Pablo: «todo se haga decentemente y con orden» (1Co 14:40).