volver
Photo of Semper Reformanda en su contexto histórico
Semper Reformanda en su contexto histórico
Photo of Semper Reformanda en su contexto histórico

Semper Reformanda en su contexto histórico

La frase ecclesia reformata, semper reformanda (la iglesia reformada, siempre reformándose) ha sido usada tan a menudo como para llegar a ser un lema o eslogan. Las personas la han usado para apoyar una sorprendente gama de programas y propósitos teológicos y eclesiásticos. Los académicos han rastreado sus orígenes a un libro devocional escrito por Jodocus Van Lodenstain en 1674. Van Lodenstain, sin duda, no tuvo intención de ser un creador de frases o eslóganes. ¿Cuál era su intención y qué quiso decir con esta frase? Van Lodenstein era ministro de la Iglesia Reformada de las Provincias Unidas en lo que hoy conocemos como los Países Bajos. Esta iglesia nació a partir de décadas de predicación fiel de ministros (muchos educados en Ginebra), que arriesgaron sus vidas para llevar el Evangelio,  primero a las regiones de habla francesa en los Países Bajos, y luego a las regiones de habla neerlandesa más hacia el norte. Algunos ministros fueron martirizados por su fe, pero recolectaron una rica cosecha de creyentes comprometidos. Su mensaje de la necesidad de reformar la iglesia según la Biblia resonó en muchos que vieron las corrupciones de la antigua iglesia. Bajo los gobernantes Carlos V y Felipe II, el gobierno de los Países Bajos hizo todo lo posible para reprimir la religión reformada, la cual era gran parte de la razón de la revuelta neerlandesa contra sus jefes supremos españoles. Esta revuelta (1568-1648) se conoce como la Guerra de los Ochenta Años, dando a luz a un nuevo estado en el norte de los Países Bajos. En este nuevo estado (La República neerlandesa, también conocida como las Provincias Unidas), la iglesia reformada fue dominante, recibió apoyo del gobierno y se convirtió en la iglesia de la mayoría de la población a mediados del siglo XVII. Esta iglesia se suscribió a la Confesión Belga (1561) y al Catecismo de Heidelberg (1563), y  tuvo una forma esencialmente presbiteriana de gobierno. La interferencia de parte de las autoridades civiles protestantes del nuevo estado limitaron la libertad de la iglesia reformada, particularmente en asuntos de disciplina. Tal interferencia, en parte, llevó a una crisis en la iglesia a principios del siglo XVII con el surgimiento del arminianismo. Esta crisis fue abordada y resuelta en el gran sínodo internacional llevado a cabo en la ciudad de Dordrecht en 1618-1619. Los Cánones de Dort, preparados en este sínodo, llegaron a ser otra autoridad doctrinal en la vida de la iglesia. Jodocus Van Lodenstein nació en una familia prominente en la ciudad de Delft en 1620. Fue educado por dos de los más distinguidos profesores reformados del tiempo: el académico y teólogo pietista Gisbertus Voetius de Utrecht y el teólogo pactual Johannes Cocceius de Franeker. Aun cuando se llevaba bien con ambos teólogos, fue más influenciado por Voetius. Voetius enfatizaba tanto la teología precisa como la vida cristiana. Van Lodenstein fue llamado a servir como pastor en Utrecht, donde ministró desde 1653 hasta su muerte en 1677. Como pastor, siempre animó a los fieles al cristianismo disciplinado y vital. Van Lodenstein heredó un cuerpo clara y completamente reformado según la interpretación reformada o calvinista de la Biblia. Los calvinistas a menudo describen su visión de la iglesia en tres categorías: la doctrina, la adoración y el gobierno de la iglesia. En estas tres áreas, la iglesia reformada neerlandesa era absolutamente calvinista, similar en la mayoría de los aspectos a las iglesias calvinistas en el resto de Europa. Sin embargo, ninguna vida de iglesia es estática y Van Lodenstein sin duda vio algunos cambios en su vida. En doctrina, por ejemplo, los teólogos reformados desarrollaron una teología pactual que brindaría gran conocimiento tanto de la estructura de la revelación desplegada de la Biblia como de la obra de Cristo. Muchos cristianos reformados han visto esto como un avance teológico real. Van Lodenstein también vio el uso cada vez mayor del órgano en la adoración pública en las iglesias reformadas de su tiempo. Él sabía de los debates en los que se discutía si es que este cambio era una reforma o una deformación en la adoración de la iglesia. ¿Son estos los tipos de cambios que él tenía en mente cuando escribió sobre la iglesia reformada y siempre reformándose? La respuesta a esta pregunta es no. Van Lodenstein no estaba pensando en ajustes y mejoras a la doctrina, a la adoración y al gobierno de la iglesia. Estos asuntos de reforma externa habían sido absolutamente necesarios cuando los reformadores las lograron en el siglo XVI y principios del siglo XVII. No obstante, para calvinistas como Van Lowenstein estas habían sido logradas y establecidas definitivamente. Él no contemplaba el valor de los cambios relativamente pequeños; no era un hombre como el de los siglos posteriores que creía que el progreso y el cambio eran necesarios y buenos en sí mismos; más bien, él creía que la Biblia era clara respecto a los fundamentos de la doctrina, de la adoración y del gobierno, y que las iglesias reformadas habían reformado estas cosas correctamente. En ese sentido, la reforma era un regreso a la enseñanza de la Biblia. Los reformadores habían entendido las cosas correctamente y estas fueron establecidas. La mayor preocupación de los ministros como Van Lodenstain no era lo externo de la religión (por muy importantes que estas sean), sino más bien la parte interna de la religión. Van Lodenstein fue un pietista reformado y parte de la Nadere Reformatie. Como tal, sus preocupaciones religiosas eran muy similares a las de los puritanos ingleses. Todos ellos creían que una vez que lo externo de la religión había sido cuidadosa y fielmente reformado según la Palabra de Dios, la gran necesidad era que los ministros lideraran a la congregación a la verdadera religión del corazón. Ellos vieron que el mayor peligro de su tiempo no era la falsa doctrina, la superstición o la idolatría, sino que el formalismo. El peligro del formalismo es que un miembro de la iglesia puede adherirse a la verdadera doctrina, participar en la verdadera adoración en una iglesia bíblicamente regulada, y aún así no tener una fe verdadera. Como Jesús les advirtió a los fariseos de su tiempo, citando al profeta Isaías: «Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está muy lejos de mí» (Mt 15:8). La parte de la religión que siempre necesita estar reformandose es el corazón humano. Es la religión vital y la verdadera fe que deben estar cultivándose constantemente. El formalismo, el indiferentismo y el conformismo deben ser rigurosamente combatidos por un ministerio fiel. Van Lodenstein, y quienes se levantaron con él, creían que los Cánones de Dort presentaron una visión de la verdadera religión como la que ellos tenían. En la batalla contra el arminianismo, uno de los asuntos más grandes había sido la doctrina de la regeneración. En la teología reformada del siglo XVI, los teólogos usaban la palabra regeneración como uno de los muchos sinónimos para santificación. Entonces, por ejemplo, en el artículo 24 de la Confesión Belga se pudo declarar que somos regenerados por fe; sin embargo, en la lucha contra arminianismo, la palabra regeneración tomó un significado más técnico, refiriéndose a la obra soberana del Espíritu Santo en plantar nueva vida en el alma, necesaria para la fe. Este nuevo uso para la palabra regeneración explicó cómo la fe es un don de Dios, no obra del libre albedrío humano. Pero también explicó cómo los cristianos son, por gracia de Dios, capaces de vivir una nueva vida, buscando la santidad. En los Cánones de Dort se declaró:
Además, cuando Dios lleva a cabo su buena voluntad en los elegidos, o efectúa la verdadera conversión en ellos, no solo se asegura de que se les proclame el evangelio externamente e ilumina sus mentes por el Espíritu Santo para que entiendan y disciernan correctamente las cosas del Espíritu de Dios, sino que, a través de la operación eficaz del mismo Espíritu regenerador, Dios penetra también la parte más íntima de su ser, abre el corazón que estaba cerrado, ablanda el corazón duro y circuncida el corazón que estaba incircunciso. Dios infunde nuevas cualidades en la voluntad, vivificando la voluntad muerta; a la voluntad mala la hace buena, a la reacia la hace dispuesta, a la terca la hace sumisa. Dios activa y fortalece la voluntad, como un buen árbol, y la capacita para producir frutos de buenas obras.
Esta doctrina de la regeneración se utilizó, entonces, para enfatizar el nuevo principio de vida en el cristiano y la necesidad de vivir esa nueva vida. El cristiano necesitaba rechazar el formalismo y vivir su fe en la lucha diaria contra el pecado, encontrando descanso y esperanza en las promesas y en el Espíritu de Dios. Entonces, ¿qué quiso decir Van Lodenstein con su famosa frase la iglesia reformada, siempre reformándose? Probablemente algo como esto: puesto que ahora tenemos una iglesia reformada en lo exterior de la doctrina, la adoración y el gobierno, sigamos siempre trabajando para asegurarnos de que nuestros corazones y vidas están siendo reformadas por la Palabra y el Espíritu de Dios. Cualquier otro significado que se le pueda dar a esta frase, bien vale la pena meditar y preservar este significado original.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
Photo of Juan Calvino y la necesidad de reformar la iglesia
Juan Calvino y la necesidad de reformar la iglesia
Photo of Juan Calvino y la necesidad de reformar la iglesia

Juan Calvino y la necesidad de reformar la iglesia

Hace más de 450 años, Juan Calvino recibió una solicitud para escribir sobre el carácter y la necesidad de una reforma en la iglesia. Las circunstancias eran bastante diferentes a aquellas que inspiraron a otros escritos de Calvino y nos capacita para ver otras dimensiones de su defensa de la Reforma. El emperador Carlos V estaba convocando a la Dieta Imperial del Sacro Imperio Romano Germánico para que se reuniera en la ciudad de Speyer en 1544. Martín Bucero, el gran reformador de Estrasburgo, apeló a Calvino para esbozar una declaración de las doctrinas y de la necesidad de la Reforma. El resultado fue extraordinario. Teodoro de Beza, amigo y sucesor de Calvino en Ginebra, llamó a La necesidad de reformar la Iglesia la obra más poderosa de su tiempo. Calvino organizó la obra en tres largas secciones. La primera sección está dedicada a los males en la iglesia que requieren ser reformados. La segunda, detalla los remedios particulares para esos males adoptados por los reformadores. La tercera, muestra por qué una reforma no podía retrasarse, al contrario, la situación exigía una «corrección inmediata». En cada una de estas tres secciones, Calvino se enfoca en cuatro temas, los que él denomina el alma y el cuerpo de la iglesia. El alma de la iglesia es la adoración y la salvación; el cuerpo, los sacramentos y el gobierno de la iglesia. La gran causa de la Reforma para Calvino se centra en estos temas. Los males, los remedios y la necesidad de una acción rápida se relacionan con la adoración, la salvación, los sacramentos y el gobierno de la iglesia. La gran causa de la Reforma para Calvino se centra en estos temas. Para él, la importancia de ellos se destaca cuando recordamos que él no respondía a los ataques en estas cuatro áreas, sino que él mismo las escogió como los aspectos más importantes de la Reforma. La adoración apropiada es la primera preocupación de Calvino.

Adoración

Calvino enfatiza la importancia de la adoración porque los seres humanos adoran con demasiada facilidad según su propia sabiduría en lugar de adorar según la sabiduría de Dios. Él insiste que la adoración debe ser regulada solo por la Palabra de Dios:
Sé cuán difícil es persuadir al mundo [de] que Dios desaprueba toda manera de adoración que Él no ha establecido explícitamente en su Palabra. Antes bien, la posición contraria que se apega a invenciones humanas (que están arraigadas, como si fuese, en sus miembros hueso y médula) es que cualquier cosa que ellos hacen, tienen ellos en sí mismos autoridad suficiente, siempre y cuando exhiban algún tipo de celo a favor del honor de Dios. Pero como Dios no solo considera como inútil, sino que también abomina abiertamente cualquier cosa que se hace por un celo a Su adoración si está en desacuerdo con su mandato, ¿qué ganamos haciendo lo contrario? Las palabras de Dios son claras y manifiestas «Obedecer es mejor que sacrificios».
Esta convicción es una de las razones por la que la Reforma era necesaria:
... Pero … Dios en muchos pasajes prohíbe cualquier nuevo culto que su Palabra no ha autorizado, como Él mismo declara, que Él se ofende gravemente con el atrevimiento que inventa semejante culto y lo amenaza con un castigo severo. Está claro que la reforma que hemos introducido fue requerida por una grandísima necesidad.
Con el estándar de la Palabra de Dios, Calvino concluye que en la iglesia católico romana: «todo aspecto del culto divino que se practica generalmente hoy en día no es nada más que corrupción». Para Calvino la adoración de la iglesia medieval se había convertido en «monstruosa idolatría». Para él, el asunto de la idolatría era tan grave como la justicia por obras en la justificación. Ambas representaron la sabiduría humana en lugar de la revelación divina; ambas representaban complacer las inclinaciones humanas, en lugar de desear complacer y obedecer a Dios. Calvino insiste en que no puede existir unidad en adorar con idólatras:
Se dirá, que aunque los profetas y los apóstoles no estaban de acuerdo con los sacerdotes impíos en la doctrina, sin embargo mantenían aún la comunión con ellos en los sacrificios y en las oraciones. Admito que lo hacían, siempre que ellos no fuesen forzados a participar en la idolatría. Pero ¿cuál de los profetas leemos que haya ofrecido sacrificios alguna vez en Betel?
Los reformadores, como los profetas de la antigüedad, necesitaban atacar la idolatría y el «acto externo» de la adoración en su tiempo. El antídoto al teatro de la iglesia en el tiempo de Calvino era una piadosa sencillez en la adoración (como se refleja en el orden del servicio de la iglesia de Ginebra). Tal simplicidad animó a los adoradores a entregar la mente tanto como el cuerpo en adoración: «Porque —aunque es necesario a los verdaderos adoradores dar su corazón y mente— los hombres están siempre deseosos de inventar una nueva manera de servir a Dios que es de una descripción totalmente diferente, su intención siendo en ofrecerle ciertas ceremonias externas, y reservar su mente para sí mismos».

Justificación

Calvino luego se vuelca al tema de la justificación. Él reconoce que aquí se produjeron los desacuerdos más fuertes: «No hay punto que no sea más debatido tan intensamente —ninguno en que nuestros adversarios sean más implacables en su oposición— que el de la justificación: a saber, si la obtenemos por fe o por obras». De esta doctrina depende «la seguridad de la Iglesia» y debido a los errores respecto a esta doctrina, la iglesia ha provocado «una herida mortal» y «había sido traída al mismo borde de la destrucción». Calvino insiste en que la justificación es solo por la fe: «...mantenemos, que cualesquiera que sea la descripción de cualquier obra humana, el hombre es considerado como justo ante Dios simplemente por sostenerse en la misericordia gratuita. Porque Dios (sin ninguna consideración a obra alguna) lo adopta gratuitamente en Cristo, imputándole la justicia de Cristo, como si fuera suya propia». Esta doctrina tiene un efecto profundo en la vida y en la experiencia del cristiano:
… al convencer al hombre de su pobreza e impotencia, lo instruimos más eficazmente en la verdadera humildad, dirigiéndolo a renunciar toda confianza en sí mismo, y se acoja enteramente en Dios; y, en manera semejante, lo instruimos más eficazmente en la gratitud, dirigiéndolo a atribuir (como en verdad debería hacerlo) toda cosa buena que él posee a la bondad de Dios.

Sacramentos

El tercer tema de Calvino son los sacramentos, los cuales examina en detalle. Él se queja de que: «… las ceremonias inventadas por hombres fueron puestas en el mismo nivel con los misterios [ordenanzas] instituidos por Cristo» y que la Cena del Señor en particular había sido transformada en un «espectáculo teatral». Tal abuso de los sacramentos de Dios es intolerable. «Lo primero de lo que nos quejamos aquí es que el pueblo es entretenido con ceremonias melodramáticas, entre tanto que ni una sola palabra se dice sobre su significado y verdad. Pues para nada sirven los sacramentos, a menos que lo que el símbolo representa visiblemente se explique de acuerdo a la Palabra de Dios». Calvino lamenta que la simplicidad de la doctrina y de la práctica sacramental que prevaleció en la iglesia primitiva se haya perdido. Esto se ve más claro en la Cena del Señor. El sacrificio eucarístico, la transubstanciación y la adoración al pan y al vino consagrados no son bíblicos y destruyen el significado real del sacramento. «Entre tanto que el sacramento debía haber sido un medio para levantar las mentes piadosas al cielo, los símbolos sagrados de la Santa Cena fueron abusados con un propósito totalmente diferente, y los hombres satisfechos con contemplarlos y adorarlos, nunca pensaban tan solo una vez en Cristo». La obra de Cristo es destruida, como se puede ver en la idea del sacrificio eucarístico, donde «… Cristo era sacrificado mil veces por día, como si no fuese suficiente que haya muerto una sola vez por nosotros». Calvino resume con simpleza el verdadero significado de la Santa Cena: «… exhortamos que todos vengan con fe… predicamos que así como en la Cena del Señor nos ofrece su cuerpo y sangre, así también nosotros lo recibimos. Tampoco enseñamos que el pan y el vino son símbolos, sin agregar inmediatamente que hay una verdad que está unida con ellos, y que ellos representan». Cristo se da verdaderamente a sí mismo y da todos sus beneficios de salvación a aquellos que participan en la Santa Cena con fe. Esta breve visión general de la discusión de Calvino sobre los sacramentos solo nos da una probada de cómo él trató ese importante tema. Él pone gran atención al bautismo así como también a refutar la posición romana de que existen cinco sacramentos adicionales.

El gobierno de la iglesia

Finalmente, Calvino aborda el tema del gobierno de la iglesia. Él nota que este es potencialmente un tema enorme: «Si procurase repasar los defectos del gobierno eclesiástico con todo detalle, nunca terminaría». Él se enfoca en la importancia del oficio pastoral. El privilegio y la responsabilidad de enseñar se encuentra en el centro de este oficio: «… ningún hombre es un pastor verdadero de la Iglesia quien no cumple con el oficio de la enseñanza». Uno de los logros más grandes de la Reforma es la restauración de la predicación a su lugar adecuado en la vida del pueblo de Dios. «… Ninguna de nuestras iglesias es vista en donde no está presente la predicación ordinaria de la Palabra». El oficio pastoral debe conectar la santidad a la enseñanza: «...los que presiden en la Iglesia deberían exceder a los demás, y brillar con el ejemplo de una vida más santa...». Calvino se queja de que al contrario de enseñar y buscar la santidad, el liderazgo de la iglesia romana ejerce «la tiranía más cruel» en las almas del pueblo de Dios, reclamando poderes y autoridad que Dios no les ha dado. La Reforma trajo una libertad gloriosa de las tradiciones no bíblicas que se habían ligado a la iglesia. «Por lo tanto, como nuestro deber era librar las conciencias de los fieles de injusta esclavitud en que estaban sujetas, así hemos enseñado que ellas están libres de leyes humanas, y que esta libertad fue comprada por la sangre de Cristo no puede ser violada». La iglesia romana enfatizó su sucesión apostólica, especialmente para la ordenación. Calvino insistió que la ordenación reformada sigue la enseñanza y la práctica genuina de Cristo, los apóstoles y la iglesia antigua. Él observa: «Nadie, por lo tanto, puede demandar el derecho de ordenación, que por la pureza de doctrina no preserva la unidad de la Iglesia».

Reforma

Calvino concluye el tratado con una reflexión sobre el curso de la Reforma. Él atribuye el comienzo a Lutero que con «mano tierna» exigió una reforma. La respuesta de Roma fue un esfuerzo «de suprimir la verdad [...] por crueldad y violencia». Esta guerra no sorprendió a Calvino pues «… el destino uniforme del Evangelio desde su comienzo ha sido y siempre será hasta el final, predicado en el mundo entre grandes contiendas». Calvino justifica este problema en la vida de la iglesia debido a la importancia del asunto en disputa. Él no permite ninguna minimización del hecho de que «la sustancia entera de la religión cristiana» esté en riesgo. Desde que los reformadores actuaron en obediencia a la Biblia, él rechaza cualquier insinuación de que ellos eran cismáticos:
… lo que se necesita atender, en primer lugar, es precaverse de separar la Iglesia de Cristo, su Cabeza. Cuando digo Cristo, incluyo la doctrina de su Evangelio, que Él selló con Su sangre… Por lo tanto, que quede establecido que una unidad santa existe entre nosotros, cuando, consistiendo en la doctrina pura, estamos unidos en Cristo solamente.
No es el nombre de la iglesia el que provee unidad, sino que la realidad de la verdadera iglesia que permanece en la Palabra de Dios. Entonces, Calvino aborda la pregunta práctica de quién puede liderar apropiadamente la causa de la Reforma en la iglesia. Él rechaza la idea de que el papa pueda liderar la iglesia o la Reforma usando el más fuerte lenguaje:
… yo niego que la sede romana sea apostólica, en la cual no se ve más que una horrenda apostasía; niego que él sea el vicario de Cristo, quien al perseguir furiosamente el Evangelio, por su conducta manifiesta ser el Anticristo; niego que él sea el sucesor de Pedro, quien hace todo lo posible para demoler todo lo que Pedro construyó; y niego que él sea la Cabeza de la Iglesia, quien por su tiranía desgarra y destroza la Iglesia, después separarla de Cristo su verdadera y única Cabeza.
Él sabe que muchos exigían un concilio general para resolver los problemas de la iglesia, pero temía que ese concilio nunca pudiese reunirse, y si es que lo hacía, fuera controlado por el papa. Él sugirió que la iglesia debía seguir la práctica de la iglesia antigua y resolver los asuntos en varios concilios locales y provinciales. En cualquier caso, la causa debe ser dejada en manos de Dios, quien otorgará la bendición que considere adecuada a todos los esfuerzos de reforma: «Ciertamente, deseamos (como debería ser) que nuestro ministerio fuese de provecho al mundo; pero para que esto suceda le pertenece a Dios, no a nosotros».
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.